/ jueves 29 de agosto de 2019

¿Por qué somos así?


Octavio Paz es el pensador más grande del siglo XX que nuestro país ha tenido, escritor, poeta, ensayista, investigador infatigable en la búsqueda de la razón de nuestra endeble identidad, Premio Nobel de Literatura.

Uno de los pocos mexicanos congruentes entre lo que se dice y lo que se hace, que es el contenido fundamental de la ética a la que tantas veces invocamos en defensa de nuestros males, y la violentamos en la menor oportunidad que tenemos para ejercerla en función de la responsabilidad que se alcanza cuando se desempeña un cargo público. Paz estaba convencido de que el mexicano tenía un feroz complejo de inferioridad que lo convertía en un híbrido en el que a veces no se podía precisar dónde estaba la cabeza, que parecía ocupar el lugar de los pies. En El Laberinto de la Soledad, hace un profundo estudio de porqué razón los mexicanos nos negamos así mismo todos los días y a la mañana siguiente aparentamos ser el otro, el que no podemos ser, el que no somos.

Expone un ejemplo proverbial en el cual describe por qué no sentímos que somos algo: "Bajé a la cocina a tomar un poco de agua en la madrugada sin prender la luz, escuché un ruido y pregunté: ¿quién es? La encargada del servicio me contestó: "no soy nadie, soy yo". He tenido la oportunidad a través de la lectura y del trato personal con algunos funcionarios públicos de encontrar hombres incongruentes que no se desdibujan cuando hacen lo contrario de lo que afirman. Se comportan como lo que no otros. Don Luis Cabrera, a quien Octavio Paz consideró el cerebro de la Revolución Mexicana (acompañó a Venustiano Carranza en su viaje a Tlaxcalantongo donde pernoctó el Barón de Cuatro Ciénegas para ser asesinado por los sicarios al mando del General Peláez) cuando fue invitado por Adolfo Ruiz Cortines para que aceptara el cargo de asesor de la Presidencia de la República, después de varios esfuerzos de don Adolfo, Luis Cabrera aceptó; pero antes escribió un artículo de despedida en los diarios donde publicaba sus colaboraciones los lunes de cada semana, desde la muerte del presidente Carranza, donde se desempeñó como secretario de Hacienda, exponiendo a sus lectores las razones de que ya no escribiría mientras estuviera al servicio del Gobierno, ya que caería en la incongruencia contra la que siempre en su vida estuvo luchando: Ser juez y parte. Porque defender a un gobierno que pagaban todos los mexicanos, incluidos los que no estaban de acuerdo con el presidente Ruiz Cortines, no era ético.

Aquí en Tampico he tenido también gratas experiencias, naturalmente de servidores públicos de menor fuste, pero que demostraron, con la respuesta que me dieron, tener madera en su carácter de hombres con ética en la vida. Uno de ellos, tampiqueño, cercano a Tomás Yarrington, ocupó un tiempo breve la dependencia estatal de mayor importancia en la ciudad; antes lo leía en un diario de la localidad y me gustaba el ritmo de sus letras y de sus juicios sobre los asuntos del país; por lo que cuando dejó de escribir, lo primero que hice al encontrármelo casualmente fue preguntarle la razón. Con una sencillez que me asombró, me dijo que no era correcto que escribiera en un periódico mientras desempeñaba una función pública -no me habló de principios, ni de congruencia, ni de ética, ni de nada que tenga que ver con los argumentos que don Luis Cabrera les expuso a sus lectores-. Simplemente me comentó que no faltaría quién le dijera ¿por qué perdía el tiempo escribiendo mientras las calles de Tampico se inundaban por las fugas que existen en las redes pluviales?

La incongruencia humana es la responsable de que el país se haya encontrado intrincado en el pasado en episodios que pudieron convertirse en una convulsión social que nadie, absolutamente nadie, quiere que suceda.

La congruencia debe ser una conducta obligatoria de todos los que queremos que nuestro país alcance la civilización con que se comportan algunos países a los que con frecuencia los políticos recurren para justificar sus proyectos excesivos. Se habla de que debemos comportarnos en algunos temas como si fuéramos ciudadanos suizos, pasando por alto que los políticos que ostentan el poder para tomar las decisiones están muy lejos de vivir como gobernantes suizos.

Por ejemplo, hace poco emití una opinión en una de las redes sociales sobre cierto comportamiento de uno de los alcaldes de la ciudad que no le pareció y se consideró lastimado y en cierta forma agredido, contestándome de inmediato que no era cierto lo que yo afirmaba, que a su vez lo había tomado de otra fuente que con nombre y apellido apareció en el internet.

Esto demuestra todavía que existen políticos que se extravían en la diatriba sin sentido y a la que están expuestos por ser hombres públicos que devengan recursos públicos, en fin, que son colaboradores de una ciudad que los eligió, lo que para ellos debe constituir un honor imborrable en su vida.

Por último, en política el “Alazán Tostado” opinaba en sus memorias que para andar en política había que tener la piel dura, si no se tenía esa característica era mejor no meterse en peteneras.

e-mail.- notario177@msn.com

La incongruencia humana es la responsable de que el país se haya encontrado intrincado en el pasado en episodios que pudieron convertirse en una convulsión social que nadie, absolutamente nadie, quiere que suceda.


Octavio Paz es el pensador más grande del siglo XX que nuestro país ha tenido, escritor, poeta, ensayista, investigador infatigable en la búsqueda de la razón de nuestra endeble identidad, Premio Nobel de Literatura.

Uno de los pocos mexicanos congruentes entre lo que se dice y lo que se hace, que es el contenido fundamental de la ética a la que tantas veces invocamos en defensa de nuestros males, y la violentamos en la menor oportunidad que tenemos para ejercerla en función de la responsabilidad que se alcanza cuando se desempeña un cargo público. Paz estaba convencido de que el mexicano tenía un feroz complejo de inferioridad que lo convertía en un híbrido en el que a veces no se podía precisar dónde estaba la cabeza, que parecía ocupar el lugar de los pies. En El Laberinto de la Soledad, hace un profundo estudio de porqué razón los mexicanos nos negamos así mismo todos los días y a la mañana siguiente aparentamos ser el otro, el que no podemos ser, el que no somos.

Expone un ejemplo proverbial en el cual describe por qué no sentímos que somos algo: "Bajé a la cocina a tomar un poco de agua en la madrugada sin prender la luz, escuché un ruido y pregunté: ¿quién es? La encargada del servicio me contestó: "no soy nadie, soy yo". He tenido la oportunidad a través de la lectura y del trato personal con algunos funcionarios públicos de encontrar hombres incongruentes que no se desdibujan cuando hacen lo contrario de lo que afirman. Se comportan como lo que no otros. Don Luis Cabrera, a quien Octavio Paz consideró el cerebro de la Revolución Mexicana (acompañó a Venustiano Carranza en su viaje a Tlaxcalantongo donde pernoctó el Barón de Cuatro Ciénegas para ser asesinado por los sicarios al mando del General Peláez) cuando fue invitado por Adolfo Ruiz Cortines para que aceptara el cargo de asesor de la Presidencia de la República, después de varios esfuerzos de don Adolfo, Luis Cabrera aceptó; pero antes escribió un artículo de despedida en los diarios donde publicaba sus colaboraciones los lunes de cada semana, desde la muerte del presidente Carranza, donde se desempeñó como secretario de Hacienda, exponiendo a sus lectores las razones de que ya no escribiría mientras estuviera al servicio del Gobierno, ya que caería en la incongruencia contra la que siempre en su vida estuvo luchando: Ser juez y parte. Porque defender a un gobierno que pagaban todos los mexicanos, incluidos los que no estaban de acuerdo con el presidente Ruiz Cortines, no era ético.

Aquí en Tampico he tenido también gratas experiencias, naturalmente de servidores públicos de menor fuste, pero que demostraron, con la respuesta que me dieron, tener madera en su carácter de hombres con ética en la vida. Uno de ellos, tampiqueño, cercano a Tomás Yarrington, ocupó un tiempo breve la dependencia estatal de mayor importancia en la ciudad; antes lo leía en un diario de la localidad y me gustaba el ritmo de sus letras y de sus juicios sobre los asuntos del país; por lo que cuando dejó de escribir, lo primero que hice al encontrármelo casualmente fue preguntarle la razón. Con una sencillez que me asombró, me dijo que no era correcto que escribiera en un periódico mientras desempeñaba una función pública -no me habló de principios, ni de congruencia, ni de ética, ni de nada que tenga que ver con los argumentos que don Luis Cabrera les expuso a sus lectores-. Simplemente me comentó que no faltaría quién le dijera ¿por qué perdía el tiempo escribiendo mientras las calles de Tampico se inundaban por las fugas que existen en las redes pluviales?

La incongruencia humana es la responsable de que el país se haya encontrado intrincado en el pasado en episodios que pudieron convertirse en una convulsión social que nadie, absolutamente nadie, quiere que suceda.

La congruencia debe ser una conducta obligatoria de todos los que queremos que nuestro país alcance la civilización con que se comportan algunos países a los que con frecuencia los políticos recurren para justificar sus proyectos excesivos. Se habla de que debemos comportarnos en algunos temas como si fuéramos ciudadanos suizos, pasando por alto que los políticos que ostentan el poder para tomar las decisiones están muy lejos de vivir como gobernantes suizos.

Por ejemplo, hace poco emití una opinión en una de las redes sociales sobre cierto comportamiento de uno de los alcaldes de la ciudad que no le pareció y se consideró lastimado y en cierta forma agredido, contestándome de inmediato que no era cierto lo que yo afirmaba, que a su vez lo había tomado de otra fuente que con nombre y apellido apareció en el internet.

Esto demuestra todavía que existen políticos que se extravían en la diatriba sin sentido y a la que están expuestos por ser hombres públicos que devengan recursos públicos, en fin, que son colaboradores de una ciudad que los eligió, lo que para ellos debe constituir un honor imborrable en su vida.

Por último, en política el “Alazán Tostado” opinaba en sus memorias que para andar en política había que tener la piel dura, si no se tenía esa característica era mejor no meterse en peteneras.

e-mail.- notario177@msn.com

La incongruencia humana es la responsable de que el país se haya encontrado intrincado en el pasado en episodios que pudieron convertirse en una convulsión social que nadie, absolutamente nadie, quiere que suceda.