/ sábado 28 de diciembre de 2019

Participación política

Los insultos y descalificaciones no son la mejor manera, me parece, para dirimir los problemas de la nación ni lograr el triunfo en los procesos electorales. La mejor estrategia, así lo creo, es primero comprometerse, tomar parte y efectuar decisiones.

Pero en principio, cada quien tendría que contestar sinceramente si se posee hoy la cultura política necesaria como para llevar a cabo una participación ciudadana adecuada y deseable, de manera que los procesos democráticos se mantengan vigentes y parezcan no estar en riesgo.

Convengo en que la ciudadanía muchas veces no logra interesarse, como debiera, en cuestiones políticas y sociales, más que nada debido a la impreparación. Pero el bajo nivel educativo tampoco evita que a la gente por igual le interese y pueda discutir –por la sencilla razón de que es algo que le afecta- acerca del aumento de los precios, la falta de servicios úblicos, la escasez de vivienda, la inseguridad, el desempleo y otros temas que en nuestro país, regularmente, constituyen la esencia de la materia política.

Los institutos políticos como estructuras de captación pública, por ende, están obligados a motivar el voto y la conducción de éste hacia las casillas, no a desalentarlo y dar la impresión de que únicamente fomentan el abstencionismo electoral. Nadie desea que se escuche la célebre frase ¡Déjennos la política a los políticos, si supieran, es algo muy sucio!

Lo que hoy vemos en México es un enfrentamiento cifrado con base en instrumentos jurídicos y disposiciones cuestionables. Los hechos, los debates, las acusaciones, los desmentidos y las contradicciones demuestran la existencia de ubicaciones y posturas que luchan por desplazarse de la jugada política “a como dé lugar”, sin establecer seguridad alguna de que se respete y sea posible toda creencia de concordia y entendimiento. La interrogante es hasta dónde llega el límite de las rivalidades señaladas, donde las acusaciones de ministerio público parecen ser la regla y no la excepción.

Avivar el fuego de los antagonismos fomenta el alejamiento de la gente de las urnas y que esto pueda ir más allá de la declaracionitis aguda o verbocracia, lo cual es la puerta de entrada a terrenos riesgosos para la salud y el bienestar de la república.

Los insultos y descalificaciones no son la mejor manera, me parece, para dirimir los problemas de la nación ni lograr el triunfo en los procesos electorales. La mejor estrategia, así lo creo, es primero comprometerse, tomar parte y efectuar decisiones.

Pero en principio, cada quien tendría que contestar sinceramente si se posee hoy la cultura política necesaria como para llevar a cabo una participación ciudadana adecuada y deseable, de manera que los procesos democráticos se mantengan vigentes y parezcan no estar en riesgo.

Convengo en que la ciudadanía muchas veces no logra interesarse, como debiera, en cuestiones políticas y sociales, más que nada debido a la impreparación. Pero el bajo nivel educativo tampoco evita que a la gente por igual le interese y pueda discutir –por la sencilla razón de que es algo que le afecta- acerca del aumento de los precios, la falta de servicios úblicos, la escasez de vivienda, la inseguridad, el desempleo y otros temas que en nuestro país, regularmente, constituyen la esencia de la materia política.

Los institutos políticos como estructuras de captación pública, por ende, están obligados a motivar el voto y la conducción de éste hacia las casillas, no a desalentarlo y dar la impresión de que únicamente fomentan el abstencionismo electoral. Nadie desea que se escuche la célebre frase ¡Déjennos la política a los políticos, si supieran, es algo muy sucio!

Lo que hoy vemos en México es un enfrentamiento cifrado con base en instrumentos jurídicos y disposiciones cuestionables. Los hechos, los debates, las acusaciones, los desmentidos y las contradicciones demuestran la existencia de ubicaciones y posturas que luchan por desplazarse de la jugada política “a como dé lugar”, sin establecer seguridad alguna de que se respete y sea posible toda creencia de concordia y entendimiento. La interrogante es hasta dónde llega el límite de las rivalidades señaladas, donde las acusaciones de ministerio público parecen ser la regla y no la excepción.

Avivar el fuego de los antagonismos fomenta el alejamiento de la gente de las urnas y que esto pueda ir más allá de la declaracionitis aguda o verbocracia, lo cual es la puerta de entrada a terrenos riesgosos para la salud y el bienestar de la república.