/ martes 26 de octubre de 2021

Pre-textos del caimán | José Enrique Rodó

Segunda y última parte

Como ya habíamos anotado en la entrega anterior, la obra más importante de este autor es el ensayo titulado Ariel, y para presentar su pensamiento crítico, se ayuda de ciertos personajes: Ariel, Calibán y Próspero. Estos arquetípicos están tomados directamente de La tempestad de William Shakespeare.

Simbolizan el conflicto histórico reciente y su significación profunda en América. Ariel es América Latina y Calibán (anagrama de caníbal) simboliza a los Estados Unidos. Calibán es el esclavo de Próspero que personifica los instintos salvajes, la sensualidad y la torpeza.

Es un personaje rudo, práctico, materialista. Estas características son usadas en el Ariel para mostrar los atributos negativos de los Estados Unidos, principalmente su carácter materialista, el cual logró situarse por encima de los valores espirituales o morales.

Por su parte, Ariel encarna a la América Hispana, a los pueblos de raíces latinas, dotados de un espíritu alado, refinado, idealista y complejo. Es Ariel quien personifica la cultura latina, como un fuerte contraste del modelo materialista e igualitario de los Estados Unidos. Es quien domina el espacio desde donde Próspero habla a los discípulos. Ariel es razón, dulce y sereno, instinto de perfectibilidad, generoso y desinteresado en la acción, sentimiento superior, también es joven y hermoso, es vivaz e inteligente.

Para José Enrique Rodó, la belleza es la que contiene la posibilidad de lo universal, pues si la cultivamos podremos alejarnos de la fragmentación tan de moda en nuestros días. Rodó entiende a la belleza como armonía y la relaciona con el bien y la verdad: “El que ha aprendido a distinguir de lo delicado, lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hecha media jornada para distinguir lo malo de lo bueno”.

El cultivo de la belleza entendida como armonía, alejarse del desequilibrio. El mal gusto puede entenderse como un extravío moral: “Nunca la criatura humana se adherirá de más segura manera al cumplimiento del deber que cuando, además de sentirle como una imposición, le siente estéticamente como una armonía. Nunca ella será más plenamente buena que cuando sepa, en las formas con que se manifieste activamente su virtud, respetar en los demás el sentimiento de lo hermoso”.

Al tocar el tema de la democracia, Rodó cita a Renán, Anatole France y Bourget, para manifestar que tal triunfo es el de Calibán. Entonces refiere que cuando la democracia no enaltece su espíritu “conduce fatalmente a la privanza de la mediocridad y carece, más que ningún otro régimen, de eficaces barreras con las cuales asegurar dentro de un ambiente adecuado la inviolabilidad de la alta cultura”.

Agrega, pues, que dicho espíritu igualitario podría generar un “equilibrio inestable”. No obstante acepta que la democracia es “un principio de vida contra el cual sería inútil rebelarse”. Es decir, que hay una manifiesta preocupación por la intervención de las mayorías, Rodó le apuesta a que las minorías sean quienes gobiernen para garantizar el estado de belleza, de lo ideal, del aliento latino.

De manera muy personal, la concepción de democracia que más me impresionó, se encierra en unas cuantas palabras: “El deber del estado consiste en colocar a todos los miembros de la sociedad en distintas condiciones de tender a su perfeccionamiento”.

Con respecto de lo material, de lo utilitario, se puede decir que es uno de los peligros que Rodó cree que se cierne sobra la juventud de América si se deja influir o animar por el espíritu materialista, propio del Calibán del norte: “Cuando el sentido de la utilidad material y el bienestar domina en el carácter de las sociedades humanas con la energía que tiene en lo presente, los resultados del espíritu estrecho y la cultura unilateral son particularmente funestos a la difusión de aquellas preocupaciones puramente ideales”.

Por eso, su mensaje es tan claro al pedir a los jóvenes de América: “No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión, sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu”.

En el ensayo, José Enrique Rodó explica cómo entiende la nordomanía: es el sentimiento de admiración creciente hacia los Estados Unidos y su modelo de grandeza: “Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree. Es así como la visión de una América ‘deslatinizada’ por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del norte, flota ya sobre los sueños de muchos sinceros interesados por nuestro porvenir, inspira la fruición con que ellos formulan a cada paso los más sugestivos paralelos, y se manifiesta por constantes propósitos de innovación y reforma”.

Es, a fin de cuentas, la admiración manifiesta de pensadores y políticos, quienes ven en ese país al líder y difusor de un ideario político, así como de valores y virtudes que son tan severamente cuestionadas en el Ariel. Señala Rodó que el verdadero peligro para los pueblos latinoamericanos reside en sus aspiraciones de conquista, pues si se le admira lo suficiente, es muy fácil caer en la tentación de imitar ese modelo de vida.

Para ello sería necesario, entonces, rechazar la imitación y buscar en los valores espirituales propios que nos ayuden a construir una identidad genuina, relacionada estrechamente con el carácter original de los pueblos de raíces hispanas.

Como puede apreciarse, este ensayo contiene ideas inspiradoras, lindando siempre con la utopía. Resulta especialmente interesante su visión optimista del futuro que le depara a nuestra América Latina, algo que las jóvenes generaciones de su tiempo no verán, pero que sin duda, valdrá la pena el empeño realizado:

“¿No la veréis vosotros, la América que nosotros soñamos; hospitalaria para las cosas del espíritu, y no tan sólo para las muchedumbres que se amparen a ella; pensadora, sin menoscabo de su aptitud para la acción; serena y firme a pesar de sus entusiasmos generosos; resplandeciente con el encanto de una seriedad temprana y suave, como la que realza la expresión de un rostro infantil cuando en él se revela, a través de la gracia intacta que fulgura, el pensamiento inquieto que despierta?

Pensad en ella a lo menos; el honor de vuestra historia futura depende de que tengáis constantemente ante los ojos del alma, la visión de esa América regenerada, cerniéndose de lo alto sobre las realidades del presente, como en la nave gótica del vasto rosetón que arde en luz sobre lo austero de los muros sombríos. No seréis sus fundadores, quizá; seréis los precursores que inmediatamente la precedan. En las sanciones glorificadoras del futuro hay también palmas para el recuerdo de los precursores”.

Este discurso, es un aliento para las nuevas generaciones que, al igual que las que las precedieron, tal vez, no vean esos frutos, pero el texto es motivador y generador de esperanza.

  • ernesto.jimher@gmail.com
  • @OsirisJimenez

Segunda y última parte

Como ya habíamos anotado en la entrega anterior, la obra más importante de este autor es el ensayo titulado Ariel, y para presentar su pensamiento crítico, se ayuda de ciertos personajes: Ariel, Calibán y Próspero. Estos arquetípicos están tomados directamente de La tempestad de William Shakespeare.

Simbolizan el conflicto histórico reciente y su significación profunda en América. Ariel es América Latina y Calibán (anagrama de caníbal) simboliza a los Estados Unidos. Calibán es el esclavo de Próspero que personifica los instintos salvajes, la sensualidad y la torpeza.

Es un personaje rudo, práctico, materialista. Estas características son usadas en el Ariel para mostrar los atributos negativos de los Estados Unidos, principalmente su carácter materialista, el cual logró situarse por encima de los valores espirituales o morales.

Por su parte, Ariel encarna a la América Hispana, a los pueblos de raíces latinas, dotados de un espíritu alado, refinado, idealista y complejo. Es Ariel quien personifica la cultura latina, como un fuerte contraste del modelo materialista e igualitario de los Estados Unidos. Es quien domina el espacio desde donde Próspero habla a los discípulos. Ariel es razón, dulce y sereno, instinto de perfectibilidad, generoso y desinteresado en la acción, sentimiento superior, también es joven y hermoso, es vivaz e inteligente.

Para José Enrique Rodó, la belleza es la que contiene la posibilidad de lo universal, pues si la cultivamos podremos alejarnos de la fragmentación tan de moda en nuestros días. Rodó entiende a la belleza como armonía y la relaciona con el bien y la verdad: “El que ha aprendido a distinguir de lo delicado, lo vulgar, lo feo de lo hermoso, lleva hecha media jornada para distinguir lo malo de lo bueno”.

El cultivo de la belleza entendida como armonía, alejarse del desequilibrio. El mal gusto puede entenderse como un extravío moral: “Nunca la criatura humana se adherirá de más segura manera al cumplimiento del deber que cuando, además de sentirle como una imposición, le siente estéticamente como una armonía. Nunca ella será más plenamente buena que cuando sepa, en las formas con que se manifieste activamente su virtud, respetar en los demás el sentimiento de lo hermoso”.

Al tocar el tema de la democracia, Rodó cita a Renán, Anatole France y Bourget, para manifestar que tal triunfo es el de Calibán. Entonces refiere que cuando la democracia no enaltece su espíritu “conduce fatalmente a la privanza de la mediocridad y carece, más que ningún otro régimen, de eficaces barreras con las cuales asegurar dentro de un ambiente adecuado la inviolabilidad de la alta cultura”.

Agrega, pues, que dicho espíritu igualitario podría generar un “equilibrio inestable”. No obstante acepta que la democracia es “un principio de vida contra el cual sería inútil rebelarse”. Es decir, que hay una manifiesta preocupación por la intervención de las mayorías, Rodó le apuesta a que las minorías sean quienes gobiernen para garantizar el estado de belleza, de lo ideal, del aliento latino.

De manera muy personal, la concepción de democracia que más me impresionó, se encierra en unas cuantas palabras: “El deber del estado consiste en colocar a todos los miembros de la sociedad en distintas condiciones de tender a su perfeccionamiento”.

Con respecto de lo material, de lo utilitario, se puede decir que es uno de los peligros que Rodó cree que se cierne sobra la juventud de América si se deja influir o animar por el espíritu materialista, propio del Calibán del norte: “Cuando el sentido de la utilidad material y el bienestar domina en el carácter de las sociedades humanas con la energía que tiene en lo presente, los resultados del espíritu estrecho y la cultura unilateral son particularmente funestos a la difusión de aquellas preocupaciones puramente ideales”.

Por eso, su mensaje es tan claro al pedir a los jóvenes de América: “No entreguéis nunca a la utilidad o a la pasión, sino una parte de vosotros. Aun dentro de la esclavitud material, hay la posibilidad de salvar la libertad interior: la de la razón y el sentimiento. No tratéis, pues, de justificar por la absorción del trabajo o el combate, la esclavitud de vuestro espíritu”.

En el ensayo, José Enrique Rodó explica cómo entiende la nordomanía: es el sentimiento de admiración creciente hacia los Estados Unidos y su modelo de grandeza: “Se imita a aquel en cuya superioridad o cuyo prestigio se cree. Es así como la visión de una América ‘deslatinizada’ por propia voluntad, sin la extorsión de la conquista, y regenerada luego a imagen y semejanza del arquetipo del norte, flota ya sobre los sueños de muchos sinceros interesados por nuestro porvenir, inspira la fruición con que ellos formulan a cada paso los más sugestivos paralelos, y se manifiesta por constantes propósitos de innovación y reforma”.

Es, a fin de cuentas, la admiración manifiesta de pensadores y políticos, quienes ven en ese país al líder y difusor de un ideario político, así como de valores y virtudes que son tan severamente cuestionadas en el Ariel. Señala Rodó que el verdadero peligro para los pueblos latinoamericanos reside en sus aspiraciones de conquista, pues si se le admira lo suficiente, es muy fácil caer en la tentación de imitar ese modelo de vida.

Para ello sería necesario, entonces, rechazar la imitación y buscar en los valores espirituales propios que nos ayuden a construir una identidad genuina, relacionada estrechamente con el carácter original de los pueblos de raíces hispanas.

Como puede apreciarse, este ensayo contiene ideas inspiradoras, lindando siempre con la utopía. Resulta especialmente interesante su visión optimista del futuro que le depara a nuestra América Latina, algo que las jóvenes generaciones de su tiempo no verán, pero que sin duda, valdrá la pena el empeño realizado:

“¿No la veréis vosotros, la América que nosotros soñamos; hospitalaria para las cosas del espíritu, y no tan sólo para las muchedumbres que se amparen a ella; pensadora, sin menoscabo de su aptitud para la acción; serena y firme a pesar de sus entusiasmos generosos; resplandeciente con el encanto de una seriedad temprana y suave, como la que realza la expresión de un rostro infantil cuando en él se revela, a través de la gracia intacta que fulgura, el pensamiento inquieto que despierta?

Pensad en ella a lo menos; el honor de vuestra historia futura depende de que tengáis constantemente ante los ojos del alma, la visión de esa América regenerada, cerniéndose de lo alto sobre las realidades del presente, como en la nave gótica del vasto rosetón que arde en luz sobre lo austero de los muros sombríos. No seréis sus fundadores, quizá; seréis los precursores que inmediatamente la precedan. En las sanciones glorificadoras del futuro hay también palmas para el recuerdo de los precursores”.

Este discurso, es un aliento para las nuevas generaciones que, al igual que las que las precedieron, tal vez, no vean esos frutos, pero el texto es motivador y generador de esperanza.

  • ernesto.jimher@gmail.com
  • @OsirisJimenez