/ domingo 18 de octubre de 2020

¿Por qué es tan difícil entendernos?

Primera parte

Todos los ricos son malos, todos los pobres son flojos, todos los políticos son corruptos, todos los delincuentes son culpables, los izquierdistas quieren la pobreza, los derechistas la injusticia etc.

Estos son solo algunos de los prejuicios dentro de cuyas coordenadas nos movemos cotidianamente y que anticipan muchas veces injustificadamente nuestras reacciones hacia los demás, dando pie a toda suerte de desencuentros.

Immanuel Kant distinguió entre opiniones preliminares y prejuicios. Ambos son puramente subjetivos, pero no hay nada de malo en formarse una visión preliminar de una cuestión siempre que se reconozca como tal, como una especie de trabajo en curso, no definitivo, abierto a otras posibilidades.

El problema de los prejuicios es que son opiniones preliminares que se confunden con conclusiones finales. Sin embargo, el prejuicio no es solo un error intelectual; también tiene un componente moral serio. Kant nos dice que el prejuicio es una posición que tomamos con respecto a un "otro generalizando".

A través de la imaginación con la que alimentamos nuestros prejuicios y opiniones preliminares, necesitamos ser capaces de comprender la perspectiva de "otro".

Por lo tanto, estar libre de prejuicios solo es posible para alguien que "puede fácilmente considerar el asunto desde un punto de vista muy diferente", que puede superar su "egoísmo lógico" y relativizar su propio interés, es decir, renunciando a un narcisismo cosmogónico intransigente.

Ahora bien, difícilmente resulta fácil admitir que se puede estar equivocado respecto algo, porque el error se asocia a otro prejuicio, el de ser tonto, si te equivocas es por tonto, lo cual como en todos los anteriores prejuicios mencionados es falso.

De esta forman los prejuicios se mantienen y se multiplican alimentados en principio por ideas simples y arbitrarias generalizaciones y luego, por el miedo a la vergüenza de admitir nuestros errores.

Que los prejuicios nos lleven a cometer equivocaciones no solo se puede explicar por incapacidad intelectual, antes bien, existe una serie de acontecimientos previos a nuestra toma de conclusiones que pueden socavar de forma más fundamental nuestro acceso a juicios acertados.

En primer lugar, como el término lo indica, el prejuicio es un juicio que se ahorra sus partes silogísticas y brinca directamente a la conclusión.

Esto sirve en algunos casos para preservar nuestra seguridad e integridad física como cuando por ejemplo vemos en la calle a alguien desaliñado, inmediatamente sospechamos que podría hacernos daño y nos alejamos de él.

Hasta cierto punto la conciencia histórica, propia o ajena nos habría determinado a actuar así, pero la experiencia también nos ha indicado que podemos recibir ayuda en situaciones de peligro de las personas menos esperadas.

El prejuicio tiene una función preventiva por facilitar una rápida noción respecto a una situación de riesgo, pero se vuelve un defecto de comprensión de la realidad, cuando en casos donde se requiere un mayor análisis y reflexión se sustituye este, por el prejuicio, tan solo porque en el pasado y en otras circunstancias sirvió, derivando con ello a veces, en posturas conservadoras en la sociedad.

El juicio a diferencia del prejuicio requiere de método, evidencia y necesidad lógica, elementos que nos preservan del error en gran medida aún y cuando no se posea un poderoso coeficiente intelectual como Einstein.

Lo anterior pareciera más complicado de lo que en realidad es, todo parte de un consenso primario, cuáles son los pasos que debemos seguir para que todos en cualquier momento y lugar podamos verificar los resultados, segundo, qué tipo de evidencia es la adecuada para demostrar lo que queremos probar y por último, los resultados no pueden preceder a todo lo anterior.

En la Edad Media, los alquimistas afirmaban que podían convertir el plomo en oro, pero solo en la secrecia de sus laboratorios, cuando se les pedía que replicaran sus experimentos a la vista de todos, argumentaba que no podían porque la publicidad afectaba el funcionamiento de sus experimentos.

Desde luego que esto no era cierto y nunca pudieron transformar el plomo en oro, pero provocó a partir de este momento que surgiera la necesidad de contar con un método racional y científico que estuviera al alcance de todos con la finalidad de evitar engaños.

Continuará…

En la Edad Media, los alquimistas afirmaban que podían convertir el plomo en Oro, pero solo en la secrecia de sus laboratorios, cuando se les pedía que replicaran sus experimentos a la vista de todos, argumentaban que no podían porque la publicidad afectaba el funcionamiento de sus experimentos.

Primera parte

Todos los ricos son malos, todos los pobres son flojos, todos los políticos son corruptos, todos los delincuentes son culpables, los izquierdistas quieren la pobreza, los derechistas la injusticia etc.

Estos son solo algunos de los prejuicios dentro de cuyas coordenadas nos movemos cotidianamente y que anticipan muchas veces injustificadamente nuestras reacciones hacia los demás, dando pie a toda suerte de desencuentros.

Immanuel Kant distinguió entre opiniones preliminares y prejuicios. Ambos son puramente subjetivos, pero no hay nada de malo en formarse una visión preliminar de una cuestión siempre que se reconozca como tal, como una especie de trabajo en curso, no definitivo, abierto a otras posibilidades.

El problema de los prejuicios es que son opiniones preliminares que se confunden con conclusiones finales. Sin embargo, el prejuicio no es solo un error intelectual; también tiene un componente moral serio. Kant nos dice que el prejuicio es una posición que tomamos con respecto a un "otro generalizando".

A través de la imaginación con la que alimentamos nuestros prejuicios y opiniones preliminares, necesitamos ser capaces de comprender la perspectiva de "otro".

Por lo tanto, estar libre de prejuicios solo es posible para alguien que "puede fácilmente considerar el asunto desde un punto de vista muy diferente", que puede superar su "egoísmo lógico" y relativizar su propio interés, es decir, renunciando a un narcisismo cosmogónico intransigente.

Ahora bien, difícilmente resulta fácil admitir que se puede estar equivocado respecto algo, porque el error se asocia a otro prejuicio, el de ser tonto, si te equivocas es por tonto, lo cual como en todos los anteriores prejuicios mencionados es falso.

De esta forman los prejuicios se mantienen y se multiplican alimentados en principio por ideas simples y arbitrarias generalizaciones y luego, por el miedo a la vergüenza de admitir nuestros errores.

Que los prejuicios nos lleven a cometer equivocaciones no solo se puede explicar por incapacidad intelectual, antes bien, existe una serie de acontecimientos previos a nuestra toma de conclusiones que pueden socavar de forma más fundamental nuestro acceso a juicios acertados.

En primer lugar, como el término lo indica, el prejuicio es un juicio que se ahorra sus partes silogísticas y brinca directamente a la conclusión.

Esto sirve en algunos casos para preservar nuestra seguridad e integridad física como cuando por ejemplo vemos en la calle a alguien desaliñado, inmediatamente sospechamos que podría hacernos daño y nos alejamos de él.

Hasta cierto punto la conciencia histórica, propia o ajena nos habría determinado a actuar así, pero la experiencia también nos ha indicado que podemos recibir ayuda en situaciones de peligro de las personas menos esperadas.

El prejuicio tiene una función preventiva por facilitar una rápida noción respecto a una situación de riesgo, pero se vuelve un defecto de comprensión de la realidad, cuando en casos donde se requiere un mayor análisis y reflexión se sustituye este, por el prejuicio, tan solo porque en el pasado y en otras circunstancias sirvió, derivando con ello a veces, en posturas conservadoras en la sociedad.

El juicio a diferencia del prejuicio requiere de método, evidencia y necesidad lógica, elementos que nos preservan del error en gran medida aún y cuando no se posea un poderoso coeficiente intelectual como Einstein.

Lo anterior pareciera más complicado de lo que en realidad es, todo parte de un consenso primario, cuáles son los pasos que debemos seguir para que todos en cualquier momento y lugar podamos verificar los resultados, segundo, qué tipo de evidencia es la adecuada para demostrar lo que queremos probar y por último, los resultados no pueden preceder a todo lo anterior.

En la Edad Media, los alquimistas afirmaban que podían convertir el plomo en oro, pero solo en la secrecia de sus laboratorios, cuando se les pedía que replicaran sus experimentos a la vista de todos, argumentaba que no podían porque la publicidad afectaba el funcionamiento de sus experimentos.

Desde luego que esto no era cierto y nunca pudieron transformar el plomo en oro, pero provocó a partir de este momento que surgiera la necesidad de contar con un método racional y científico que estuviera al alcance de todos con la finalidad de evitar engaños.

Continuará…

En la Edad Media, los alquimistas afirmaban que podían convertir el plomo en Oro, pero solo en la secrecia de sus laboratorios, cuando se les pedía que replicaran sus experimentos a la vista de todos, argumentaban que no podían porque la publicidad afectaba el funcionamiento de sus experimentos.