/ martes 26 de noviembre de 2019

Moderno Frankestein

Existe un temor omnipresente, que la técnica de la clonación de órganos humanos y de individuos pueda ser manipulada con fines perversos bajo una justificación en el campo científico...

“Lo que puede hacerse, debe de hacerse”. Evidentemente, la clonación como parte de una nueva normalidad tendría gran impacto. Por ejemplo, para quien desee prolongar su existencia le parecerá magnífico la clonación y obtener de esta forma una copia individual y utilizarla de almacén de órganos. Pero ¿quién o quiénes decidirán a qué personas someter al proceso de clonación o no? Esta es la gran cantidad de interrogantes que hay en relación al patrimonio intangible de la raza humana que se creía a resguardo y ahora desfila por el terreno jabonoso de la bioética. Otra más ¿los líderes de naciones renunciarían a disponer de uno o varios clones que los sustituyan o sirvan de reemplazo temporal ante la eventualidad de experimentar situaciones de riesgo evidente?

Si un clon del candidato Luis Donaldo Colosio hubiera estado en el sitio de su lamentable sacrificio ¿no habría tenido otro destino, lo mismo que John F. Kennedy en su trágica muerte en Dallas, Texas?

La clonación como parte de una nueva normalidad puede causar maneras de delinquir totalmente inéditas, por ejemplo, el rapto de carácter genético y la clonación de órganos sin el consentimiento del donador. Sería suficiente el hurto de un mechón de pelo para obtener copias fieles y quizás mejores que el original, si se desea.

Hay quienes abogan por establecer una moratoria en la investigación y uso de la clonación humana. Solo que demasiadas instituciones tendrían que ponerse de acuerdo y aun en el caso de que llegaran a hacerlo, no existe una garantía en firme de que los gobiernos se adapten a los marcos regulatorios o los apliquen a la letra.

A principios de siglo diecinueve, Mary Shelley escribió sobre la vida de Victor Frankestein, un estudiante de medicina de Londres, Inglaterra, quien juntó huesos de cadáveres para crear un nuevo esqueleto. La genialidad de esta novela reside en que su mítico personaje nos lleva a la capacidad de crear un moderno Prometeo con los órganos de otras personas. Hay que hacer notar que lo hecho por Frankestein fue bajo una regla inmutable que prevalece en el campo científico “lo que puede hacerse, debe de hacerse”.

Existe un temor omnipresente, que la técnica de la clonación de órganos humanos y de individuos pueda ser manipulada con fines perversos bajo una justificación en el campo científico...

“Lo que puede hacerse, debe de hacerse”. Evidentemente, la clonación como parte de una nueva normalidad tendría gran impacto. Por ejemplo, para quien desee prolongar su existencia le parecerá magnífico la clonación y obtener de esta forma una copia individual y utilizarla de almacén de órganos. Pero ¿quién o quiénes decidirán a qué personas someter al proceso de clonación o no? Esta es la gran cantidad de interrogantes que hay en relación al patrimonio intangible de la raza humana que se creía a resguardo y ahora desfila por el terreno jabonoso de la bioética. Otra más ¿los líderes de naciones renunciarían a disponer de uno o varios clones que los sustituyan o sirvan de reemplazo temporal ante la eventualidad de experimentar situaciones de riesgo evidente?

Si un clon del candidato Luis Donaldo Colosio hubiera estado en el sitio de su lamentable sacrificio ¿no habría tenido otro destino, lo mismo que John F. Kennedy en su trágica muerte en Dallas, Texas?

La clonación como parte de una nueva normalidad puede causar maneras de delinquir totalmente inéditas, por ejemplo, el rapto de carácter genético y la clonación de órganos sin el consentimiento del donador. Sería suficiente el hurto de un mechón de pelo para obtener copias fieles y quizás mejores que el original, si se desea.

Hay quienes abogan por establecer una moratoria en la investigación y uso de la clonación humana. Solo que demasiadas instituciones tendrían que ponerse de acuerdo y aun en el caso de que llegaran a hacerlo, no existe una garantía en firme de que los gobiernos se adapten a los marcos regulatorios o los apliquen a la letra.

A principios de siglo diecinueve, Mary Shelley escribió sobre la vida de Victor Frankestein, un estudiante de medicina de Londres, Inglaterra, quien juntó huesos de cadáveres para crear un nuevo esqueleto. La genialidad de esta novela reside en que su mítico personaje nos lleva a la capacidad de crear un moderno Prometeo con los órganos de otras personas. Hay que hacer notar que lo hecho por Frankestein fue bajo una regla inmutable que prevalece en el campo científico “lo que puede hacerse, debe de hacerse”.