/ jueves 9 de mayo de 2019

Los niños y su mundo

Acabamos de celebrar el Día del Niño, fecha memorable porque sin duda que los niños son la semilla que germinará la futura población que habitará este planeta con mejores expectativas que las que actualmente tenemos, si caminan por el sendero de respetar la naturaleza y honrar los principios básicos de la convivencia

Es menester dejar establecido aquí que en estos días en México y en el mundo ser niño es difícil, muy difícil. Muchos nos preguntamos ¿cómo le hacen los niños para vivir en medio de tanta inseguridad que a los adultos nos provoca ansiedad? Solo jugando o soñando así es como viven ellos. Lo cierto es que los niños se adaptan a las circunstancias que les toca vivir mejor que los adultos, la aprovechan y le sacan lo mejor de ella y con base en esta experiencia van forjando su futuro.

Existen niños de la calle, del campo, chicos, grandes, sordomudos, minusválidos, de escuelas públicas o privadas, de padres divorciados, o sin padres, que trabajan, pero que aprenden y quieren vivir la vida, no les importa por qué razón se encuentran algunos en desventaja y no tienen lo que a otros niños les sobra. No tienen resentimiento por la vida que les tocó vivir. Actúan en sentido contrario: disfrutando, jugando y viviendo intensamente en el sitio en el que les tocó nacer.

En las últimas décadas y particularmente en los últimos años, México ha logrado enormes avances en materia de salud, enfermedades como la viruela, la difteria, la poliomielitis, que eran verdaderos flagelos en otras épocas, hoy están erradicadas. Otros padecimientos como el sarampión, la tosferina y la tuberculosis, que tenían un peso significativo en las causas de muerte, ya no lo son.

Un niño que nace hoy tiene más posibilidad de llegar a la vida adulta porque hay antibióticos, vacunas, agua potable y drenaje; sin embargo, este es el verdadero panorama de los niños en México: existen niños que manejan con facilidad las computadoras y el internet, pero hay miles de niños indígenas que no asisten a las escuelas y que ni siquiera hablan el español.

Lo cierto es que la realidad de nuestros días nos muestra muy claramente la existencia de niños aptos y educados para incorporarse en los próximos años a la modernidad que coexisten en su alrededor con miles de niños pobres, que no pueden siquiera adquirir los conocimientos más elementales.

Desafortunadamente el mundo en el que estamos viviendo es sumamente violento y enrarecido por la confusión de los valores. Nuestra vida se desarrolla en un ambiente auténticamente hostil en donde es casi imposible, incluyo a los adultos, no sentir miedo. Tenemos temor por todo lo que representa el futuro lleno de inseguridad y de falta de oportunidad. Es frecuente encontrarnos con estadísticas en donde cada día aumentan las tasas de matrimonios destrozados en donde quien resulta doblemente perjudicado es el niño quien no alcanza a comprender por qué razón las dos personas más importantes de su vida no pueden estar juntos en el ámbito en donde él juega con la fantasía de que lo que vivirá es un mundo prolongadamente feliz.

Este fenómeno de matrimonios partidos por el divorcio ha generado una epidemia de ansiedad infantil, que se manifiestan, dicen los expertos en conductas proteicas, que algunos definen como hiperactividad con déficit de atención, o en algunos casos está comprobado que ciertos menores tienen síntomas reales de ser víctimas de una depresión que antes de la modernidad que hoy estamos viviendo tan solo se manifestaba en los adolescentes y en los adultos.

No podemos entregarles a los menores el mundo en las condiciones en que está. Nuestro entorno es un muestrario de malas costumbres y de valores sin precio. Le rendimos culto a simbolismos que solamente nos permiten adquirir cosas, pero no nos proporcionan el efecto que produce la alegría de reconocer en él otro su condición de ser humano y de ser uno más de nuestra especie. Nos atrae más la confrontación que la convivencia. La primera es producto de nuestro desmedido interés por acumular valores materiales y poder, en este afán ofendemos o pasamos por encima de la dignidad de las personas y las instituciones sin saber que los niños están siempre pendientes de nuestros actos y dan por hecho que todo lo que el ser adulto hace y realiza es lo correctamente bien hecho y lo imitan sin temor alguno.

Las malas costumbres, la indignidad, la amnesia por interés, la resignación por miedo a perder lo que tenemos, son conductas que tenemos que erradicar para que el niño tenga un panorama en el cual puede cimentar su personalidad y su mundo de valores. No es inconcebible un mundo en donde las malas costumbres no existan más como una forma de ser correctamente aceptada por la sociedad. Cuando pongamos en su lugar a los que han hecho de la inmoralidad una virtud, podremos afirmar que estamos viviendo en función de construir un mundo en donde los niños puedan gozar en forma inmensa el maravilloso milagro que significa la vida.

Acabamos de celebrar el Día del Niño, fecha memorable porque sin duda que los niños son la semilla que germinará la futura población que habitará este planeta con mejores expectativas que las que actualmente tenemos, si caminan por el sendero de respetar la naturaleza y honrar los principios básicos de la convivencia

Es menester dejar establecido aquí que en estos días en México y en el mundo ser niño es difícil, muy difícil. Muchos nos preguntamos ¿cómo le hacen los niños para vivir en medio de tanta inseguridad que a los adultos nos provoca ansiedad? Solo jugando o soñando así es como viven ellos. Lo cierto es que los niños se adaptan a las circunstancias que les toca vivir mejor que los adultos, la aprovechan y le sacan lo mejor de ella y con base en esta experiencia van forjando su futuro.

Existen niños de la calle, del campo, chicos, grandes, sordomudos, minusválidos, de escuelas públicas o privadas, de padres divorciados, o sin padres, que trabajan, pero que aprenden y quieren vivir la vida, no les importa por qué razón se encuentran algunos en desventaja y no tienen lo que a otros niños les sobra. No tienen resentimiento por la vida que les tocó vivir. Actúan en sentido contrario: disfrutando, jugando y viviendo intensamente en el sitio en el que les tocó nacer.

En las últimas décadas y particularmente en los últimos años, México ha logrado enormes avances en materia de salud, enfermedades como la viruela, la difteria, la poliomielitis, que eran verdaderos flagelos en otras épocas, hoy están erradicadas. Otros padecimientos como el sarampión, la tosferina y la tuberculosis, que tenían un peso significativo en las causas de muerte, ya no lo son.

Un niño que nace hoy tiene más posibilidad de llegar a la vida adulta porque hay antibióticos, vacunas, agua potable y drenaje; sin embargo, este es el verdadero panorama de los niños en México: existen niños que manejan con facilidad las computadoras y el internet, pero hay miles de niños indígenas que no asisten a las escuelas y que ni siquiera hablan el español.

Lo cierto es que la realidad de nuestros días nos muestra muy claramente la existencia de niños aptos y educados para incorporarse en los próximos años a la modernidad que coexisten en su alrededor con miles de niños pobres, que no pueden siquiera adquirir los conocimientos más elementales.

Desafortunadamente el mundo en el que estamos viviendo es sumamente violento y enrarecido por la confusión de los valores. Nuestra vida se desarrolla en un ambiente auténticamente hostil en donde es casi imposible, incluyo a los adultos, no sentir miedo. Tenemos temor por todo lo que representa el futuro lleno de inseguridad y de falta de oportunidad. Es frecuente encontrarnos con estadísticas en donde cada día aumentan las tasas de matrimonios destrozados en donde quien resulta doblemente perjudicado es el niño quien no alcanza a comprender por qué razón las dos personas más importantes de su vida no pueden estar juntos en el ámbito en donde él juega con la fantasía de que lo que vivirá es un mundo prolongadamente feliz.

Este fenómeno de matrimonios partidos por el divorcio ha generado una epidemia de ansiedad infantil, que se manifiestan, dicen los expertos en conductas proteicas, que algunos definen como hiperactividad con déficit de atención, o en algunos casos está comprobado que ciertos menores tienen síntomas reales de ser víctimas de una depresión que antes de la modernidad que hoy estamos viviendo tan solo se manifestaba en los adolescentes y en los adultos.

No podemos entregarles a los menores el mundo en las condiciones en que está. Nuestro entorno es un muestrario de malas costumbres y de valores sin precio. Le rendimos culto a simbolismos que solamente nos permiten adquirir cosas, pero no nos proporcionan el efecto que produce la alegría de reconocer en él otro su condición de ser humano y de ser uno más de nuestra especie. Nos atrae más la confrontación que la convivencia. La primera es producto de nuestro desmedido interés por acumular valores materiales y poder, en este afán ofendemos o pasamos por encima de la dignidad de las personas y las instituciones sin saber que los niños están siempre pendientes de nuestros actos y dan por hecho que todo lo que el ser adulto hace y realiza es lo correctamente bien hecho y lo imitan sin temor alguno.

Las malas costumbres, la indignidad, la amnesia por interés, la resignación por miedo a perder lo que tenemos, son conductas que tenemos que erradicar para que el niño tenga un panorama en el cual puede cimentar su personalidad y su mundo de valores. No es inconcebible un mundo en donde las malas costumbres no existan más como una forma de ser correctamente aceptada por la sociedad. Cuando pongamos en su lugar a los que han hecho de la inmoralidad una virtud, podremos afirmar que estamos viviendo en función de construir un mundo en donde los niños puedan gozar en forma inmensa el maravilloso milagro que significa la vida.