/ domingo 7 de noviembre de 2021

Prisión de sueños

Los hombres hemos levantado muros y cárceles para todo tipo de propósitos y con la más variada gama de razones y justificaciones.

Hemos construido bardas que separan a los buenos de los malos; prisiones de alta seguridad que impiden al antisocial contaminar y dañar quien actúa correctamente; sistemas sofisticados para proteger al poseedor de una tierra de abundancia, del inmigrante pobre e indeseable y paredes que delimitan el mundo feliz de aquel que no conoce ni siquiera la esperanza.

Así nos hemos empeñado en hacer reductos de oprobio para sepultar en sus rincones al hereje, al que piensa diferente y a quien estorbe al proyecto egoísta y dogmático del poderoso. Y algunos de esos valladares son verdaderos muros de ignominia con los que discriminamos a los demás, en la medida que hemos sido incapaces de diseñar lazos incluyentes para todos los hombres.

Pero la prisión más absurda que el hombre ha creado, ha sido para encerrar sus propios sueños. Envuelto en el tráfago de la vida y su seductor pragmatismo, se ha olvidado que lo único que hace tolerable y puede darle un verdadero significado a su vida , es su capacidad de soñar. Quien se atreva a afirmar que tener aspiraciones, horizontes y sueños es inaceptable y egoísta, ha estafado a su propio corazón y es como dice el filósofo “alguien que vive muriendo, en lugar de morir viviendo”. Porque quien deja de soñar, ha comenzado a morir un poco al relegar esa posibilidad a la parte más noble de su ser: su espíritu inmortal.

Lo necio de esta prisión autoimpuesta está en que es un atentado contra nuestra misma naturaleza. Cuando somos niños soñamos porque nuestra inocencia nos reclama hacerlo. Nuestras bellas ilusiones como alcanzar la luna o creer que nuestro papá lo sabe todo, son el único horizonte que nos separa del desencanto porque nuestras mentes no han sido aún contaminadas por los múltiples acuerdos perturbados que la sociedad consumista empieza a tejernos para cuando seamos mayores. Por eso los sueños de los niños seguirán siendo el dique formidable en el que se estrellará el cinismo suicida del soñador vergonzante del futuro, que podrá burlarse de quien los tiene, pero solo en ellos podrá encontrar su salvación.

Cuando somos jóvenes soñamos con el amor, que insospechadamente se pone un día a nuestras espaldas y nos hiere en alguna noche enlunada. Nuestros sueños son entonces el paradigma de un despertar a reclamos ambivalentes, cuyos retos aceptamos a pesar de las decepciones que encontraremos en el camino. Y lo hacemos porque únicamente así objetivaremos nuestros más recónditos anhelos, esos que un día constituirán el tibio rescoldo de nuestro recuerdo.

Cuando iniciamos nuestro camino a la edad adulta, soñamos con tener un trabajo que nos dé sustento y autoestima y a veces, con gran esfuerzo, buscamos una profesión con la cual realizarnos plenamente y de esta manera trascender en medio de los demás, mientras asistimos al enfrentamiento vívidamente doloroso que hay entre el satisfacer inmediato y el anhelo mediato, tratando de no sucumbir ante el triunfo amargo de lo efímero sobre lo permanente. Pero no renunciamos a nuestro deseo de soñar, aunque algunos nos llamen ilusos, tontos y alejados de la realidad que nos apremia para que abandonemos esas ilusiones que, sin embargo, como mariposa colorida, nos impulsan a seguir soñando.

Un día, cuando el tiempo nos pida hacer el análisis final de nuestra vida, y veamos con cuánta necedad tantas veces sacrificamos nuestros sueños por cosas triviales y que no valían la pena; cuando comprendamos que la inutilidad de nuestro esfuerzo por la plenitud estuvo casi siempre en proporción directa de nuestro desapego de ellas y tengamos que aceptar, como dice el poeta, que “lo esencial es verdaderamente invisible para los ojos y solo se ve con el corazón”, entonces entenderemos por qué aprisionarlos en verdad valiosos, fue tonto y seremos solo duendes que empezaron a morir desde que dejaron de soñar.

Walt Disney, el fabuloso creador y promotor de los sueños de muchos, afirmó alguna vez: “si eres capaz de soñarlo, eres capaz de hacerlo”. Lo que no hemos realizado, es quizás porque ni siquiera lo hemos imaginado. Y esa es una verdadera tragedia. Es cuando nos decidimos a luchar por ellos, que el fruto de nuestros sueños por trascender, hará posible que también otros soñadores como nosotros un día lo fuimos, puedan más tarde transfigurar el rostro de este mundo.

PRISIÓN DE SUEÑOS

Protege tu sueño. Aunque te digan que no podrás, si lo quieres, debes ir a buscarlo

Christopher Gardner

Los hombres hemos levantado muros y cárceles para todo tipo de propósitos y con la más variada gama de razones y justificaciones.

Hemos construido bardas que separan a los buenos de los malos; prisiones de alta seguridad que impiden al antisocial contaminar y dañar quien actúa correctamente; sistemas sofisticados para proteger al poseedor de una tierra de abundancia, del inmigrante pobre e indeseable y paredes que delimitan el mundo feliz de aquel que no conoce ni siquiera la esperanza.

Así nos hemos empeñado en hacer reductos de oprobio para sepultar en sus rincones al hereje, al que piensa diferente y a quien estorbe al proyecto egoísta y dogmático del poderoso. Y algunos de esos valladares son verdaderos muros de ignominia con los que discriminamos a los demás, en la medida que hemos sido incapaces de diseñar lazos incluyentes para todos los hombres.

Pero la prisión más absurda que el hombre ha creado, ha sido para encerrar sus propios sueños. Envuelto en el tráfago de la vida y su seductor pragmatismo, se ha olvidado que lo único que hace tolerable y puede darle un verdadero significado a su vida , es su capacidad de soñar. Quien se atreva a afirmar que tener aspiraciones, horizontes y sueños es inaceptable y egoísta, ha estafado a su propio corazón y es como dice el filósofo “alguien que vive muriendo, en lugar de morir viviendo”. Porque quien deja de soñar, ha comenzado a morir un poco al relegar esa posibilidad a la parte más noble de su ser: su espíritu inmortal.

Lo necio de esta prisión autoimpuesta está en que es un atentado contra nuestra misma naturaleza. Cuando somos niños soñamos porque nuestra inocencia nos reclama hacerlo. Nuestras bellas ilusiones como alcanzar la luna o creer que nuestro papá lo sabe todo, son el único horizonte que nos separa del desencanto porque nuestras mentes no han sido aún contaminadas por los múltiples acuerdos perturbados que la sociedad consumista empieza a tejernos para cuando seamos mayores. Por eso los sueños de los niños seguirán siendo el dique formidable en el que se estrellará el cinismo suicida del soñador vergonzante del futuro, que podrá burlarse de quien los tiene, pero solo en ellos podrá encontrar su salvación.

Cuando somos jóvenes soñamos con el amor, que insospechadamente se pone un día a nuestras espaldas y nos hiere en alguna noche enlunada. Nuestros sueños son entonces el paradigma de un despertar a reclamos ambivalentes, cuyos retos aceptamos a pesar de las decepciones que encontraremos en el camino. Y lo hacemos porque únicamente así objetivaremos nuestros más recónditos anhelos, esos que un día constituirán el tibio rescoldo de nuestro recuerdo.

Cuando iniciamos nuestro camino a la edad adulta, soñamos con tener un trabajo que nos dé sustento y autoestima y a veces, con gran esfuerzo, buscamos una profesión con la cual realizarnos plenamente y de esta manera trascender en medio de los demás, mientras asistimos al enfrentamiento vívidamente doloroso que hay entre el satisfacer inmediato y el anhelo mediato, tratando de no sucumbir ante el triunfo amargo de lo efímero sobre lo permanente. Pero no renunciamos a nuestro deseo de soñar, aunque algunos nos llamen ilusos, tontos y alejados de la realidad que nos apremia para que abandonemos esas ilusiones que, sin embargo, como mariposa colorida, nos impulsan a seguir soñando.

Un día, cuando el tiempo nos pida hacer el análisis final de nuestra vida, y veamos con cuánta necedad tantas veces sacrificamos nuestros sueños por cosas triviales y que no valían la pena; cuando comprendamos que la inutilidad de nuestro esfuerzo por la plenitud estuvo casi siempre en proporción directa de nuestro desapego de ellas y tengamos que aceptar, como dice el poeta, que “lo esencial es verdaderamente invisible para los ojos y solo se ve con el corazón”, entonces entenderemos por qué aprisionarlos en verdad valiosos, fue tonto y seremos solo duendes que empezaron a morir desde que dejaron de soñar.

Walt Disney, el fabuloso creador y promotor de los sueños de muchos, afirmó alguna vez: “si eres capaz de soñarlo, eres capaz de hacerlo”. Lo que no hemos realizado, es quizás porque ni siquiera lo hemos imaginado. Y esa es una verdadera tragedia. Es cuando nos decidimos a luchar por ellos, que el fruto de nuestros sueños por trascender, hará posible que también otros soñadores como nosotros un día lo fuimos, puedan más tarde transfigurar el rostro de este mundo.

PRISIÓN DE SUEÑOS

Protege tu sueño. Aunque te digan que no podrás, si lo quieres, debes ir a buscarlo

Christopher Gardner