/ domingo 23 de diciembre de 2018

Noche de paz, noche de amor

Año con año a principios de Diciembre me organizaba muy bien y a tiempo para que no me sorprendieran las prisas. Con calma me sentaba a escribir mi lista de pendientes. “Ande, ande, ande, la marimorena, ande que la noche es buena…”

Comenzaba con la lista de los regalos y aunque tenía el firme propósito de que ese año iba a ser muy medida, terminaba con una lista que tenía que enrollar por lo larga que era. Como las tarjetas de Navidad ya no se estilan, enviaba por Internet mis buenos deseos. Mensajitos con música navideña, renos, monos de nieve, chimeneas, campanitas y frases cursis escurriendo miel. ¡Qué temporada tan bella! ¡Vamos pastores vamos, vamos a Belén…”

Luego me enfrascaba en la interminable lista del súper. Empujaba dos carritos llenos hasta el tope, después me apresuraba a comprar más foquitos (no prendían la mitad de los que puse el año pasado,) flores de Noche buena, esferitas, aromatizantes y velas con olor a bosque. Colgaba las botas de fieltro para mis nietos. ¡Qué espíritu navideño me invadía!

El pino nevado cuajado de esferas y muñequitos, aunque en Tampico nos moríamos aún de calor, el ambiente era de los Alpes Suizos. Satisfecha empezaba a cantar: “Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben al ver a Dios nacido...”

Sacaba el collar navideño de mi perra, el delantal de Santa, el mantel de esferas bordadas, la vajilla de pinitos, los renos de luz para el jardín. Buscaba mis CD de acuerdo con la época navideña. Bing Crosby cantando Blanca Navidad ¡no podía faltar! Sacaba mis cajitas de música y el Santa Claus con su agobiante JO, JO, JO. Unos días antes me iba al aeropuerto a recibir a mis familiares. ¡Qué bueno que vinieron! “Por eso y por muchas cosas más, ven a mi casa esta Navidad…”

Me disponía a preparar la cena de Nochebuena. ¿Qué te llevo mamá? aunque tú todo lo haces rico. Tu bacalao es lo máximo y el pavo relleno no se diga. La ensalada de Navidad es tu especialidad y qué decir de la pierna de puerco y el puré de camote, a nosotras no nos queda tan rico. Le cambiaba tantas veces el agua al bacalao que algunas veces me quedaba insípido y tenía que salir corriendo a comprar más; inyectaba el pavo, hacía el relleno, el gravy hecho bolas y muchas veces la muchacha no llegaba porque se enfermaba de las anginas. “Arre borriquito arre, anda más de prisa que llegamos tarde….”

Ponía la mesa, iba a la peluquería y generalmente me quedaba dormida mientras me “resanaban las uñas”. Regresaba a casa justo a tiempo para vestirme de rojo y poner cara de Gingle Bells con sonrisa de oreja a oreja. Siempre fue una noche perfecta.

Al día siguiente mi casa era un caos. La cabeza me reventaba. Los pies me punzaban y las visitas y mi marido roncaban plácidamente. La muchacha seguía enferma de las anginas. Papeles y moñitos por todos lados, cajas de regalos vacías, cerros de platos en el fregadero, platones con restos de comida, docenas de vasos y a medio día todos llegaban al recalentado.

Hoy en día, ya no hago cena, soy invitada a casa de mis hijas. Pasé la “estafeta” y fresca como una lechuga llego a disfrutar plenamente la Cena de Navidad que es un símbolo de unión, de solidaridad y de amor entre todos los que formamos un clan familiar que celebramos la noche más hermosa del año. ¡NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR!

Año con año a principios de Diciembre me organizaba muy bien y a tiempo para que no me sorprendieran las prisas. Con calma me sentaba a escribir mi lista de pendientes. “Ande, ande, ande, la marimorena, ande que la noche es buena…”

Comenzaba con la lista de los regalos y aunque tenía el firme propósito de que ese año iba a ser muy medida, terminaba con una lista que tenía que enrollar por lo larga que era. Como las tarjetas de Navidad ya no se estilan, enviaba por Internet mis buenos deseos. Mensajitos con música navideña, renos, monos de nieve, chimeneas, campanitas y frases cursis escurriendo miel. ¡Qué temporada tan bella! ¡Vamos pastores vamos, vamos a Belén…”

Luego me enfrascaba en la interminable lista del súper. Empujaba dos carritos llenos hasta el tope, después me apresuraba a comprar más foquitos (no prendían la mitad de los que puse el año pasado,) flores de Noche buena, esferitas, aromatizantes y velas con olor a bosque. Colgaba las botas de fieltro para mis nietos. ¡Qué espíritu navideño me invadía!

El pino nevado cuajado de esferas y muñequitos, aunque en Tampico nos moríamos aún de calor, el ambiente era de los Alpes Suizos. Satisfecha empezaba a cantar: “Pero mira como beben los peces en el río, pero mira como beben al ver a Dios nacido...”

Sacaba el collar navideño de mi perra, el delantal de Santa, el mantel de esferas bordadas, la vajilla de pinitos, los renos de luz para el jardín. Buscaba mis CD de acuerdo con la época navideña. Bing Crosby cantando Blanca Navidad ¡no podía faltar! Sacaba mis cajitas de música y el Santa Claus con su agobiante JO, JO, JO. Unos días antes me iba al aeropuerto a recibir a mis familiares. ¡Qué bueno que vinieron! “Por eso y por muchas cosas más, ven a mi casa esta Navidad…”

Me disponía a preparar la cena de Nochebuena. ¿Qué te llevo mamá? aunque tú todo lo haces rico. Tu bacalao es lo máximo y el pavo relleno no se diga. La ensalada de Navidad es tu especialidad y qué decir de la pierna de puerco y el puré de camote, a nosotras no nos queda tan rico. Le cambiaba tantas veces el agua al bacalao que algunas veces me quedaba insípido y tenía que salir corriendo a comprar más; inyectaba el pavo, hacía el relleno, el gravy hecho bolas y muchas veces la muchacha no llegaba porque se enfermaba de las anginas. “Arre borriquito arre, anda más de prisa que llegamos tarde….”

Ponía la mesa, iba a la peluquería y generalmente me quedaba dormida mientras me “resanaban las uñas”. Regresaba a casa justo a tiempo para vestirme de rojo y poner cara de Gingle Bells con sonrisa de oreja a oreja. Siempre fue una noche perfecta.

Al día siguiente mi casa era un caos. La cabeza me reventaba. Los pies me punzaban y las visitas y mi marido roncaban plácidamente. La muchacha seguía enferma de las anginas. Papeles y moñitos por todos lados, cajas de regalos vacías, cerros de platos en el fregadero, platones con restos de comida, docenas de vasos y a medio día todos llegaban al recalentado.

Hoy en día, ya no hago cena, soy invitada a casa de mis hijas. Pasé la “estafeta” y fresca como una lechuga llego a disfrutar plenamente la Cena de Navidad que es un símbolo de unión, de solidaridad y de amor entre todos los que formamos un clan familiar que celebramos la noche más hermosa del año. ¡NOCHE DE PAZ, NOCHE DE AMOR!