/ domingo 27 de diciembre de 2020

Ocurrencias del futbol | Para un artista es un divino placer la creación de su obra

Esperando que hayan encontrado la forma de disfrutar de sus fiestas de Nochebuena y Navidad sin alterar el protocolo de sanidad, retomaré el tema que había suspendido por atender a las múltiples finales de campeonatos femenil y masculino en sus distintas categorías.

Y han de disculpar que todo haya sido anacrónico, pues en mi trabajo también nos hemos visto en la necesidad de respetar horarios que no coincidían con los de los partidos que se efectuaban. Hoy el 2020 futbolístico terminó, espero que a tus equipos favoritos les haya ido bien y les deseo les vaya mejor aún en el 2021.

Dentro de lo que es mi responsabilidad para con ustedes, cuando voy a hablarles de historia de personajes, procuro que sean jugadores que yo haya visto en acción, ya sea en vivo o a través de la televisión, salvo cuando hablamos de personajes anteriores al año 1954, que es cuando yo ya me involucré en las actividades deportivas, leyendo el Esto, La Prensa o el Norte, a los que mi padre estaba suscrito y que recibíamos con dos o tres días de atraso. Y por la televisión, a partir de 1957 cuando encontrándome en Monterrey, veía los juegos del Real Madrid, diferidos con una semana de diferencia.

Como pueden ver, he sido muy afortunado al poder haber disfrutado viendo jugar a Di Stéfano, Puskás, Kopa, Gento, Evaristo, Didí, Grillo, Sívori y muchos más. Ahora les hablaré de un uruguayo no tan antiguo que maravilló a México. Cuando en el Estadio Azteca, les hablo de los sesenta, nos dejó con la boca abierta al anotar un gol de dificilísima factura. El hombre se internó a velocidad hasta el área chica buscando ser asistido por Luis Cubilla, otro de los inmortales de Uruguay, quien le envió algo que más que un centro, parecía un tiro a gol justo a la altura del ombligo, Abbadie, a quien hago referencia, arqueó su cuerpo y llevó la talonera de su zapato hasta su quinta lumbar, saliendo un rayo que libró su cuerpo para irse a morir en las redes. Silencio total en el Azteca y después una ovación ensordecedora. Tiempo después el Peñarol envió a México a manera de evidencia, unas películas que recreaban la misma acción en otros juegos... ¡No! no fue chiripa, como muchos suponíamos.

Julio César Abbadie fue uno de los más notables jugadores uruguayos de todos los tiempos. Nació en el departamento de Maldonado, al este del país e intentó enrolarse en el Nacional de Montevideo. Los técnicos del gran equipo tricolor se equivocaron en esta oportunidad, pues no creyeron en sus habilidades. Abbadie empezó entonces a practicar en las filas del clásico rival del Nacional, el Peñarol, en el que pronto ganó la titularidad sustituyendo a otro fuera de serie, Juan Alberto Schiaffino, quien había sido contratado por el Milán.

Con el número 10 a la espalda, Abbadie maravilló al público uruguayo por su excelente técnica, el excelente y delicado manejo del balón, la precisión de sus pases y de tiros a puerta y, también por su inteligencia en el plano estratégico y táctico. En ocasión del Campeonato Mundial de 1954, el técnico Juan López lo ubicó en el extremo derecho del ataque, puesto en el que también brilló a base de velocidad y regates desconcertantes.

Tras jugar varios años en el Génova de Italia, regresó a Montevideo a su antiguo club, el Peñarol. Sus sienes ya lucían abundantes canas y, no fueron pocos los críticos que consideraron que era muy veterano. Pero el entrenador, Roque Máspoli lo mantuvo en el extremo derecho del ataque aurinegro, la velocidad perdida fue suplida por la experiencia y una función táctica dirigida a obstruir los comienzos de las cargas de los adversarios y a relevar al lateral de ese costado cuando se lanzaba al ataque. Idolatrado por la hinchada aurinegra y respetado por todos los deportistas uruguayos por su caballerosidad el "Pardo" Abbadie culminó su carrera de éxitos cuando Peñarol ganó, en 1966, las Copas, Libertadores e Intercontinental.

Si, no lo niego yo, como muchos otros, vi aquel gol que nos impactó en el Estadio Azteca y, por televisión a nivel nacional, que por las dificultades que lo rodean, podemos tomar como balón perdido o, balonazo recibido, ahí en lo que llamamos el callo de la andadera, que, si sabes de lo que hablo, sabrás que duele y tanto, que te olvidas del remate y te haces a un lado, todo esto libre de cualquier reclamo por parte de compañeros y cuerpo técnico.

¡Chiripa! pensamos todos los que lo vimos... Una semana después, la televisión nos presentaba cinco o seis réplicas que parecían calcas al carbón de aquella acción, que bien podríamos interpretar como un acto alacranezco muy acelerado, pero tan o más efectivo que una de esas caricias del endemoniado animalito, si ya lo has padecido, sabes bien de lo que hablo, dolor endemoniado y terribles calenturas.

De este alacrán bajo existe otra versión más vista y más practicada porque es mucho más lenta, es muy vista y estoy seguro de que hasta ahí en tus competencias, alguien lo ha intentado, y la acción más perfecta pertenece a nuestro inolvidable amigo argentino, el "Che" Bonelli +, cuando jugando una final Independiente vs., el odiado rival, el River Plate, con el marcador 0-0 y a minutos del final, un balón pasado hasta donde el "Mono" se encontraba completamente solo y, poner su cabeza para chocar el balón era suficiente, elevó su pierna derecha por su espalda y a la altura de su cabeza contactó para anotar y coronarse... ¿Sabes lo que los hinchas me hubieran hecho de haber fallado?... Contaba el "Che" con la inseparable sonrisa del que disfruta de la vida y, para él, la vida era el futbol y el tango.

Hasta pronto amigo.

Esperando que hayan encontrado la forma de disfrutar de sus fiestas de Nochebuena y Navidad sin alterar el protocolo de sanidad, retomaré el tema que había suspendido por atender a las múltiples finales de campeonatos femenil y masculino en sus distintas categorías.

Y han de disculpar que todo haya sido anacrónico, pues en mi trabajo también nos hemos visto en la necesidad de respetar horarios que no coincidían con los de los partidos que se efectuaban. Hoy el 2020 futbolístico terminó, espero que a tus equipos favoritos les haya ido bien y les deseo les vaya mejor aún en el 2021.

Dentro de lo que es mi responsabilidad para con ustedes, cuando voy a hablarles de historia de personajes, procuro que sean jugadores que yo haya visto en acción, ya sea en vivo o a través de la televisión, salvo cuando hablamos de personajes anteriores al año 1954, que es cuando yo ya me involucré en las actividades deportivas, leyendo el Esto, La Prensa o el Norte, a los que mi padre estaba suscrito y que recibíamos con dos o tres días de atraso. Y por la televisión, a partir de 1957 cuando encontrándome en Monterrey, veía los juegos del Real Madrid, diferidos con una semana de diferencia.

Como pueden ver, he sido muy afortunado al poder haber disfrutado viendo jugar a Di Stéfano, Puskás, Kopa, Gento, Evaristo, Didí, Grillo, Sívori y muchos más. Ahora les hablaré de un uruguayo no tan antiguo que maravilló a México. Cuando en el Estadio Azteca, les hablo de los sesenta, nos dejó con la boca abierta al anotar un gol de dificilísima factura. El hombre se internó a velocidad hasta el área chica buscando ser asistido por Luis Cubilla, otro de los inmortales de Uruguay, quien le envió algo que más que un centro, parecía un tiro a gol justo a la altura del ombligo, Abbadie, a quien hago referencia, arqueó su cuerpo y llevó la talonera de su zapato hasta su quinta lumbar, saliendo un rayo que libró su cuerpo para irse a morir en las redes. Silencio total en el Azteca y después una ovación ensordecedora. Tiempo después el Peñarol envió a México a manera de evidencia, unas películas que recreaban la misma acción en otros juegos... ¡No! no fue chiripa, como muchos suponíamos.

Julio César Abbadie fue uno de los más notables jugadores uruguayos de todos los tiempos. Nació en el departamento de Maldonado, al este del país e intentó enrolarse en el Nacional de Montevideo. Los técnicos del gran equipo tricolor se equivocaron en esta oportunidad, pues no creyeron en sus habilidades. Abbadie empezó entonces a practicar en las filas del clásico rival del Nacional, el Peñarol, en el que pronto ganó la titularidad sustituyendo a otro fuera de serie, Juan Alberto Schiaffino, quien había sido contratado por el Milán.

Con el número 10 a la espalda, Abbadie maravilló al público uruguayo por su excelente técnica, el excelente y delicado manejo del balón, la precisión de sus pases y de tiros a puerta y, también por su inteligencia en el plano estratégico y táctico. En ocasión del Campeonato Mundial de 1954, el técnico Juan López lo ubicó en el extremo derecho del ataque, puesto en el que también brilló a base de velocidad y regates desconcertantes.

Tras jugar varios años en el Génova de Italia, regresó a Montevideo a su antiguo club, el Peñarol. Sus sienes ya lucían abundantes canas y, no fueron pocos los críticos que consideraron que era muy veterano. Pero el entrenador, Roque Máspoli lo mantuvo en el extremo derecho del ataque aurinegro, la velocidad perdida fue suplida por la experiencia y una función táctica dirigida a obstruir los comienzos de las cargas de los adversarios y a relevar al lateral de ese costado cuando se lanzaba al ataque. Idolatrado por la hinchada aurinegra y respetado por todos los deportistas uruguayos por su caballerosidad el "Pardo" Abbadie culminó su carrera de éxitos cuando Peñarol ganó, en 1966, las Copas, Libertadores e Intercontinental.

Si, no lo niego yo, como muchos otros, vi aquel gol que nos impactó en el Estadio Azteca y, por televisión a nivel nacional, que por las dificultades que lo rodean, podemos tomar como balón perdido o, balonazo recibido, ahí en lo que llamamos el callo de la andadera, que, si sabes de lo que hablo, sabrás que duele y tanto, que te olvidas del remate y te haces a un lado, todo esto libre de cualquier reclamo por parte de compañeros y cuerpo técnico.

¡Chiripa! pensamos todos los que lo vimos... Una semana después, la televisión nos presentaba cinco o seis réplicas que parecían calcas al carbón de aquella acción, que bien podríamos interpretar como un acto alacranezco muy acelerado, pero tan o más efectivo que una de esas caricias del endemoniado animalito, si ya lo has padecido, sabes bien de lo que hablo, dolor endemoniado y terribles calenturas.

De este alacrán bajo existe otra versión más vista y más practicada porque es mucho más lenta, es muy vista y estoy seguro de que hasta ahí en tus competencias, alguien lo ha intentado, y la acción más perfecta pertenece a nuestro inolvidable amigo argentino, el "Che" Bonelli +, cuando jugando una final Independiente vs., el odiado rival, el River Plate, con el marcador 0-0 y a minutos del final, un balón pasado hasta donde el "Mono" se encontraba completamente solo y, poner su cabeza para chocar el balón era suficiente, elevó su pierna derecha por su espalda y a la altura de su cabeza contactó para anotar y coronarse... ¿Sabes lo que los hinchas me hubieran hecho de haber fallado?... Contaba el "Che" con la inseparable sonrisa del que disfruta de la vida y, para él, la vida era el futbol y el tango.

Hasta pronto amigo.