/ jueves 1 de abril de 2021

Ocurrencias del futbol | La soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió

Además de Uruguay, que fue elegido como sede para el primer Campeonato Mundial de Futbol, se habían presentado las candidaturas de Holanda, Suecia, Hungría, Italia y España, que fueron desestimadas por los congresistas.

Ganador de la medalla de oro de los juegos Olímpicos de 1924 y 1928, la mayoría de los reunidos en el congreso decidió que era de justicia conceder a Uruguay el honor de albergar la Primera Copa del Mundo que, además, coincidiría con la celebración del centenario de su organización constitucional.

Pero la euforia que se respiraba en el congreso de Barecelona duró poco. Dos meses antes de la inauguración del campeonato, fijada para el 13 de julio de 1930, ningún país europeo había hecho llegar a la FIFA su solicitud de inscripción. Las selecciones de Alemania, Austria, Checoslovaquia, Holanda, Hungría, Italia, Suecia y España, que habían anunciado su presencia en Uruguay, se echaron atrás.

La FIFA tuvo que ampliar al máximo el plazo de inscripcion y llevó a cabo una ardua labor diplomática para tratar de convencer a las federaciones europeas de que participaran en el Mundial, ya que el anuncio de las masivas deserciones había creado un ambiente de hostilidad hacia el futbol del Viejo Mundo en América Latina, sobre todo en Uruguay y la situación de la FIFA, y la del propio Jules Rimet se hallaba seriamente comprometida.

Esta tarea de persuasión logró finalmente captar cuatro equipos europeos, Bélgica, Rumania, Yugoslavia y Francia. El torneo se denominó Campeonato Mundial de Futbol "Copa Jules Rimet" en homenaje al hombre que sufrió mayores desvelos para alcanzar el éxito.

El trofeo que el propio Rimet llevó en su equipaje cuando viajó a Montevideo para presidir el primer campeonato, era una estatuilla cincelada en oro macizo por el orfebre francés Abel Lafleur. De 30 centímetros de altura, representa una victoria alada que sostiene en sus brazos en alto una copa.

El peso del oro que contenía la escultura es de 1,800 gramos y, el peso total del trofeo, contando la peana de marmol, es de unos cuatro kilos. Costó en su día 50 millones de antiguos francos franceses.

Se estipuló que la nación ganadora de cada campeonato guardaría la copa en depósito hasta la celebración del torneo siguiente, cuatro años más tarde y que el trofeo pasaría a ser propiedad de la nación que ganase el Campeonato del Mundo en tres ocasiones.

Definitivamente Uruguay fue la sede de la primera Copa del Mundo de Futbol, aunque la mayor parte de los países que habían manifestado tanto entusiasmo en el congreso de Barcelona un año antes se echaron para atrás, ante lo que consideraban una aventura, especialmente por la duración del viaje a través del Atlántico... Francia adujo la imposibilidad de hallar 14 ó 15 jugadores capaces de representar dignamente a su futbol y que pudiesen gozar de las seis semanas de vacaciones necesarias para participar en el torneo mundial.

Fue precisa toda la habilidad dialéctica del propio Jules Rimet para convencer personalmente a jugadores y directivos de que no se podía abandonar una empresa en la que Francia, representada por él mismo, había tenido tanto empeño en su creación y puesta en marcha.

En la ausencia de España tuvo un peso determinante el informe del seleccionador José María Mateos, que consideraba el viaje a Montevideo impracticable por tres razones fundamentales: por un lado, el perjuicio económico que causaría a los clubes de los que se escogiesen jugadores: por otro lado, la imposibilidad de una concentración tranquila en suelo uruguayo debido a los previsibles agasajos de que serían objeto.

Se optó pues por no participar, a pesar de que, durante 1929 y 1930, la selección española había cosechado importantes triunfos que daban pie a un fundado optimismo, destacando las victorias ante Portugal en Sevilla 5-0 y Oporto 0-1, contra Francia en Zaragoza 8-1, contra Inglaterra en Madrid 4-3, contra Checoslovaquia en Barcelona 1-0 y contra Italia en Bolonia 2-3... Continuaremos.

Hablando de arrogancia, ya le tupimos a los gringos por menospreciar a Honduras y, ahora el Jimmy Lozano, emulándolos, pone un cuadro alternativo que nos hace suponer que una vez calificados no le importaba el título de Campeón, lo cual hubiéramos entendido y no lo culparíamos. Incluso le dimos la razón cuando sus pupilos dieron un pésimo primer tiempo y ¡oh! sorpresa, al iniciar el segundo tiempo comenzó a echar mano de sus jugadores titulares.

O sea que sí quería ganar, pero consideró que para eso le bastaban los jugadores suplentes, menospreciando a los jugadores hondureños, que tambien salieron con un equipo alternativo, dando a entender que tampoco les importaba el resultado.

Pero afloró el orgullo en los dos directores técnicos y, al calor del juego se negaron a concederle a su rival el trofeo de campeón de la zona que también es de ellos y, ¡orale! que meten al partido a sus mejores jugadores, tornándose en odiosos rivales los que antes del juego eran pacíficos vecinos conformes con haber ganado el pase para Tokio.

Después, los hermanos Lelo micrófono en mano se dedicaron a cubrirlo todo con pétalos de rosa, qué buenos son los hondureños, si, dignos rivales del gigante de Concacaf, para después repetir aquel final del último juego del Atlas, en donde Caraglio, que no hizo nada durante todo el partido, se le premió concediéndole cobrar un penalti que lo convirtió en el mejor jugador del partido.

Igual hoy, cuando J J Macías, que lo único que hizo durante el juego fue estorbar, se le concede cobrar el penal con el que se empató el juego, para así convertirse en el héroe, que si lo vieron los europeos se han de estar peleando por él. Pobres hondureños, se salvaron de que el árbitro les hubiera marcado otros cinco penalties... Pues entonces Macías los hubiera hecho ver su suerte.

Hasta pronto amigo.

Además de Uruguay, que fue elegido como sede para el primer Campeonato Mundial de Futbol, se habían presentado las candidaturas de Holanda, Suecia, Hungría, Italia y España, que fueron desestimadas por los congresistas.

Ganador de la medalla de oro de los juegos Olímpicos de 1924 y 1928, la mayoría de los reunidos en el congreso decidió que era de justicia conceder a Uruguay el honor de albergar la Primera Copa del Mundo que, además, coincidiría con la celebración del centenario de su organización constitucional.

Pero la euforia que se respiraba en el congreso de Barecelona duró poco. Dos meses antes de la inauguración del campeonato, fijada para el 13 de julio de 1930, ningún país europeo había hecho llegar a la FIFA su solicitud de inscripción. Las selecciones de Alemania, Austria, Checoslovaquia, Holanda, Hungría, Italia, Suecia y España, que habían anunciado su presencia en Uruguay, se echaron atrás.

La FIFA tuvo que ampliar al máximo el plazo de inscripcion y llevó a cabo una ardua labor diplomática para tratar de convencer a las federaciones europeas de que participaran en el Mundial, ya que el anuncio de las masivas deserciones había creado un ambiente de hostilidad hacia el futbol del Viejo Mundo en América Latina, sobre todo en Uruguay y la situación de la FIFA, y la del propio Jules Rimet se hallaba seriamente comprometida.

Esta tarea de persuasión logró finalmente captar cuatro equipos europeos, Bélgica, Rumania, Yugoslavia y Francia. El torneo se denominó Campeonato Mundial de Futbol "Copa Jules Rimet" en homenaje al hombre que sufrió mayores desvelos para alcanzar el éxito.

El trofeo que el propio Rimet llevó en su equipaje cuando viajó a Montevideo para presidir el primer campeonato, era una estatuilla cincelada en oro macizo por el orfebre francés Abel Lafleur. De 30 centímetros de altura, representa una victoria alada que sostiene en sus brazos en alto una copa.

El peso del oro que contenía la escultura es de 1,800 gramos y, el peso total del trofeo, contando la peana de marmol, es de unos cuatro kilos. Costó en su día 50 millones de antiguos francos franceses.

Se estipuló que la nación ganadora de cada campeonato guardaría la copa en depósito hasta la celebración del torneo siguiente, cuatro años más tarde y que el trofeo pasaría a ser propiedad de la nación que ganase el Campeonato del Mundo en tres ocasiones.

Definitivamente Uruguay fue la sede de la primera Copa del Mundo de Futbol, aunque la mayor parte de los países que habían manifestado tanto entusiasmo en el congreso de Barcelona un año antes se echaron para atrás, ante lo que consideraban una aventura, especialmente por la duración del viaje a través del Atlántico... Francia adujo la imposibilidad de hallar 14 ó 15 jugadores capaces de representar dignamente a su futbol y que pudiesen gozar de las seis semanas de vacaciones necesarias para participar en el torneo mundial.

Fue precisa toda la habilidad dialéctica del propio Jules Rimet para convencer personalmente a jugadores y directivos de que no se podía abandonar una empresa en la que Francia, representada por él mismo, había tenido tanto empeño en su creación y puesta en marcha.

En la ausencia de España tuvo un peso determinante el informe del seleccionador José María Mateos, que consideraba el viaje a Montevideo impracticable por tres razones fundamentales: por un lado, el perjuicio económico que causaría a los clubes de los que se escogiesen jugadores: por otro lado, la imposibilidad de una concentración tranquila en suelo uruguayo debido a los previsibles agasajos de que serían objeto.

Se optó pues por no participar, a pesar de que, durante 1929 y 1930, la selección española había cosechado importantes triunfos que daban pie a un fundado optimismo, destacando las victorias ante Portugal en Sevilla 5-0 y Oporto 0-1, contra Francia en Zaragoza 8-1, contra Inglaterra en Madrid 4-3, contra Checoslovaquia en Barcelona 1-0 y contra Italia en Bolonia 2-3... Continuaremos.

Hablando de arrogancia, ya le tupimos a los gringos por menospreciar a Honduras y, ahora el Jimmy Lozano, emulándolos, pone un cuadro alternativo que nos hace suponer que una vez calificados no le importaba el título de Campeón, lo cual hubiéramos entendido y no lo culparíamos. Incluso le dimos la razón cuando sus pupilos dieron un pésimo primer tiempo y ¡oh! sorpresa, al iniciar el segundo tiempo comenzó a echar mano de sus jugadores titulares.

O sea que sí quería ganar, pero consideró que para eso le bastaban los jugadores suplentes, menospreciando a los jugadores hondureños, que tambien salieron con un equipo alternativo, dando a entender que tampoco les importaba el resultado.

Pero afloró el orgullo en los dos directores técnicos y, al calor del juego se negaron a concederle a su rival el trofeo de campeón de la zona que también es de ellos y, ¡orale! que meten al partido a sus mejores jugadores, tornándose en odiosos rivales los que antes del juego eran pacíficos vecinos conformes con haber ganado el pase para Tokio.

Después, los hermanos Lelo micrófono en mano se dedicaron a cubrirlo todo con pétalos de rosa, qué buenos son los hondureños, si, dignos rivales del gigante de Concacaf, para después repetir aquel final del último juego del Atlas, en donde Caraglio, que no hizo nada durante todo el partido, se le premió concediéndole cobrar un penalti que lo convirtió en el mejor jugador del partido.

Igual hoy, cuando J J Macías, que lo único que hizo durante el juego fue estorbar, se le concede cobrar el penal con el que se empató el juego, para así convertirse en el héroe, que si lo vieron los europeos se han de estar peleando por él. Pobres hondureños, se salvaron de que el árbitro les hubiera marcado otros cinco penalties... Pues entonces Macías los hubiera hecho ver su suerte.

Hasta pronto amigo.