/ domingo 7 de junio de 2020

Origen es destino

Estoy cierto que cuando Sigmund Freud pronunció esta célebre sentencia no se estaba refiriendo a ningún país, raza o persona en particular. Simplemente quiso expresar su hipótesis de que al final somos, en gran medida, lo que aprendimos o heredamos de nuestros antepasados.

Varios autores han aceptado también, convencidos de su validez, esa otra formulación neoadleriana, que hace depender el comportamiento individual de un llamado “inconsciente colectivo”, que sostiene que, inscrita en los pliegues de nuestra conciencia, se encuentra la experiencia conductual acumulada por siglos y que según esa teoría psicoanalítica, reaparece entre los miembros de una comunidad sin que esta ni siquiera se percate y por ello inconscientemente tienda a repetirla.

Uno de esos autores es nuestro Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz. Haciendo un cuidadoso análisis de la conducta del mexicano, propone la idea de que nos comportamos como lo hacemos porque somos un reflejo del modo cómo actuaron nuestros ancestros, sometidos y reprimidos por la esclavitud que trajo la conquista y la dominación española repitiendo un patrón de comportamiento semejante al de ellos. Ahí, según él, se encuentra la explicación de por qué el mexicano es ritualista, machista, con poca autoestima, con un falso complejo de inferioridad vergonzante, ninguneador de los demás, patriotero y “espinoso y cortés”, como una paradoja viviente, dice nuestro distinguido poeta.

Así, según esta teoría, nuestra conducta es fatalmente definida por un fenómeno de aculturación persistente, que por otra parte y durante mucho tiempo nos ha lastimado profundamente. La conquista sigue siendo nuestro peor enemigo. El mestizaje aparece entonces el causante de todas nuestras desgracias. “México vive aquejado de pasado,” reitera Paz. Pero por otra parte resulta patético que esos fantasmas de paja, nos sigan atormentando. La Malinche murió hace ya quinientos años, pero su sombra aún nos persigue…y por lo que vemos lo seguirá haciendo, para desgracia nuestra.

Pero nuestro pasado no debería verse tan sólo como un lastre inútil que nos impide caminar hacia senderos más productivos, debido a su carga molesta, onerosa y su inercia destructiva. Nuestro pasado puede ser también motivo de orgullo y reconocimiento gracias al bagaje cultural, la cosmovisión y el sistema de valores que un día se nos heredó, tanto por conquistadores como por conquistados. Pero por desgracia no es así. Usted nunca escuchará, por dar un ejemplo, a un español lamentarse de las sucesivas oleadas de invasores, colonizadores e inmigrantes que el país vivió en el pasado en su territorio, como sucedió en los tiempos de la dominación islámica o la romana, porque en lugar de estacionarse sólo en sus efectos negativos, decidió presumir también de lo que le dejaron en cultura, historia, idiosincrasia y multiculturalismo que a lo largo del tiempo forjó su presente.

Los romanos de ahora deben sentir profundo en su ser lo que significaron tantos siglos de ser referentes del mundo y una cuna de las civilizaciones modernas, del idioma romance, el arte y el derecho. Lo mismo podemos decir de los griegos, que no renegaron de tantas invasiones como padecieron del dominio de Filipo y Alejandro Magno, que eran macedonios, de persas o babilonios y a pesar de todo eso supieron legar al mundo instituciones que siguen siendo fundamentales en la llamada civilización occidental. Por eso, aun prescindiendo de las teorías que hablan del pasado como algo que debe quedar atrás, y no afectar nuestra vida en el presente y mucho menos en el futuro, sin duda también es cierto que el pasado no puede menos que influir en nosotros, tanto para bien como para mal, para lo positivo y lo negativo, según lo que elijamos recordar de él. Y eso es lo que hay que rescatar en su aprendizaje.

Porque no es a causa de que los mexicanos fuimos conquistados que somos impuntuales o desordenados en nuestra vida personal y social; no es el mestizaje el que nos hizo irresponsables y negligentes, como tampoco lo es el sincretismo, que definió la raza que ahora somos, el culpable de que no respetemos la ley o tengamos poca autoestima. Eso es causado por nuestras actitudes reactivas, con las que neciamente justificamos nuestra indolencia, y eludimos la responsabilidad en la construcción de nuestras personas y de nuestro país, en lugar de asumirlas proactivamente. Y eso lo hemos podido constatar ahora con la emergencia sanitaria en la que afloró la pobre actitud con que desdeñamos seguir las normas, que en beneficio de todos, impuso la autoridad. “Así somos”, decimos tranquilamente, sin detenernos a pensar en lo que podríamos ser, si nos lo propusiéramos.

Alexis de Tocqueville dice en su libro “Democracia en América”, que puesto que no hemos sabido tomar con responsabilidad nuestras propias decisiones respecto al futuro que deseamos tener, otros las están tomando por nosotros. Y es lo que nos ha sucedido también a los mexicanos. No hemos querido entender que es tonto seguir culpando a los demás de nuestras propias decepciones. Somos nosotros los que, sintiendo lástima en lugar de respeto por nuestro destino, nos hemos sentado a ver como otros lo toman en sus manos. Y luego les reclamamos por haberlo hecho.

Carlos Fuentes nos narra en su libro “El espejo enterrado” que el mexicano decidió un día desenterrar el espejo de su historia y vio las dos partes de que estaba formado: europeo por derecho propio y orgullosamente indígena. Pero como eso no le gustó, volvió a sepultarlo.

Este ha sido, hasta ahora, el desenlace fatal que ha tenido nuestro proyecto de nación. Al no aceptar que sólo nosotros somos los creadores de nuestro destino, por la aceptación de lo que en realidad somos, seguiremos siendo conquistados, pero ahora en nuestra mente y en nuestro espíritu, que es por el que nuestra raza debería hablar, como un día dijo Dn. José Vasconcelos.

Y sin duda esta sigue siendo nuestra verdadera tragedia.

ORIGEN ES DESTINO

“ ---el destino maneja las cartas,

pero eres tú el que las juega…”

William Shakespeare

---

Rubén Núñez de Cáceres V.

Estoy cierto que cuando Sigmund Freud pronunció esta célebre sentencia no se estaba refiriendo a ningún país, raza o persona en particular. Simplemente quiso expresar su hipótesis de que al final somos, en gran medida, lo que aprendimos o heredamos de nuestros antepasados.

Varios autores han aceptado también, convencidos de su validez, esa otra formulación neoadleriana, que hace depender el comportamiento individual de un llamado “inconsciente colectivo”, que sostiene que, inscrita en los pliegues de nuestra conciencia, se encuentra la experiencia conductual acumulada por siglos y que según esa teoría psicoanalítica, reaparece entre los miembros de una comunidad sin que esta ni siquiera se percate y por ello inconscientemente tienda a repetirla.

Uno de esos autores es nuestro Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz. Haciendo un cuidadoso análisis de la conducta del mexicano, propone la idea de que nos comportamos como lo hacemos porque somos un reflejo del modo cómo actuaron nuestros ancestros, sometidos y reprimidos por la esclavitud que trajo la conquista y la dominación española repitiendo un patrón de comportamiento semejante al de ellos. Ahí, según él, se encuentra la explicación de por qué el mexicano es ritualista, machista, con poca autoestima, con un falso complejo de inferioridad vergonzante, ninguneador de los demás, patriotero y “espinoso y cortés”, como una paradoja viviente, dice nuestro distinguido poeta.

Así, según esta teoría, nuestra conducta es fatalmente definida por un fenómeno de aculturación persistente, que por otra parte y durante mucho tiempo nos ha lastimado profundamente. La conquista sigue siendo nuestro peor enemigo. El mestizaje aparece entonces el causante de todas nuestras desgracias. “México vive aquejado de pasado,” reitera Paz. Pero por otra parte resulta patético que esos fantasmas de paja, nos sigan atormentando. La Malinche murió hace ya quinientos años, pero su sombra aún nos persigue…y por lo que vemos lo seguirá haciendo, para desgracia nuestra.

Pero nuestro pasado no debería verse tan sólo como un lastre inútil que nos impide caminar hacia senderos más productivos, debido a su carga molesta, onerosa y su inercia destructiva. Nuestro pasado puede ser también motivo de orgullo y reconocimiento gracias al bagaje cultural, la cosmovisión y el sistema de valores que un día se nos heredó, tanto por conquistadores como por conquistados. Pero por desgracia no es así. Usted nunca escuchará, por dar un ejemplo, a un español lamentarse de las sucesivas oleadas de invasores, colonizadores e inmigrantes que el país vivió en el pasado en su territorio, como sucedió en los tiempos de la dominación islámica o la romana, porque en lugar de estacionarse sólo en sus efectos negativos, decidió presumir también de lo que le dejaron en cultura, historia, idiosincrasia y multiculturalismo que a lo largo del tiempo forjó su presente.

Los romanos de ahora deben sentir profundo en su ser lo que significaron tantos siglos de ser referentes del mundo y una cuna de las civilizaciones modernas, del idioma romance, el arte y el derecho. Lo mismo podemos decir de los griegos, que no renegaron de tantas invasiones como padecieron del dominio de Filipo y Alejandro Magno, que eran macedonios, de persas o babilonios y a pesar de todo eso supieron legar al mundo instituciones que siguen siendo fundamentales en la llamada civilización occidental. Por eso, aun prescindiendo de las teorías que hablan del pasado como algo que debe quedar atrás, y no afectar nuestra vida en el presente y mucho menos en el futuro, sin duda también es cierto que el pasado no puede menos que influir en nosotros, tanto para bien como para mal, para lo positivo y lo negativo, según lo que elijamos recordar de él. Y eso es lo que hay que rescatar en su aprendizaje.

Porque no es a causa de que los mexicanos fuimos conquistados que somos impuntuales o desordenados en nuestra vida personal y social; no es el mestizaje el que nos hizo irresponsables y negligentes, como tampoco lo es el sincretismo, que definió la raza que ahora somos, el culpable de que no respetemos la ley o tengamos poca autoestima. Eso es causado por nuestras actitudes reactivas, con las que neciamente justificamos nuestra indolencia, y eludimos la responsabilidad en la construcción de nuestras personas y de nuestro país, en lugar de asumirlas proactivamente. Y eso lo hemos podido constatar ahora con la emergencia sanitaria en la que afloró la pobre actitud con que desdeñamos seguir las normas, que en beneficio de todos, impuso la autoridad. “Así somos”, decimos tranquilamente, sin detenernos a pensar en lo que podríamos ser, si nos lo propusiéramos.

Alexis de Tocqueville dice en su libro “Democracia en América”, que puesto que no hemos sabido tomar con responsabilidad nuestras propias decisiones respecto al futuro que deseamos tener, otros las están tomando por nosotros. Y es lo que nos ha sucedido también a los mexicanos. No hemos querido entender que es tonto seguir culpando a los demás de nuestras propias decepciones. Somos nosotros los que, sintiendo lástima en lugar de respeto por nuestro destino, nos hemos sentado a ver como otros lo toman en sus manos. Y luego les reclamamos por haberlo hecho.

Carlos Fuentes nos narra en su libro “El espejo enterrado” que el mexicano decidió un día desenterrar el espejo de su historia y vio las dos partes de que estaba formado: europeo por derecho propio y orgullosamente indígena. Pero como eso no le gustó, volvió a sepultarlo.

Este ha sido, hasta ahora, el desenlace fatal que ha tenido nuestro proyecto de nación. Al no aceptar que sólo nosotros somos los creadores de nuestro destino, por la aceptación de lo que en realidad somos, seguiremos siendo conquistados, pero ahora en nuestra mente y en nuestro espíritu, que es por el que nuestra raza debería hablar, como un día dijo Dn. José Vasconcelos.

Y sin duda esta sigue siendo nuestra verdadera tragedia.

ORIGEN ES DESTINO

“ ---el destino maneja las cartas,

pero eres tú el que las juega…”

William Shakespeare

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Rubén Núñez de Cáceres V.