/ lunes 24 de septiembre de 2018

Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio

Ante el cine denuncia no queda más remedio que la atención redimida y dispuesta a tomar o no partido, acorde a la ideología compartida.

Si en Osama/2003, filme que aborda el destino infame de las niñas bajo el régimen del talibán o en La bicicleta verde/ 2012, que desmenuza el prejuicio brutal contra las decisiones de las niñas en algunos países árabes, en Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio/ 2014-Yemen-Francia - Emiratos Árabes Unidos, de Khadija Al-Salami, el asombro bordea el asco moral ante los casos (legales, permitidos) de los matrimonios en Yemen entre niñas a partir de los ochos años con hombres adultos.

La directora Khadija Al-Salami, quien vivió en carne propia tal suplicio a los 11 años, explora con honestidad dramática la verdadera historia de Najood Ali plasmada en un libro y que llevó al debate esta práctica en ese país.

El filme empieza sin ambages: la niña Nojoom/Reham Mohammed, con la idea de ir a comprar pan para el desayuno de su esposo, toma un taxi hacia el tribunal a pedir el divorcio. Posteriormente veremos la vida de Nojoom en su pueblo con su familia y su traslado a la ciudad.

La elipsis no es un círculo dantesco, es más bien un intento (fallido por lo obvio) de las condiciones sociales y patriarcales de los protagonistas y que desembocarán en la venta de la niña a su futuro marido.

Los estadios de animosidad del público occidental ante este tipo de filmes no es sorpresiva: priva el azoro y la indignación. De allí que la narrativa requiera destreza y una sana distancia emocional del hecho para que el dardo dé en el blanco. Cosa que la directora Al-Salami a ratos no evita y allí que la cinta se desdibuje – desde la perspectiva estética – en un esquema didáctico e innecesario (especialmente el desenlace en versión musical en el hálito de Quisiera ser millonario/2008).

Si bien los ritmos logrados en exteriores es lo mejor de la cinta (captados con teleobjetivos), algunas secuencias pusieron en riesgo la integridad de los actores dándole al filme un agradecible tono de verosimilitud que se hila con diálogos de verdadera escatología: “Madre, me hace hacerle cosas asquerosas”, a la par que la mujer le responde que es su marido y tiene derecho.

Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio es un poderoso acercamiento directo, con conocimiento de causa acerca de un modo de vivir y acorde a una cultura específica donde la esperanza de aspirar a un futuro amable, exitoso de una niña se topa con varios muros infranqueables…


Ante el cine denuncia no queda más remedio que la atención redimida y dispuesta a tomar o no partido, acorde a la ideología compartida.

Si en Osama/2003, filme que aborda el destino infame de las niñas bajo el régimen del talibán o en La bicicleta verde/ 2012, que desmenuza el prejuicio brutal contra las decisiones de las niñas en algunos países árabes, en Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio/ 2014-Yemen-Francia - Emiratos Árabes Unidos, de Khadija Al-Salami, el asombro bordea el asco moral ante los casos (legales, permitidos) de los matrimonios en Yemen entre niñas a partir de los ochos años con hombres adultos.

La directora Khadija Al-Salami, quien vivió en carne propia tal suplicio a los 11 años, explora con honestidad dramática la verdadera historia de Najood Ali plasmada en un libro y que llevó al debate esta práctica en ese país.

El filme empieza sin ambages: la niña Nojoom/Reham Mohammed, con la idea de ir a comprar pan para el desayuno de su esposo, toma un taxi hacia el tribunal a pedir el divorcio. Posteriormente veremos la vida de Nojoom en su pueblo con su familia y su traslado a la ciudad.

La elipsis no es un círculo dantesco, es más bien un intento (fallido por lo obvio) de las condiciones sociales y patriarcales de los protagonistas y que desembocarán en la venta de la niña a su futuro marido.

Los estadios de animosidad del público occidental ante este tipo de filmes no es sorpresiva: priva el azoro y la indignación. De allí que la narrativa requiera destreza y una sana distancia emocional del hecho para que el dardo dé en el blanco. Cosa que la directora Al-Salami a ratos no evita y allí que la cinta se desdibuje – desde la perspectiva estética – en un esquema didáctico e innecesario (especialmente el desenlace en versión musical en el hálito de Quisiera ser millonario/2008).

Si bien los ritmos logrados en exteriores es lo mejor de la cinta (captados con teleobjetivos), algunas secuencias pusieron en riesgo la integridad de los actores dándole al filme un agradecible tono de verosimilitud que se hila con diálogos de verdadera escatología: “Madre, me hace hacerle cosas asquerosas”, a la par que la mujer le responde que es su marido y tiene derecho.

Me llamo Nojoom, tengo diez años y quiero el divorcio es un poderoso acercamiento directo, con conocimiento de causa acerca de un modo de vivir y acorde a una cultura específica donde la esperanza de aspirar a un futuro amable, exitoso de una niña se topa con varios muros infranqueables…