/ lunes 8 de julio de 2019

Multitudes solitarias

En 2003, un grupo de cibernautas de Londres, Inglaterra, permaneció enclaustrado en una habitación por espacio de cien días, solo con el auxilio de un ordenador conectado a internet.

Los hackers británicos pidieron pizza, ropa, planes de estudio, solicitudes de empleo y llevaron a cabo la compra-venta de bienes raíces, desde la comodidad del sofá.

Esto, por sí solo demostró algo que ya se sospechaba, que la red computacional descentralizada (internet) podía ser negocio. También se reconfirmó que la cultura del software conduce a la raza humana hacia una forma de sociedad distinta.

Ahora, a 16 años de 2003, la incógnita ha sido despejada. Actualmente, el uso de la computadora y teléfono móvil es parte integral del individuo.

La capacidad de intercambiar información promueve que las compañias dominantes hoy ya no sean las de “antes”, las tradicionalmente conocidas, sino Google, Apple, Amazon y Tesla.

Pronto, los ordenadores ofrecerán dictámenes jurídicos y diagnósticos médicos; serán capaces de componer música, escribir poesía y diseñar avatares, transfigurados en actores virtuales para las películas de Hollywood.

La Inteligencia Artificial (IA) supera a los humanos en infinidad de actividades, por ejemplo, en la manera de llevar a cabo procedimientos quirúrgicos a distancia. Se producirán en serie coches que son computadoras sobre ruedas, con capacidad de manejo autónomo, y será posible “imprimir” desde zapatos, carne de ternero y piezas de repuesto para aviones, gracias a la tecnología de impresión en 3 dimensiones (3D). Todo esto, entre otras conveniencias, a un precio atractivo.

La acelerada evolución del software tiene ya un indiscutible impacto en la relación social entre las personas, sobre todo en los más jóvenes, circunstancia que da entrada a una pregunta: ¿Esto que experimentamos nos aleja o nos acerca como individuos? ¿Se está a un paso de las multitudes solitarias, como dijo Guy Debord en La Sociedad del Espectáculo, o es la puerta de acceso a una vida mejor, aunque distinta?

Hay quienes creen que lo que realmente está a punto de ocurrir es “el desarrollo de una nueva forma de personalidad, un nuevo hombre tribal, con mayor integración de los sentidos, hecho que provocará que en un futuro no lejano sea posible experimentar cualquier sensación, aun las más extremas, sin separarse de una silla, conectado a los alambres y circuitos de un ordenador”.

“La comunicación con otros humanos será, paradójicamente, lo más parecido a la del hombre primitivo, de tribu. Una comunicación no solo con la palabra, sino con el oído, el olfato y el tacto. No solo escuchar sino oler y tocar.

La experiencia integral, completa; todo extrañamente verdadero”. Sin embargo, “como descendiente tecnológico de un sistema social dado, el ciberespacio replica a la sociedad que lo creó y alimentó, en lugar de ayudarla”, recalca Guy Debord, lo que presupone la prevalencia de un entorno con el persistente deseo de dominio a toda costa, acompañado de la incomprensión, la soledad, el alejamiento, el odio, las guerras, el racismo, la pobreza y las enfermedades; calamidades que afligen a la raza humana.

En 2003, un grupo de cibernautas de Londres, Inglaterra, permaneció enclaustrado en una habitación por espacio de cien días, solo con el auxilio de un ordenador conectado a internet.

Los hackers británicos pidieron pizza, ropa, planes de estudio, solicitudes de empleo y llevaron a cabo la compra-venta de bienes raíces, desde la comodidad del sofá.

Esto, por sí solo demostró algo que ya se sospechaba, que la red computacional descentralizada (internet) podía ser negocio. También se reconfirmó que la cultura del software conduce a la raza humana hacia una forma de sociedad distinta.

Ahora, a 16 años de 2003, la incógnita ha sido despejada. Actualmente, el uso de la computadora y teléfono móvil es parte integral del individuo.

La capacidad de intercambiar información promueve que las compañias dominantes hoy ya no sean las de “antes”, las tradicionalmente conocidas, sino Google, Apple, Amazon y Tesla.

Pronto, los ordenadores ofrecerán dictámenes jurídicos y diagnósticos médicos; serán capaces de componer música, escribir poesía y diseñar avatares, transfigurados en actores virtuales para las películas de Hollywood.

La Inteligencia Artificial (IA) supera a los humanos en infinidad de actividades, por ejemplo, en la manera de llevar a cabo procedimientos quirúrgicos a distancia. Se producirán en serie coches que son computadoras sobre ruedas, con capacidad de manejo autónomo, y será posible “imprimir” desde zapatos, carne de ternero y piezas de repuesto para aviones, gracias a la tecnología de impresión en 3 dimensiones (3D). Todo esto, entre otras conveniencias, a un precio atractivo.

La acelerada evolución del software tiene ya un indiscutible impacto en la relación social entre las personas, sobre todo en los más jóvenes, circunstancia que da entrada a una pregunta: ¿Esto que experimentamos nos aleja o nos acerca como individuos? ¿Se está a un paso de las multitudes solitarias, como dijo Guy Debord en La Sociedad del Espectáculo, o es la puerta de acceso a una vida mejor, aunque distinta?

Hay quienes creen que lo que realmente está a punto de ocurrir es “el desarrollo de una nueva forma de personalidad, un nuevo hombre tribal, con mayor integración de los sentidos, hecho que provocará que en un futuro no lejano sea posible experimentar cualquier sensación, aun las más extremas, sin separarse de una silla, conectado a los alambres y circuitos de un ordenador”.

“La comunicación con otros humanos será, paradójicamente, lo más parecido a la del hombre primitivo, de tribu. Una comunicación no solo con la palabra, sino con el oído, el olfato y el tacto. No solo escuchar sino oler y tocar.

La experiencia integral, completa; todo extrañamente verdadero”. Sin embargo, “como descendiente tecnológico de un sistema social dado, el ciberespacio replica a la sociedad que lo creó y alimentó, en lugar de ayudarla”, recalca Guy Debord, lo que presupone la prevalencia de un entorno con el persistente deseo de dominio a toda costa, acompañado de la incomprensión, la soledad, el alejamiento, el odio, las guerras, el racismo, la pobreza y las enfermedades; calamidades que afligen a la raza humana.