/ sábado 11 de mayo de 2019

¿Qué es un intelectual?

George Bush es quizá el Presidente más impopular que los Estados Unidos hayan tenido desde las épocas remotas en las que imperaban el racismo y la esclavitud que lentamente fue siendo marginado por el sólido y constante frente de batalla que contra esta forma de pensar irracional establecieron los mejores hombres de esa nación, como Abraham Lincoln y George Washington.

En materia de discriminación racial, señalada preferentemente por el color de la piel, las puntas de lanza que derribaron estas montañas de prejuicio que terminan con la concordia que se necesita para que se dé el fenómeno de la convivencia mundial, se encuentran en la enérgica protesta de aquella trabajadora Rosa Park, de Alabama, que no se quiso sentar en el área del autobús destinada para la gente de color, se sentó en donde ella quiso, causando con esto una auténtica rebelión que aún no concluye y que hizo posible que Barack Obama fuera presidente de los Estados Unidos, con todo y ser un norteamericano de origen africano por parte de padre.

La invasión de Estados Unidos a Irak y Afganistán decretada por George Bush en su segundo mandato, fue la gota que derramó el vaso del desprecio que por este gobernante manifestó el mundo; hubo en el orbe reacciones de diversa índole contra esta barbarie; los que con más valor se enfrentaron a estos actos de lesa humanidad fueron los intelectuales de todo el mundo.

Este evento me llevó a pensar ¿para qué sirve un intelectual? Un intelectual, es un hombre de ideas y de libros, de libros medulares como son los evangelios y el manifiesto comunista, que en el pasado fueron los instrumentos combativos para luchar por las ideas que se difundían en el papel. Pero pienso igual que Ernesto Sabato y como lo hizo en su momento Ernesto el "Che" Guevara, que si bien la función del intelectual es luchar por las ideas, en su momento cuando ve que el crimen es de lesa humanidad, debe enarbolar la protesta y hacer a un lado la biblioteca.

Un intelectual no es aquel que escribe un librito, ni tampoco lo es una rata de biblioteca que busca la forma de desacreditar a los que publican y a los que exponen sus ideas. Tampoco estoy hablando de los intelectuales que en lugar de escribir con tinta lo hacen con sangre. Debe haber intelectuales como lo hubo en su momento que dieron su vida para defender sus ideas, como Martí, Malraux, Anton Saint Exupéry y el mismo Sartré, que desilusionado de los periódicos en los que escribía, que ya no eran dirigidos por periodistas, sino por administradores, repartía por las calles de París sus reflexiones en hojas de papel.

El intelectual corre riesgos tremendos, como es el de caer víctima para siempre en el infierno y el misterio que significa la literatura; tenemos a Dostoievski como un ejemplo, quien decía que la realidad era como el dolor que le causaban sus zapatos nuevos.

Ningún hombre, me refiero a los intelectuales, puede moverse sino sobre las condiciones que objetivamente le impone la sociedad en que viva. No se puede vivir como si el país nuestro fuera el de 1910 o el de 1968. Sin embargo, en la psicología de cada intelectual hay un resentido y un iluso, que cree que en algún momento su obra será superior a todo lo que se haya escrito.

Una sociedad que no concilie al intelectual consigo misma, será una sociedad destinada al fracaso y por lo tanto corre el riesgo de ser echada abajo. Particularmente la sociedad que vivimos es el reflejo de la tremenda enajenación del hombre y de la peor de las alienaciones que ha convertido en número y en cosa al individuo. Por esa razón cuando la historia avanza por síntesis, es claro que la historia no puede avanzar de otra forma, aparecen gobiernos que escuchan y atienden los reclamos de los intelectuales.

Hay un riesgo que llena de peligro al mundo que vivimos, y lo es, porque viene del país más poderoso del mundo: Convertir al hombre en cosa. Hacer del ser humano una serie como si se tratara de una máquina de combustión interna, por un lado, y por otro, quizá el de mayor riesgo, es que hoy en día los gobiernos sienten temor y desprecio ante la presencia de un intelectual, porque tendrían enfrente de sí un polo que recontrademandaría más humanismo en los actos de gobierno.

En la historia de México tanto en el porfiriato como en la época de la Revolución mexicana sus líderes sentían respeto por los intelectuales. Don Nemecio García Naranjo era un consentido del porfiriato, José Vasconcelos encontró todo el apoyo y la comprensión de Plutarco Elías Calles y después en el general Obregón que lo hizo Ministro de Educación.

Recuerdo que cuando Jacobo Zabludowsky entrevistó a Carlos Salinas de Gortari en su casa, cuando fue designado candidato del PRI a la Presidencia de la República, escribió que le había causado profundo desencanto que en su estudio Salinas de Gortari tuviera muy pocos libros. Así es como empezó la tecnocracia que hoy habla de Borges, sin saber cómo se pronuncia y escribe y sin conocer quién es, y sobre todo por qué razón a pesar de haber muerto hace más de cinco lustros, todavía se habla de Borges, como si estuviera entre nosotros.

Un dato curioso es que Borges es un escritor para escritores; es un literato del público selecto por la razón de que no todo el mundo lo comprende, o lo entiende. Recuerdo una experiencia desagradable de una estudiante de Literatura en la UNAM que me confesaba con lamentable desconsuelo que por tercera ocasión había intentado leer el Aleph y por tercera ocasión no había podido.

Para esto el mismo Borges decía en su humor tan fino y característico, como inescrutable, que su lectura llevaba implícitas infinitas lecturas, como en las milongas que resultan profesionalmente populares. Entender a Borges requería de una cultura profunda y no popular, por eso exclamaba cuando una dama en el aeropuerto de Buenos Aires le comentó: “He intentado leer el Aleph y no pude seguir, no entendí nada”. “Bah, no se haga problema, yo tampoco entiendo nada, qué le vamos a hacer, algunas veces soy inabordable”.

George Bush es quizá el Presidente más impopular que los Estados Unidos hayan tenido desde las épocas remotas en las que imperaban el racismo y la esclavitud que lentamente fue siendo marginado por el sólido y constante frente de batalla que contra esta forma de pensar irracional establecieron los mejores hombres de esa nación, como Abraham Lincoln y George Washington.

En materia de discriminación racial, señalada preferentemente por el color de la piel, las puntas de lanza que derribaron estas montañas de prejuicio que terminan con la concordia que se necesita para que se dé el fenómeno de la convivencia mundial, se encuentran en la enérgica protesta de aquella trabajadora Rosa Park, de Alabama, que no se quiso sentar en el área del autobús destinada para la gente de color, se sentó en donde ella quiso, causando con esto una auténtica rebelión que aún no concluye y que hizo posible que Barack Obama fuera presidente de los Estados Unidos, con todo y ser un norteamericano de origen africano por parte de padre.

La invasión de Estados Unidos a Irak y Afganistán decretada por George Bush en su segundo mandato, fue la gota que derramó el vaso del desprecio que por este gobernante manifestó el mundo; hubo en el orbe reacciones de diversa índole contra esta barbarie; los que con más valor se enfrentaron a estos actos de lesa humanidad fueron los intelectuales de todo el mundo.

Este evento me llevó a pensar ¿para qué sirve un intelectual? Un intelectual, es un hombre de ideas y de libros, de libros medulares como son los evangelios y el manifiesto comunista, que en el pasado fueron los instrumentos combativos para luchar por las ideas que se difundían en el papel. Pero pienso igual que Ernesto Sabato y como lo hizo en su momento Ernesto el "Che" Guevara, que si bien la función del intelectual es luchar por las ideas, en su momento cuando ve que el crimen es de lesa humanidad, debe enarbolar la protesta y hacer a un lado la biblioteca.

Un intelectual no es aquel que escribe un librito, ni tampoco lo es una rata de biblioteca que busca la forma de desacreditar a los que publican y a los que exponen sus ideas. Tampoco estoy hablando de los intelectuales que en lugar de escribir con tinta lo hacen con sangre. Debe haber intelectuales como lo hubo en su momento que dieron su vida para defender sus ideas, como Martí, Malraux, Anton Saint Exupéry y el mismo Sartré, que desilusionado de los periódicos en los que escribía, que ya no eran dirigidos por periodistas, sino por administradores, repartía por las calles de París sus reflexiones en hojas de papel.

El intelectual corre riesgos tremendos, como es el de caer víctima para siempre en el infierno y el misterio que significa la literatura; tenemos a Dostoievski como un ejemplo, quien decía que la realidad era como el dolor que le causaban sus zapatos nuevos.

Ningún hombre, me refiero a los intelectuales, puede moverse sino sobre las condiciones que objetivamente le impone la sociedad en que viva. No se puede vivir como si el país nuestro fuera el de 1910 o el de 1968. Sin embargo, en la psicología de cada intelectual hay un resentido y un iluso, que cree que en algún momento su obra será superior a todo lo que se haya escrito.

Una sociedad que no concilie al intelectual consigo misma, será una sociedad destinada al fracaso y por lo tanto corre el riesgo de ser echada abajo. Particularmente la sociedad que vivimos es el reflejo de la tremenda enajenación del hombre y de la peor de las alienaciones que ha convertido en número y en cosa al individuo. Por esa razón cuando la historia avanza por síntesis, es claro que la historia no puede avanzar de otra forma, aparecen gobiernos que escuchan y atienden los reclamos de los intelectuales.

Hay un riesgo que llena de peligro al mundo que vivimos, y lo es, porque viene del país más poderoso del mundo: Convertir al hombre en cosa. Hacer del ser humano una serie como si se tratara de una máquina de combustión interna, por un lado, y por otro, quizá el de mayor riesgo, es que hoy en día los gobiernos sienten temor y desprecio ante la presencia de un intelectual, porque tendrían enfrente de sí un polo que recontrademandaría más humanismo en los actos de gobierno.

En la historia de México tanto en el porfiriato como en la época de la Revolución mexicana sus líderes sentían respeto por los intelectuales. Don Nemecio García Naranjo era un consentido del porfiriato, José Vasconcelos encontró todo el apoyo y la comprensión de Plutarco Elías Calles y después en el general Obregón que lo hizo Ministro de Educación.

Recuerdo que cuando Jacobo Zabludowsky entrevistó a Carlos Salinas de Gortari en su casa, cuando fue designado candidato del PRI a la Presidencia de la República, escribió que le había causado profundo desencanto que en su estudio Salinas de Gortari tuviera muy pocos libros. Así es como empezó la tecnocracia que hoy habla de Borges, sin saber cómo se pronuncia y escribe y sin conocer quién es, y sobre todo por qué razón a pesar de haber muerto hace más de cinco lustros, todavía se habla de Borges, como si estuviera entre nosotros.

Un dato curioso es que Borges es un escritor para escritores; es un literato del público selecto por la razón de que no todo el mundo lo comprende, o lo entiende. Recuerdo una experiencia desagradable de una estudiante de Literatura en la UNAM que me confesaba con lamentable desconsuelo que por tercera ocasión había intentado leer el Aleph y por tercera ocasión no había podido.

Para esto el mismo Borges decía en su humor tan fino y característico, como inescrutable, que su lectura llevaba implícitas infinitas lecturas, como en las milongas que resultan profesionalmente populares. Entender a Borges requería de una cultura profunda y no popular, por eso exclamaba cuando una dama en el aeropuerto de Buenos Aires le comentó: “He intentado leer el Aleph y no pude seguir, no entendí nada”. “Bah, no se haga problema, yo tampoco entiendo nada, qué le vamos a hacer, algunas veces soy inabordable”.