/ miércoles 8 de agosto de 2018

Con café y a media luz | ¿Quién regula?

En los años ochenta y principios de los noventa el centro de Tampico se encontraba, literalmente, tomado por el ambulantaje, cuyos representantes observaban cualquier esquina del primer cuadro de la ciudad para colocar su templete y ofrecer todo tipo de productos a los viandantes, quienes, por los precios, fomentaron esta actividad irregular que terminó por golpear al comercio formal que no veía “llegar la suya”.

Usted podía hallar prácticamente de todo lo que pudiera cruzar la frontera: Ropa, accesorios, cosméticos, electrónica, juguetes, dulces, joyería, refacciones, herramientas, electrodomésticos y ¡quién sabe que otras tantas cosas más!; todo ello se resumía y se englobaba con el pomposo nombre de “fayuca”.

Fue tal la situación que ir al centro en las temporadas vacacionales se volvía un verdadero “viacrucis”, pues entre el agolpamiento de la gente y los obstáculos que representaban los tendajos, era casi imposible caminar, así que la población optaba por bajarse de la banqueta exponiéndose a ser arrollada por algún vehículo que por allí transitaba.

Las autoridades pusieron manos a la obra y construyeron lo que conocimos como “El Macalito” en el canal de La Cortadura, nombre que se adoptó porque la población así le llamaba ya al conjunto de ambulantes que se habían apostado a lo largo de la calle Héroes del Cañonero y que fueron los primeros en trasladarse al nuevo centro de comercio; cabe hacer mención que, curiosamente, en estos días ese lugar ya no existe y los pocos que sobrevivieron fueron removidos a la laguna del Carpintero.

Sin embargo, en los últimos días las calles de la llamada zona cero están abarrotadas de decenas de vendedores que replican el modelo irregular de compraventa del siglo pasado, aunque los productos han variado según la evolución tecnológica y la demanda del mercado, las condiciones son las mismas.

Unas tablas, montadas sobre un par de “burros” y cubiertas con un mantel de fieltro para hacer el mostrador, un enrejado en el fondo para colgar los objetos y un banco a un costado para que el trabajador no se canse, son los instrumentos para construir el escaparate.

Ahora puede usted encontrar celulares de segunda mano, memorias de diversas capacidades, reproductores de archivos de música y video, bocinas portátiles de pequeño tamaño y gran potencia, fundas para teléfonos inteligentes de todas las marcas, cargadores universales y hasta dispositivos de “manos libres” con su respectivo estuche.

Más adelante puede usted hallar ropa con etiqueta, artículos de aseo personal, pequeños aparatos para darse masajes, hamacas, fundas para lavadoras, flanes, pasteles, frutas de temporada, pulpas para hacer agua, maquillaje para las damas, peladores artísticos de verdura, peines y pasadores para el cabello con la figura de moda, libros para colorear, etc.

Lo que llamó mi atención poderosamente es que en la calle de la Aduana hay un par de mesas en las que, a la vista y alcance de cualquiera, se están vendiendo manoplas metálicas conocidas como “boxers”, navajas de resorte y escondidas en collares como si fueran dijes. Además de lámparas de mano que tienen terminales para la electrocución.

Lo anterior lleva a dos cuestiones. La primera ¿Qué autoridad está regulando la venta de este tipo de productos y del ambulantaje en general? Y la segunda que parte de la máxima de la economía “Si hay oferta es porque hay demanda”, ¿Cómo está la situación en nuestra sociedad que una madre de familia puede detenerse a preguntar el precio de cualquiera de estos objetos destinados a la defensa personal?

El último cuestionamiento que nos deberíamos plantear como una plática entre amigos, querido lector, sería ¿Acaso no es un delito portar cualquiera de estas armas “blancas”? y si, independientemente que lo fuese, ¿usted considera que el ciudadano común debería salir a las calles con un objeto de estos?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día.

En los años ochenta y principios de los noventa el centro de Tampico se encontraba, literalmente, tomado por el ambulantaje, cuyos representantes observaban cualquier esquina del primer cuadro de la ciudad para colocar su templete y ofrecer todo tipo de productos a los viandantes, quienes, por los precios, fomentaron esta actividad irregular que terminó por golpear al comercio formal que no veía “llegar la suya”.

Usted podía hallar prácticamente de todo lo que pudiera cruzar la frontera: Ropa, accesorios, cosméticos, electrónica, juguetes, dulces, joyería, refacciones, herramientas, electrodomésticos y ¡quién sabe que otras tantas cosas más!; todo ello se resumía y se englobaba con el pomposo nombre de “fayuca”.

Fue tal la situación que ir al centro en las temporadas vacacionales se volvía un verdadero “viacrucis”, pues entre el agolpamiento de la gente y los obstáculos que representaban los tendajos, era casi imposible caminar, así que la población optaba por bajarse de la banqueta exponiéndose a ser arrollada por algún vehículo que por allí transitaba.

Las autoridades pusieron manos a la obra y construyeron lo que conocimos como “El Macalito” en el canal de La Cortadura, nombre que se adoptó porque la población así le llamaba ya al conjunto de ambulantes que se habían apostado a lo largo de la calle Héroes del Cañonero y que fueron los primeros en trasladarse al nuevo centro de comercio; cabe hacer mención que, curiosamente, en estos días ese lugar ya no existe y los pocos que sobrevivieron fueron removidos a la laguna del Carpintero.

Sin embargo, en los últimos días las calles de la llamada zona cero están abarrotadas de decenas de vendedores que replican el modelo irregular de compraventa del siglo pasado, aunque los productos han variado según la evolución tecnológica y la demanda del mercado, las condiciones son las mismas.

Unas tablas, montadas sobre un par de “burros” y cubiertas con un mantel de fieltro para hacer el mostrador, un enrejado en el fondo para colgar los objetos y un banco a un costado para que el trabajador no se canse, son los instrumentos para construir el escaparate.

Ahora puede usted encontrar celulares de segunda mano, memorias de diversas capacidades, reproductores de archivos de música y video, bocinas portátiles de pequeño tamaño y gran potencia, fundas para teléfonos inteligentes de todas las marcas, cargadores universales y hasta dispositivos de “manos libres” con su respectivo estuche.

Más adelante puede usted hallar ropa con etiqueta, artículos de aseo personal, pequeños aparatos para darse masajes, hamacas, fundas para lavadoras, flanes, pasteles, frutas de temporada, pulpas para hacer agua, maquillaje para las damas, peladores artísticos de verdura, peines y pasadores para el cabello con la figura de moda, libros para colorear, etc.

Lo que llamó mi atención poderosamente es que en la calle de la Aduana hay un par de mesas en las que, a la vista y alcance de cualquiera, se están vendiendo manoplas metálicas conocidas como “boxers”, navajas de resorte y escondidas en collares como si fueran dijes. Además de lámparas de mano que tienen terminales para la electrocución.

Lo anterior lleva a dos cuestiones. La primera ¿Qué autoridad está regulando la venta de este tipo de productos y del ambulantaje en general? Y la segunda que parte de la máxima de la economía “Si hay oferta es porque hay demanda”, ¿Cómo está la situación en nuestra sociedad que una madre de familia puede detenerse a preguntar el precio de cualquiera de estos objetos destinados a la defensa personal?

El último cuestionamiento que nos deberíamos plantear como una plática entre amigos, querido lector, sería ¿Acaso no es un delito portar cualquiera de estas armas “blancas”? y si, independientemente que lo fuese, ¿usted considera que el ciudadano común debería salir a las calles con un objeto de estos?

¡Hasta la próxima!

Escríbame a:

licajimenezmcc@hotmail.com

Y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día.