/ jueves 5 de diciembre de 2019

Quedamos mejor persuadidos por nuestras razones, que por las ajenas

Generealmente son los padres quienes orientan a sus hijos en la elección de sus preferencias cromáticas. Mi padre era beisbolista y desconocía todo lo referente al futbol. Entonces yo, a diferencia de muchos otros niños, tuve la libertad de escoger mis colores. Y pienso que el rojo es el color más llamativo, al menos para los infantes, de ahí que mi primer equipo fuera el Atlas, rojinegro como lo era el equipo de la Sección 103 de mi querido Xico, estoy hablando de 1950, uno de los mejores años del Atlas. Pero no puedo negar que el Necaxa también llamaba poderosamente mi atención, Claro, el uniforme del Necaxa también incluía el color rojo, pero era el nombre del equipo el que lo hacía distinto de todos los demás, ¿Qué significaba Necaxa? Y continúa siendo un misterio, no pertenece al idioma castellano, ni está relacionado con alguno de los dialectos indígenas del centro de la república, así para mi pueril entendimiento, aquello sonaba muy varonil, guerrero, y tan misterioso como el “Pirata Negro” personaje del cómics de moda por aquel tiempo, que era un justiciero enmascarado, que jugaba futbol.

Al no existir la televisión, eran las voces de aquellos inolvidables rápsodas, González Escopeta, Rápido Esquivel, Fernando Marcos, Cristino Lorenzo, Zavala Millet, Ángel Fernández, etc., etc., que a diferencia de las voces actuales, estas eran totalmente objetivas, libres de todo favoritismo ni tendencia o compromiso. Pero la magia de aquellas voces llenaban de colores nuestro entusiasmo para que en nuestra imaginación los plasmaran en aquellas toscas camisas confeccionadas con una tela semejante a la lona, a la que llamaban cabeza de indio, que si el jugador no se ponía una camiseta in terior, terminaría el juego completamente rozado. Algunos equipos solían usar jersey que en lugar de botones, se ajustaban con agujetas, alcancé a usarlas con el uniforme del Nuevo León.

A los catorce años de edad, ya había visto jugar al Tampico (celeste), Necaxa (rojiblanco), Zacatepec (blanco con una franja horizontal verde al pecho), el Atlas (dividida en rojo y negro), al Santa Fe Colombia (Rojo manga blanca), Banfield, de Buenos Aires (Camisa blanca con franja diagonal al frente) y, justo al cumplir los 14, supe lo que eran el América y el Guadalajara, equipos de los que sabía poco y que no me interesaban. El América vestía uniforme color crema con calzón azul y el Guadalajara, rojiblanco con calzón azul, repito, ninguno me interesaba.

Pero ocurre que estando en la edad en la que las inclinaciones por determinado equipo ya no dependen de sus colores, que finalmente solo sirven para diferenciarlos a unos de los otros, sino que apoyamos al juego bonito, a la participación de tal o cual jugador importante, a la ciudad o barrio que representa tal equipo. Así, el aficionado que no ha sido infectado por el fanatismo de su padre, elige los colores que van a ocupar su atención. Y ahí, en esa etapa de mi vida, se presenta una final de Copa entre los finalistas, Guadalajara y América. En aquel tiempo, todas las finales se jugaban en el antiguo Distrito Federal.

El Guadalajara, conocido entonces como el ya merito, debido a que desde fines de los 40's, se le escapaban los campeonatos en el último juego de Liga y, ahora, tenían la oportunidad de ganar la Copa México, frente a un equipo muy conocido, pero sin gloria alguna. Para mí, imparcial y, sin afectación alguna por los grandes méritos del Guadalajara ni por la gris presencia del América, sentía que era injusta tanta promoción para Guadalajara y ninguna para el América de presencia tan pálida como su deslavada camiseta.

Y ocurrió que ganó el América, sorprendiéndome que la reacción de la mayoría (digamos 80%) del público, prensa y radio, vieran aquello como un sacrílegio cometido por los cremas, que serían condenados al desprecio de todos, algo que me pareció injusto y, eso fue lo que me inclinó a elegir al más pálido y deslucido de los colores del futbol mexicano. Luego en el 58, se repitió otra final de Copa, a la que se concedió igual importancia que a la otra, repitiéndose el triunfo del débil sobre el fuerte (ese año nació la leyenda del Campeonísimo Guadalajara), mientras que el pálido color crema, se fue abrillantando, asi fue como nació la rivalidad deportiva más importante del futbol mexicano.

En mi tiempo, en Monterrey, jugando para el Nuevo León, se creó un antagonismo que al desaparecer los Jabatos, fue adoptado por Tigres de la UAdeNL, en donde mi tendencia cromática se inclinó del lado del que fuera mi enemigo (Rayados), a los que siempre admiré y respeté, sin dejar de reconocer la superioridad de Tigres, que con su gran palmarés demuestran su valía... Hoy, el Necaxa, que con el Atlas, influyeran en mis preferencias pueriles, enfrentan a unos Rayados de Monterrey, que no puedo ocultar, ocupa junto al América y el Real Madrid, mi tendencia cromática adulta.

Hasta pronto amigo.

Generealmente son los padres quienes orientan a sus hijos en la elección de sus preferencias cromáticas. Mi padre era beisbolista y desconocía todo lo referente al futbol. Entonces yo, a diferencia de muchos otros niños, tuve la libertad de escoger mis colores. Y pienso que el rojo es el color más llamativo, al menos para los infantes, de ahí que mi primer equipo fuera el Atlas, rojinegro como lo era el equipo de la Sección 103 de mi querido Xico, estoy hablando de 1950, uno de los mejores años del Atlas. Pero no puedo negar que el Necaxa también llamaba poderosamente mi atención, Claro, el uniforme del Necaxa también incluía el color rojo, pero era el nombre del equipo el que lo hacía distinto de todos los demás, ¿Qué significaba Necaxa? Y continúa siendo un misterio, no pertenece al idioma castellano, ni está relacionado con alguno de los dialectos indígenas del centro de la república, así para mi pueril entendimiento, aquello sonaba muy varonil, guerrero, y tan misterioso como el “Pirata Negro” personaje del cómics de moda por aquel tiempo, que era un justiciero enmascarado, que jugaba futbol.

Al no existir la televisión, eran las voces de aquellos inolvidables rápsodas, González Escopeta, Rápido Esquivel, Fernando Marcos, Cristino Lorenzo, Zavala Millet, Ángel Fernández, etc., etc., que a diferencia de las voces actuales, estas eran totalmente objetivas, libres de todo favoritismo ni tendencia o compromiso. Pero la magia de aquellas voces llenaban de colores nuestro entusiasmo para que en nuestra imaginación los plasmaran en aquellas toscas camisas confeccionadas con una tela semejante a la lona, a la que llamaban cabeza de indio, que si el jugador no se ponía una camiseta in terior, terminaría el juego completamente rozado. Algunos equipos solían usar jersey que en lugar de botones, se ajustaban con agujetas, alcancé a usarlas con el uniforme del Nuevo León.

A los catorce años de edad, ya había visto jugar al Tampico (celeste), Necaxa (rojiblanco), Zacatepec (blanco con una franja horizontal verde al pecho), el Atlas (dividida en rojo y negro), al Santa Fe Colombia (Rojo manga blanca), Banfield, de Buenos Aires (Camisa blanca con franja diagonal al frente) y, justo al cumplir los 14, supe lo que eran el América y el Guadalajara, equipos de los que sabía poco y que no me interesaban. El América vestía uniforme color crema con calzón azul y el Guadalajara, rojiblanco con calzón azul, repito, ninguno me interesaba.

Pero ocurre que estando en la edad en la que las inclinaciones por determinado equipo ya no dependen de sus colores, que finalmente solo sirven para diferenciarlos a unos de los otros, sino que apoyamos al juego bonito, a la participación de tal o cual jugador importante, a la ciudad o barrio que representa tal equipo. Así, el aficionado que no ha sido infectado por el fanatismo de su padre, elige los colores que van a ocupar su atención. Y ahí, en esa etapa de mi vida, se presenta una final de Copa entre los finalistas, Guadalajara y América. En aquel tiempo, todas las finales se jugaban en el antiguo Distrito Federal.

El Guadalajara, conocido entonces como el ya merito, debido a que desde fines de los 40's, se le escapaban los campeonatos en el último juego de Liga y, ahora, tenían la oportunidad de ganar la Copa México, frente a un equipo muy conocido, pero sin gloria alguna. Para mí, imparcial y, sin afectación alguna por los grandes méritos del Guadalajara ni por la gris presencia del América, sentía que era injusta tanta promoción para Guadalajara y ninguna para el América de presencia tan pálida como su deslavada camiseta.

Y ocurrió que ganó el América, sorprendiéndome que la reacción de la mayoría (digamos 80%) del público, prensa y radio, vieran aquello como un sacrílegio cometido por los cremas, que serían condenados al desprecio de todos, algo que me pareció injusto y, eso fue lo que me inclinó a elegir al más pálido y deslucido de los colores del futbol mexicano. Luego en el 58, se repitió otra final de Copa, a la que se concedió igual importancia que a la otra, repitiéndose el triunfo del débil sobre el fuerte (ese año nació la leyenda del Campeonísimo Guadalajara), mientras que el pálido color crema, se fue abrillantando, asi fue como nació la rivalidad deportiva más importante del futbol mexicano.

En mi tiempo, en Monterrey, jugando para el Nuevo León, se creó un antagonismo que al desaparecer los Jabatos, fue adoptado por Tigres de la UAdeNL, en donde mi tendencia cromática se inclinó del lado del que fuera mi enemigo (Rayados), a los que siempre admiré y respeté, sin dejar de reconocer la superioridad de Tigres, que con su gran palmarés demuestran su valía... Hoy, el Necaxa, que con el Atlas, influyeran en mis preferencias pueriles, enfrentan a unos Rayados de Monterrey, que no puedo ocultar, ocupa junto al América y el Real Madrid, mi tendencia cromática adulta.

Hasta pronto amigo.