/ sábado 5 de mayo de 2018

María Tereza Montoya, La gran trágica del teatro

Con el presente artículo pretendo rendir un homenaje a cuatro grandes presencias del teatro en México en igual número de entregas...

María Tereza Montoya (en cuyo nombre artístico sustituyó la “s” por la “z” en Tereza), Esperanza Iris, María Conesa y Virginia Fábregas, mujeres que, pese al oprobioso machismo imperante de la época supieron escalar la fama e instalarse en la cúspide no sólo de la farándula sino de la cultura y, en algunos casos, de la vida social y política del México de la primera mitad del siglo veinte.

Existe gente que nació para la grandeza, para ser admirada. Es el caso de María Tereza Montoya (1900-1970), a quien una vez el gran dramaturgo y Premio Nobel de Literatura, Jacinto Benavente, describiera como “la elegida del arte, artista más que actriz, no representa, vive sus creaciones”.

El suceso que marcaría su vida y la ligaría en definitiva al teatro es el hecho que en 1908 fallece su padre, Felipe Montoya, ocasionando con esto problemas económicos en la familia, obligándola a contratarse en las compañías de teatro de ese tiempo para poder ayudar a su madre y hermano. Cambia la “s” en su nombre de Teresa por la “z” por recomendación de una adivina que le dice que al hacerlo le daría mayor suerte. En 1917, con tan solo 17 años, se convierte en empresaria (condición que la acompañó como su segunda carrera. Ella misma solventa en 1952 la construcción del teatro María Tereza Montoya en Monterrey, el cual continúa abierto al público) y forma su propia compañía teatral, convirtiéndose no sólo en una actriz exitosa, sino también en la embajadora del teatro mexicano, ya que presenta sus obras en Centro y Sudamérica, así como en España en donde la llegaron a nombrar María Tereza, Argonauta del Arte.

Intelectuales del momento se rinden a su arte, “La mejor trágica del teatro en castellano actual", menciono Rafael Alberti. Rosario Castellanos dijo: "Ninguna como ella, dueña de todas las pasiones humanas". Presidentes en turno la idolatraron: Abelardo L. Rodríguez le pide inaugurar el Palacio de Bellas Artes, el 29 de septiembre de 1934 con "La Verdad Sospechosa" del escritor Juan Ruiz de Alarcón, dirigida por Alfredo Gómez de la Vega. En 1947 el presidente, Miguel Alemán Valdés por los éxitos de sus giras nacionales y extranjeras, la nombra Embajadora Artística de México (en Uruguay existe una calle que lleva su nombre).

El presidente Adolfo López Mateos le otorga una pensión vitalicia por considerarla gloria nacional. Por si fuera poco, sus propios compañeros del medio la admiraban y la tienen como una mujer valiente, pues junto a otros grandes de la escena como Mario Moreno “Cantinflas”, Fernando y Andrés Soler, Jorge Negrete, Sara García, José Elías Moreno fundan la Asociación Nacional de Actores, para salvaguardar y proteger sus derechos, que en ese momento se encontraban a merced de los grandes productores nacionales y extranjeros.

María Tereza Montoya (1900- 1970) fue una mujer salida del pueblo, dedicada a su público, desde 1941 consiguió que todos los estudiantes pudieran entrar en forma gratuita a ver sus obras, mostrando únicamente su credencial. “La Montoya, La Gran Trágica”, como se le conoció, fue una mujer apasionada por el teatro, lo respiraba, lo vivía intensamente, estaba siempre arriba más de los escenarios, que entre los simples mortales. La Montoya, diva del teatro, mujer empresaria, el teatro fue su todo (sus escasas apariciones fílmicas o televisivas lo avalan). La última obra en la que participó fue “Mere Courage”, de Bertold Brecht.

Existe una anécdota contada por su hija la desaparecida actriz Alicia Montoya (1920-2002), sobre el carácter, temperamento, y devoción que Maria Tereza le tenía al quehacer teatral. Su madre actuaba en la obra Madame Butterfly interpretando al personaje principal, Alicia sólo contaba con algunos años de edad, representaba al dolor. A punto de salir a escena alguien le entregó un chicle, el cual empezó a masticar inmediatamente. En el escenario, Madame Butterfly agonizaba a los pies de la niña. Alicia, que le tocaba decir una breve línea, comenzó a balbucear por la goma de mascar, entre los estertores de la muerte. La Montoya le murmuró indignada: “Trágate el chicloso”. Cuando el telón cayó y el público aplaudía de pie, María Tereza tomó de los hombros a su hija y le gritó: “¡El teatro es sagrado, entiéndelo, el teatro es sagrado!”.

Con el presente artículo pretendo rendir un homenaje a cuatro grandes presencias del teatro en México en igual número de entregas...

María Tereza Montoya (en cuyo nombre artístico sustituyó la “s” por la “z” en Tereza), Esperanza Iris, María Conesa y Virginia Fábregas, mujeres que, pese al oprobioso machismo imperante de la época supieron escalar la fama e instalarse en la cúspide no sólo de la farándula sino de la cultura y, en algunos casos, de la vida social y política del México de la primera mitad del siglo veinte.

Existe gente que nació para la grandeza, para ser admirada. Es el caso de María Tereza Montoya (1900-1970), a quien una vez el gran dramaturgo y Premio Nobel de Literatura, Jacinto Benavente, describiera como “la elegida del arte, artista más que actriz, no representa, vive sus creaciones”.

El suceso que marcaría su vida y la ligaría en definitiva al teatro es el hecho que en 1908 fallece su padre, Felipe Montoya, ocasionando con esto problemas económicos en la familia, obligándola a contratarse en las compañías de teatro de ese tiempo para poder ayudar a su madre y hermano. Cambia la “s” en su nombre de Teresa por la “z” por recomendación de una adivina que le dice que al hacerlo le daría mayor suerte. En 1917, con tan solo 17 años, se convierte en empresaria (condición que la acompañó como su segunda carrera. Ella misma solventa en 1952 la construcción del teatro María Tereza Montoya en Monterrey, el cual continúa abierto al público) y forma su propia compañía teatral, convirtiéndose no sólo en una actriz exitosa, sino también en la embajadora del teatro mexicano, ya que presenta sus obras en Centro y Sudamérica, así como en España en donde la llegaron a nombrar María Tereza, Argonauta del Arte.

Intelectuales del momento se rinden a su arte, “La mejor trágica del teatro en castellano actual", menciono Rafael Alberti. Rosario Castellanos dijo: "Ninguna como ella, dueña de todas las pasiones humanas". Presidentes en turno la idolatraron: Abelardo L. Rodríguez le pide inaugurar el Palacio de Bellas Artes, el 29 de septiembre de 1934 con "La Verdad Sospechosa" del escritor Juan Ruiz de Alarcón, dirigida por Alfredo Gómez de la Vega. En 1947 el presidente, Miguel Alemán Valdés por los éxitos de sus giras nacionales y extranjeras, la nombra Embajadora Artística de México (en Uruguay existe una calle que lleva su nombre).

El presidente Adolfo López Mateos le otorga una pensión vitalicia por considerarla gloria nacional. Por si fuera poco, sus propios compañeros del medio la admiraban y la tienen como una mujer valiente, pues junto a otros grandes de la escena como Mario Moreno “Cantinflas”, Fernando y Andrés Soler, Jorge Negrete, Sara García, José Elías Moreno fundan la Asociación Nacional de Actores, para salvaguardar y proteger sus derechos, que en ese momento se encontraban a merced de los grandes productores nacionales y extranjeros.

María Tereza Montoya (1900- 1970) fue una mujer salida del pueblo, dedicada a su público, desde 1941 consiguió que todos los estudiantes pudieran entrar en forma gratuita a ver sus obras, mostrando únicamente su credencial. “La Montoya, La Gran Trágica”, como se le conoció, fue una mujer apasionada por el teatro, lo respiraba, lo vivía intensamente, estaba siempre arriba más de los escenarios, que entre los simples mortales. La Montoya, diva del teatro, mujer empresaria, el teatro fue su todo (sus escasas apariciones fílmicas o televisivas lo avalan). La última obra en la que participó fue “Mere Courage”, de Bertold Brecht.

Existe una anécdota contada por su hija la desaparecida actriz Alicia Montoya (1920-2002), sobre el carácter, temperamento, y devoción que Maria Tereza le tenía al quehacer teatral. Su madre actuaba en la obra Madame Butterfly interpretando al personaje principal, Alicia sólo contaba con algunos años de edad, representaba al dolor. A punto de salir a escena alguien le entregó un chicle, el cual empezó a masticar inmediatamente. En el escenario, Madame Butterfly agonizaba a los pies de la niña. Alicia, que le tocaba decir una breve línea, comenzó a balbucear por la goma de mascar, entre los estertores de la muerte. La Montoya le murmuró indignada: “Trágate el chicloso”. Cuando el telón cayó y el público aplaudía de pie, María Tereza tomó de los hombros a su hija y le gritó: “¡El teatro es sagrado, entiéndelo, el teatro es sagrado!”.

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