/ viernes 29 de mayo de 2020

Ocurrencias del futbol | Solamente tendrás la riqueza que hayas dado

El dinero es como el estiércol de abono, no sirve para nada a menos que se le esparza

Pancho ha cambiado el limbo del Alzheimer por el limbo de los justos... Ha gritado algunas de sus frases favoritas, "¡Pégale, Alfredo!", "¡Pásala, Bozsik!", "¡Tómala, Paco!" y ha abandonado la cancha comentando entre dientes algún partido intemporal con Alfredo Di Stéfano, Josef Bozsik (Honved) y Paco Gento, tres de sus socios más queridos... Sin perjuicio de sus Pichichis, sus ligas y sus Copas de Europa, fue uno de esos personajes de posguerra dotados de la ciencia que como decía nuestro inolvidable Braulio "Baby" Pérez, solo se consigue en los arrabales. Dueño de un tacto excepcional, habría hecho carrera en cualquier oficio campatible con el ritmo, la bohemia y la fantasía. Podría haberse convertido en un violinista de época, pero prefirió el futbol.

LOS EQUIPOS ORQUESTA

En realidad su elección no importaba gran cosa porque ingresaría al Honved de Budapest y en la selección húngara, dos de los equipos que más veces han sido comparados a una orquesta. Con su calzón planchado, su casco de gomina y sus pantorrillas de tirador, hizo del juego un ejercicio de estilo y de los estadios una propiedad intelectual. Por algún capricho de la ley de las probabilidades, no fue, no ganó el Mundial de Suiza, pero con su asombrosa visión de gol estableció una nueva escala de valores, alegró la vida de una Europa renqueante que se movía entre sus propios escombros y, dejó como recuerdo, algunas memorables secuencias en blanco y negro.

AQUELLA JUGADA

Todavía se recuerda aquella maniobra suya frente al pico derecho del área chica de Wembley. Aunque jugaba contra Inglaterra en el corazón del Imperio Británico, su pulso seguía marcando como siempre, las doce en punto. Pisó la pelota con delicadeza, esperó la llegada de Billy Wright, capitán de los ingleses y, en el último instante la ocultó como un mago, mientras que su oponente pasaba de largo. Miró el palo más próximo, plegó la zurda, retrasó la cadera, y como lo hacen los billaristas de lujo, ejecutó un "masse". Los "supporters" oyeron un taponazo de botella, Wright siguió su recorrido y aquella bola subió misteriosamente por la diagonal y entró por el canto, fue aquel uno de sus tres goles de la noche y, uno de los tres goles del siglo.

Los jugadores elegantes suelen tener una muerte sin demasiada peripecia. Nacen, se perfeccionan, se bruñen, llegan a lo exquisito y mueren como estrellas. Su luminosidad vertical se apaga de abajo arriba y su muerte asciende desde la base a la cima como un fósforo. Solo los jugadores conformados como grandes bloques ejemplares con más potencia que estilo, más piedra que zumo, caen levantando grandes polvaredas.´

PUSKAS NO HA MUERTO

Puskas no ha muerto, sin embargo, de una vez. Ni explotando en un choque de carretera, ni siendo la bomba fatal de un suicidio, contrajo el Alzheimer hace años y, en su manoteo sobre paredes y muebles fue dejando las huellas anticipadas de su recuerdo, exactamente mientras se evaporaba en su propia memoria deportiva.

Goleaba a la manera de un artesano tradicional, un operario con oficio profundo, porque aún siendo un milagro, la factura de sus goles, cualquier podía advertir que procedían de un aprendizaje autóctono y tradicional. Ningún maestro fue superior a él, pero su maestría poseía densidad de lo bien aprendido y madurado.

DE JUGADOR A MITO

Su muerte alude a un deterioro cerebral, pero que otro podía esperarse de un conspicuo profesional que se gastaba en la descarga de cada disparo. De hecho, la lenta y continua pérdida de vigor cerebral, se vio temporalmente correspondida por un injusto olvido oficial. Fue en fin tan fácil quererlo, que su nombre ha permanecido tan intacto como si ahora mismo pudiera saltar al campo y recibir el gran clamor. Porque Puskas hace tiempo que pasó de ser un nombre de jugador para hacerse las denominaciones de un mito y hasta de un concepto.

FUNERAL CON HONORES

Solamente he visto a otro futbolista ser tan querido y respetado como Puskas, el ruso Lev Yachine, aunque no le conozco más mérito que el de su empatía, mientras que Puskas, que igual era un hombre simpático, poseía una condición ejemplar. En tiempos difíciles para su patria, con la bota soviética asfixiándola, muchos fueron los húngaros que optaron por emigrar y, Puskas, que era jugador caro, que ganaba bien, no escatimó jamás la ayuda a cualquier paisano que se acercara a él. Sus mismos compañeros lo decían... Oye, ¡cuántos hijos tiene Pancho! ¿Dejaría algo para comer?... Siendo jugador del Honved, el equipo del ejército húngaro fue ascendido al grado de Coronel y en su funeral se le rindieron honores que a ningún otro militar húngaro se le han rendido.

El dinero es como el estiércol de abono, no sirve para nada a menos que se le esparza

Pancho ha cambiado el limbo del Alzheimer por el limbo de los justos... Ha gritado algunas de sus frases favoritas, "¡Pégale, Alfredo!", "¡Pásala, Bozsik!", "¡Tómala, Paco!" y ha abandonado la cancha comentando entre dientes algún partido intemporal con Alfredo Di Stéfano, Josef Bozsik (Honved) y Paco Gento, tres de sus socios más queridos... Sin perjuicio de sus Pichichis, sus ligas y sus Copas de Europa, fue uno de esos personajes de posguerra dotados de la ciencia que como decía nuestro inolvidable Braulio "Baby" Pérez, solo se consigue en los arrabales. Dueño de un tacto excepcional, habría hecho carrera en cualquier oficio campatible con el ritmo, la bohemia y la fantasía. Podría haberse convertido en un violinista de época, pero prefirió el futbol.

LOS EQUIPOS ORQUESTA

En realidad su elección no importaba gran cosa porque ingresaría al Honved de Budapest y en la selección húngara, dos de los equipos que más veces han sido comparados a una orquesta. Con su calzón planchado, su casco de gomina y sus pantorrillas de tirador, hizo del juego un ejercicio de estilo y de los estadios una propiedad intelectual. Por algún capricho de la ley de las probabilidades, no fue, no ganó el Mundial de Suiza, pero con su asombrosa visión de gol estableció una nueva escala de valores, alegró la vida de una Europa renqueante que se movía entre sus propios escombros y, dejó como recuerdo, algunas memorables secuencias en blanco y negro.

AQUELLA JUGADA

Todavía se recuerda aquella maniobra suya frente al pico derecho del área chica de Wembley. Aunque jugaba contra Inglaterra en el corazón del Imperio Británico, su pulso seguía marcando como siempre, las doce en punto. Pisó la pelota con delicadeza, esperó la llegada de Billy Wright, capitán de los ingleses y, en el último instante la ocultó como un mago, mientras que su oponente pasaba de largo. Miró el palo más próximo, plegó la zurda, retrasó la cadera, y como lo hacen los billaristas de lujo, ejecutó un "masse". Los "supporters" oyeron un taponazo de botella, Wright siguió su recorrido y aquella bola subió misteriosamente por la diagonal y entró por el canto, fue aquel uno de sus tres goles de la noche y, uno de los tres goles del siglo.

Los jugadores elegantes suelen tener una muerte sin demasiada peripecia. Nacen, se perfeccionan, se bruñen, llegan a lo exquisito y mueren como estrellas. Su luminosidad vertical se apaga de abajo arriba y su muerte asciende desde la base a la cima como un fósforo. Solo los jugadores conformados como grandes bloques ejemplares con más potencia que estilo, más piedra que zumo, caen levantando grandes polvaredas.´

PUSKAS NO HA MUERTO

Puskas no ha muerto, sin embargo, de una vez. Ni explotando en un choque de carretera, ni siendo la bomba fatal de un suicidio, contrajo el Alzheimer hace años y, en su manoteo sobre paredes y muebles fue dejando las huellas anticipadas de su recuerdo, exactamente mientras se evaporaba en su propia memoria deportiva.

Goleaba a la manera de un artesano tradicional, un operario con oficio profundo, porque aún siendo un milagro, la factura de sus goles, cualquier podía advertir que procedían de un aprendizaje autóctono y tradicional. Ningún maestro fue superior a él, pero su maestría poseía densidad de lo bien aprendido y madurado.

DE JUGADOR A MITO

Su muerte alude a un deterioro cerebral, pero que otro podía esperarse de un conspicuo profesional que se gastaba en la descarga de cada disparo. De hecho, la lenta y continua pérdida de vigor cerebral, se vio temporalmente correspondida por un injusto olvido oficial. Fue en fin tan fácil quererlo, que su nombre ha permanecido tan intacto como si ahora mismo pudiera saltar al campo y recibir el gran clamor. Porque Puskas hace tiempo que pasó de ser un nombre de jugador para hacerse las denominaciones de un mito y hasta de un concepto.

FUNERAL CON HONORES

Solamente he visto a otro futbolista ser tan querido y respetado como Puskas, el ruso Lev Yachine, aunque no le conozco más mérito que el de su empatía, mientras que Puskas, que igual era un hombre simpático, poseía una condición ejemplar. En tiempos difíciles para su patria, con la bota soviética asfixiándola, muchos fueron los húngaros que optaron por emigrar y, Puskas, que era jugador caro, que ganaba bien, no escatimó jamás la ayuda a cualquier paisano que se acercara a él. Sus mismos compañeros lo decían... Oye, ¡cuántos hijos tiene Pancho! ¿Dejaría algo para comer?... Siendo jugador del Honved, el equipo del ejército húngaro fue ascendido al grado de Coronel y en su funeral se le rindieron honores que a ningún otro militar húngaro se le han rendido.