/ miércoles 13 de noviembre de 2019

Con café y a media luz | No cualquiera

Eran largas las pláticas que teníamos en los pasillos de mi amada y respetada Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. El corrillo de muchachos, lo mismo se formaba en la cafetería que afuera del salón o en alguna de las jardineras. Normalmente toda la conversación giraba en torno a las materias, los catedráticos y el futuro que cada uno soñaba para sí, una vez que el esfuerzo nos permitiera egresar de esa gloriosa casa de estudios profesionales.

Como es natural, no faltaban las manifestaciones de rivalidad entre los alumnos de las distintas carreras que allí se ofertan. Cada uno, con fiereza académica, defendía la licenciatura a la que le prodigaba alma, corazón y vida. Reitero; es algo natural entre los cuerpos de estudiantes de una misma escuela.

Era natural la importancia innegable de la licenciatura en Derecho; “joya de la corona”, no nada más de la escuela de Ciencias Sociales, sino de toda la estructura académica de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, ya que, junto con la escuela de Medicina, fueron las iniciadoras de la noble gesta educativa que, hasta nuestros días, es referente en el país en los rubros de vinculación, investigación científica y desarrollo de nuevas tecnologías.

Pues bien, en aquella ocasión, este servidor entró en un debate con un joven estudiante de Derecho que, a la larga, se convirtió en un buen amigo. “Comunicación es una carrera tan importante como la tuya”, le increpé y recibí como respuesta una sonora carcajada, adornando a este filoso e hiriente comentario: “Cualquiera puede hacer lo que ustedes hacen: escribir mucho, tomar fotos y preguntar cosas”. Después de este tapabocas, cogió sus útiles y se marchó.

Por increíble que parezca y, después de tantos años, hoy me vuelvo a topar con la misma frase, ahora emanada por la autoridad: “Cualquiera puede ser periodista”.

Quizá, gentil amigo lector, usted piense lo mismo y respeto su opinión; no obstante, querido compañero de la brega que, por casualidad o con total intención, la presente entrega cae en tus manos, compartirás la idea de que no cualquiera puede desempeñar esta bella profesión llevándola con dignidad, pues los sacrificios que demanda son muchos y muy altos y, en contrasentido, los parabienes que devuelve, son, en su mayoría, aquellos que nutren el alma, endulzan el espíritu, engrandecen las relaciones, empero no llenan los bolsillos como alguien supone.

Y es que no cualquiera invierte cinco años de su vida para alcanzar un título profesional estudiando a sociólogos considerados como padres de la comunicación para comprender el efecto que los mensajes pueden ocasionar a las masas y a cada uno de los sectores que la conforman como un todo.

No cualquiera invertiría horas de su día leyendo a autores clásicos para desarrollar el sentido y comprensión de lo que representa la autoridad literaria. Tampoco ahonda en posturas filosóficas, por lo menos las elementales – socráticos y presocráticos – y se aventura en la sociología contemporánea de Marc Auge o de Anthony Giddens, que para muchos será fastidioso y hasta innecesario.

No cualquiera está horas parado en el mismo lugar esperando a que llegue la autoridad en cuestión para tratar de ser atendido y obtener así la información que la sociedad le está demandando y le responsabiliza de generar, injustamente a veces, por no brindarla de manera oportuna, no obstante, los esfuerzos y limitaciones propias de su condición humana.

No cualquiera trabaja casi todos los días desde antes de que salga el sol y en ocasiones – muchas – vuelve a su hogar cuando la madrugada del día siguiente ya hizo su aparición, dejando de lado la oportunidad de convivir con hijos, esposas, madres y padres.

No cualquiera vive, como en algunos estados del país, con la angustia y la total aceptación de que saldrá de su casa a trabajar, cumpliendo la jornada asignada por una orden informativa, pero no sabe si por alguna situación macabra o jugarreta del destino, ya no volverá para ver la luz del siguiente amanecer. Porque en nuestro país, hoy más que nunca, el oficio periodístico es uno de los más riesgosos para desempeñarse.

No cualquiera decide vivir tan expuesto pues es la condición normal para conseguir notas periodísticas y generar confianza en las figuras de poder para conceder información, pues nadie dice algo a quien no conoce. El periodista le debe entregar casi por obligación el número de su teléfono, correo electrónico y, en contadas circunstancias, hasta el domicilio de su casa al interlocutor.

No cualquiera se olvida de días festivos, domingos, vacaciones o “puentes”, porque la información no descansa; por el contrario, se genera, en cualquier lugar y en cualquier instante y el periodista debe estar allí, porque asume con madurez las responsabilidades del trabajo que ha elegido como modo de vida.

Mis compañeros reporteros, fotógrafos, camarógrafos, conductores, columnistas, editores y hasta caricaturistas, no son “cualquiera”, es gente profesional, dedicada, valiosa y sacrificada en aras de su trabajo que es nutrir a nuestra sociedad de datos valiosos e importantes con los cuales decidir el rumbo de una ciudad, estado o país. Para todos ellos mi total admiración y respeto.

En resumen, discrepo con la autoridad, no cualquiera puede ser periodista.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

Eran largas las pláticas que teníamos en los pasillos de mi amada y respetada Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Tamaulipas. El corrillo de muchachos, lo mismo se formaba en la cafetería que afuera del salón o en alguna de las jardineras. Normalmente toda la conversación giraba en torno a las materias, los catedráticos y el futuro que cada uno soñaba para sí, una vez que el esfuerzo nos permitiera egresar de esa gloriosa casa de estudios profesionales.

Como es natural, no faltaban las manifestaciones de rivalidad entre los alumnos de las distintas carreras que allí se ofertan. Cada uno, con fiereza académica, defendía la licenciatura a la que le prodigaba alma, corazón y vida. Reitero; es algo natural entre los cuerpos de estudiantes de una misma escuela.

Era natural la importancia innegable de la licenciatura en Derecho; “joya de la corona”, no nada más de la escuela de Ciencias Sociales, sino de toda la estructura académica de la Universidad Autónoma de Tamaulipas, ya que, junto con la escuela de Medicina, fueron las iniciadoras de la noble gesta educativa que, hasta nuestros días, es referente en el país en los rubros de vinculación, investigación científica y desarrollo de nuevas tecnologías.

Pues bien, en aquella ocasión, este servidor entró en un debate con un joven estudiante de Derecho que, a la larga, se convirtió en un buen amigo. “Comunicación es una carrera tan importante como la tuya”, le increpé y recibí como respuesta una sonora carcajada, adornando a este filoso e hiriente comentario: “Cualquiera puede hacer lo que ustedes hacen: escribir mucho, tomar fotos y preguntar cosas”. Después de este tapabocas, cogió sus útiles y se marchó.

Por increíble que parezca y, después de tantos años, hoy me vuelvo a topar con la misma frase, ahora emanada por la autoridad: “Cualquiera puede ser periodista”.

Quizá, gentil amigo lector, usted piense lo mismo y respeto su opinión; no obstante, querido compañero de la brega que, por casualidad o con total intención, la presente entrega cae en tus manos, compartirás la idea de que no cualquiera puede desempeñar esta bella profesión llevándola con dignidad, pues los sacrificios que demanda son muchos y muy altos y, en contrasentido, los parabienes que devuelve, son, en su mayoría, aquellos que nutren el alma, endulzan el espíritu, engrandecen las relaciones, empero no llenan los bolsillos como alguien supone.

Y es que no cualquiera invierte cinco años de su vida para alcanzar un título profesional estudiando a sociólogos considerados como padres de la comunicación para comprender el efecto que los mensajes pueden ocasionar a las masas y a cada uno de los sectores que la conforman como un todo.

No cualquiera invertiría horas de su día leyendo a autores clásicos para desarrollar el sentido y comprensión de lo que representa la autoridad literaria. Tampoco ahonda en posturas filosóficas, por lo menos las elementales – socráticos y presocráticos – y se aventura en la sociología contemporánea de Marc Auge o de Anthony Giddens, que para muchos será fastidioso y hasta innecesario.

No cualquiera está horas parado en el mismo lugar esperando a que llegue la autoridad en cuestión para tratar de ser atendido y obtener así la información que la sociedad le está demandando y le responsabiliza de generar, injustamente a veces, por no brindarla de manera oportuna, no obstante, los esfuerzos y limitaciones propias de su condición humana.

No cualquiera trabaja casi todos los días desde antes de que salga el sol y en ocasiones – muchas – vuelve a su hogar cuando la madrugada del día siguiente ya hizo su aparición, dejando de lado la oportunidad de convivir con hijos, esposas, madres y padres.

No cualquiera vive, como en algunos estados del país, con la angustia y la total aceptación de que saldrá de su casa a trabajar, cumpliendo la jornada asignada por una orden informativa, pero no sabe si por alguna situación macabra o jugarreta del destino, ya no volverá para ver la luz del siguiente amanecer. Porque en nuestro país, hoy más que nunca, el oficio periodístico es uno de los más riesgosos para desempeñarse.

No cualquiera decide vivir tan expuesto pues es la condición normal para conseguir notas periodísticas y generar confianza en las figuras de poder para conceder información, pues nadie dice algo a quien no conoce. El periodista le debe entregar casi por obligación el número de su teléfono, correo electrónico y, en contadas circunstancias, hasta el domicilio de su casa al interlocutor.

No cualquiera se olvida de días festivos, domingos, vacaciones o “puentes”, porque la información no descansa; por el contrario, se genera, en cualquier lugar y en cualquier instante y el periodista debe estar allí, porque asume con madurez las responsabilidades del trabajo que ha elegido como modo de vida.

Mis compañeros reporteros, fotógrafos, camarógrafos, conductores, columnistas, editores y hasta caricaturistas, no son “cualquiera”, es gente profesional, dedicada, valiosa y sacrificada en aras de su trabajo que es nutrir a nuestra sociedad de datos valiosos e importantes con los cuales decidir el rumbo de una ciudad, estado o país. Para todos ellos mi total admiración y respeto.

En resumen, discrepo con la autoridad, no cualquiera puede ser periodista.

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!