/ martes 15 de octubre de 2019

Manera de protestar


Estimado lector, le tengo una solución fácil y sencilla para encauzar el enojo que provoca la impunidad rampante y el abuso de erario.

Me refiero a hacer lo que en otras latitudes, al momento de exponer una queja.

En Israel, cuando alguien agobiado por los problemas que lo acosan siente la urgente necesidad de ser escuchado, y así aliviar su pesada carga, acude a un lugar de Jerusalén que considerado sagrado, ha adquirido fama en el mundo entero como el Muro de las Lamentaciones. El apesadumbrado visitante, establece comunicación con Dios y le habla de todo lo que acontece. Postrado, en fervoroso recogimiento, habla, llora, reza, pide, promete, exige. Después de la visita, naturalmente se siente bien: ha hecho su catarsis. Todo en santa paz.

En Londres, ocurre más o menos lo mismo. En céntrico parque de la ciudad, hay un lugar llamado “Speakers Corner”, donde los ciudadanos que desean protestar por algún agravio del poder o quieran criticar al gobierno, a la Reina, al técnico de su selección de futbol o quejarse de sus diputados, simplemente se suben a un banquillo que ahí se encuentra ex profeso y sacan de su ronco pecho todo lo que llevan dentro. Terminado su discurso, toman el sombrero y se retiran tranquilamente a almorzar. Y “todos contentos”.

En México, hace décadas las dependencias oficiales disponen de un buzón de quejas o algo similar. A veces es una oficina grande o pequeña. Ahí la gente se dirige en persona o por escrito con el original y tres copias de rigor, y les hace saber a las autoridades su descontento o molestia, lo cual, por cierto, no siempre recibe respuesta satisfactoria; pero de que todo mundo tiene derecho de reclamo, ni duda cabe. Y “todos contentos”.

No es tan complicado, deveras.


Estimado lector, le tengo una solución fácil y sencilla para encauzar el enojo que provoca la impunidad rampante y el abuso de erario.

Me refiero a hacer lo que en otras latitudes, al momento de exponer una queja.

En Israel, cuando alguien agobiado por los problemas que lo acosan siente la urgente necesidad de ser escuchado, y así aliviar su pesada carga, acude a un lugar de Jerusalén que considerado sagrado, ha adquirido fama en el mundo entero como el Muro de las Lamentaciones. El apesadumbrado visitante, establece comunicación con Dios y le habla de todo lo que acontece. Postrado, en fervoroso recogimiento, habla, llora, reza, pide, promete, exige. Después de la visita, naturalmente se siente bien: ha hecho su catarsis. Todo en santa paz.

En Londres, ocurre más o menos lo mismo. En céntrico parque de la ciudad, hay un lugar llamado “Speakers Corner”, donde los ciudadanos que desean protestar por algún agravio del poder o quieran criticar al gobierno, a la Reina, al técnico de su selección de futbol o quejarse de sus diputados, simplemente se suben a un banquillo que ahí se encuentra ex profeso y sacan de su ronco pecho todo lo que llevan dentro. Terminado su discurso, toman el sombrero y se retiran tranquilamente a almorzar. Y “todos contentos”.

En México, hace décadas las dependencias oficiales disponen de un buzón de quejas o algo similar. A veces es una oficina grande o pequeña. Ahí la gente se dirige en persona o por escrito con el original y tres copias de rigor, y les hace saber a las autoridades su descontento o molestia, lo cual, por cierto, no siempre recibe respuesta satisfactoria; pero de que todo mundo tiene derecho de reclamo, ni duda cabe. Y “todos contentos”.

No es tan complicado, deveras.