/ domingo 7 de junio de 2020

Posverdad

En la actualidad, la vida pública está cada vez más llena de personajes con poder que no ocultan su desdén por la verdad y por los hechos. Los Presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, son ejemplos que están en boca de todos y sus éxitos parecen ofrecer una prueba del poder práctico de la Posverdad.

El cuestionamiento de la verdad y de los hechos no es totalmente nuevo. Ya en el siglo V a.c., Protágoras defendía que “el hombre es la medida de todas las cosas”, que “todo es para mí tal como me aparece” y “que todo es para ti tal como te aparece”. Nietzsche hizo famoso el eslogan “No hay hechos, solo hay interpretaciones” y William James afirmaba que una realidad ‘independiente’ del pensar humano es muy difícil de encontrar

Para el filósofo de Princeton, Harry Frankfurt, en su libro On Bullshit “Sobre la charlatanería o Sobre la manipulación de la verdad”. Las mentiras tradicionales, dice él, entrañan que el mentiroso acepta que hay algo que es, de un modo u otro, una forma absoluta de verdad.

Cuando se trata de informar sobre un estado de cosas, de ocultarlo, o de desorientar a una persona individual o a un grupo sobre su existencia, es necesario suponer que se reconoce que se dan unos hechos determinados y que hay una diferencia apreciable entre presentarlos de forma correcta o incorrecta; en suma: que hay unas reglas que el mentiroso y los destinatarios de la mentira comparten.

Ahora bien, si como el concepto de posverdad postula, es indiferente el cómo se presenten los hechos, se está dando por sentado que lo que decimos no está engranado con la realidad y, por ende, que no concedemos importancia a la verdad. Es inútil (y quizás absurdo, como se está viendo) reprochar a Mr. Trump que miente porque viola las reglas del juego: él está en otra dimensión; a él la verdad, podemos decir, le tiene sin cuidado.

Desde el momento en que lo que dice, no importa lo que sea, pero funciona reafirmando las convicciones de sus seguidores, o consiguiendo que no se hable de otra cosa, todo está en orden.

Para expresarlo con una conocida consigna posmoderna: “lo importante no son los hechos, lo importante es la narración”. Dice Frankfurt: El que miente y el que dice la verdad están, por así decirlo, jugando el mismo juego en lados opuestos.

La respuesta de uno de ellos está guiada por la autoridad de la verdad, mientras que la respuesta del otro desafía esa autoridad. El charlatán “bullshiter” ignora esas demandas de modo absoluto. No rechaza, como hace el mentiroso, la autoridad de la verdad y se opone a ella. No le presta atención en modo alguno. En virtud de esto, la charlatanería es un enemigo mayor de la verdad que la mentira.

¿Tiene alguna explicación este desprecio por la verdad, tan llamativo y, como parece, hasta ahora inédito? Para el filósofo británico Bernard Williams señala en su libro, Truth and Truthfulness, Verdad y Veracidad, que hay dos ideas contrapuestas, pero relacionadas hasta el punto de que puede decirse que se retroalimentan, que gozan de una destacada presencia en el pensamiento contemporáneo.

Por un lado, en ninguna otra época, afirma él, ha existido un interés tan grande por la veracidad “truthfulness” Estamos siempre alerta por si se nos engaña y queremos descubrir las estructuras reales que subyacen a las apariencias de todo lo que atrae nuestra curiosidad. Como dice Wittgenstein en el Tractatus, los contemporáneos queremos que parezca que todo está explicado.

Exigimos veracidad en nuestra vida diaria, pero también en política y en la justificación de los fenómenos de los que se ocupan las ciencias sociales, e incluso las naturales.

Pero ese interés en la veracidad, dice Williams “da impulso a un proceso de crítica que debilita la confianza en que haya una verdad “truth” segura, de una pieza, enunciable”. Precisamente nuestras ansias de veracidad, o así parece, alimentan nuestras sospechas sobre la propia noción de verdad, sobre si tiene sentido hablar de una ‘verdad objetiva’.

Aplicando el mismo patrón a otros campos para alcanzar en cada caso el citado punto muerto, se llega a la conclusión de que la propia veracidad impone que renunciemos a la idea de que conceptos como “verdad” desempeñan algún papel en la investigación y que, en consecuencia, deben eliminarse de plano como instrumentos de opresión que son Foucault o Derrida dixit o “reescribirse”, por ejemplo, en términos de justificación Rorty. Ahora bien, si alguien califica algo como ‘verdad” lo que estará realizando sería un acto de autoridad: decir que algo es verdadero es utilizar la verdad como un instrumento de poder.

El posmodernismo es la corriente filosófica que mejor ha encarnado este aspecto del mundo contemporáneo, el ansia confesada de veracidad y a la vez de desconfianza en la verdad que Williams señala. Es relativamente sencillo describir su génesis.

Para el posmodernismo todo, incluida la conducta, puede presentarse como un texto. Para averiguar verazmente lo que un texto dice, afirma el posmodernismo, no basta tomar en cuenta lo que el ‘autor’ declara que quiere decir, sino que tenemos que ‘deconstruirlo’, esto es: leer los textos prestando especial atención a todo lo que pueda ir en contra de su pretendido significado o su unidad estructural con el propósito de mostrar que aquello en lo que el texto se sustenta es irreductiblemente inestable, complejo y en suma, imposible Derrida dixit

La conclusión a la que se llega es entonces que no hay nada que sea la verdad objetiva; tenemos solo distintas perspectivas, todas ellas del mismo nivel, sobre cómo es el mundo.

Lo que vino a continuación, es que el auge del movimiento posmoderno coincidió con el inicio de una revolución en los medios y las tecnologías de la comunicación, el declive de los medios de comunicación tradicionales, desde su antiguo papel como garantes de la objetividad a la bancarrota en la que cayeron por la competencia con el internet empeoró las cosas. La conjunción de la revolución tecnológica en la producción, transmisión y comunicación de información con ciertas características psicológicas de los seres humanos ha dado lugar a un cocktel peligroso.

Tenemos la tendencia de buscar y a adquirir aquella información que nos interesa y casa con nuestras convicciones previas, y a pasar por alto la que no. Esto es: adolecemos de forma natural de lo que los psicólogos llaman ‘sesgo cognitivo’. Nos resulta doloroso toparnos con verdades que no encajan con lo que creemos y procuramos ignorarlas. Esto supone un desgaste emocional, aunque solo fuera por la tensión que su obliteración produce.

Pero, en la situación actual, las redes sociales están prestas a acudir en nuestra ayuda: con un solo ‘clic’ tenemos acceso a cualquier noticia, informe pretendidamente científico, dictamen con aparente autoridad, etc., que nos resulte agradable oír y que confirme nuestras convicciones, todo ello además ‘limpiamente’, sin que se nos despierte la mala conciencia. Con ello, no solo se ha difuminado la línea entre hechos y opiniones, sino que cada vez es menos nítida la que existe entre lo que creemos, y de ahí el creciente éxito de las Fake News y el ascenso de la Posverdad.

Regeneración del 19.

En la actualidad, la vida pública está cada vez más llena de personajes con poder que no ocultan su desdén por la verdad y por los hechos. Los Presidentes Donald Trump y Jair Bolsonaro, son ejemplos que están en boca de todos y sus éxitos parecen ofrecer una prueba del poder práctico de la Posverdad.

El cuestionamiento de la verdad y de los hechos no es totalmente nuevo. Ya en el siglo V a.c., Protágoras defendía que “el hombre es la medida de todas las cosas”, que “todo es para mí tal como me aparece” y “que todo es para ti tal como te aparece”. Nietzsche hizo famoso el eslogan “No hay hechos, solo hay interpretaciones” y William James afirmaba que una realidad ‘independiente’ del pensar humano es muy difícil de encontrar

Para el filósofo de Princeton, Harry Frankfurt, en su libro On Bullshit “Sobre la charlatanería o Sobre la manipulación de la verdad”. Las mentiras tradicionales, dice él, entrañan que el mentiroso acepta que hay algo que es, de un modo u otro, una forma absoluta de verdad.

Cuando se trata de informar sobre un estado de cosas, de ocultarlo, o de desorientar a una persona individual o a un grupo sobre su existencia, es necesario suponer que se reconoce que se dan unos hechos determinados y que hay una diferencia apreciable entre presentarlos de forma correcta o incorrecta; en suma: que hay unas reglas que el mentiroso y los destinatarios de la mentira comparten.

Ahora bien, si como el concepto de posverdad postula, es indiferente el cómo se presenten los hechos, se está dando por sentado que lo que decimos no está engranado con la realidad y, por ende, que no concedemos importancia a la verdad. Es inútil (y quizás absurdo, como se está viendo) reprochar a Mr. Trump que miente porque viola las reglas del juego: él está en otra dimensión; a él la verdad, podemos decir, le tiene sin cuidado.

Desde el momento en que lo que dice, no importa lo que sea, pero funciona reafirmando las convicciones de sus seguidores, o consiguiendo que no se hable de otra cosa, todo está en orden.

Para expresarlo con una conocida consigna posmoderna: “lo importante no son los hechos, lo importante es la narración”. Dice Frankfurt: El que miente y el que dice la verdad están, por así decirlo, jugando el mismo juego en lados opuestos.

La respuesta de uno de ellos está guiada por la autoridad de la verdad, mientras que la respuesta del otro desafía esa autoridad. El charlatán “bullshiter” ignora esas demandas de modo absoluto. No rechaza, como hace el mentiroso, la autoridad de la verdad y se opone a ella. No le presta atención en modo alguno. En virtud de esto, la charlatanería es un enemigo mayor de la verdad que la mentira.

¿Tiene alguna explicación este desprecio por la verdad, tan llamativo y, como parece, hasta ahora inédito? Para el filósofo británico Bernard Williams señala en su libro, Truth and Truthfulness, Verdad y Veracidad, que hay dos ideas contrapuestas, pero relacionadas hasta el punto de que puede decirse que se retroalimentan, que gozan de una destacada presencia en el pensamiento contemporáneo.

Por un lado, en ninguna otra época, afirma él, ha existido un interés tan grande por la veracidad “truthfulness” Estamos siempre alerta por si se nos engaña y queremos descubrir las estructuras reales que subyacen a las apariencias de todo lo que atrae nuestra curiosidad. Como dice Wittgenstein en el Tractatus, los contemporáneos queremos que parezca que todo está explicado.

Exigimos veracidad en nuestra vida diaria, pero también en política y en la justificación de los fenómenos de los que se ocupan las ciencias sociales, e incluso las naturales.

Pero ese interés en la veracidad, dice Williams “da impulso a un proceso de crítica que debilita la confianza en que haya una verdad “truth” segura, de una pieza, enunciable”. Precisamente nuestras ansias de veracidad, o así parece, alimentan nuestras sospechas sobre la propia noción de verdad, sobre si tiene sentido hablar de una ‘verdad objetiva’.

Aplicando el mismo patrón a otros campos para alcanzar en cada caso el citado punto muerto, se llega a la conclusión de que la propia veracidad impone que renunciemos a la idea de que conceptos como “verdad” desempeñan algún papel en la investigación y que, en consecuencia, deben eliminarse de plano como instrumentos de opresión que son Foucault o Derrida dixit o “reescribirse”, por ejemplo, en términos de justificación Rorty. Ahora bien, si alguien califica algo como ‘verdad” lo que estará realizando sería un acto de autoridad: decir que algo es verdadero es utilizar la verdad como un instrumento de poder.

El posmodernismo es la corriente filosófica que mejor ha encarnado este aspecto del mundo contemporáneo, el ansia confesada de veracidad y a la vez de desconfianza en la verdad que Williams señala. Es relativamente sencillo describir su génesis.

Para el posmodernismo todo, incluida la conducta, puede presentarse como un texto. Para averiguar verazmente lo que un texto dice, afirma el posmodernismo, no basta tomar en cuenta lo que el ‘autor’ declara que quiere decir, sino que tenemos que ‘deconstruirlo’, esto es: leer los textos prestando especial atención a todo lo que pueda ir en contra de su pretendido significado o su unidad estructural con el propósito de mostrar que aquello en lo que el texto se sustenta es irreductiblemente inestable, complejo y en suma, imposible Derrida dixit

La conclusión a la que se llega es entonces que no hay nada que sea la verdad objetiva; tenemos solo distintas perspectivas, todas ellas del mismo nivel, sobre cómo es el mundo.

Lo que vino a continuación, es que el auge del movimiento posmoderno coincidió con el inicio de una revolución en los medios y las tecnologías de la comunicación, el declive de los medios de comunicación tradicionales, desde su antiguo papel como garantes de la objetividad a la bancarrota en la que cayeron por la competencia con el internet empeoró las cosas. La conjunción de la revolución tecnológica en la producción, transmisión y comunicación de información con ciertas características psicológicas de los seres humanos ha dado lugar a un cocktel peligroso.

Tenemos la tendencia de buscar y a adquirir aquella información que nos interesa y casa con nuestras convicciones previas, y a pasar por alto la que no. Esto es: adolecemos de forma natural de lo que los psicólogos llaman ‘sesgo cognitivo’. Nos resulta doloroso toparnos con verdades que no encajan con lo que creemos y procuramos ignorarlas. Esto supone un desgaste emocional, aunque solo fuera por la tensión que su obliteración produce.

Pero, en la situación actual, las redes sociales están prestas a acudir en nuestra ayuda: con un solo ‘clic’ tenemos acceso a cualquier noticia, informe pretendidamente científico, dictamen con aparente autoridad, etc., que nos resulte agradable oír y que confirme nuestras convicciones, todo ello además ‘limpiamente’, sin que se nos despierte la mala conciencia. Con ello, no solo se ha difuminado la línea entre hechos y opiniones, sino que cada vez es menos nítida la que existe entre lo que creemos, y de ahí el creciente éxito de las Fake News y el ascenso de la Posverdad.

Regeneración del 19.