/ lunes 6 de enero de 2020

Con café y a media luz | ¡Qué Regalo de Reyes!

El 6 de enero es una fecha especial durante la infancia. Los más pequeños del hogar colocan en un sitio especial sus zapatitos esperando que, por la noche, Melchor, Gaspar y Baltasar, los reyes de Oriente, depositen en el interior de la prenda algún obsequio en alusión al pasaje bíblico del nacimiento de Jesús a quien le ofrendaron oro, incienso y mirra en un pesebre de Belén.

Esa ilusión “ya no tan inocente”, en ocasiones, se mantiene viva hasta la etapa adulta y, como si se tratara de un juego simbólico, se le atribuyen a esos míticos seres cosas como ganarse la lotería, la mágica desaparición de las deudas, el hallazgo de un tesoro incuantificable, retroceder el tiempo para evitar cometer los errores que nos tienen en una condición desagradable y un sinfín de cosas que no encuentran límite en la imaginación humana.

Preocupante es, cuando, de la noche a la mañana, por una situación inesperada, uno de esos deseos se convierte en realidad. Y me refiero en esta ocasión a la decisión del actual gobierno de los Estados Unidos Mexicanos a través de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos de incrementar de manera histórica el sueldo básico en veinte por ciento, llevándolo a poco más de ciento veinte pesos.

“¿Preocupante?, habré leído bien” seguramente han sido sus palabras, gentil amigo lector, mientras sus ojos se posaron en el párrafo anterior y, después de ese cuestionamiento, vendrá un severo e impío juicio verbal en contra de este que le escribe al sentenciar mi nublada perspectiva de la distribución de la riqueza en nuestro país y mi aparente desprecio por la dignificación de los salarios en la clase obrera mexicana.

Le suplico de la manera más atenta que lea mi reflexión quizá, solamente, para entender mi postura; no para adoptarla si es que acaso no le gustase y, mucho menos, para compartirla si no la cree merecedora de ello.

Creo que debemos partir de la idea de que la economía de un país está conformada por una serie de eslabones que se encadenan hasta formar un círculo en el que debe existir un equilibrio perfecto –o así debería ser– para que la riqueza pudiera satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los elementos que conforman dicha concatenación social.

En otras palabras, debe existir una relación directamente proporcional entre producción y consumo para que puedan generarse las ganancias y emanarse los salarios de los trabajadores que participaron directa e indirectamente en alguno de los procesos de transformación del producto o el servicio que llegó a las manos del consumidor final para su disfrute.

Una desproporción en cualquiera de los elementos que inciden en esa ecuación traería consigo, a la larga, condiciones críticas para una de las entidades y, si recordamos que se trata de una cadena, más tarde que temprano, todas las demás partícipes entrarán en esa espiral económica nada alentadora.

El sector obrero está de plácemes pues el recibo de nómina empezará a aparecer con un incremento considerable que en un primer momento satisfará las necesidades más apremiantes de su familia, no obstante, la clase patronal estará pensando una buena serie de estrategias que le permita otorgar ese aumento salarial a cada uno de sus empleados a partir del 1 de enero sin afectar a proveedores, distribuidores, calidad de la materia prima, servicios logísticos y más.

¿Por qué es tan alarmante?

Pues porque para generar ese veinte por ciento extra, la iniciativa privada se puede ver obligada a realizar un ajuste en el precio al consumidor final. Quizá hasta aquí no parezca tan pavoroso, sin embargo, debemos pensar que ese mismo fenómeno se estará gestando en el sector de extracción, en el de transformación, en el de servicios, etcétera, convirtiéndose en una sumatoria de proporciones considerables y difíciles de sostener para un mismo bolsillo.

Lo anterior daría pie a tomas de decisiones que quizá no sean tan agradables. Más allá de la escalada de precios, se podría presentar una serie de despidos de talento humano pues se alegará que resulta incosteable pagarles a todos e, incluso, hasta cierre de pequeñas y medianas empresas pues no podrían sobrevivir al golpeteo hacendario y de la competencia llevando a cuestas el incremento al salario, además de seguir pagando los servicios de agua, luz y teléfono, por ejemplo, que también vivirán su propio incremento.

A la larga ese acrecentamiento apenas y se ajustaría a la reestructuración de los precios de la canasta básica y de unos cuantos satisfactores para necesidades secundarias o de menor importancia. Teniendo, como consecuencia final, que dicho aumento se diluya y su impacto se minimice tal y como ocurrió en 2019.

No olvidemos que la Consami otorgó en enero de 2019 el 16% que fue anunciado “a tambor batiente” por el ejecutivo federal. Las condiciones para el trabajador, al final, no cambiaron, por lo mismo que comentamos renglones arriba, lo mismo se ha dicho que puede ocurrir en este 2020.

Claro que estamos de acuerdo en el incremento al salario, por supuesto que se aplaude una dignificación a la vida del obrero, empero, también esperamos que los demás factores tengan una mejoría para que el equilibrio no se rompa, de lo contrario, para el 2021 podríamos estar pagando muy caro las consecuencias de estas decisiones. ¿No cree?

Y hasta aquí, gentil amigo lector, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Con Café y a Media Luz

Agustín JIMENEZ CERVANTES

“¡Qué Regalo de Reyes!”

El 6 de enero es una fecha especial durante la infancia. Los más pequeños del hogar colocan en un sitio especial sus zapatitos esperando que, por la noche, Melchor, Gaspar y Baltasar, los reyes de Oriente, depositen en el interior de la prenda algún obsequio en alusión al pasaje bíblico del nacimiento de Jesús a quien le ofrendaron oro, incienso y mirra en un pesebre de Belén.

Esa ilusión “ya no tan inocente”, en ocasiones, se mantiene viva hasta la etapa adulta y, como si se tratara de un juego simbólico, se le atribuyen a esos míticos seres cosas como ganarse la lotería, la mágica desaparición de las deudas, el hallazgo de un tesoro incuantificable, retroceder el tiempo para evitar cometer los errores que nos tienen en una condición desagradable y un sinfín de cosas que no encuentran límite en la imaginación humana.

Preocupante es, cuando, de la noche a la mañana, por una situación inesperada, uno de esos deseos se convierte en realidad. Y me refiero en esta ocasión a la decisión del actual gobierno de los Estados Unidos Mexicanos a través de la Comisión Nacional de Salarios Mínimos de incrementar de manera histórica el sueldo básico en veinte por ciento, llevándolo a poco más de ciento veinte pesos.

“¿Preocupante?, habré leído bien” seguramente han sido sus palabras, gentil amigo lector, mientras sus ojos se posaron en el párrafo anterior y, después de ese cuestionamiento, vendrá un severo e impío juicio verbal en contra de este que le escribe al sentenciar mi nublada perspectiva de la distribución de la riqueza en nuestro país y mi aparente desprecio por la dignificación de los salarios en la clase obrera mexicana.

Le suplico de la manera más atenta que lea mi reflexión quizá, solamente, para entender mi postura; no para adoptarla si es que acaso no le gustase y, mucho menos, para compartirla si no la cree merecedora de ello.

Creo que debemos partir de la idea de que la economía de un país está conformada por una serie de eslabones que se encadenan hasta formar un círculo en el que debe existir un equilibrio perfecto –o así debería ser– para que la riqueza pudiera satisfacer las necesidades de todos y cada uno de los elementos que conforman dicha concatenación social.

En otras palabras, debe existir una relación directamente proporcional entre producción y consumo para que puedan generarse las ganancias y emanarse los salarios de los trabajadores que participaron directa e indirectamente en alguno de los procesos de transformación del producto o el servicio que llegó a las manos del consumidor final para su disfrute.

Una desproporción en cualquiera de los elementos que inciden en esa ecuación traería consigo, a la larga, condiciones críticas para una de las entidades y, si recordamos que se trata de una cadena, más tarde que temprano, todas las demás partícipes entrarán en esa espiral económica nada alentadora.

El sector obrero está de plácemes pues el recibo de nómina empezará a aparecer con un incremento considerable que en un primer momento satisfará las necesidades más apremiantes de su familia, no obstante, la clase patronal estará pensando una buena serie de estrategias que le permita otorgar ese aumento salarial a cada uno de sus empleados a partir del 1 de enero sin afectar a proveedores, distribuidores, calidad de la materia prima, servicios logísticos y más.

¿Por qué es tan alarmante?

Pues porque para generar ese veinte por ciento extra, la iniciativa privada se puede ver obligada a realizar un ajuste en el precio al consumidor final. Quizá hasta aquí no parezca tan pavoroso, sin embargo, debemos pensar que ese mismo fenómeno se estará gestando en el sector de extracción, en el de transformación, en el de servicios, etcétera, convirtiéndose en una sumatoria de proporciones considerables y difíciles de sostener para un mismo bolsillo.

Lo anterior daría pie a tomas de decisiones que quizá no sean tan agradables. Más allá de la escalada de precios, se podría presentar una serie de despidos de talento humano pues se alegará que resulta incosteable pagarles a todos e, incluso, hasta cierre de pequeñas y medianas empresas pues no podrían sobrevivir al golpeteo hacendario y de la competencia llevando a cuestas el incremento al salario, además de seguir pagando los servicios de agua, luz y teléfono, por ejemplo, que también vivirán su propio incremento.

A la larga ese acrecentamiento apenas y se ajustaría a la reestructuración de los precios de la canasta básica y de unos cuantos satisfactores para necesidades secundarias o de menor importancia. Teniendo, como consecuencia final, que dicho aumento se diluya y su impacto se minimice tal y como ocurrió en 2019.

No olvidemos que la Consami otorgó en enero de 2019 el 16% que fue anunciado “a tambor batiente” por el ejecutivo federal. Las condiciones para el trabajador, al final, no cambiaron, por lo mismo que comentamos renglones arriba, lo mismo se ha dicho que puede ocurrir en este 2020.

Claro que estamos de acuerdo en el incremento al salario, por supuesto que se aplaude una dignificación a la vida del obrero, empero, también esperamos que los demás factores tengan una mejoría para que el equilibrio no se rompa, de lo contrario, para el 2021 podríamos estar pagando muy caro las consecuencias de estas decisiones. ¿No cree?

Y hasta aquí, gentil amigo lector, pues como decía cierto periodista: “El tiempo apremia y el espacio se agota”.

¡Hasta la próxima!

Con Café y a Media Luz

Agustín JIMENEZ CERVANTES

“¡Qué Regalo de Reyes!”