/ lunes 20 de abril de 2020

Ocurrencias del futbol | Uruguay, primera sede de un Mundial de Futbol y primer campeón de la justa

Como dice el tango, "la historia vuelve a repetirse"... Tal como ocurrió en Ámsterdam, Uruguay ganó.

La final Uruguay vs. Argentina fue una reedición de la de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam dos años antes, que habían ganado los uruguayos, fue la que todo el río de la Plata esperaba desde el momento en que Montevideo asumió la organización de la copa. Decenas de miles de espectadores abarrotaban los amplios graderíos del estadio Centenario el 30 de julio, día de esta cita culminante del futbol mundial. Entre ellos se incluían 15,000 argentinos de los 30,000 que habían desembarcado en Montevideo, tras cruzar el río en múltiples embarcaciones de todo tipo y, habían invadido las tranquilas calles de la capital gritando ¡Argentina sí, Uruguay no! y ¡Victoria o muerte!

PERIPECIAS DE LOS AFICIONADOS ARGENTINOS

Varios accidentes tragicómicos marcaron aquellas patrióticas travesías del río de la Plata. Algunas embarcaciones tuvieron que detenerse en plena noche debido a la niebla y cuando llegaron a los muelles, el partido ya había terminado. Por otro lado, la mayoría de los espectadores argentinos llegaron al estadio afónicos, debido a los gritos y a la travesía nocturna en barco, después de haber sido cacheados por los aduaneros y policías, que tenían orden de que "ni un solo revolver argentino debía entrar en Uruguay".

Para que la mayoría de los aficionados argentinos pudiera cruzar el río de la Plata durante la noche previa a la final, Argentina había solicitado embarcaciones al gobierno de Uruguay, aunque este, a la hora de la verdad, solo puso diez a su disposición; como el número era insuficiente, los aficionados solicitaron más y, el gobierno argentino tuvo que esforzarse en encontrar el mayor número posible para que un buen contingente de compatriotas pudiera animar a su selección.

AMBOS QUERÍAN SU BALÓN

Esta situación aconsejó al árbitro de la final, el afamado colegiado belga John Langenus, que ejercía también como periodista en el semanario alemán Kicker, exigir precauciones policiales excepcionales, justificadas por el nerviosismo de la masa, que tomó al asalto el estadio y, por la controversia suscitada por los argentinos a propósito de la elección del balón. Resulta que cada equipo quería jugar la final con su propio balón, aduciendo Uruguay como argumento de peso, que el encuentro se jugaba en terreno propio y por tanto era lógico que la pelota fuera también propia. John Langenus resolvió las diferencias penetrando en el terreno de juego con un balón de cada equipo y decidiendo, mediante el lanzamiento de una moneda al aire, cual era la pelota con la que se jugaría. La suerte favoreció a los argentinos.

A pesar de los presagios, el partido se desarrolló sin grandes incidentes, aunque en el descanso los argentinos dominaban por dos a uno, gracias a sendos goles de Peucelle y Stábile, que habían superado el handicap inicial del gol logrado por el extremo derecho local dorado en el minuto 121; Nasazzi, capitán de la formación uruguaya, protestó violentamente la segunda anotación argentina, pretendiendo que Stábile había arrancado en posición fuera de juego; los espectadores uruguayos apoyaron ruidosam ente por algunos minutos la exigencia de su jugador antes de volver la tranquilidad. Diez minutos después de la reanudación del encuentro, Pedro Cea logró igualar el marcador culminando una extraordinaria jugada individual; y entre el entusiasmo general, tras una jugada iniciada por el defensa Mascheroni y continuada por Héctor Scarone, el extremo izquierdo uruguayo Iriarte, puso a su equipo en ventaja 4 goles a 2.


Los jugadores argentinos aceptaron deportivamente la derrota, alinéandose con sus vencedores ante la torre de los homenajes asistiendo al traspaso de la estatuilla de oro, de las manos de Jules Rimet a las del victorioso capitán Nasazzi. Por su parte, si en un primer momento los espectadores argentinos no reprimieron su mal humor ante la evidencia de haber fallado una vez más en un torneo mundial, lanzando al terreno de juego cuantos objetos tenían a su alcance. Luego se sumaron al homenaje de unos vencedores justos.



EL ONCE IDEAL


Sin la publicidad que han tenido alrededor suyo Edson Arantes do Nacimento "Pelé" Johan Cruyff, Diego Armando Maradona, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, Héctor Scarone fue un auténtico número uno del futbol mundial durante los años veinte y comienzos de los treinta. En sus botas nacieron las más grandes jugadas de los campeones mundiales. En el equipo ideal del campeonato, seleccionado por la prensa especializada, estaba el lateral derecho uruguayo José Leandro Andrade "La maravilla negra" como se le denominaba en aquel entonces, los demás fueron: Yavovic (Yugoslavia), Nasazzi (Uruguay), Ivkovic (Yugoslavia), Monti (Argentina), Gestido (Uruguay), Scarone (Uruguay), Castro (Uruguay), Stábile (Argentina), Ferreira (Argentina) y Cea de Uruguay.


Hasta pronto amigo.


Como dice el tango, "la historia vuelve a repetirse"... Tal como ocurrió en Ámsterdam, Uruguay ganó.

La final Uruguay vs. Argentina fue una reedición de la de los Juegos Olímpicos de Ámsterdam dos años antes, que habían ganado los uruguayos, fue la que todo el río de la Plata esperaba desde el momento en que Montevideo asumió la organización de la copa. Decenas de miles de espectadores abarrotaban los amplios graderíos del estadio Centenario el 30 de julio, día de esta cita culminante del futbol mundial. Entre ellos se incluían 15,000 argentinos de los 30,000 que habían desembarcado en Montevideo, tras cruzar el río en múltiples embarcaciones de todo tipo y, habían invadido las tranquilas calles de la capital gritando ¡Argentina sí, Uruguay no! y ¡Victoria o muerte!

PERIPECIAS DE LOS AFICIONADOS ARGENTINOS

Varios accidentes tragicómicos marcaron aquellas patrióticas travesías del río de la Plata. Algunas embarcaciones tuvieron que detenerse en plena noche debido a la niebla y cuando llegaron a los muelles, el partido ya había terminado. Por otro lado, la mayoría de los espectadores argentinos llegaron al estadio afónicos, debido a los gritos y a la travesía nocturna en barco, después de haber sido cacheados por los aduaneros y policías, que tenían orden de que "ni un solo revolver argentino debía entrar en Uruguay".

Para que la mayoría de los aficionados argentinos pudiera cruzar el río de la Plata durante la noche previa a la final, Argentina había solicitado embarcaciones al gobierno de Uruguay, aunque este, a la hora de la verdad, solo puso diez a su disposición; como el número era insuficiente, los aficionados solicitaron más y, el gobierno argentino tuvo que esforzarse en encontrar el mayor número posible para que un buen contingente de compatriotas pudiera animar a su selección.

AMBOS QUERÍAN SU BALÓN

Esta situación aconsejó al árbitro de la final, el afamado colegiado belga John Langenus, que ejercía también como periodista en el semanario alemán Kicker, exigir precauciones policiales excepcionales, justificadas por el nerviosismo de la masa, que tomó al asalto el estadio y, por la controversia suscitada por los argentinos a propósito de la elección del balón. Resulta que cada equipo quería jugar la final con su propio balón, aduciendo Uruguay como argumento de peso, que el encuentro se jugaba en terreno propio y por tanto era lógico que la pelota fuera también propia. John Langenus resolvió las diferencias penetrando en el terreno de juego con un balón de cada equipo y decidiendo, mediante el lanzamiento de una moneda al aire, cual era la pelota con la que se jugaría. La suerte favoreció a los argentinos.

A pesar de los presagios, el partido se desarrolló sin grandes incidentes, aunque en el descanso los argentinos dominaban por dos a uno, gracias a sendos goles de Peucelle y Stábile, que habían superado el handicap inicial del gol logrado por el extremo derecho local dorado en el minuto 121; Nasazzi, capitán de la formación uruguaya, protestó violentamente la segunda anotación argentina, pretendiendo que Stábile había arrancado en posición fuera de juego; los espectadores uruguayos apoyaron ruidosam ente por algunos minutos la exigencia de su jugador antes de volver la tranquilidad. Diez minutos después de la reanudación del encuentro, Pedro Cea logró igualar el marcador culminando una extraordinaria jugada individual; y entre el entusiasmo general, tras una jugada iniciada por el defensa Mascheroni y continuada por Héctor Scarone, el extremo izquierdo uruguayo Iriarte, puso a su equipo en ventaja 4 goles a 2.


Los jugadores argentinos aceptaron deportivamente la derrota, alinéandose con sus vencedores ante la torre de los homenajes asistiendo al traspaso de la estatuilla de oro, de las manos de Jules Rimet a las del victorioso capitán Nasazzi. Por su parte, si en un primer momento los espectadores argentinos no reprimieron su mal humor ante la evidencia de haber fallado una vez más en un torneo mundial, lanzando al terreno de juego cuantos objetos tenían a su alcance. Luego se sumaron al homenaje de unos vencedores justos.



EL ONCE IDEAL


Sin la publicidad que han tenido alrededor suyo Edson Arantes do Nacimento "Pelé" Johan Cruyff, Diego Armando Maradona, Lionel Messi y Cristiano Ronaldo, Héctor Scarone fue un auténtico número uno del futbol mundial durante los años veinte y comienzos de los treinta. En sus botas nacieron las más grandes jugadas de los campeones mundiales. En el equipo ideal del campeonato, seleccionado por la prensa especializada, estaba el lateral derecho uruguayo José Leandro Andrade "La maravilla negra" como se le denominaba en aquel entonces, los demás fueron: Yavovic (Yugoslavia), Nasazzi (Uruguay), Ivkovic (Yugoslavia), Monti (Argentina), Gestido (Uruguay), Scarone (Uruguay), Castro (Uruguay), Stábile (Argentina), Ferreira (Argentina) y Cea de Uruguay.


Hasta pronto amigo.