/ viernes 12 de octubre de 2018

Con café y a media luz | ¡Qué vergüenza!

Seguramente dirá que a este redactor se le acabaron las ideas, que ahí voy con el mismo tema, que ya no se me ocurren más cosas, o que, quizás, alguien me está pagando para decir lo mismo de nosotros como sociedad, y créame, gentil amigo lector, que no es ninguna de esas cuestiones las que me obligan a redactar otra vez una “oda a la desvergüenza, la irresponsabilidad y la suciedad”.

Este servidor no había tenido la oportunidad de recorrer las áreas infantiles del proyecto del canal de La Cortadura. Debo serle franco, normalmente, las observaba desde “el puente de la náutica” y nunca se me había ocurrido deambular por el antiguo Macalito. Curiosamente lo desolado de los locales que quedan “del lado sol” me llevó a ello

Me maravillé con el diseño de esta zona de esparcimiento para pequeñitos y, en instantes, todo aquel paisaje lleno de esperanza se convirtió en el mismo escenario lamentable que podemos hallar en diversos puntos de nuestra ciudad.

En primer lugar, una mujer de alrededor de los 35 años de edad, vestida con pantalones cortos deshilachados y playera de algodón, con calzado de chanclas y hablando a grito pelado por el teléfono celular, adornado su conversación con palabras impropias para los niños que estaban allí, entró a la zona de pasto artificial jalando con una correa a un perro chihuahua y el animal, orondo, como su dueña, después de oler por aquí y allá, escogió un punto de ese sector como su baño particular.

¿Sabe que es lo triste y lamentable? Que entre las reglas que se observan en esa zona y que la gran mayoría de los padres de familia que estaban allí, obedecían, estaba aquella que dictaba que los niños debían jugar descalzos para conservar el césped de plástico y los juegos de metal. ¿Quién sabe cuántas veces ese animal fue llevado allí a defecar?, ¿Cuántas personas hacen lo mismo?, ¿Cuántos niños están constantemente en contacto con heces de perro?

En ese mismo lugar, una pareja de jóvenes estaba sentada prodigándose amor de forma respetuosa a los ojos de los demás, mientras que el “chaperoncito” correteaba de forma intrépida para deslizarse hábilmente por las resbaladillas. El problema no fueron los besos de los chicos, pues no sobrepasaron los cánones de la moral y de las buenas costumbres, sino el terrible basurero que dejaron como adorno cuando se retiraron del lugar.

Y, de “buenas a primeras”, una palomilla de preadolescentes abarrotó el sitio y corretearon a lo largo y ancho del lugar, sin importarles que había niños de dos y tres años de edad, es más, se subieron a los juegos no aptos para ellos empujando a los más pequeños, poniéndolos en un verdadero riesgo, pues no nada más eran rebasados por las “zancadas” de los jovencitos, sino también empujados cuando éstos trataban de ganarles “el turno” para lanzarse.

Volteé a ambos lados para ver si había un oficial de seguridad pública o, por lo menos, un velador que pudieran poner el orden debido ya que se supone que todas esas obras nos deben durar una buena cantidad de tiempo y más si las cuidamos siendo prudentes, respetuosos y limpios, sin embargo, parece que disfrutamos el vivir condenados en la sucia irresponsabilidad.

Si la dama que llevó a pasear el perro lee esta columna, espero que sí le ponga atención al contenido de la misma y no me ignore como ayer que le pedí que sacara al perro del lugar en el que jugaban los niños, pues uno se podía ensuciar, de verdad, amigo lector, solo me queda una cosa por decirle: “¡Qué vergüenza!”

¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com

Seguramente dirá que a este redactor se le acabaron las ideas, que ahí voy con el mismo tema, que ya no se me ocurren más cosas, o que, quizás, alguien me está pagando para decir lo mismo de nosotros como sociedad, y créame, gentil amigo lector, que no es ninguna de esas cuestiones las que me obligan a redactar otra vez una “oda a la desvergüenza, la irresponsabilidad y la suciedad”.

Este servidor no había tenido la oportunidad de recorrer las áreas infantiles del proyecto del canal de La Cortadura. Debo serle franco, normalmente, las observaba desde “el puente de la náutica” y nunca se me había ocurrido deambular por el antiguo Macalito. Curiosamente lo desolado de los locales que quedan “del lado sol” me llevó a ello

Me maravillé con el diseño de esta zona de esparcimiento para pequeñitos y, en instantes, todo aquel paisaje lleno de esperanza se convirtió en el mismo escenario lamentable que podemos hallar en diversos puntos de nuestra ciudad.

En primer lugar, una mujer de alrededor de los 35 años de edad, vestida con pantalones cortos deshilachados y playera de algodón, con calzado de chanclas y hablando a grito pelado por el teléfono celular, adornado su conversación con palabras impropias para los niños que estaban allí, entró a la zona de pasto artificial jalando con una correa a un perro chihuahua y el animal, orondo, como su dueña, después de oler por aquí y allá, escogió un punto de ese sector como su baño particular.

¿Sabe que es lo triste y lamentable? Que entre las reglas que se observan en esa zona y que la gran mayoría de los padres de familia que estaban allí, obedecían, estaba aquella que dictaba que los niños debían jugar descalzos para conservar el césped de plástico y los juegos de metal. ¿Quién sabe cuántas veces ese animal fue llevado allí a defecar?, ¿Cuántas personas hacen lo mismo?, ¿Cuántos niños están constantemente en contacto con heces de perro?

En ese mismo lugar, una pareja de jóvenes estaba sentada prodigándose amor de forma respetuosa a los ojos de los demás, mientras que el “chaperoncito” correteaba de forma intrépida para deslizarse hábilmente por las resbaladillas. El problema no fueron los besos de los chicos, pues no sobrepasaron los cánones de la moral y de las buenas costumbres, sino el terrible basurero que dejaron como adorno cuando se retiraron del lugar.

Y, de “buenas a primeras”, una palomilla de preadolescentes abarrotó el sitio y corretearon a lo largo y ancho del lugar, sin importarles que había niños de dos y tres años de edad, es más, se subieron a los juegos no aptos para ellos empujando a los más pequeños, poniéndolos en un verdadero riesgo, pues no nada más eran rebasados por las “zancadas” de los jovencitos, sino también empujados cuando éstos trataban de ganarles “el turno” para lanzarse.

Volteé a ambos lados para ver si había un oficial de seguridad pública o, por lo menos, un velador que pudieran poner el orden debido ya que se supone que todas esas obras nos deben durar una buena cantidad de tiempo y más si las cuidamos siendo prudentes, respetuosos y limpios, sin embargo, parece que disfrutamos el vivir condenados en la sucia irresponsabilidad.

Si la dama que llevó a pasear el perro lee esta columna, espero que sí le ponga atención al contenido de la misma y no me ignore como ayer que le pedí que sacara al perro del lugar en el que jugaban los niños, pues uno se podía ensuciar, de verdad, amigo lector, solo me queda una cosa por decirle: “¡Qué vergüenza!”

¡Hasta la próxima!

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día

Escríbame a licajimenezmcc@hotmail.com