/ domingo 28 de febrero de 2021

Mujer de pueblo

Mestiza, como la tierra de donde procede, la mujer de mi pueblo es jacaranda sonora en el despliegue sencillo de una tarde de abril.

Sus matices suaves, como su andar de siglos, son de aurora temprana que iluminan a contraluz el paisaje de mi tierra con arreboles malva y rosa, semejantes a los del sol de la mañana, que la refleja.

No posee, es cierto, la tersura de la rosa de Castilla, pero luce en su cintura el orgullo simple de la amapola del campo y tiene, sin embargo, más cosas que decir que tantas flores extrañas que compiten con su linaje y a las que supera, con mucho, en gracia y galanura.

Quizá no sea perla glamorosa o esmeralda brillante, que deslumbra con su luz cautivadora, pero es maravillosa mezcla, como dice el poeta, de aceituna y jazmín. Quizá su voz no sea canto de ruiseñor, pero es trino de zenzontle, que canta a Dios por el amor; no es cromo que brilla con exóticos colores, pero es mural que canta glorioso la cadencia y la musicalidad de un verso que traduce sus sueños

La mujer de pueblo no usa rubor, pero aún se ruboriza; su aroma no es de perfume fino, pero rezuma limpieza su fragancia; tiene el candor del lirio en el aguaje sereno y luce el ropaje polícromo del crepúsculo inmenso.

La mujer de pueblo no usa afeites, ni sofisticados adornos, ni joyas preciosas que engalanan su cara, pero en su manto sencillo, su sonrisa cándida y su mirada de luz, está la raíz de mi orgullo y mi esperanza, pues soy como ella mestizo, amasado con luna y tezontle.

La mujer de pueblo es sencilla y doliente; lleva en su pecho el ingrávido peso de tradiciones mágicas y recuerdos de pasadas glorias; en sus labios atesora la sincrética voz que reclama una mezcla que tarda y nos aqueja; y de sus labios, apenas perceptible, se escucha el eco rumoroso de otras mujeres, que como ella, son fronteras de almas sin descanso posible.

La mujer de pueblo no es sofisticada, pero sabe. Sabe del amor que la hizo concebir y dar a luz a tantos hijos en un parto que no termina; sabe de penas y llanto, pero también de fe y esperanza, sabe de sueños y horizontes que destiñen sus rastros en la madrugada fría y en las tardes lluviosas; sabe del gozo de la vida y la angustia de vivirla y sabe del coto cerrado que es su existencia, cuyo propósito quisiera tantas veces adivinar en los largos silencios de sus grises reflexiones.

La mujer de pueblo es trabajo rutinario que redime al cansancio; devoción en las horas inquietas; paciencia que deviene santa monotonía, tibio hogar que semeja, no obstante, a un palacio encantado, mujer de mi pueblo, colorido rebozo, pan moreno que se hornea en las fiestas de Dios.

Así es ella, mujer de pueblo, de mis muchos pueblos, mi María de tantos nombres, enhiesta figura que explica mi historia, proyecta mi ahora y diseña mi mañana, mientras sigue tejiendo en el telar de sus ansias, quimeras distantes para que las realicemos nosotros sus hijos y puedan colmar así, de una vez por todas el cauce profundo y agridulce de su sueño.

Para María,

Mujer de pueblo,

Madre siempre amada,

nunca olvidada…

Mestiza, como la tierra de donde procede, la mujer de mi pueblo es jacaranda sonora en el despliegue sencillo de una tarde de abril.

Sus matices suaves, como su andar de siglos, son de aurora temprana que iluminan a contraluz el paisaje de mi tierra con arreboles malva y rosa, semejantes a los del sol de la mañana, que la refleja.

No posee, es cierto, la tersura de la rosa de Castilla, pero luce en su cintura el orgullo simple de la amapola del campo y tiene, sin embargo, más cosas que decir que tantas flores extrañas que compiten con su linaje y a las que supera, con mucho, en gracia y galanura.

Quizá no sea perla glamorosa o esmeralda brillante, que deslumbra con su luz cautivadora, pero es maravillosa mezcla, como dice el poeta, de aceituna y jazmín. Quizá su voz no sea canto de ruiseñor, pero es trino de zenzontle, que canta a Dios por el amor; no es cromo que brilla con exóticos colores, pero es mural que canta glorioso la cadencia y la musicalidad de un verso que traduce sus sueños

La mujer de pueblo no usa rubor, pero aún se ruboriza; su aroma no es de perfume fino, pero rezuma limpieza su fragancia; tiene el candor del lirio en el aguaje sereno y luce el ropaje polícromo del crepúsculo inmenso.

La mujer de pueblo no usa afeites, ni sofisticados adornos, ni joyas preciosas que engalanan su cara, pero en su manto sencillo, su sonrisa cándida y su mirada de luz, está la raíz de mi orgullo y mi esperanza, pues soy como ella mestizo, amasado con luna y tezontle.

La mujer de pueblo es sencilla y doliente; lleva en su pecho el ingrávido peso de tradiciones mágicas y recuerdos de pasadas glorias; en sus labios atesora la sincrética voz que reclama una mezcla que tarda y nos aqueja; y de sus labios, apenas perceptible, se escucha el eco rumoroso de otras mujeres, que como ella, son fronteras de almas sin descanso posible.

La mujer de pueblo no es sofisticada, pero sabe. Sabe del amor que la hizo concebir y dar a luz a tantos hijos en un parto que no termina; sabe de penas y llanto, pero también de fe y esperanza, sabe de sueños y horizontes que destiñen sus rastros en la madrugada fría y en las tardes lluviosas; sabe del gozo de la vida y la angustia de vivirla y sabe del coto cerrado que es su existencia, cuyo propósito quisiera tantas veces adivinar en los largos silencios de sus grises reflexiones.

La mujer de pueblo es trabajo rutinario que redime al cansancio; devoción en las horas inquietas; paciencia que deviene santa monotonía, tibio hogar que semeja, no obstante, a un palacio encantado, mujer de mi pueblo, colorido rebozo, pan moreno que se hornea en las fiestas de Dios.

Así es ella, mujer de pueblo, de mis muchos pueblos, mi María de tantos nombres, enhiesta figura que explica mi historia, proyecta mi ahora y diseña mi mañana, mientras sigue tejiendo en el telar de sus ansias, quimeras distantes para que las realicemos nosotros sus hijos y puedan colmar así, de una vez por todas el cauce profundo y agridulce de su sueño.

Para María,

Mujer de pueblo,

Madre siempre amada,

nunca olvidada…