/ jueves 2 de abril de 2020

Ocurrencias del futbol | Al pensar en grande, surgen en nosotros fuerzas insospechadas

Jules Rimet logró que en vísperas de la crisis mundial, 4 equipos europeos fueran a Montevideo.

La FIFA decidió que en 1930 tenía que ser el año de la primera Copa del Mundo. Así se pensó durante el congreso de 1928 celebrado en Ámsterdam, el socaire de los Juegos Olímpicos, en donde se designó un Comité Organizador formado por el alemán Limnnemann, el austriaco Hugo Meisl, el francés Henri Delaunay, el suizo Bonnet, el italiano Ferretti y el húngaro Fischer. Estos seis hombres eran el cerebro que debía pensar la forma y el contenido de un Campeonato Mundial. Una vea más los fundadores del futbol, los británicos estaban ausentes de un momento trascendental de este deporte.

El comité cuatripartito tenía un año y poco más por delante. En 1929, en una reunión celebrada en Barcelona, presentaron a la FIFA su plan organizativo y sugirieron que la sede de la primera Copa del Mundo. fuese Montevideo, capital de Uruguay, en homenaje a la sorprendente selección que había vencido en los dos últimos torneos olímpicos. Este merecido reconocimiento superó los corteses y generosos ofrecimientos de España. Italia, Hungría y Suecia. Por otra parte, todos los presentes pensaron que los británicos tomarían la decisión como un nuevo ultraje a su papel histórico, pues ellos eran los fundadores del futbol y, además seguían considerándose los mejores. Pero las federaciones británicas seguían tozudamente ausentes de la FIFA por propia voluntad. Hubiera sido en propio menoscabo de la propia FIFA la concesión de la organización del primer Mundial a unas federaciones marginadas. Ello hubiera provocado seguramente una ruptura en el seno de la joven entidad y, probablemente su disolución.

Se valoraron pros y contras; algunos argumentaron que la pequeña nación americana apenas sumaba dos millones de habitantes. Sin embargo, esto fue considerado un mérito más desde el punto de vista deportivo, al com parar su escasa población con el magistral futbol de sus representantes. Por otro lado, desde el punto de vista económico, la Asociación Uruguaya de Futbol se comprometía a sufragar los gastos de viaje de los equipos. Además el gobierno de Montevideo presionó a fondo para que la celebración de la primera Copa del Mundo fuese un incomparable colofón a la conmemoración del centenario de la organización institucional del país, concretada en 1830. El congreso de la FIFA reunido en Barcelona aceptó estas razones y designó a Montevideo como sede de la primera gran confrontación mundial.

Todo estaba preparado a dos meses del 12 de julio de 1930, histórica fecha para el inicio del gran acontecimiento. Un flamante estadio construido a propósito y con capacidad para 60,000 espectadores sería el marco apropiado de la inauguración de la gran final. Pero en aquellos momentos de incertidumbre se cernió sobre la copa: ningún equipo europeo se había inscrito aún para participar, con lo cual la amenaza de colapso deportivo y descalabro económico movió los resortes políticos. La mayoría de federaciones europeas aducían problemas financieros: el mantenimiento de los jugadores, durante cerca de cincuenta días rebasaba todas las previsiones y disponibilidad, ya que la crisis económica se perfilaba con fuerza cerrando el paréntesis de los años 20. No había duda de que las selecciones de Argentina y Uruguay se habían mostrado en los últimos años como las más potentes, pero un Campeonato Mundial sin selecciones europeas sería una caricatura grotesca. Es más, no se podría celebrar.

Es en este punto donde surge la personalidad de Jules Rimet, el presidente de la FIFA que decidió asumir el compromiso de convencer a unos y a otros de la necesidad de esforzarse para salvar el joven deporte futbolístico. El estallido de una crisis como la que apuntaba podía significar el fin de la FIFA por la ruptura de relaciones entre europeos y americanos y, en última instancia un caos que significaría un retroceso organizativo que conduciría al futbol a sus niveles decimonónicos, frustrando el esfuerzo de muchos años.

Rimet se entrevistó con jugadores, críticos deportivos, técnicos, federativos y políticos, e incluso con jefes de estado, buscando apoyo. Su labor infatigable obtuvo mínimos resultados, pero suficientes para salvar con dignidad el controvertido campeonato. Cuatro equipos europeos aceptaron asistir finalmente a Montevideo: Bélgica, Francia, Rumania y Yugoslavia. La crisis estaba salvada, pero la representación europea, exceptuando quizás a los belgas, no daba la imagen real de la potencialidad del futbol del viejo mundo. Pero habría que reconocer que la decidida y enérgica actitud de Jules Rimet propició que en 1930 se celebrará en Montevideo el primer Campeonato Mundial de Futbol. A pesar del boicot de varias selecciones europeas.

Hasta pronto amigo.

Jules Rimet logró que en vísperas de la crisis mundial, 4 equipos europeos fueran a Montevideo.

La FIFA decidió que en 1930 tenía que ser el año de la primera Copa del Mundo. Así se pensó durante el congreso de 1928 celebrado en Ámsterdam, el socaire de los Juegos Olímpicos, en donde se designó un Comité Organizador formado por el alemán Limnnemann, el austriaco Hugo Meisl, el francés Henri Delaunay, el suizo Bonnet, el italiano Ferretti y el húngaro Fischer. Estos seis hombres eran el cerebro que debía pensar la forma y el contenido de un Campeonato Mundial. Una vea más los fundadores del futbol, los británicos estaban ausentes de un momento trascendental de este deporte.

El comité cuatripartito tenía un año y poco más por delante. En 1929, en una reunión celebrada en Barcelona, presentaron a la FIFA su plan organizativo y sugirieron que la sede de la primera Copa del Mundo. fuese Montevideo, capital de Uruguay, en homenaje a la sorprendente selección que había vencido en los dos últimos torneos olímpicos. Este merecido reconocimiento superó los corteses y generosos ofrecimientos de España. Italia, Hungría y Suecia. Por otra parte, todos los presentes pensaron que los británicos tomarían la decisión como un nuevo ultraje a su papel histórico, pues ellos eran los fundadores del futbol y, además seguían considerándose los mejores. Pero las federaciones británicas seguían tozudamente ausentes de la FIFA por propia voluntad. Hubiera sido en propio menoscabo de la propia FIFA la concesión de la organización del primer Mundial a unas federaciones marginadas. Ello hubiera provocado seguramente una ruptura en el seno de la joven entidad y, probablemente su disolución.

Se valoraron pros y contras; algunos argumentaron que la pequeña nación americana apenas sumaba dos millones de habitantes. Sin embargo, esto fue considerado un mérito más desde el punto de vista deportivo, al com parar su escasa población con el magistral futbol de sus representantes. Por otro lado, desde el punto de vista económico, la Asociación Uruguaya de Futbol se comprometía a sufragar los gastos de viaje de los equipos. Además el gobierno de Montevideo presionó a fondo para que la celebración de la primera Copa del Mundo fuese un incomparable colofón a la conmemoración del centenario de la organización institucional del país, concretada en 1830. El congreso de la FIFA reunido en Barcelona aceptó estas razones y designó a Montevideo como sede de la primera gran confrontación mundial.

Todo estaba preparado a dos meses del 12 de julio de 1930, histórica fecha para el inicio del gran acontecimiento. Un flamante estadio construido a propósito y con capacidad para 60,000 espectadores sería el marco apropiado de la inauguración de la gran final. Pero en aquellos momentos de incertidumbre se cernió sobre la copa: ningún equipo europeo se había inscrito aún para participar, con lo cual la amenaza de colapso deportivo y descalabro económico movió los resortes políticos. La mayoría de federaciones europeas aducían problemas financieros: el mantenimiento de los jugadores, durante cerca de cincuenta días rebasaba todas las previsiones y disponibilidad, ya que la crisis económica se perfilaba con fuerza cerrando el paréntesis de los años 20. No había duda de que las selecciones de Argentina y Uruguay se habían mostrado en los últimos años como las más potentes, pero un Campeonato Mundial sin selecciones europeas sería una caricatura grotesca. Es más, no se podría celebrar.

Es en este punto donde surge la personalidad de Jules Rimet, el presidente de la FIFA que decidió asumir el compromiso de convencer a unos y a otros de la necesidad de esforzarse para salvar el joven deporte futbolístico. El estallido de una crisis como la que apuntaba podía significar el fin de la FIFA por la ruptura de relaciones entre europeos y americanos y, en última instancia un caos que significaría un retroceso organizativo que conduciría al futbol a sus niveles decimonónicos, frustrando el esfuerzo de muchos años.

Rimet se entrevistó con jugadores, críticos deportivos, técnicos, federativos y políticos, e incluso con jefes de estado, buscando apoyo. Su labor infatigable obtuvo mínimos resultados, pero suficientes para salvar con dignidad el controvertido campeonato. Cuatro equipos europeos aceptaron asistir finalmente a Montevideo: Bélgica, Francia, Rumania y Yugoslavia. La crisis estaba salvada, pero la representación europea, exceptuando quizás a los belgas, no daba la imagen real de la potencialidad del futbol del viejo mundo. Pero habría que reconocer que la decidida y enérgica actitud de Jules Rimet propició que en 1930 se celebrará en Montevideo el primer Campeonato Mundial de Futbol. A pesar del boicot de varias selecciones europeas.

Hasta pronto amigo.