/ domingo 2 de febrero de 2020

Neoliberalismo IV


En su obra La Gran Transformación, Karl Polanyi, alude la afirmación de Adam Smith sobre “la propensión del hombre a intercambiar una cosa por otra”...

Calificándola como una mala apreciación del pasado que como ninguna otra, había resultado tan profética del futuro. Karl Polanyi. (2001). La Gran Transformación. Pag. 92. México: Fondo de Cultura Económica.

A la postre, la frase referida dio pie a la invención del mito del hombre económico o salvaje trocador al estilo del buen salvaje de Rousseau, como hipótesis fundacional de los orígenes económicos de la civilización.

No obstante, modernos estudios demuestran la falacia de este mito, ciertamente, toda civilización requiere para su subsistencia de un modo de organización económica, pero a diferencia de lo que sucede en nuestros días, en el pasado, la economía se entretejía en la vida social de todas las civilizaciones, como un instrumento al servicio de la vida humana.

Adicionalmente, el hombre que se dedicaba a la caza, pesca o la agricultura, no era movido por una motivación de ganancia, sino por la retribución o reciprocidad de su comunidad, es decir, el hombre mostraba más que una disposición al individualismo y búsqueda del propio interés, una predisposición natural a los modos de organización económica de mutua cooperación, que garantizaran el sustento en caso de necesidad y protección frente al peligro, es decir, una organización económica de tipo comunista.

Sin embargo, el liberalismo del siglo XIX, y su versión moderna neoliberal, requerían una narrativa que legitimara su deseo de llevar hasta las últimas consecuencias esta naturaleza comercial del hombre artificialmente creada, y que no podría cumplirse de otra forma que no fuera con el establecimiento de un Mercado auto-regulado, sin injerencia alguna por parte del estado.

Esta pretensión, ha implicado nada menos que la subordinación de la vida humana al de la actividad económica misma, con desastrosas consecuencias.

Esto se originó con llegada de la revolución industrial en medio sociedades organizadas comercialmente, lo que facilitó el paso del simple comerciante al de productor industrial, eso acarreó la necesidad, que los insumos básicos que alimentan la industria estuvieran dispuestos como simples mercancías, como es el caso de la mano de obra.

Mano de obra se le llama a una actividad humana, como leer, dormir, comer, pero a diferencia de estas últimas, el tiempo laboral del Hombre se transformó en mercancía, es decir, la sustancia misma de las sociedades fue puesto al servicio de la producción industrial como si de carbón que alimenta una caldera se tratara.

Esta nueva realidad acarreó la escisión de la unidad psíquica y física del hombre, reduciéndosela a una magnitud de potencia, al llamarle mano de obra, con desastrosas consecuencias para el tejido social, ante esto ya en el siglo XIX, se tuvieron que tomar medidas que mitigaron los efectos del mercado laboral en la vida de las personas.

Iguales resultados ha tenido el Mercado auto-regulado del dinero, la reciente crisis financiera global de 2007, fue debida a una laxa regulación de las entidades hipotecarias en los EU, esto ya sin mencionar la serie de crisis que han hundido una y otra vez a países enteros en la miseria.

Los neoliberales parten del supuesto de que el mercado estabiliza los precios relativos de las mercancías, pero a pesar de ser cierto esto, olvidan el elemento humano de la codicia que a lo largo de la historia se ha hecho más presente, que la mano invisible del mercado, como en el caso del gigante agroindustrial Archer Daniels Midland (ADM), que fue multado por 100 millones de dólares, por confabularse con fabricantes asiáticos de lisina para fijar el precio de este aditivo, que se usa para producir alimentos concentrados.

Casos similares abundan en la historia del comercio, en una entidad o empresa se hace dominante en un mercado y tiende a manipular los precios, o a establecer oligopolios en detrimento del consumidor.

Catastróficos resultados también ha tenido el Mercado de la tierra, la especulación inmobiliaria es el que mayor desarrollo ha tenido en la última década, sin embargo, ello ha traído consecuencias en el modo en el que una ciudad y sus habitantes interactúa, mientras el afán ha sido construir áreas exclusivas por otro lado se relega y se hacina en la periferia lejos de servicios como escuelas y hospitales a los sectores de bajos ingresos.

El Mercado ciertamente ha facilitado el desarrollo comercial de sociedad enteras, sin embargo, no puede estar exento de regulación estatal en áreas como seguridad, medio ambiente, protección del consumidor, responsabilidad del producto, por una parte, y por otra, no se puede dejar a libre juego de las fuerzas del mercado el destino de la llamada mano de obra, sin olvidar que en ello se juega la sustancia misma que vivifica a las sociedades.

e-mail: sotelo27@me.com


En su obra La Gran Transformación, Karl Polanyi, alude la afirmación de Adam Smith sobre “la propensión del hombre a intercambiar una cosa por otra”...

Calificándola como una mala apreciación del pasado que como ninguna otra, había resultado tan profética del futuro. Karl Polanyi. (2001). La Gran Transformación. Pag. 92. México: Fondo de Cultura Económica.

A la postre, la frase referida dio pie a la invención del mito del hombre económico o salvaje trocador al estilo del buen salvaje de Rousseau, como hipótesis fundacional de los orígenes económicos de la civilización.

No obstante, modernos estudios demuestran la falacia de este mito, ciertamente, toda civilización requiere para su subsistencia de un modo de organización económica, pero a diferencia de lo que sucede en nuestros días, en el pasado, la economía se entretejía en la vida social de todas las civilizaciones, como un instrumento al servicio de la vida humana.

Adicionalmente, el hombre que se dedicaba a la caza, pesca o la agricultura, no era movido por una motivación de ganancia, sino por la retribución o reciprocidad de su comunidad, es decir, el hombre mostraba más que una disposición al individualismo y búsqueda del propio interés, una predisposición natural a los modos de organización económica de mutua cooperación, que garantizaran el sustento en caso de necesidad y protección frente al peligro, es decir, una organización económica de tipo comunista.

Sin embargo, el liberalismo del siglo XIX, y su versión moderna neoliberal, requerían una narrativa que legitimara su deseo de llevar hasta las últimas consecuencias esta naturaleza comercial del hombre artificialmente creada, y que no podría cumplirse de otra forma que no fuera con el establecimiento de un Mercado auto-regulado, sin injerencia alguna por parte del estado.

Esta pretensión, ha implicado nada menos que la subordinación de la vida humana al de la actividad económica misma, con desastrosas consecuencias.

Esto se originó con llegada de la revolución industrial en medio sociedades organizadas comercialmente, lo que facilitó el paso del simple comerciante al de productor industrial, eso acarreó la necesidad, que los insumos básicos que alimentan la industria estuvieran dispuestos como simples mercancías, como es el caso de la mano de obra.

Mano de obra se le llama a una actividad humana, como leer, dormir, comer, pero a diferencia de estas últimas, el tiempo laboral del Hombre se transformó en mercancía, es decir, la sustancia misma de las sociedades fue puesto al servicio de la producción industrial como si de carbón que alimenta una caldera se tratara.

Esta nueva realidad acarreó la escisión de la unidad psíquica y física del hombre, reduciéndosela a una magnitud de potencia, al llamarle mano de obra, con desastrosas consecuencias para el tejido social, ante esto ya en el siglo XIX, se tuvieron que tomar medidas que mitigaron los efectos del mercado laboral en la vida de las personas.

Iguales resultados ha tenido el Mercado auto-regulado del dinero, la reciente crisis financiera global de 2007, fue debida a una laxa regulación de las entidades hipotecarias en los EU, esto ya sin mencionar la serie de crisis que han hundido una y otra vez a países enteros en la miseria.

Los neoliberales parten del supuesto de que el mercado estabiliza los precios relativos de las mercancías, pero a pesar de ser cierto esto, olvidan el elemento humano de la codicia que a lo largo de la historia se ha hecho más presente, que la mano invisible del mercado, como en el caso del gigante agroindustrial Archer Daniels Midland (ADM), que fue multado por 100 millones de dólares, por confabularse con fabricantes asiáticos de lisina para fijar el precio de este aditivo, que se usa para producir alimentos concentrados.

Casos similares abundan en la historia del comercio, en una entidad o empresa se hace dominante en un mercado y tiende a manipular los precios, o a establecer oligopolios en detrimento del consumidor.

Catastróficos resultados también ha tenido el Mercado de la tierra, la especulación inmobiliaria es el que mayor desarrollo ha tenido en la última década, sin embargo, ello ha traído consecuencias en el modo en el que una ciudad y sus habitantes interactúa, mientras el afán ha sido construir áreas exclusivas por otro lado se relega y se hacina en la periferia lejos de servicios como escuelas y hospitales a los sectores de bajos ingresos.

El Mercado ciertamente ha facilitado el desarrollo comercial de sociedad enteras, sin embargo, no puede estar exento de regulación estatal en áreas como seguridad, medio ambiente, protección del consumidor, responsabilidad del producto, por una parte, y por otra, no se puede dejar a libre juego de las fuerzas del mercado el destino de la llamada mano de obra, sin olvidar que en ello se juega la sustancia misma que vivifica a las sociedades.

e-mail: sotelo27@me.com