/ miércoles 7 de noviembre de 2018

Memorias de otros tiempos

Jugábamos con la novena del ICT 74 en la Liga Intercolonial de Beisbol, aledaña al río Pánuco, allá por el 106.


Ricardo Haro Calvillo (+) está pegado a home, empuñando con firmeza el bate, ante el griterío de las tribunas. Se escucha el grito de primer strike del ampáyer, mientras que Haro, como le decíamos, se aleja dos pasos de la caja de bateo y con la punta del pie derecho remueve la arena. En un cerrar de ojos la pelota viaja hacia las profundidades del jardín izquierdo. El público guarda silencio, sabedores de que un home run puede cambiar el rumbo del partido. ¡foul! grita el ampáyer.

El tiempo se detuvo para todos en ese acogedor parque de gradas de madera de pino verde, al instante que la esférica dibujó una parábola en el cielo azul del verano cálido y oloroso a pasto recién cortado.

El cotejo no llegó a la quinta entrada, porque en mi turno al bate el pitcher rival estampó la esférica en mi espalda y al reclamarle yo, me vi acorralado por los jugadores de la novena contraria. Fue Ricardo el primero en salir del dog out para enfrentarse al grupo que casi me tenía del cogote. Su intrépido acto tuvo éxito. Rápidamente y en medio de risas nos alejamos velozmente del mítico escenario, satisfechos de nuestras diabluras.

Apaciguado el coraje aguerrido propio de la juventud, en la tarde nos dispusimos a dirigir nuestros pasos hacia el parque Alijadores y animar a nuestros peloteros predilectos, Héctor Espino, José Vidal Nicolás, Tom SIlverio, Pedro González, entre otros. Pero eso es otra historia.

PD. A la añoranza debo estas memorias y los compases que quieren sonar, fechas lejanas, sí, pero de un frescor maravilloso. Mis ojos jamás volverán a ver nuevamente esas imágenes, aunque pase un millón de años, lo sé.

“Cuando un amigo se va, queda un terreno baldío, que quiere el tiempo llenar, con las piedras del hastío”, dice Alberto Cortez.


Jugábamos con la novena del ICT 74 en la Liga Intercolonial de Beisbol, aledaña al río Pánuco, allá por el 106.


Ricardo Haro Calvillo (+) está pegado a home, empuñando con firmeza el bate, ante el griterío de las tribunas. Se escucha el grito de primer strike del ampáyer, mientras que Haro, como le decíamos, se aleja dos pasos de la caja de bateo y con la punta del pie derecho remueve la arena. En un cerrar de ojos la pelota viaja hacia las profundidades del jardín izquierdo. El público guarda silencio, sabedores de que un home run puede cambiar el rumbo del partido. ¡foul! grita el ampáyer.

El tiempo se detuvo para todos en ese acogedor parque de gradas de madera de pino verde, al instante que la esférica dibujó una parábola en el cielo azul del verano cálido y oloroso a pasto recién cortado.

El cotejo no llegó a la quinta entrada, porque en mi turno al bate el pitcher rival estampó la esférica en mi espalda y al reclamarle yo, me vi acorralado por los jugadores de la novena contraria. Fue Ricardo el primero en salir del dog out para enfrentarse al grupo que casi me tenía del cogote. Su intrépido acto tuvo éxito. Rápidamente y en medio de risas nos alejamos velozmente del mítico escenario, satisfechos de nuestras diabluras.

Apaciguado el coraje aguerrido propio de la juventud, en la tarde nos dispusimos a dirigir nuestros pasos hacia el parque Alijadores y animar a nuestros peloteros predilectos, Héctor Espino, José Vidal Nicolás, Tom SIlverio, Pedro González, entre otros. Pero eso es otra historia.

PD. A la añoranza debo estas memorias y los compases que quieren sonar, fechas lejanas, sí, pero de un frescor maravilloso. Mis ojos jamás volverán a ver nuevamente esas imágenes, aunque pase un millón de años, lo sé.

“Cuando un amigo se va, queda un terreno baldío, que quiere el tiempo llenar, con las piedras del hastío”, dice Alberto Cortez.