/ domingo 25 de octubre de 2020

Médico de cuerpos y almas

Hace algunos años escribí un artículo sobre la noble vocación que cumplen los profesionales de la ciencia médica, inspirado en una novela de la escritora Taylor Caldwell, en la que narra y describe, en un interesante viaje histórico, cómo es que San Lucas, médico y evangelista, logró adquirir el magnífico tesoro de la ciencia de la medicina, para curar los enfermos del cuerpo y el alma y así preservar la vida y vencer a la muerte, tanto en el plano material como en el espiritual Y su testimonio es ahora el imperecedero recuerdo de lo que la medicina y los médicos han significado desde siempre para nuestras vidas.

Quizás ahora, y más que nunca, podamos entender cabalmente lo que implica esta profesión extraordinaria, a menudo poco comprendida, pero que supone una entrega en nada comparable con otras profesiones, desde que exige un entusiasmo y una dedicación distinta: esa que supone formar parte central en la lucha que debe librarse diariamente contra las enfermedades, el miedo a la muerte y la voluntad de vivir.

Ahora vemos a nuestros médicos enfrentándose con decisión y energía a esta cruel e impredecible pandemia que padecemos, siempre en la primera línea, expuestos por lo mismo constantemente a la muerte, a veces con deficiencias en su equipamiento; con horarios abiertos, salarios que casi nunca corresponden a su esfuerzo, con una familia que espera su regreso con ilusión y añoranza, soportando muchas carencias en todos sentidos, pero firmes, con sus rostros marcados por el cansancio, las mascarillas y tantas cosas que deben llevar para protegerse lo más posible. Pero es debido a su sacrificio y su valiente testimonio, que la esperanza de muchos tuvo sentido. Y no son superhéroes, sino seres de carne y hueso, vulnerables e imperfectos como todos nosotros.

La medicina es la oferta que Dios ha hecho al hombre para que pueda con ella paliar el dolor humano y hacer que los enfermos recuperen la salud perdida y la autoestima por su cuerpo, templo vivo de la Divinidad. En esa lucha por lograrlo, contra su invencible enemigo que la muerte es, los médicos, como un día lo hicieron San Lucas y los sanadores babilonios, egipcios, aztecas y romanos, han empeñado su alma y su corazón con la esperanza siempre presente, no de derrotarla definitivamente, lo que es imposible, sino por lo menos de sanar las heridas que durante la refriega por trascender nos infiere la vida, que lo sabemos bien, es tan sólo un préstamo, cuyos intereses podemos devengar sólo a través de la calidad con que seamos capaces de vivirla.

Los médicos aceptan la oferta y por ello durante mucho tiempo se preparan para el desigual combate que deberán librar más adelante, sin perder la fe. Saben que en muchos sentidos, el cuerpo humano sigue siendo un misterio, muchos de cuyos secretos, a pesar del irrefrenable avance de la ciencia, continúan celosamente guardados como ingentes desafíos para el investigador científico. Pero los médicos aceptan también ese desafío, y se actualizan constantemente, leen y estudian los temas que les impidan llegar a su nivel de obsolescencia, analizan los datos más recientes y relevantes del mundo de la medicina y realizan nuevos y brillantes descubrimientos, a veces recluidos en sus laboratorios, presentes en los simposium y congresos de sus especialidades, pero sobre todo con la clínica diaria, con la investigación de campo, y fundamentalmente en su proximidad con los pacientes, comprometidos siempre con aquellos que les buscan para sentir menos fuerte el agujón de su debilidad, cuando la enfermedad les acecha.

Así, el verdadero médico siente hondo en su alma la belleza que se encuentra en el inapreciable servicio que es capaz de dar y que gustoso presta a través de ese don, que aunque inmerecido, un día recibió con alegría y que consiste en tener en sus manos la posibilidad de curar un cuerpo, al tiempo que lleva un poco de paz a su espíritu.

Es entonces cuando el médico, quien sabe que está también rodeado de debilidad, se presenta ante su hermano el hombre, se identifica con él, y más allá de afanes materiales, legítimos por otro lado, trasciende aquello que los ojos humanos por sí solos son incapaces de ver, y sin perder objetividad busca hacerse empático con el dolorido, se esfuerza por multiplicar sus carismas en beneficio de quienes lo requieren y cumple así con el sagrado mandato de sanar -Dios es testigo- a quien necesita de sus manos expertas y de la generosidad de su corazón.

Caldwell exalta en su novela los valores sublimes del ser humano, representados por Lucas, que entran en colisión con la crueldad de una sociedad, que como la romana, estaba en plena decadencia. En muchos sentidos, nuestra moderna sociedad ha perdido también los valores que deberían darnos cohesión como comunidad, tales como el altruísmo, la solidaridad, el sentido de la compasión, la generosidad y la ayuda mutua. Afortunadamente muchos médicos aún practican estas virtudes, nacidas de una vocación en afortunada ruta de encuentro con quienes más los necesitan y hacen de sus vidas fructíferas, el grandioso y benevolente afán por sanar el cuerpo de tantos, juntamente con sus espíritus inmortales. Para todos ellos nuestra gratitud inmarcesible, y nuestro sincero homenaje, en este día dedicado a honrar su nobilísima profesión.

Para la Dra. Marina y el Dr. Roberto P.O.

Y con profunda gratitud a todos los médicos

que han cuidado de nuestros cuerpos,

sin olvidarse de nuestras almas…

Hace algunos años escribí un artículo sobre la noble vocación que cumplen los profesionales de la ciencia médica, inspirado en una novela de la escritora Taylor Caldwell, en la que narra y describe, en un interesante viaje histórico, cómo es que San Lucas, médico y evangelista, logró adquirir el magnífico tesoro de la ciencia de la medicina, para curar los enfermos del cuerpo y el alma y así preservar la vida y vencer a la muerte, tanto en el plano material como en el espiritual Y su testimonio es ahora el imperecedero recuerdo de lo que la medicina y los médicos han significado desde siempre para nuestras vidas.

Quizás ahora, y más que nunca, podamos entender cabalmente lo que implica esta profesión extraordinaria, a menudo poco comprendida, pero que supone una entrega en nada comparable con otras profesiones, desde que exige un entusiasmo y una dedicación distinta: esa que supone formar parte central en la lucha que debe librarse diariamente contra las enfermedades, el miedo a la muerte y la voluntad de vivir.

Ahora vemos a nuestros médicos enfrentándose con decisión y energía a esta cruel e impredecible pandemia que padecemos, siempre en la primera línea, expuestos por lo mismo constantemente a la muerte, a veces con deficiencias en su equipamiento; con horarios abiertos, salarios que casi nunca corresponden a su esfuerzo, con una familia que espera su regreso con ilusión y añoranza, soportando muchas carencias en todos sentidos, pero firmes, con sus rostros marcados por el cansancio, las mascarillas y tantas cosas que deben llevar para protegerse lo más posible. Pero es debido a su sacrificio y su valiente testimonio, que la esperanza de muchos tuvo sentido. Y no son superhéroes, sino seres de carne y hueso, vulnerables e imperfectos como todos nosotros.

La medicina es la oferta que Dios ha hecho al hombre para que pueda con ella paliar el dolor humano y hacer que los enfermos recuperen la salud perdida y la autoestima por su cuerpo, templo vivo de la Divinidad. En esa lucha por lograrlo, contra su invencible enemigo que la muerte es, los médicos, como un día lo hicieron San Lucas y los sanadores babilonios, egipcios, aztecas y romanos, han empeñado su alma y su corazón con la esperanza siempre presente, no de derrotarla definitivamente, lo que es imposible, sino por lo menos de sanar las heridas que durante la refriega por trascender nos infiere la vida, que lo sabemos bien, es tan sólo un préstamo, cuyos intereses podemos devengar sólo a través de la calidad con que seamos capaces de vivirla.

Los médicos aceptan la oferta y por ello durante mucho tiempo se preparan para el desigual combate que deberán librar más adelante, sin perder la fe. Saben que en muchos sentidos, el cuerpo humano sigue siendo un misterio, muchos de cuyos secretos, a pesar del irrefrenable avance de la ciencia, continúan celosamente guardados como ingentes desafíos para el investigador científico. Pero los médicos aceptan también ese desafío, y se actualizan constantemente, leen y estudian los temas que les impidan llegar a su nivel de obsolescencia, analizan los datos más recientes y relevantes del mundo de la medicina y realizan nuevos y brillantes descubrimientos, a veces recluidos en sus laboratorios, presentes en los simposium y congresos de sus especialidades, pero sobre todo con la clínica diaria, con la investigación de campo, y fundamentalmente en su proximidad con los pacientes, comprometidos siempre con aquellos que les buscan para sentir menos fuerte el agujón de su debilidad, cuando la enfermedad les acecha.

Así, el verdadero médico siente hondo en su alma la belleza que se encuentra en el inapreciable servicio que es capaz de dar y que gustoso presta a través de ese don, que aunque inmerecido, un día recibió con alegría y que consiste en tener en sus manos la posibilidad de curar un cuerpo, al tiempo que lleva un poco de paz a su espíritu.

Es entonces cuando el médico, quien sabe que está también rodeado de debilidad, se presenta ante su hermano el hombre, se identifica con él, y más allá de afanes materiales, legítimos por otro lado, trasciende aquello que los ojos humanos por sí solos son incapaces de ver, y sin perder objetividad busca hacerse empático con el dolorido, se esfuerza por multiplicar sus carismas en beneficio de quienes lo requieren y cumple así con el sagrado mandato de sanar -Dios es testigo- a quien necesita de sus manos expertas y de la generosidad de su corazón.

Caldwell exalta en su novela los valores sublimes del ser humano, representados por Lucas, que entran en colisión con la crueldad de una sociedad, que como la romana, estaba en plena decadencia. En muchos sentidos, nuestra moderna sociedad ha perdido también los valores que deberían darnos cohesión como comunidad, tales como el altruísmo, la solidaridad, el sentido de la compasión, la generosidad y la ayuda mutua. Afortunadamente muchos médicos aún practican estas virtudes, nacidas de una vocación en afortunada ruta de encuentro con quienes más los necesitan y hacen de sus vidas fructíferas, el grandioso y benevolente afán por sanar el cuerpo de tantos, juntamente con sus espíritus inmortales. Para todos ellos nuestra gratitud inmarcesible, y nuestro sincero homenaje, en este día dedicado a honrar su nobilísima profesión.

Para la Dra. Marina y el Dr. Roberto P.O.

Y con profunda gratitud a todos los médicos

que han cuidado de nuestros cuerpos,

sin olvidarse de nuestras almas…