/ lunes 20 de agosto de 2018

Con café y a media luz | Matrimonio y mortaja…

Recientemente escuchélas declaraciones del empresario Alfonso Romo, personaje de singular renombre en el gabinete del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, por tener un pasado que, según dijera Ricardo Anaya, le mereció en su momento la crítica, censura y dolo de su actual jefe. Curiosidades del destino, actualmente es su mano derecha en este momento de transición gubernamental.

Después de haber celebrado una reunión con prominentes hombres de negocios de nuestro país, a quienes por cierto AMLO en su momento les adjetivó de fea forma y éstos contraatacaron a su modo durante las campañas al oriundo de Macuspana, principalmente por el tema del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, todo parece indicar que las paces entre las dos fuerzas ya se hicieron y hoy trabajarán en unidad.

Al salir de esta reunión los medios de comunicación de cobertura nacional entrevistaron a “don Poncho” y, este caballero, ufano y sonriente, contestó sin cortapisas que “La luna de miel entre los empresarios y el futuro presidente de México ya era un matrimonio”, aduciendo, por supuesto, a que se había consolidado la relación, tal y como lo escribí en el párrafo anterior.


Lo que no me quedó claro es si este buen hombre estaba presumiendo o se estaba quejando, y verá usted por qué, gentil amigo lector, que en esta mañana me permite robarle tres minutos de su tiempo al leer este artículo.


En la construcción del mito del amor entre dos personas hay fases sumamente interesantes y que se han presentado a lo largo del vínculo que en la actualidad tiene Andrés Manuel y los actores económicos más prominentes de la nación.

Primero, los futuros enamorados se detestan; no se soportan y si es posible estar retirado el uno del otro es mejor. Desdeñan entre sí las atenciones obligadas y se limitan al saludo cuando coinciden en reunión o lugar y, cuando no se escuchan, se lanzan fuertes críticas esperando ser secundados por sus respectivos grupos que también “miran feo” a la contraparte.

Después, alguna condición no esperada los termina poniendo en el mismo camino y se percatan de manera involuntaria u obligada, de que su némesis no es tan desagradable y comienza a “florecer la dulce y rozagante semilla del amor disfrazado de tierna simpatía”. Empiezan los coqueteos y los juegos que obligan a tomarse “de la manita” y los apodos agresivos y a la vez “cariñosones”, algo así como “coquito”, “pelón”, “lopitoz”, o qué se yo.

Como dictan las historias cursilonas de las telenovelas de media tarde, el amor triunfa ante cualquier adversidad y, en un arrebato de pasión, cariño y un poco de falta de cordura, prudencia y sensatez, los personajes centrales se desposan y se juran amor eterno, aunque este dure cien capítulos, dos temporadas o seis años, como usted guste contabilizarlos.

Es cuando empieza la “luna de miel” en el que ambas partes bailotean y brincan en un mundo donde todo es color de rosa y hay nubes de algodón y la lluvia está formada por gotas de miel agave para evitar la diabetes ante tanto dulzor. Los “tórtolos se hacen piojito” y nunca dejan de sonreír. ¿Usted dejó de sonreír durante su luna de miel, gentil amigo lector?


En esta etapa del apapacho marital la dama “oxida los aretes” por la humedad de una sonrisa “de oreja a oreja” y, el caballero”, derrocha galantería y talco con bicarbonato de sodio para que no le “rujan los roedores” ni le “chiflen las patrullas”.

Una vez que este tierno episodio concluye y “empieza lo bueno” del matrimonio, es cuando aparecen los pleitos, las molestias, las incomodidades, las discusiones y hasta el intercambio de maternales recordatorios en los que se asegura que las suegras provienen de aquel ignoto lugar en el que moran las cosas rotas y desgastadas.

Es en este “estira y afloja” en el que aparecen las verdaderas personalidades de los contraídos en maridaje, cada uno exige lo que considera que por derecho le corresponde y en la misma equidad y magnitud de lo que ha ofrecido a su consorte. Un cielo otrora iluminado se ha oscurecido por nubarrones de reclamos y mentadas y, nuevamente, en esta negrura, se observan sin dificultad los defectos olvidados de la contraparte.

Si el recurso, cualquier que este fuese, empieza a escasear, se corre el riesgo de que se aplique la ley aquella que se encierra en el sabio refrán: “Cuando el dinero sale por la puerta, el amor escapa por la ventana”. Tal y como sabemos que ocurre a partir del cuarto año de cada sexenio. El presupuesto empieza a agotarse, se toman medidas de austeridad, el dinero etiquetado se ha redirigido a otros programas, se busca el reajuste de lo ya asignado y la balanza del peso en el mercado no favorece a nadie.

Y así, después de tantos “dimes y diretes”, la pareja que se había jurado estar en las buenas y en las malas, en la salud y en la adversidad, en la abundancia y en la pobreza, empiezan a separarse y a frecuentar, cada uno y por su cuenta, a nuevos candidatos y partidos, mientras se está entretejiendo el divorcio para darle rienda suelta a un nuevo amor.


Así que, después de esto, insisto: Alfonso Romo, ¿Estaba presumiendo o se estaba quejando?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Recientemente escuchélas declaraciones del empresario Alfonso Romo, personaje de singular renombre en el gabinete del presidente electo Andrés Manuel López Obrador, por tener un pasado que, según dijera Ricardo Anaya, le mereció en su momento la crítica, censura y dolo de su actual jefe. Curiosidades del destino, actualmente es su mano derecha en este momento de transición gubernamental.

Después de haber celebrado una reunión con prominentes hombres de negocios de nuestro país, a quienes por cierto AMLO en su momento les adjetivó de fea forma y éstos contraatacaron a su modo durante las campañas al oriundo de Macuspana, principalmente por el tema del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México, todo parece indicar que las paces entre las dos fuerzas ya se hicieron y hoy trabajarán en unidad.

Al salir de esta reunión los medios de comunicación de cobertura nacional entrevistaron a “don Poncho” y, este caballero, ufano y sonriente, contestó sin cortapisas que “La luna de miel entre los empresarios y el futuro presidente de México ya era un matrimonio”, aduciendo, por supuesto, a que se había consolidado la relación, tal y como lo escribí en el párrafo anterior.


Lo que no me quedó claro es si este buen hombre estaba presumiendo o se estaba quejando, y verá usted por qué, gentil amigo lector, que en esta mañana me permite robarle tres minutos de su tiempo al leer este artículo.


En la construcción del mito del amor entre dos personas hay fases sumamente interesantes y que se han presentado a lo largo del vínculo que en la actualidad tiene Andrés Manuel y los actores económicos más prominentes de la nación.

Primero, los futuros enamorados se detestan; no se soportan y si es posible estar retirado el uno del otro es mejor. Desdeñan entre sí las atenciones obligadas y se limitan al saludo cuando coinciden en reunión o lugar y, cuando no se escuchan, se lanzan fuertes críticas esperando ser secundados por sus respectivos grupos que también “miran feo” a la contraparte.

Después, alguna condición no esperada los termina poniendo en el mismo camino y se percatan de manera involuntaria u obligada, de que su némesis no es tan desagradable y comienza a “florecer la dulce y rozagante semilla del amor disfrazado de tierna simpatía”. Empiezan los coqueteos y los juegos que obligan a tomarse “de la manita” y los apodos agresivos y a la vez “cariñosones”, algo así como “coquito”, “pelón”, “lopitoz”, o qué se yo.

Como dictan las historias cursilonas de las telenovelas de media tarde, el amor triunfa ante cualquier adversidad y, en un arrebato de pasión, cariño y un poco de falta de cordura, prudencia y sensatez, los personajes centrales se desposan y se juran amor eterno, aunque este dure cien capítulos, dos temporadas o seis años, como usted guste contabilizarlos.

Es cuando empieza la “luna de miel” en el que ambas partes bailotean y brincan en un mundo donde todo es color de rosa y hay nubes de algodón y la lluvia está formada por gotas de miel agave para evitar la diabetes ante tanto dulzor. Los “tórtolos se hacen piojito” y nunca dejan de sonreír. ¿Usted dejó de sonreír durante su luna de miel, gentil amigo lector?


En esta etapa del apapacho marital la dama “oxida los aretes” por la humedad de una sonrisa “de oreja a oreja” y, el caballero”, derrocha galantería y talco con bicarbonato de sodio para que no le “rujan los roedores” ni le “chiflen las patrullas”.

Una vez que este tierno episodio concluye y “empieza lo bueno” del matrimonio, es cuando aparecen los pleitos, las molestias, las incomodidades, las discusiones y hasta el intercambio de maternales recordatorios en los que se asegura que las suegras provienen de aquel ignoto lugar en el que moran las cosas rotas y desgastadas.

Es en este “estira y afloja” en el que aparecen las verdaderas personalidades de los contraídos en maridaje, cada uno exige lo que considera que por derecho le corresponde y en la misma equidad y magnitud de lo que ha ofrecido a su consorte. Un cielo otrora iluminado se ha oscurecido por nubarrones de reclamos y mentadas y, nuevamente, en esta negrura, se observan sin dificultad los defectos olvidados de la contraparte.

Si el recurso, cualquier que este fuese, empieza a escasear, se corre el riesgo de que se aplique la ley aquella que se encierra en el sabio refrán: “Cuando el dinero sale por la puerta, el amor escapa por la ventana”. Tal y como sabemos que ocurre a partir del cuarto año de cada sexenio. El presupuesto empieza a agotarse, se toman medidas de austeridad, el dinero etiquetado se ha redirigido a otros programas, se busca el reajuste de lo ya asignado y la balanza del peso en el mercado no favorece a nadie.

Y así, después de tantos “dimes y diretes”, la pareja que se había jurado estar en las buenas y en las malas, en la salud y en la adversidad, en la abundancia y en la pobreza, empiezan a separarse y a frecuentar, cada uno y por su cuenta, a nuevos candidatos y partidos, mientras se está entretejiendo el divorcio para darle rienda suelta a un nuevo amor.


Así que, después de esto, insisto: Alfonso Romo, ¿Estaba presumiendo o se estaba quejando?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!