/ domingo 13 de septiembre de 2020

Nuestra patria

¿Usted, como muchos otros mexicanos celebra la independencia de nuestra nación y festeja el que ahora tengamos una patria soberana, sagrada y libre?

¿Se ha dado tiempo para reflexionar, siquiera un instante, qué es y realmente significa la patria para nuestras vidas? Estoy seguro de que sí, aun en medio de la emergencia que nos aflige, así no sea ahora con la alegría con la que siempre la hemos celebrado. ¿Y qué es nuestra patria?

Nuestra patria es esa parte pródiga de tierra y de cielo que cobijó a nuestros padres cuando nos engendraron.

Es el espacio generoso que recogió nuestro llanto el instante mismo en que nacimos.

Es el canto, desdibujado en la memoria, de la madre que meció nuestra cuna; el orgullo de nuestro sincrético origen, el rumor de los mares y marismas que arrullaron nuestro sueño, la brisa entre los pinos y el perfume en el rincón de la noche que acompañaron nuestra infancia y reconocimos más tarde como legítima heredad.

Es el lugar de nuestros juegos infantiles, la sonrisa de nuestros amigos, la ternura de los abuelos, el esplendor festivo de las tardes otoñales, el encanto que sedujo nuestra imaginación cuando empezamos a conocerla. Es la matriz simbólica, que, como diría García Lorca, como “juego de luna y arena” llevamos en la frente.

Nuestra patria es el jardín de niños que supo de nuestras lágrimas el día que nuestros padres nos llevaron ahí por vez primera. Es la escuela elemental y su ingenioso silabario; las maestras y maestros inolvidables que encaminaron nuestros pasos hacia el conocimiento inicial y el templo al que nos llevaron para que por primera vez descubriéramos a Dios. Es nuestra familia, la mesa que con ella compartimos y la memoria viva de esas horas, que quizá bajo otro cielo, ahora gozosos y agradecidos recordamos.

Nuestra patria es el lienzo tricolor con que se envolvió al héroe que defendió nuestra libertad; el águila y la serpiente que hicieron poéticamente sagrada nuestra procedencia; el grito fervoroso de aquellos padres fundadores que iniciaron nuestra independencia, el fecundo fragor de la batalla con que se nos dio un destino en la muerte ajena, la lucha tenaz con la que “los de abajo”, auténticos revolucionarios, ofrendaron su misma vida para obtener la justicia que se les había negado por el autoritario, y cuya sangre sirvió para construir nuevas formas de convivencia que nos dieron confianza y certidumbre, pero sin que se perdiera su esencia más aquilatada, que es nuestra idiosincrasia.

Nuestra patria es la lengua que hablamos, las tradiciones que atesoramos como propias y los valores que recibimos de un pasado glorioso, ese que aún vive en nuestros pueblos originarios. Es la cosmovisión que compartimos, las costumbres que de ellos aún cultivamos y la magia de nuestro maravilloso folclor. Es la lucha ancestral por la huidiza democracia, por la vigencia de una ley que anhela ser igual para todos y la raíz oculta y generosa que nos ata a su suelo bendito, pero sin impedirnos mirar las estrellas.

Nuestra patria es la tierra fecunda de donde brotan cada día flores nuevas, el tejido inconsútil de sueños que hilvanaron nuestros ancestros y la mariposa multicolor que ahora perseguimos. Es la mezcla de arena y cal con el que edificamos los sólidos muros del hogar que habitamos y la huella indeleble de los pasos que nos precedieron en nuestro peregrinar. Es el himno que alegres cantamos, el trabajo que dimensiona nuestro futuro, el orgullo de nuestra sangre mestiza y el acicate que aguijonea nuestra conciencia para que la hagamos más grande cada día, a pesar de las asechanzas de quienes quisieran empequeñecerla.

Nuestra patria es la tierra que cultiva el campesino, la mente que forma el educador, la empresa creada por el hombre audaz, la vida que cuida el médico, el trabajo sacrificado del obrero que busca metas más altas en el esfuerzo común. Es la estrategia que como estrella ilumina al gobernante honesto para que guíe su barco hacia puerto venturoso y el don magnífico de nuestro sentido de pertenencia. Y es la sangre de muchos y la fe en un destino escrito en el cielo por la mano misma de Dios.

Esa es nuestra patria. La que debemos amar por encima de afanes mezquinos, complejos patrioteros y estériles gritos de auto conmiseración. La que tantos visionarios construyeron y ahora debemos rediseñar, día a día, con nuestro trabajo noble y esforzado, para así completar la grandeza que en ella está todavía inacabada. Y será hasta entonces, cuando seamos capaces de entenderla y amarla, que el Arcángel ceñirá sus sienes gloriosas, con la aureola invicta de la dignidad que merece.

--

NUESTRA PATRIA

---

“…no podemos ser llevados

del despotismo a la libertad,

en un lecho de plumas…”

Th. Jefferson

¿Usted, como muchos otros mexicanos celebra la independencia de nuestra nación y festeja el que ahora tengamos una patria soberana, sagrada y libre?

¿Se ha dado tiempo para reflexionar, siquiera un instante, qué es y realmente significa la patria para nuestras vidas? Estoy seguro de que sí, aun en medio de la emergencia que nos aflige, así no sea ahora con la alegría con la que siempre la hemos celebrado. ¿Y qué es nuestra patria?

Nuestra patria es esa parte pródiga de tierra y de cielo que cobijó a nuestros padres cuando nos engendraron.

Es el espacio generoso que recogió nuestro llanto el instante mismo en que nacimos.

Es el canto, desdibujado en la memoria, de la madre que meció nuestra cuna; el orgullo de nuestro sincrético origen, el rumor de los mares y marismas que arrullaron nuestro sueño, la brisa entre los pinos y el perfume en el rincón de la noche que acompañaron nuestra infancia y reconocimos más tarde como legítima heredad.

Es el lugar de nuestros juegos infantiles, la sonrisa de nuestros amigos, la ternura de los abuelos, el esplendor festivo de las tardes otoñales, el encanto que sedujo nuestra imaginación cuando empezamos a conocerla. Es la matriz simbólica, que, como diría García Lorca, como “juego de luna y arena” llevamos en la frente.

Nuestra patria es el jardín de niños que supo de nuestras lágrimas el día que nuestros padres nos llevaron ahí por vez primera. Es la escuela elemental y su ingenioso silabario; las maestras y maestros inolvidables que encaminaron nuestros pasos hacia el conocimiento inicial y el templo al que nos llevaron para que por primera vez descubriéramos a Dios. Es nuestra familia, la mesa que con ella compartimos y la memoria viva de esas horas, que quizá bajo otro cielo, ahora gozosos y agradecidos recordamos.

Nuestra patria es el lienzo tricolor con que se envolvió al héroe que defendió nuestra libertad; el águila y la serpiente que hicieron poéticamente sagrada nuestra procedencia; el grito fervoroso de aquellos padres fundadores que iniciaron nuestra independencia, el fecundo fragor de la batalla con que se nos dio un destino en la muerte ajena, la lucha tenaz con la que “los de abajo”, auténticos revolucionarios, ofrendaron su misma vida para obtener la justicia que se les había negado por el autoritario, y cuya sangre sirvió para construir nuevas formas de convivencia que nos dieron confianza y certidumbre, pero sin que se perdiera su esencia más aquilatada, que es nuestra idiosincrasia.

Nuestra patria es la lengua que hablamos, las tradiciones que atesoramos como propias y los valores que recibimos de un pasado glorioso, ese que aún vive en nuestros pueblos originarios. Es la cosmovisión que compartimos, las costumbres que de ellos aún cultivamos y la magia de nuestro maravilloso folclor. Es la lucha ancestral por la huidiza democracia, por la vigencia de una ley que anhela ser igual para todos y la raíz oculta y generosa que nos ata a su suelo bendito, pero sin impedirnos mirar las estrellas.

Nuestra patria es la tierra fecunda de donde brotan cada día flores nuevas, el tejido inconsútil de sueños que hilvanaron nuestros ancestros y la mariposa multicolor que ahora perseguimos. Es la mezcla de arena y cal con el que edificamos los sólidos muros del hogar que habitamos y la huella indeleble de los pasos que nos precedieron en nuestro peregrinar. Es el himno que alegres cantamos, el trabajo que dimensiona nuestro futuro, el orgullo de nuestra sangre mestiza y el acicate que aguijonea nuestra conciencia para que la hagamos más grande cada día, a pesar de las asechanzas de quienes quisieran empequeñecerla.

Nuestra patria es la tierra que cultiva el campesino, la mente que forma el educador, la empresa creada por el hombre audaz, la vida que cuida el médico, el trabajo sacrificado del obrero que busca metas más altas en el esfuerzo común. Es la estrategia que como estrella ilumina al gobernante honesto para que guíe su barco hacia puerto venturoso y el don magnífico de nuestro sentido de pertenencia. Y es la sangre de muchos y la fe en un destino escrito en el cielo por la mano misma de Dios.

Esa es nuestra patria. La que debemos amar por encima de afanes mezquinos, complejos patrioteros y estériles gritos de auto conmiseración. La que tantos visionarios construyeron y ahora debemos rediseñar, día a día, con nuestro trabajo noble y esforzado, para así completar la grandeza que en ella está todavía inacabada. Y será hasta entonces, cuando seamos capaces de entenderla y amarla, que el Arcángel ceñirá sus sienes gloriosas, con la aureola invicta de la dignidad que merece.

--

NUESTRA PATRIA

---

“…no podemos ser llevados

del despotismo a la libertad,

en un lecho de plumas…”

Th. Jefferson