/ jueves 11 de abril de 2019

¿Qué hacer ante el crimen organizado?

Un hombre descubrió una noche que en el jardín de su casa había alguien merodeando. Asustado, como es natural, habló a la policía, relató el problema y solicitó auxilio de una patrulla. Los encargados de la policía le respondieron que en ese momento no había ninguna disponible. Cinco minutos después volvió a hablar con la policía para decirles que acababa de matar al intruso de un escopetazo. En un santiamén llegaron 3 patrullas, un helicóptero y 2 camiones de las televisoras que hay en el país y que no querían perderse el incidente. Los agentes encontraron escondidos entre las matas a un conocido ladrón de casas y lo arrestaron. El comandante, furioso, llegó con el dueño de la casa y le preguntó: ¿No que lo había matado? Y el dueño, calmado, le respondió: ¿No que no tenían patrullas disponibles?

Esta anécdota que les cuento a ustedes la tomé de un libro muy interesante que escribió el criminólogo Rafael Ruiz Harrell, en donde hace una exposición que llama la atención y pone a pensar porqué razón la sociedad civil está tan estresada, angustiada por el nivel de inseguridad que se vive en la capital del país y que en cierta medida durante el sexenio de Vicente Fox se amplió hacia todas las ciudades importantes de la república, incluida nuestra ciudad y la zona conurbada.

Hace cuatro sábados, a las diez y media de la mañana entró a mi celular una llamada que provenía de un número privado. Contesté, como acostumbro hacerlo cuando no sé quién es el que llama. Mi sorpresa fue que mi interlocutor resultó ser un vulgar delincuente que, según él, pretendía extorsionarme en virtud que tenía un contrato para privarme de la vida. Curiosamente acababa yo de leer por esos días un libro del fiscal colombiano Raúl Arias (que ahora precisamente está colaborando con el nuevo Procurador de la República).

El libro de Raúl Arias indica que cuando se reciba una llamada de esta naturaleza trate de mantener lo más posible la conversación con el delincuente para hacerlo que entre en un estado de pánico llegando a pensar que se podría estar localizando el sitio desde donde está hablando. Recomienda también (en el caso de que el que recibe la llamada sea un hombre) trate de manejar el mismo lenguaje del delincuente, para que éste sienta que se encontró con alguien que pertenece a su misma “estirpe”, y que por lo tanto puede perder el tiempo o incluso puede resultar atrapado. Así lo hice, mientras duró la conversación con cuatro diferentes personas que se turnaban el teléfono para insistir que mi persona había sido señalada por un poderoso para ser eliminado.

Las conclusiones que saqué durante la conversación con estos delincuentes virtuales fue que seguramente operaban desde alguna cárcel del estado o del país, y que algún representante de ellos en esta ciudad les había hecho llegar mi nombre, porque mi oficina está en una zona importante del centro, por la que suele pasar un flujo numeroso de personas de todas partes de la región. Siempre me llamaron Licenciado Rodolfo, nunca supieron decir mi apellido y cometieron algunos errores relacionados con mi familia, lo que sirvió de base para que yo pudiera tratar de involucrarlos en la conversación en donde yo era el que en un momento dado manejara la circunstancia.

El primero que me habló lo hizo con un acento propio de las ciudades perdidas que hay en las inmediaciones del Estado de México como puede ser Nezahualcóyotl, o alguna colonia de Ecatepec, con un acento similar al que tiene aquel triste delincuente Andrés Caletri que con palabras groseras desestabilizaba a las víctimas. Después cuando lo aprehendieron parecía un corderito. Cuando terminaba de hablar el que tenía acento vulgar, entraba alguien quien decía ser el jefe con acento norteño, para después cederle el teléfono a otra persona con acento sureño típico de la región como puede ser Yucatán y Campeche.

De lo que sí pude sacar la conclusión es que estas personas sabían que no soy un hombre de dinero, porque nunca me solicitaron una cantidad enorme. Hubo un momento de la conversación en que el que hablaba como yucateco me preguntó qué coche tenía y le dije que tenía un vehículo americano “chueco” del año 90 y me dijo: “¿cuánto crees que te puedan dar por él?”, le dije: “algunos 7 mil pesos”. Sin rubor alguno me dijo: “algo es algo” y que esa cantidad servía para pagar los gastos que ellos ya habían invertido y que me perdonaban por estar tan “fregado”. Traté de sacarles el tema de que me dijeran quién los había mandado y les mencioné varios nombres de personas que pudieran estar resentidos porque torpemente consideren que mi trabajo editorial en este periódico no les permitió accesar al puesto policiaco que pretendían llegar para manejar la zona según sus planes. Los delincuentes no aceptaron ser enviados por las personas que yo les mencioné y de plano me colgaron.

Después me comuniqué con el delegado de la Procuraduría, quien atento y tomando en cuenta mi condición de abogado y notario me escuchó desde el principio y me confirmó que estos delincuentes estaban actuando desde hacía unos días en esta zona. La atención que me ofreció el delegado de la Procuraduría me hizo reconciliar en cierta medida con la esperanza de que existen hombres que saben para qué son las funciones públicas: Para servir, no para servirse, como se acostumbra. Inmediatamente me contactó un comandante judicial de la Procuraduría, a quien tengo casi 30 años de conocer y he visto ha logrado conquistar un sitio decoroso e importante dentro de la Procuraduría Estatal. Le informé quiénes podrían ser los interesados en hacerme pasar un mal rato. Todos de una forma tienen vinculación con el servicio público y uno de ellos en especial ha hecho público su malestar con mis colaboraciones en este periódico.

Algunas veces los funcionarios públicos han dicho que los problemas que vive la sociedad moderna no son responsabilidades tan solo del gobierno. Que la sociedad civil tiene que participar para alcanzar la solución a esta problemática que vivimos. ¿Qué podemos hacer si la razón de que los ciudadanos seamos impotentes se encuentra en el gobierno porque éste es sordo, ciego e impermeable a las propuestas demandas y ofertas que les hacemos?. Usando a la policía solo para reprimir, nunca para investigar.

Un hombre descubrió una noche que en el jardín de su casa había alguien merodeando. Asustado, como es natural, habló a la policía, relató el problema y solicitó auxilio de una patrulla. Los encargados de la policía le respondieron que en ese momento no había ninguna disponible. Cinco minutos después volvió a hablar con la policía para decirles que acababa de matar al intruso de un escopetazo. En un santiamén llegaron 3 patrullas, un helicóptero y 2 camiones de las televisoras que hay en el país y que no querían perderse el incidente. Los agentes encontraron escondidos entre las matas a un conocido ladrón de casas y lo arrestaron. El comandante, furioso, llegó con el dueño de la casa y le preguntó: ¿No que lo había matado? Y el dueño, calmado, le respondió: ¿No que no tenían patrullas disponibles?

Esta anécdota que les cuento a ustedes la tomé de un libro muy interesante que escribió el criminólogo Rafael Ruiz Harrell, en donde hace una exposición que llama la atención y pone a pensar porqué razón la sociedad civil está tan estresada, angustiada por el nivel de inseguridad que se vive en la capital del país y que en cierta medida durante el sexenio de Vicente Fox se amplió hacia todas las ciudades importantes de la república, incluida nuestra ciudad y la zona conurbada.

Hace cuatro sábados, a las diez y media de la mañana entró a mi celular una llamada que provenía de un número privado. Contesté, como acostumbro hacerlo cuando no sé quién es el que llama. Mi sorpresa fue que mi interlocutor resultó ser un vulgar delincuente que, según él, pretendía extorsionarme en virtud que tenía un contrato para privarme de la vida. Curiosamente acababa yo de leer por esos días un libro del fiscal colombiano Raúl Arias (que ahora precisamente está colaborando con el nuevo Procurador de la República).

El libro de Raúl Arias indica que cuando se reciba una llamada de esta naturaleza trate de mantener lo más posible la conversación con el delincuente para hacerlo que entre en un estado de pánico llegando a pensar que se podría estar localizando el sitio desde donde está hablando. Recomienda también (en el caso de que el que recibe la llamada sea un hombre) trate de manejar el mismo lenguaje del delincuente, para que éste sienta que se encontró con alguien que pertenece a su misma “estirpe”, y que por lo tanto puede perder el tiempo o incluso puede resultar atrapado. Así lo hice, mientras duró la conversación con cuatro diferentes personas que se turnaban el teléfono para insistir que mi persona había sido señalada por un poderoso para ser eliminado.

Las conclusiones que saqué durante la conversación con estos delincuentes virtuales fue que seguramente operaban desde alguna cárcel del estado o del país, y que algún representante de ellos en esta ciudad les había hecho llegar mi nombre, porque mi oficina está en una zona importante del centro, por la que suele pasar un flujo numeroso de personas de todas partes de la región. Siempre me llamaron Licenciado Rodolfo, nunca supieron decir mi apellido y cometieron algunos errores relacionados con mi familia, lo que sirvió de base para que yo pudiera tratar de involucrarlos en la conversación en donde yo era el que en un momento dado manejara la circunstancia.

El primero que me habló lo hizo con un acento propio de las ciudades perdidas que hay en las inmediaciones del Estado de México como puede ser Nezahualcóyotl, o alguna colonia de Ecatepec, con un acento similar al que tiene aquel triste delincuente Andrés Caletri que con palabras groseras desestabilizaba a las víctimas. Después cuando lo aprehendieron parecía un corderito. Cuando terminaba de hablar el que tenía acento vulgar, entraba alguien quien decía ser el jefe con acento norteño, para después cederle el teléfono a otra persona con acento sureño típico de la región como puede ser Yucatán y Campeche.

De lo que sí pude sacar la conclusión es que estas personas sabían que no soy un hombre de dinero, porque nunca me solicitaron una cantidad enorme. Hubo un momento de la conversación en que el que hablaba como yucateco me preguntó qué coche tenía y le dije que tenía un vehículo americano “chueco” del año 90 y me dijo: “¿cuánto crees que te puedan dar por él?”, le dije: “algunos 7 mil pesos”. Sin rubor alguno me dijo: “algo es algo” y que esa cantidad servía para pagar los gastos que ellos ya habían invertido y que me perdonaban por estar tan “fregado”. Traté de sacarles el tema de que me dijeran quién los había mandado y les mencioné varios nombres de personas que pudieran estar resentidos porque torpemente consideren que mi trabajo editorial en este periódico no les permitió accesar al puesto policiaco que pretendían llegar para manejar la zona según sus planes. Los delincuentes no aceptaron ser enviados por las personas que yo les mencioné y de plano me colgaron.

Después me comuniqué con el delegado de la Procuraduría, quien atento y tomando en cuenta mi condición de abogado y notario me escuchó desde el principio y me confirmó que estos delincuentes estaban actuando desde hacía unos días en esta zona. La atención que me ofreció el delegado de la Procuraduría me hizo reconciliar en cierta medida con la esperanza de que existen hombres que saben para qué son las funciones públicas: Para servir, no para servirse, como se acostumbra. Inmediatamente me contactó un comandante judicial de la Procuraduría, a quien tengo casi 30 años de conocer y he visto ha logrado conquistar un sitio decoroso e importante dentro de la Procuraduría Estatal. Le informé quiénes podrían ser los interesados en hacerme pasar un mal rato. Todos de una forma tienen vinculación con el servicio público y uno de ellos en especial ha hecho público su malestar con mis colaboraciones en este periódico.

Algunas veces los funcionarios públicos han dicho que los problemas que vive la sociedad moderna no son responsabilidades tan solo del gobierno. Que la sociedad civil tiene que participar para alcanzar la solución a esta problemática que vivimos. ¿Qué podemos hacer si la razón de que los ciudadanos seamos impotentes se encuentra en el gobierno porque éste es sordo, ciego e impermeable a las propuestas demandas y ofertas que les hacemos?. Usando a la policía solo para reprimir, nunca para investigar.