/ domingo 1 de noviembre de 2020

Luna de octubre

Cuando la luna de octubre aparece, radiante y magnífica, y discretamente nos anuncia los tiempos y destiempo de la vida, quienes han tenido el privilegio de andar un buen trecho ya de su camino, dan un repaso al manual de instrucciones para vivir que cada quien tuvo la responsabilidad de diseñar; inician el análisis de sus saldos, preparan el balance que conciliará sus estados de pérdidas y ganancias, y comienzan así la cuenta regresiva que les significará desandar poco a poco la increíble aventura de su existencia.

A todos los seres humanos ese octubre nos llegará un día. Quizá sea en el esplendor de su luna, que comenzaremos a entender cabalmente el sentido de nuestro caminar y a recuperar el rumor de lo pasado en las ensoñaciones del presente para constituirlo en esperanza cierta de permanencia. Posiblemente entonces podamos conjugar la imagen de lo que fue con lo que pudo haber sido y lo que finalmente es, lo que nos dará un poco de consuelo; será el tiempo de poner entre paréntesis nuestros pecados de omisión y pasar lista de aquellos que cometimos por sorpresa, así como de los inadvertidos, todos ellos sin embargo asignados a nuestra cuenta personal.

Para muchos puede parecer extraño y hasta paradójico que sea precisamente en octubre, cuando la luna es más bella, que el aguijón de nuestra contingencia se presente inexorable y en su magnificencia se manifieste la pequeñez de nuestra temporalidad, tal vez para que en su aparente cercanía, podamos comprender con tristeza la lejanía a la que un día decidimos frecuentemente confinar nuestros sueños más acariciados.

Pero es también, a la luz de esa luna, que aún podremos rescatar la sonrisa desestimada, el beso que se nos entumió de frío o las palabras por miedo nunca pronunciamos. Y tal vez sea en octubre, con la brillantez de su luna, que podamos ser capaces de distinguir ambas fronteras de nuestra vida, pues más tarde el invierno las cubrirá de nieve y hará imposible distinguir en ella sus rastros, y como dice el poeta, esté “ya sin olor el póstumo retoño, que nos dejó la enredadera trunca”.

Pero lo más extraño y paradójico estará también en el hecho maravilloso de que juntamente con el anuncio de la declinación de algunas vidas, se encuentre el del arribo de otras que tímidamente inician su camino hacia la plenitud. Y son como esas miríadas de mariposas que en sus crisálidas han esperado con ilusión el beso tibio del otoño para empezar a vestir más tarde de gloriosos colores el paisaje, para así participar en la hermosa danza del regocijo por la existencia. De esta forma, en octubre la luna es promesa que se cumple y es por otro lado oferta de promesas, como sucede con las hojas de los árboles que amarillentas caen para permitir que otras ramas puedan florecer en la primavera siguiente.

Así, en octubre, el fascinante misterio de la vida se repite en la bella metáfora de su luna, tanto en el rostro asombrado del que ve -dice el poeta- por vez primera “el nacimiento de una rosa nueva frente a el alba”, como en el de aquel que asombrado recuerda que un día vivió y amó y cuando pudo -dice el poeta de nuevo- “lanzó su pobre voz ignorada ante el coro gigantesco de los demás hombres”. Y que sea en octubre que descubramos cómo entre el nacer y el morir está Dios como equilibrio para entender el privilegio que tuvimos al participar de ambos.

Quizás en una de esas lunas, radiantes y magníficas, descubramos alucinados nuestra raíz estelar, nuestra apetencia de vida, nuestro distante sentido de la muerte y la gloria feliz de nuestro recién descubierto panteísmo. Y tal vez en otra de esas sus bellas noches enlunadas, seamos conscientes de que nuestro horizonte fue siempre la trascendencia y nuestro destino final, nuestro santuario definitivo.

Y será entonces que, como alborozada estrella que fue testimonio fiel de nuestros sueños, brillará con nosotros y por siempre, esa luna de octubre, nuestra sonriente compañera, mientras suavemente se desliza nuestra vida, en su contraluz, entre la magia infinita de la danza de las demás estrellas.

LUNA DE OCTUBRE.

“luna de octubre,

siete lunas cubre…”

Refrán popular

Rubén Núñez de Cáceres V.

Cuando la luna de octubre aparece, radiante y magnífica, y discretamente nos anuncia los tiempos y destiempo de la vida, quienes han tenido el privilegio de andar un buen trecho ya de su camino, dan un repaso al manual de instrucciones para vivir que cada quien tuvo la responsabilidad de diseñar; inician el análisis de sus saldos, preparan el balance que conciliará sus estados de pérdidas y ganancias, y comienzan así la cuenta regresiva que les significará desandar poco a poco la increíble aventura de su existencia.

A todos los seres humanos ese octubre nos llegará un día. Quizá sea en el esplendor de su luna, que comenzaremos a entender cabalmente el sentido de nuestro caminar y a recuperar el rumor de lo pasado en las ensoñaciones del presente para constituirlo en esperanza cierta de permanencia. Posiblemente entonces podamos conjugar la imagen de lo que fue con lo que pudo haber sido y lo que finalmente es, lo que nos dará un poco de consuelo; será el tiempo de poner entre paréntesis nuestros pecados de omisión y pasar lista de aquellos que cometimos por sorpresa, así como de los inadvertidos, todos ellos sin embargo asignados a nuestra cuenta personal.

Para muchos puede parecer extraño y hasta paradójico que sea precisamente en octubre, cuando la luna es más bella, que el aguijón de nuestra contingencia se presente inexorable y en su magnificencia se manifieste la pequeñez de nuestra temporalidad, tal vez para que en su aparente cercanía, podamos comprender con tristeza la lejanía a la que un día decidimos frecuentemente confinar nuestros sueños más acariciados.

Pero es también, a la luz de esa luna, que aún podremos rescatar la sonrisa desestimada, el beso que se nos entumió de frío o las palabras por miedo nunca pronunciamos. Y tal vez sea en octubre, con la brillantez de su luna, que podamos ser capaces de distinguir ambas fronteras de nuestra vida, pues más tarde el invierno las cubrirá de nieve y hará imposible distinguir en ella sus rastros, y como dice el poeta, esté “ya sin olor el póstumo retoño, que nos dejó la enredadera trunca”.

Pero lo más extraño y paradójico estará también en el hecho maravilloso de que juntamente con el anuncio de la declinación de algunas vidas, se encuentre el del arribo de otras que tímidamente inician su camino hacia la plenitud. Y son como esas miríadas de mariposas que en sus crisálidas han esperado con ilusión el beso tibio del otoño para empezar a vestir más tarde de gloriosos colores el paisaje, para así participar en la hermosa danza del regocijo por la existencia. De esta forma, en octubre la luna es promesa que se cumple y es por otro lado oferta de promesas, como sucede con las hojas de los árboles que amarillentas caen para permitir que otras ramas puedan florecer en la primavera siguiente.

Así, en octubre, el fascinante misterio de la vida se repite en la bella metáfora de su luna, tanto en el rostro asombrado del que ve -dice el poeta- por vez primera “el nacimiento de una rosa nueva frente a el alba”, como en el de aquel que asombrado recuerda que un día vivió y amó y cuando pudo -dice el poeta de nuevo- “lanzó su pobre voz ignorada ante el coro gigantesco de los demás hombres”. Y que sea en octubre que descubramos cómo entre el nacer y el morir está Dios como equilibrio para entender el privilegio que tuvimos al participar de ambos.

Quizás en una de esas lunas, radiantes y magníficas, descubramos alucinados nuestra raíz estelar, nuestra apetencia de vida, nuestro distante sentido de la muerte y la gloria feliz de nuestro recién descubierto panteísmo. Y tal vez en otra de esas sus bellas noches enlunadas, seamos conscientes de que nuestro horizonte fue siempre la trascendencia y nuestro destino final, nuestro santuario definitivo.

Y será entonces que, como alborozada estrella que fue testimonio fiel de nuestros sueños, brillará con nosotros y por siempre, esa luna de octubre, nuestra sonriente compañera, mientras suavemente se desliza nuestra vida, en su contraluz, entre la magia infinita de la danza de las demás estrellas.

LUNA DE OCTUBRE.

“luna de octubre,

siete lunas cubre…”

Refrán popular

Rubén Núñez de Cáceres V.