/ sábado 26 de diciembre de 2020

Ocurrencias del futbol | La soledad no significa estar solo

Después de 11 meses de sufrir al menos de la sana distancia, comenzamos a sufrir la soledad. Después de cinco años, Gignac ya no estará solo.Este es un tipo de soledad que ya a fines de los cincuenta sufría José Alves "Zague", quien fuera más conocido como "El Lobo solitario". Pero ¡que va! Zague, igual que Gignac, tenía ese don que resplandece dentro y fuera de las canchas, solos jamás en ese sentido de autocastigo en la conciencia de los que no están conformes con su persona.

A la gran mayoría de las personas les aterra la soledad. Nada hay más doloroso para un niño que pensar ser abandonado por sus padres. Ya de adultos queremos seguir sintiendo ese cálido resguardo afectuoso que nuestros padres nos daban. No sabemos que soportar la soledad es una prueba contundente de que ya somos adultos emocionalmente. Por ello, nada más útil que liberarse de nuestra fantasía de seguridad de nuestra infancia.

Tenemos que tomar posesión de nosotros mismos y, eso implica aceptar un cierto grado de soledad en nuestras vidas. Renunciar a la intimidad para no sufrir a la más mínima soledad, es renunciar a ser dueños de nosotros mismos. Nuestra intimidad es la parte reservada o más particular de nuestros pensamientos y afectos y, este núcleo de nuestro ser, tenemos que resguardarlo a toda costa.

Cuando fuimos niños, nuestro padre y nuestra madre fueron las personas más importantes de la tierra. Esta experiencia en alto o bajo grado, la seguimos viviendo ya de adultos. Por eso, las personas de autoridad nos causan miedo o creemos que nos dan seguridad. Manifestarnos como adultos nos puede crear sentimientos de culpa, pues de alguna manera en nuestro inconsciente significa desligarnos de ellos y quedarnos solos, aun cuando nuestros padres hayan fallecido hace mucho tiempo atrás. En nuestra fantasía de niños que persiste en nuestra etapa adulta, renunciamos a tomar posesión de nosotros mismos y a actuar con toda la fuerza y valentía, porque falsamente creemos que estaríamos revelándonos y enfrentándonos con nuestro padres.

¡Cuantos adultos viven como niños, porque piensan que si vivieran como adultos traicionarían a sus padres! Estas personas con cuerpos de adulto y corazón de niño viven la tragedia de no ser ni niños ni adultos, Las situaciones de la vida les exigen respuestas de adultos, pero su ilusión de infantes dependientes les impide actuar con independencia y valentía. No actúan como adultos, porque creen que serían unos malvados, pues no pueden aceptar otra vida sentimental que las que les exige su corazón de niños, pues para ellos, adultos son sus padres, aunque ya hayan fallecido. Para estos adultos dependientes que viven en la ilusion de ser niños, actuar como adultos independientes es una especie de crimen y traición a sus padres.

Tenemos que liberarnos a toda costa de esos fantasmas e ilusiones de nuestra niñez. Que jamás volveremos a pasar por la seguridad de cuando éramos niños y, que además no necesitamos de esa seguridad, sino al contrario, lo que debemos de hacer es autoafirmarnos como personas adultas, libres e independientes. No seremos ningunos criminales y traidores por quitarse la pesada losa de la ilusión de la seguridad infantil. Como adultos estamos preparados para la soledad, el sufrimiento, la victoria, las adversidades y todo lo que la vida nos depare. Todo depende de que queramos dejar de ser niños y de convertirnos en adultos.

Si para los que hemos jugado en espacios cerrados (estadios), el calor que emana de las tribunas y, la voz estruendosa que justifica y comparte la alegría, que sería la justificación a todo nuestro esfuerzo, verlos ahora vacíos, acrecienta la idea de ver como una exagerada inversión en algo que muy fácilmente puede volverse en algo incosteable, incluso estorboso, semejante a la imagen que da el estadio Tamaulipas, cuya alargada agonía, se sustenta de la esperanza de que algún día volverá a darle vida el futbol de la Primera División.

Y sin embargo, cuando el espiritu deportivo se hace presente, el milagro de la televisión, con la imagen de los guerreros que en medio de la soledad, se valen del fragor de la contienda para descongelar a toda la fría imagen monumental del graderío, logrando en consecuencia, encontrar la alegría y felicidad necesarias para maquillar de placer la amarga careta que esta infame pandemia nos ha impuesto. Nada es para siempre, ni siquiera el dolor... Gracias Jaiba Brava por darle el celeste a un cielo que pintaba para un triste gris oscuro.

Muy lejos de la acción, no puedo imaginar lo que todos los locos como yo estén haciendo para matar el gusanito. Yo, imposibilitado para esa actividad, cultivo mi imaginación valiéndome de lo que me ha convertido en el jugador soñado... mi imaginación, pues confieso que mis mejores actuaciones, las he roncado, haciendo que en mis despertares, aparezca el hombre feliz por tanto que la vida me ha dado, felicidad que quisiera hacer extensiva a todos aquellos que han sido golpeados por esta cruel pandemia que de ninguna forma ha podido acabar con la alegría que nos brinda el espíritu navideño.

Hasta pronto amigo.

Después de 11 meses de sufrir al menos de la sana distancia, comenzamos a sufrir la soledad. Después de cinco años, Gignac ya no estará solo.Este es un tipo de soledad que ya a fines de los cincuenta sufría José Alves "Zague", quien fuera más conocido como "El Lobo solitario". Pero ¡que va! Zague, igual que Gignac, tenía ese don que resplandece dentro y fuera de las canchas, solos jamás en ese sentido de autocastigo en la conciencia de los que no están conformes con su persona.

A la gran mayoría de las personas les aterra la soledad. Nada hay más doloroso para un niño que pensar ser abandonado por sus padres. Ya de adultos queremos seguir sintiendo ese cálido resguardo afectuoso que nuestros padres nos daban. No sabemos que soportar la soledad es una prueba contundente de que ya somos adultos emocionalmente. Por ello, nada más útil que liberarse de nuestra fantasía de seguridad de nuestra infancia.

Tenemos que tomar posesión de nosotros mismos y, eso implica aceptar un cierto grado de soledad en nuestras vidas. Renunciar a la intimidad para no sufrir a la más mínima soledad, es renunciar a ser dueños de nosotros mismos. Nuestra intimidad es la parte reservada o más particular de nuestros pensamientos y afectos y, este núcleo de nuestro ser, tenemos que resguardarlo a toda costa.

Cuando fuimos niños, nuestro padre y nuestra madre fueron las personas más importantes de la tierra. Esta experiencia en alto o bajo grado, la seguimos viviendo ya de adultos. Por eso, las personas de autoridad nos causan miedo o creemos que nos dan seguridad. Manifestarnos como adultos nos puede crear sentimientos de culpa, pues de alguna manera en nuestro inconsciente significa desligarnos de ellos y quedarnos solos, aun cuando nuestros padres hayan fallecido hace mucho tiempo atrás. En nuestra fantasía de niños que persiste en nuestra etapa adulta, renunciamos a tomar posesión de nosotros mismos y a actuar con toda la fuerza y valentía, porque falsamente creemos que estaríamos revelándonos y enfrentándonos con nuestro padres.

¡Cuantos adultos viven como niños, porque piensan que si vivieran como adultos traicionarían a sus padres! Estas personas con cuerpos de adulto y corazón de niño viven la tragedia de no ser ni niños ni adultos, Las situaciones de la vida les exigen respuestas de adultos, pero su ilusión de infantes dependientes les impide actuar con independencia y valentía. No actúan como adultos, porque creen que serían unos malvados, pues no pueden aceptar otra vida sentimental que las que les exige su corazón de niños, pues para ellos, adultos son sus padres, aunque ya hayan fallecido. Para estos adultos dependientes que viven en la ilusion de ser niños, actuar como adultos independientes es una especie de crimen y traición a sus padres.

Tenemos que liberarnos a toda costa de esos fantasmas e ilusiones de nuestra niñez. Que jamás volveremos a pasar por la seguridad de cuando éramos niños y, que además no necesitamos de esa seguridad, sino al contrario, lo que debemos de hacer es autoafirmarnos como personas adultas, libres e independientes. No seremos ningunos criminales y traidores por quitarse la pesada losa de la ilusión de la seguridad infantil. Como adultos estamos preparados para la soledad, el sufrimiento, la victoria, las adversidades y todo lo que la vida nos depare. Todo depende de que queramos dejar de ser niños y de convertirnos en adultos.

Si para los que hemos jugado en espacios cerrados (estadios), el calor que emana de las tribunas y, la voz estruendosa que justifica y comparte la alegría, que sería la justificación a todo nuestro esfuerzo, verlos ahora vacíos, acrecienta la idea de ver como una exagerada inversión en algo que muy fácilmente puede volverse en algo incosteable, incluso estorboso, semejante a la imagen que da el estadio Tamaulipas, cuya alargada agonía, se sustenta de la esperanza de que algún día volverá a darle vida el futbol de la Primera División.

Y sin embargo, cuando el espiritu deportivo se hace presente, el milagro de la televisión, con la imagen de los guerreros que en medio de la soledad, se valen del fragor de la contienda para descongelar a toda la fría imagen monumental del graderío, logrando en consecuencia, encontrar la alegría y felicidad necesarias para maquillar de placer la amarga careta que esta infame pandemia nos ha impuesto. Nada es para siempre, ni siquiera el dolor... Gracias Jaiba Brava por darle el celeste a un cielo que pintaba para un triste gris oscuro.

Muy lejos de la acción, no puedo imaginar lo que todos los locos como yo estén haciendo para matar el gusanito. Yo, imposibilitado para esa actividad, cultivo mi imaginación valiéndome de lo que me ha convertido en el jugador soñado... mi imaginación, pues confieso que mis mejores actuaciones, las he roncado, haciendo que en mis despertares, aparezca el hombre feliz por tanto que la vida me ha dado, felicidad que quisiera hacer extensiva a todos aquellos que han sido golpeados por esta cruel pandemia que de ninguna forma ha podido acabar con la alegría que nos brinda el espíritu navideño.

Hasta pronto amigo.