/ lunes 15 de julio de 2019

Mauricio Garcés ya está en su casa

Mauricio Garcés, moralmente, ya está en su casa, en Tampico.

Y mirará sempiternamente hacia el Palacio de Gobierno para recordarnos que él no salió de la estulticia de la política sino de algo más hondo, genuino y extraño: el cariño de la gente.

Porque eso es Mauricio Garcés: un actor que la gente de su terruño ha querido siempre y desde siempre. De galán cómico a ingenioso manejador del idioma, como lo apuntó alguna vez el todólogo Carlos Monsiváis: Mauricio manejó en sus filmes con ingenio y habilidad el habla popular.

Mauricio no participó en ninguna gesta heroica de guerra contra invasores extranjeros, ni participó en decretos de leyes, ni perteneció a partido político alguno. Sus armas fueron su gracia y su talento actorales. No más. Y ahora está allí, en la Plaza de Armas, garboso, hierático, accesible para que los tampiqueños y los turistas se tomen fotos con él. Mauricio está convertido en estatua. Es lugar común la historia de la función conmemorativa de las estatuas, a lo largo de las civilizaciones y sistemas políticos. Las estatuas resaltan la figura de personajes notables (zares, héroes, gobernantes, etc.) e, igualmente, destacan y perpetúan las proezas del pueblo ornamental.

El que sea un personaje del pueblo y pedido por el mismo pueblo a lo largo de décadas, hacen que el esfuerzo de las autoridades locales por concretar el proyecto de una estatua al galán Garcés valga la pena.

Mauricio ya está en casa. Y hay que estar alegres porque fue un actor que dijo con orgullo que era oriundo de Tampico y eso, siendo famoso, no es cosa desapercibida porque está implícito la difusión del terruño. Vaya, si hasta Jaimito el Cartero tiene su estatua en Tangamandapio, Michoacán.

En términos del cine mexicano, Mauricio Garcés se significó por un rol insuperable y perenne: el del galán cuya fobia contra el matrimonio era proporcional a su ridículo botín en el amor.

Mauricio Garcés fue de veras cómico y algunas de sus películas en sí mismas fueron un género aparte. Baste citar Don Juan 67, dirigida por Carlos Velo, donde extiende su garbo en todo el filme, huyendo siempre de las mujeres que lo querían para marido. “Para qué hacer desgraciada a una si puedo hacer felices a muchas”, espetaba Mauricio en sus diálogos. Así, de manera ad hoc al personaje, sin la monserga del moderno y a veces cuestionable me too.

Mauricio Garcés está aquí, en la Plaza de Armas…

Mauricio Garcés, moralmente, ya está en su casa, en Tampico.

Y mirará sempiternamente hacia el Palacio de Gobierno para recordarnos que él no salió de la estulticia de la política sino de algo más hondo, genuino y extraño: el cariño de la gente.

Porque eso es Mauricio Garcés: un actor que la gente de su terruño ha querido siempre y desde siempre. De galán cómico a ingenioso manejador del idioma, como lo apuntó alguna vez el todólogo Carlos Monsiváis: Mauricio manejó en sus filmes con ingenio y habilidad el habla popular.

Mauricio no participó en ninguna gesta heroica de guerra contra invasores extranjeros, ni participó en decretos de leyes, ni perteneció a partido político alguno. Sus armas fueron su gracia y su talento actorales. No más. Y ahora está allí, en la Plaza de Armas, garboso, hierático, accesible para que los tampiqueños y los turistas se tomen fotos con él. Mauricio está convertido en estatua. Es lugar común la historia de la función conmemorativa de las estatuas, a lo largo de las civilizaciones y sistemas políticos. Las estatuas resaltan la figura de personajes notables (zares, héroes, gobernantes, etc.) e, igualmente, destacan y perpetúan las proezas del pueblo ornamental.

El que sea un personaje del pueblo y pedido por el mismo pueblo a lo largo de décadas, hacen que el esfuerzo de las autoridades locales por concretar el proyecto de una estatua al galán Garcés valga la pena.

Mauricio ya está en casa. Y hay que estar alegres porque fue un actor que dijo con orgullo que era oriundo de Tampico y eso, siendo famoso, no es cosa desapercibida porque está implícito la difusión del terruño. Vaya, si hasta Jaimito el Cartero tiene su estatua en Tangamandapio, Michoacán.

En términos del cine mexicano, Mauricio Garcés se significó por un rol insuperable y perenne: el del galán cuya fobia contra el matrimonio era proporcional a su ridículo botín en el amor.

Mauricio Garcés fue de veras cómico y algunas de sus películas en sí mismas fueron un género aparte. Baste citar Don Juan 67, dirigida por Carlos Velo, donde extiende su garbo en todo el filme, huyendo siempre de las mujeres que lo querían para marido. “Para qué hacer desgraciada a una si puedo hacer felices a muchas”, espetaba Mauricio en sus diálogos. Así, de manera ad hoc al personaje, sin la monserga del moderno y a veces cuestionable me too.

Mauricio Garcés está aquí, en la Plaza de Armas…