/ lunes 27 de septiembre de 2021

Ocurrencias del futbol | Los cerillos son los únicos clásicos que sirven

Ahí tienen ustedes, si correr y correr, las más de las veces sin sentido alguno, es un buen juego, podré entender entonces su entusiasmo. Para mí, este fue uno más de tantos clásicos que he podido sufrir. Hasta las habladas del “director técnico” de Chivas “Vamos a callar bocas” se perdieron en el infinito.

Este Guadalajara es exactamente el mismo que nos aburrió cuando tenían al frente a Víctor Manuel Vucetich, nada nuevo, a no ser la confirmación de que el “Chicote” Calderón, sacado del bote de los trapos viejos donde lo tenía el Vuce, solo sirve para dos cosas, la primera y la segunda, a no ser por una acción violenta que merecía la tarjeta roja, no lo recuerdo por algo más.

El América, con ese accionar eficaz del que todos hablan y que mi condición de profano en la materia no me alcanza para comprenderla, me obliga a creer que es la ineptitud de sus rivales, y no su buen oficio, lo que los mantiene como el equipo menos goleado. Y qué podíamos esperar de un equipo dirigido por alguien al que el dinero, que según los hipócritas no sirve para nada, suele incrementar la simpatía de quien lo posee.

Si ustedes recuerdan a los Tecos de la UAG, recordarán que en el departamento de defensas centrales llegaron a contar con verdaderos artistas del arte de la recuperación y las coberturas. Sin embargo, el nepotismo descarado, obedeciendo a la voz de “Papi”, mandó a la banca a uno de aquellos buenos defensas, para hacerle espacio al “muchacho de la película”.

Los que no vieron jugar a Miguel Herrera, el “Piojo”, detractores gratuitos la mayoría de ellos, lo pintan como a un matalote. ¡NO! Ni la técnica ni la elegancia pueden adornar a un piojo, pero el hombre era tan latoso como un verdadero piojo, lo que le valió para ser titular y coronarse campeón con el equipo del pueblo, los mugrosos del Atlante, entre cuya directiva no aparecía ningún familiar de Miguel.

Miguel, que por cierto fue campeón también con los “Tecos”, en donde Vucetich, al frente de aquella nave, no tuvo modo de debutar al joven simpático aquel, hijo del Rector de la UAG o, simplemente, los méritos que lo avalaban no fueron suficientes para que el Vuce lo aceptara, a pesar de ser hijo de quien era, pecado imperdonable que le valió al Vuce la antipatía de tan solemne personaje, que luce de maravilla en las fotos publicadas junto a Amaury y Ricardo, que son la viva imagen de este actual maravilloso Guadalajara, que hoy es el mismo que dejó Vucetich.

Lo mejor de este partido, según los comentaristas, apareció en el momento que el futbol fue olvidado para dar paso al espectáculo, en el que el olvido más grande escapó a la mirada del réferi, quien pasó por alto el olvido de las máscaras de los rudos, permitiendo el uso de la “llave china” (Gudiño), la temible presión sobre la carótida (Henry) y el piquete de ojos (Ponce), todos recursos prohibidos por el reglamento que el réferi pasó por alto.

Y vaya que los comentaristas abaratan el espectáculo, concediéndole más importancia de la que se merece, y eso que seguramente han visto ya los muchos videos existentes de las antiguas broncas entre estos dos gigantes del futbol mexicano, salvo la mejor de todas, aquella que se originó lejos del estadio Azteca.

Resulta que para celebrar la inauguración del estadio Tamaulipas, se invitó a equipos como el Mónaco de Francia, el Cerro Porteño de Uruguay, que jugaron contra el equipo local Tampico-Madero, y otro juego en el que se enfrentaron Guadalajara y América.

De pronto, cerca del medio campo, apareció tirado en el pasto el “Coco” Gómez (+), jugador del América siendo pateado por el “Bigotón” Jasso, jugador de las Chivas, lo que desató una bronca general, en la que los únicos que no participaron fueron los americanistas “Vava”, Moazir Santos, José Alves “Zague” y Arlindo Santos, quienes cruzados de brazos formaron una isla que los jugadores del Guadalajara respetaron, ya que se trataba de una guerra civil de mexicanos contra mexicanos.

No puedo decir que aquello haya sido una ejemplar exhibición deportiva, pero sí hemos de hablar de espectáculo, ninguna de las revueltas armadas en el Azteca y en el Jalisco se compara con la de la histórica de la inauguración del estadio Tamaulipas, en donde el público, en su condición de neutral, no intervino ni en favor ni en contra de nadie.

Sí señor, veíamos caídos por aquí y por allá, unos retorciéndose y otros quietecitos que ni siquiera escucharon los 10 segundos que les gritó el público.

No me vengan con que este ha sido un buen clásico, pues no cumplió ni como futbol y mucho menos como lucha libre. Y luego dicen que los viejos vivimos presumiendo del pasado. Pregúntale a tus abuelitos, querido lector, ellos te dirán si estoy mintiendo.

¡Ah! Cuánta ilusión nos causó aquella hermosa obra, más aún en la época del arquitecto Paulino Lomas, con llenos a reventar en donde hasta las torres del alumbrado eran invadidas por la afición, dispuesta a todo para disfrutar de su deporte favorito, el futbol.

Hasta pronto amigo.

Ahí tienen ustedes, si correr y correr, las más de las veces sin sentido alguno, es un buen juego, podré entender entonces su entusiasmo. Para mí, este fue uno más de tantos clásicos que he podido sufrir. Hasta las habladas del “director técnico” de Chivas “Vamos a callar bocas” se perdieron en el infinito.

Este Guadalajara es exactamente el mismo que nos aburrió cuando tenían al frente a Víctor Manuel Vucetich, nada nuevo, a no ser la confirmación de que el “Chicote” Calderón, sacado del bote de los trapos viejos donde lo tenía el Vuce, solo sirve para dos cosas, la primera y la segunda, a no ser por una acción violenta que merecía la tarjeta roja, no lo recuerdo por algo más.

El América, con ese accionar eficaz del que todos hablan y que mi condición de profano en la materia no me alcanza para comprenderla, me obliga a creer que es la ineptitud de sus rivales, y no su buen oficio, lo que los mantiene como el equipo menos goleado. Y qué podíamos esperar de un equipo dirigido por alguien al que el dinero, que según los hipócritas no sirve para nada, suele incrementar la simpatía de quien lo posee.

Si ustedes recuerdan a los Tecos de la UAG, recordarán que en el departamento de defensas centrales llegaron a contar con verdaderos artistas del arte de la recuperación y las coberturas. Sin embargo, el nepotismo descarado, obedeciendo a la voz de “Papi”, mandó a la banca a uno de aquellos buenos defensas, para hacerle espacio al “muchacho de la película”.

Los que no vieron jugar a Miguel Herrera, el “Piojo”, detractores gratuitos la mayoría de ellos, lo pintan como a un matalote. ¡NO! Ni la técnica ni la elegancia pueden adornar a un piojo, pero el hombre era tan latoso como un verdadero piojo, lo que le valió para ser titular y coronarse campeón con el equipo del pueblo, los mugrosos del Atlante, entre cuya directiva no aparecía ningún familiar de Miguel.

Miguel, que por cierto fue campeón también con los “Tecos”, en donde Vucetich, al frente de aquella nave, no tuvo modo de debutar al joven simpático aquel, hijo del Rector de la UAG o, simplemente, los méritos que lo avalaban no fueron suficientes para que el Vuce lo aceptara, a pesar de ser hijo de quien era, pecado imperdonable que le valió al Vuce la antipatía de tan solemne personaje, que luce de maravilla en las fotos publicadas junto a Amaury y Ricardo, que son la viva imagen de este actual maravilloso Guadalajara, que hoy es el mismo que dejó Vucetich.

Lo mejor de este partido, según los comentaristas, apareció en el momento que el futbol fue olvidado para dar paso al espectáculo, en el que el olvido más grande escapó a la mirada del réferi, quien pasó por alto el olvido de las máscaras de los rudos, permitiendo el uso de la “llave china” (Gudiño), la temible presión sobre la carótida (Henry) y el piquete de ojos (Ponce), todos recursos prohibidos por el reglamento que el réferi pasó por alto.

Y vaya que los comentaristas abaratan el espectáculo, concediéndole más importancia de la que se merece, y eso que seguramente han visto ya los muchos videos existentes de las antiguas broncas entre estos dos gigantes del futbol mexicano, salvo la mejor de todas, aquella que se originó lejos del estadio Azteca.

Resulta que para celebrar la inauguración del estadio Tamaulipas, se invitó a equipos como el Mónaco de Francia, el Cerro Porteño de Uruguay, que jugaron contra el equipo local Tampico-Madero, y otro juego en el que se enfrentaron Guadalajara y América.

De pronto, cerca del medio campo, apareció tirado en el pasto el “Coco” Gómez (+), jugador del América siendo pateado por el “Bigotón” Jasso, jugador de las Chivas, lo que desató una bronca general, en la que los únicos que no participaron fueron los americanistas “Vava”, Moazir Santos, José Alves “Zague” y Arlindo Santos, quienes cruzados de brazos formaron una isla que los jugadores del Guadalajara respetaron, ya que se trataba de una guerra civil de mexicanos contra mexicanos.

No puedo decir que aquello haya sido una ejemplar exhibición deportiva, pero sí hemos de hablar de espectáculo, ninguna de las revueltas armadas en el Azteca y en el Jalisco se compara con la de la histórica de la inauguración del estadio Tamaulipas, en donde el público, en su condición de neutral, no intervino ni en favor ni en contra de nadie.

Sí señor, veíamos caídos por aquí y por allá, unos retorciéndose y otros quietecitos que ni siquiera escucharon los 10 segundos que les gritó el público.

No me vengan con que este ha sido un buen clásico, pues no cumplió ni como futbol y mucho menos como lucha libre. Y luego dicen que los viejos vivimos presumiendo del pasado. Pregúntale a tus abuelitos, querido lector, ellos te dirán si estoy mintiendo.

¡Ah! Cuánta ilusión nos causó aquella hermosa obra, más aún en la época del arquitecto Paulino Lomas, con llenos a reventar en donde hasta las torres del alumbrado eran invadidas por la afición, dispuesta a todo para disfrutar de su deporte favorito, el futbol.

Hasta pronto amigo.