/ domingo 30 de agosto de 2020

Nietzsche a martillazos

Final

En la película "El Día Después de Mañana" (2004), trama del género apocalíptico donde la inversión magnética de los polos lleva al borde de la extinción a las poblaciones más septentrionales del planeta, se desarrolla un diálogo entre dos personajes refugiados en la Biblioteca Pública de Nueva York, quienes para sortear una drástica caída de la temperatura, se ven enfrentados al dilema de decidir entre cuál de todos los libros alojados en los estantes alimentar el fuego de la chimenea para calentarse y no morir congelados. Sin dudarlo seleccionan los relativos al derecho fiscal, pero al llegar a Nietzsche a quien califican como el filósofo más importante del siglo XIX, se niegan a convertirlo en alimento de las brasas, después de todo, se encuentran en la antesala de una nueva era, y la humanidad necesitará de todas sus grandes obras para recomenzar

A pesar de que Nietzsche durante el siglo XIX fue un filósofo más bien desconocido, un outsider de los círculos académicos dominados por Hegel, Schelling, Marx o Schopenhauer, su sola mención aun sea imprecisa, es indicativo de la trascendencia que para Hollywood, matriz cultural de occidente tiene, incluso hoy en el centenario de su muerte.

Fue el destino de Nietzsche no ser lo que él deseaba en vida, sino hasta después de su muerte. La primera moda de Nietzsche comenzó hasta 1890, el inicio de su auge coincidió con su caída en la locura. Si bien durante estos años logró cierta notoriedad, todavía no se le tomaba muy en serio, ni alcanzaba la fama y halago de las multitudes.

Nietzsche fue un agitador cultural, pero no fue esto lo que provocó su embrujo sobre las élites intelectuales, sino por su filosofía vitalista que se ofrecía como una respuesta a la anomia que sobrevino al quiebre de las antiguas certezas herederas de la tradición y esto es lo que quiere decir cuando afirma Dios ha muerto, y ha muerto a nuestras manos, entendiendo la muerte de Dios como el de todas aquellas creencias en las que hasta ese momento el hombre había depositado el sentido de la vida.

Hay que recordar que el fin del siglo XIX, la cultura lo experimentó con un tiempo liminal, la industria mandó al patíbulo a los gremios de artesanos, la burguesía a las castas, la ciencia a la religión, todo ello provocando un sentimiento de desarraigo y desasosiego, como el fin de todos los tiempos.

Con ello según Nietzsche, el hombre quedó privado de una divinidad con la cual comunicarse con claridad. Sin duda, la muerte de Dios fue un evento terrible y trascendental y lo que queda “materialismo, mundanidad, falta de amor de los que gobiernan por la sociedad, todo sirve a la barbarie futura”.

De acuerdo a lo anterior, no se trata solo de un sentimiento de hastío, sino de agravio, El mito del progreso parece haber catapultado a la cultura al abismo del nihilismo. Nietzsche clama contra el presente para echar los cimientos de una nueva era, de una modernidad alternativa, está sí, preñada de vitalidad, que engendre y dé a luz a un nuevo hombre, el Übermensch o Superhombre. De lo que se trataba era de crear un poderoso acto de magia mito-poético que devolviera al mundo su misterio y enigmas con los que en el pasado había atrapado la atención e imaginación de los hombres dotándolos de un propósito, radicalizando la desesperación al grado tal que el cinismo nihilista se transforme en esperanza utópica nuevamente, ofreciendo un nuevo horizonte.

Para Nietzsche, el cristianismo y otras creencias bíblicas pintan un retrato fundamentalmente progresivo del curso del universo. Incluso si este mundo se asemeja a un valle de lágrimas, pero al final prevalecerá la voluntad omnipotente de Dios, que redimirá el sufrimiento y vengará el mal. Nietzsche considera este entendimiento como nihilista y patológico. Él acusa al cristianismo de nihilismo porque desprecia radicalmente la única vida que ciertamente tenemos, la vida en este mundo, por la ilusoria promesa de una vida futura desconocida.

Agrega el cargo de psicopatología debido al deseo del cristianismo bíblico por el sacrificio sangriento y la venganza. El cristianismo necesita un infierno eterno para los pecadores e incluso la crucifixión del hijo de Dios. En cambio, el Superhombre ser sin resentimiento no ama más que la eternidad, quiere el eterno retorno de lo mismo -concepto cíclico heredado de los antiguos pitagóricos, Empédocles, y especialmente Heráclito- afirma rotundamente todo lo que fue, es y será, con toda su oscuridad y dolor, aquí, la simple voluntad biológica de Schopenhauer, es transmutada en voluntad de poder, por la que se decanta Nietzsche. Si bien Nietzsche parte del mismo diagnóstico del mundo que, Schopenhauer, para ambos, el mundo es un reino de dolor, sin embargo Nietzsche ofrece otra respuesta al mismo, en el Origen de la Tragedia, recobra la respuesta que los griegos dieron, a esta circunstancia del mundo; para Nietzsche, los griegos comprendieron, el carácter terrible de la vida, pero se negaron a darle la espalda, como Schopenhauer, transformando esa realidad, por medio del arte; de aquí que, la expresión estética por antonomasia en la antigua Grecia, fuera la Tragedia.

En este sentido, la teoría del eterno retorno de “Así Hablo Zaratustra”, no es más que, la expresión de esa voluntad de la vida, ya convertida en voluntad de poder, que busca afirmarse en un mundo que busca negarla, tal y como es; si el mundo es un páramo plagado de desdicha, la temeraria actitud de volver a vivirla y revivir el sufrimiento con valor, no es más que, el triunfo de la voluntad de vivir; el nihilismo activo de Nietzsche, es dialéctico, era el manifiesto de una rebelión contra una cultura que superficialmente progresa febrilmente, gobernada por valores que en el fondo producen hastío, que se encontraba corroída por dentro, por un nihilismo pasivo, expresado en un sentimiento de derrota que, a través de la destrucción constructiva, busca ser superada.

Como gran parte de la filosofía alemana del siglo XIX, la obra de Nietzsche, consta de una parte descriptiva y otra prescriptiva, cautivando hasta nuestros días, no solo por su excentricidad, sino más bien porque pese haber transcurrido más de cien años desde que Nietzsche escribió sus palabras, seguimos habitando un mundo sin misterios, ni utopías, un mundo ordinario y mediocre, vacuo y vacío de contenido trascendental que circunda nuestra existencia y la ahoga en las ciénagas del sinsentido. De ahí en tanto que resulta imperecedera su obra.

Regeneración.

Final

En la película "El Día Después de Mañana" (2004), trama del género apocalíptico donde la inversión magnética de los polos lleva al borde de la extinción a las poblaciones más septentrionales del planeta, se desarrolla un diálogo entre dos personajes refugiados en la Biblioteca Pública de Nueva York, quienes para sortear una drástica caída de la temperatura, se ven enfrentados al dilema de decidir entre cuál de todos los libros alojados en los estantes alimentar el fuego de la chimenea para calentarse y no morir congelados. Sin dudarlo seleccionan los relativos al derecho fiscal, pero al llegar a Nietzsche a quien califican como el filósofo más importante del siglo XIX, se niegan a convertirlo en alimento de las brasas, después de todo, se encuentran en la antesala de una nueva era, y la humanidad necesitará de todas sus grandes obras para recomenzar

A pesar de que Nietzsche durante el siglo XIX fue un filósofo más bien desconocido, un outsider de los círculos académicos dominados por Hegel, Schelling, Marx o Schopenhauer, su sola mención aun sea imprecisa, es indicativo de la trascendencia que para Hollywood, matriz cultural de occidente tiene, incluso hoy en el centenario de su muerte.

Fue el destino de Nietzsche no ser lo que él deseaba en vida, sino hasta después de su muerte. La primera moda de Nietzsche comenzó hasta 1890, el inicio de su auge coincidió con su caída en la locura. Si bien durante estos años logró cierta notoriedad, todavía no se le tomaba muy en serio, ni alcanzaba la fama y halago de las multitudes.

Nietzsche fue un agitador cultural, pero no fue esto lo que provocó su embrujo sobre las élites intelectuales, sino por su filosofía vitalista que se ofrecía como una respuesta a la anomia que sobrevino al quiebre de las antiguas certezas herederas de la tradición y esto es lo que quiere decir cuando afirma Dios ha muerto, y ha muerto a nuestras manos, entendiendo la muerte de Dios como el de todas aquellas creencias en las que hasta ese momento el hombre había depositado el sentido de la vida.

Hay que recordar que el fin del siglo XIX, la cultura lo experimentó con un tiempo liminal, la industria mandó al patíbulo a los gremios de artesanos, la burguesía a las castas, la ciencia a la religión, todo ello provocando un sentimiento de desarraigo y desasosiego, como el fin de todos los tiempos.

Con ello según Nietzsche, el hombre quedó privado de una divinidad con la cual comunicarse con claridad. Sin duda, la muerte de Dios fue un evento terrible y trascendental y lo que queda “materialismo, mundanidad, falta de amor de los que gobiernan por la sociedad, todo sirve a la barbarie futura”.

De acuerdo a lo anterior, no se trata solo de un sentimiento de hastío, sino de agravio, El mito del progreso parece haber catapultado a la cultura al abismo del nihilismo. Nietzsche clama contra el presente para echar los cimientos de una nueva era, de una modernidad alternativa, está sí, preñada de vitalidad, que engendre y dé a luz a un nuevo hombre, el Übermensch o Superhombre. De lo que se trataba era de crear un poderoso acto de magia mito-poético que devolviera al mundo su misterio y enigmas con los que en el pasado había atrapado la atención e imaginación de los hombres dotándolos de un propósito, radicalizando la desesperación al grado tal que el cinismo nihilista se transforme en esperanza utópica nuevamente, ofreciendo un nuevo horizonte.

Para Nietzsche, el cristianismo y otras creencias bíblicas pintan un retrato fundamentalmente progresivo del curso del universo. Incluso si este mundo se asemeja a un valle de lágrimas, pero al final prevalecerá la voluntad omnipotente de Dios, que redimirá el sufrimiento y vengará el mal. Nietzsche considera este entendimiento como nihilista y patológico. Él acusa al cristianismo de nihilismo porque desprecia radicalmente la única vida que ciertamente tenemos, la vida en este mundo, por la ilusoria promesa de una vida futura desconocida.

Agrega el cargo de psicopatología debido al deseo del cristianismo bíblico por el sacrificio sangriento y la venganza. El cristianismo necesita un infierno eterno para los pecadores e incluso la crucifixión del hijo de Dios. En cambio, el Superhombre ser sin resentimiento no ama más que la eternidad, quiere el eterno retorno de lo mismo -concepto cíclico heredado de los antiguos pitagóricos, Empédocles, y especialmente Heráclito- afirma rotundamente todo lo que fue, es y será, con toda su oscuridad y dolor, aquí, la simple voluntad biológica de Schopenhauer, es transmutada en voluntad de poder, por la que se decanta Nietzsche. Si bien Nietzsche parte del mismo diagnóstico del mundo que, Schopenhauer, para ambos, el mundo es un reino de dolor, sin embargo Nietzsche ofrece otra respuesta al mismo, en el Origen de la Tragedia, recobra la respuesta que los griegos dieron, a esta circunstancia del mundo; para Nietzsche, los griegos comprendieron, el carácter terrible de la vida, pero se negaron a darle la espalda, como Schopenhauer, transformando esa realidad, por medio del arte; de aquí que, la expresión estética por antonomasia en la antigua Grecia, fuera la Tragedia.

En este sentido, la teoría del eterno retorno de “Así Hablo Zaratustra”, no es más que, la expresión de esa voluntad de la vida, ya convertida en voluntad de poder, que busca afirmarse en un mundo que busca negarla, tal y como es; si el mundo es un páramo plagado de desdicha, la temeraria actitud de volver a vivirla y revivir el sufrimiento con valor, no es más que, el triunfo de la voluntad de vivir; el nihilismo activo de Nietzsche, es dialéctico, era el manifiesto de una rebelión contra una cultura que superficialmente progresa febrilmente, gobernada por valores que en el fondo producen hastío, que se encontraba corroída por dentro, por un nihilismo pasivo, expresado en un sentimiento de derrota que, a través de la destrucción constructiva, busca ser superada.

Como gran parte de la filosofía alemana del siglo XIX, la obra de Nietzsche, consta de una parte descriptiva y otra prescriptiva, cautivando hasta nuestros días, no solo por su excentricidad, sino más bien porque pese haber transcurrido más de cien años desde que Nietzsche escribió sus palabras, seguimos habitando un mundo sin misterios, ni utopías, un mundo ordinario y mediocre, vacuo y vacío de contenido trascendental que circunda nuestra existencia y la ahoga en las ciénagas del sinsentido. De ahí en tanto que resulta imperecedera su obra.

Regeneración.