/ domingo 18 de octubre de 2020

Los valores en la sociedad del futuro

Casi todos los futurólogos actuales predicen una sociedad del mañana sin muchas esperanzas. Sus razones son variadas e igualmente válidas. La naturaleza está siendo sistemáticamente atacada y empieza ya a devolvernos los golpes; una tecnología que incontenible avanza y no siempre para bien de su beneficiario, el hombre; la familia, que en su vertiginoso dinamismo no acierta a valorar su esencia fundamental, tan necesaria para la supervivencia de la especie humana; las religiones que a veces en lugar de unir separan y muchos otros detalles que empiezan a configurarse en nuestras comunidades como elementos de un futuro inmediato, no tan promisorio. Y la tormenta se hace perfecta con el advenimiento de ese virus que tiene al mundo entero en vilo.

En una disertación tenida en un Simposium internacional de Valores (l997), el notable autor e historiador americano-japonés Francis Fukuyama afirmó que el problema de los valores éticos y morales era ya una cuestión que confrontaban todas las sociedades del mundo. Existía por igual en México como en EE. UU.; en países desarrollados y subdesarrollados y afectaban definitivamente la racionalidad humana con la que el mundo debería navegar hacia un mejor puerto. Y que ese duro e inevitable reto solo podría ser enfrentado con ventaja con lo que él llamó “un nuevo motor de la historia”.

Fukuyama llevó al límite sus rigurosos comentarios afirmando que la misma prosperidad material podría verse amenazada si dichos valores no eran cuidados con el mismo esmero que se dedicaba al progreso científico y a la industrialización. Y dio un ejemplo clave de su propio país, los Estados Unidos: “Somos ricos, decía en ese entonces, pero vivimos una aguda insatisfacción en nuestras familias, nuestras iglesias, en las escuelas, centros de trabajo y en la comunidad en general”. Y no lo dejarían mentir más tarde las sucesivas crisis financieras y de credibilidad que se sucederían entre el final del siglo pasado y el inicio del actual, como consecuencia de la ambición y el desmedido deseo de lucro de las grandes corporaciones, que arrastraron con su codicia a muchas otras en el mundo, como sucedió también en nuestro país.

¿Y qué decir de México en ese contexto? Estamos incluidos entre los países del llamado “tercer mundo” o en vías de desarrollo. Nuestra economía está, por lo menos, entre las primeras veinte del mundo. Tenemos riquezas naturales que envidiarían otras naciones; una cultura milenaria admirada por muchos; un pródigo y extenso territorio y, según los expertos, todo para llegar a ser si quisiéramos, miembros del selecto grupo de las naciones desarrolladas. Pero no hemos querido asumir con responsabilidad la parte que nos corresponde en la construcción de la grandeza que a cada uno toca. Hemos vivido y aún seguimos haciéndolo, quejándonos del pasado; la conquista; las dictaduras; las invasiones extranjeras y hasta de nuestra mala suerte, pero no de nuestras actitudes frente a los valores. Y por eso nuestro país aparece invariablemente entre los mediocres en competitividad y entre los menos transparentes pero muy corruptos. (Trasparencia Internacional y Foro Económico Mundial)

Y la lección se hace más evidente cuando observamos la inequívoca correlación entre el escrupuloso respeto a los valores y el desarrollo de un país como por ejemplo Singapur, Japón o los países nórdicos hoy en día. Y tal vez un ejemplo muy representativo de ello en la Edad Antigua, fue el del poderoso imperio romano. Dueño por siglos de casi todo el mundo conocido, creadores del derecho, de la lengua que hablamos, constructores de maravillas arquitectónicas, monumentos y obras de arte, cultivadores en sus inicios del concepto “hogar” -lugar del fuego- y la familia, los romanos fueron sin finalmente conquistados por una horda de gentes ignorantes, desharrapados e incultos, que sin embargo los sometieron y los humillaron. ¿Por qué?

Es cierto que fueron muchas las causas de la caída de su imperio, pero una de ellas fue sin duda alguna, su cada día más evidente decadencia moral y su irrespeto hacia los valores que de su fundación les hicieron fuertes y casi invencibles. Su rígida disciplina, la fiel obediencia a sus instituciones y sus creencias ancestrales, así como su deseo de ser siempre ganadores y competitivos. Pero todas esas actitudes fueron suplidas por el ocio y la vida fácil; la fortaleza de sus costumbres, por el pan y el circo y el esfuerzo y la dedicación que antes tenían, por el desprecio hacia sus ideales originales, que los habían llevado a ser un ejemplo de ciudadanía en el mundo. Y así un grupo de descalzos e iletrados, que ellos llamaban despectivamente “bárbaros” acabaron humillándolos e iniciando en el mundo la época oscura que conocemos como la Edad Media.

Por eso, si de algo podemos estar ciertos, en esta era posmoderna, es de la importancia de los valores morales como requisito fundamental para que una sociedad pueda ser viable y transite con seguridad hacia un mundo de progreso que sea en verdad sostenible. Hoy sabemos que, sin transparencia, sin honestidad, sin rendición de cuentas y sobre todo sin un manejo escrupuloso y pulcro de todas las estructuras, sean políticas, religiosas, académicas o sociales, nada podrá construirse, pues estaría fundado sobre bases endebles, como la falta de confianza, el engaño, la corrupción y la mentira, lo que acabará por arruinar los cimientos mismos de la sociedad humana. Porque de nada sirve al mundo una riqueza huérfana de valores humanos y menos una pobreza sin ellos.

LOS VALORES EN LA SOCIEDAD DEL FUTURO

“Los valores dan perspectiva: En el mejor y peor de los tiempos”, Charles Garfield.

Rubén Núñez de Cáceres V.

Casi todos los futurólogos actuales predicen una sociedad del mañana sin muchas esperanzas. Sus razones son variadas e igualmente válidas. La naturaleza está siendo sistemáticamente atacada y empieza ya a devolvernos los golpes; una tecnología que incontenible avanza y no siempre para bien de su beneficiario, el hombre; la familia, que en su vertiginoso dinamismo no acierta a valorar su esencia fundamental, tan necesaria para la supervivencia de la especie humana; las religiones que a veces en lugar de unir separan y muchos otros detalles que empiezan a configurarse en nuestras comunidades como elementos de un futuro inmediato, no tan promisorio. Y la tormenta se hace perfecta con el advenimiento de ese virus que tiene al mundo entero en vilo.

En una disertación tenida en un Simposium internacional de Valores (l997), el notable autor e historiador americano-japonés Francis Fukuyama afirmó que el problema de los valores éticos y morales era ya una cuestión que confrontaban todas las sociedades del mundo. Existía por igual en México como en EE. UU.; en países desarrollados y subdesarrollados y afectaban definitivamente la racionalidad humana con la que el mundo debería navegar hacia un mejor puerto. Y que ese duro e inevitable reto solo podría ser enfrentado con ventaja con lo que él llamó “un nuevo motor de la historia”.

Fukuyama llevó al límite sus rigurosos comentarios afirmando que la misma prosperidad material podría verse amenazada si dichos valores no eran cuidados con el mismo esmero que se dedicaba al progreso científico y a la industrialización. Y dio un ejemplo clave de su propio país, los Estados Unidos: “Somos ricos, decía en ese entonces, pero vivimos una aguda insatisfacción en nuestras familias, nuestras iglesias, en las escuelas, centros de trabajo y en la comunidad en general”. Y no lo dejarían mentir más tarde las sucesivas crisis financieras y de credibilidad que se sucederían entre el final del siglo pasado y el inicio del actual, como consecuencia de la ambición y el desmedido deseo de lucro de las grandes corporaciones, que arrastraron con su codicia a muchas otras en el mundo, como sucedió también en nuestro país.

¿Y qué decir de México en ese contexto? Estamos incluidos entre los países del llamado “tercer mundo” o en vías de desarrollo. Nuestra economía está, por lo menos, entre las primeras veinte del mundo. Tenemos riquezas naturales que envidiarían otras naciones; una cultura milenaria admirada por muchos; un pródigo y extenso territorio y, según los expertos, todo para llegar a ser si quisiéramos, miembros del selecto grupo de las naciones desarrolladas. Pero no hemos querido asumir con responsabilidad la parte que nos corresponde en la construcción de la grandeza que a cada uno toca. Hemos vivido y aún seguimos haciéndolo, quejándonos del pasado; la conquista; las dictaduras; las invasiones extranjeras y hasta de nuestra mala suerte, pero no de nuestras actitudes frente a los valores. Y por eso nuestro país aparece invariablemente entre los mediocres en competitividad y entre los menos transparentes pero muy corruptos. (Trasparencia Internacional y Foro Económico Mundial)

Y la lección se hace más evidente cuando observamos la inequívoca correlación entre el escrupuloso respeto a los valores y el desarrollo de un país como por ejemplo Singapur, Japón o los países nórdicos hoy en día. Y tal vez un ejemplo muy representativo de ello en la Edad Antigua, fue el del poderoso imperio romano. Dueño por siglos de casi todo el mundo conocido, creadores del derecho, de la lengua que hablamos, constructores de maravillas arquitectónicas, monumentos y obras de arte, cultivadores en sus inicios del concepto “hogar” -lugar del fuego- y la familia, los romanos fueron sin finalmente conquistados por una horda de gentes ignorantes, desharrapados e incultos, que sin embargo los sometieron y los humillaron. ¿Por qué?

Es cierto que fueron muchas las causas de la caída de su imperio, pero una de ellas fue sin duda alguna, su cada día más evidente decadencia moral y su irrespeto hacia los valores que de su fundación les hicieron fuertes y casi invencibles. Su rígida disciplina, la fiel obediencia a sus instituciones y sus creencias ancestrales, así como su deseo de ser siempre ganadores y competitivos. Pero todas esas actitudes fueron suplidas por el ocio y la vida fácil; la fortaleza de sus costumbres, por el pan y el circo y el esfuerzo y la dedicación que antes tenían, por el desprecio hacia sus ideales originales, que los habían llevado a ser un ejemplo de ciudadanía en el mundo. Y así un grupo de descalzos e iletrados, que ellos llamaban despectivamente “bárbaros” acabaron humillándolos e iniciando en el mundo la época oscura que conocemos como la Edad Media.

Por eso, si de algo podemos estar ciertos, en esta era posmoderna, es de la importancia de los valores morales como requisito fundamental para que una sociedad pueda ser viable y transite con seguridad hacia un mundo de progreso que sea en verdad sostenible. Hoy sabemos que, sin transparencia, sin honestidad, sin rendición de cuentas y sobre todo sin un manejo escrupuloso y pulcro de todas las estructuras, sean políticas, religiosas, académicas o sociales, nada podrá construirse, pues estaría fundado sobre bases endebles, como la falta de confianza, el engaño, la corrupción y la mentira, lo que acabará por arruinar los cimientos mismos de la sociedad humana. Porque de nada sirve al mundo una riqueza huérfana de valores humanos y menos una pobreza sin ellos.

LOS VALORES EN LA SOCIEDAD DEL FUTURO

“Los valores dan perspectiva: En el mejor y peor de los tiempos”, Charles Garfield.

Rubén Núñez de Cáceres V.