/ sábado 16 de junio de 2018

Recordando el 18 Brumario

Ya he contado en anteriores colaboraciones la influencia intelectual que en nuestra generación tuvo la escritura del historiador alemán Stefan Zweig, Premio Nobel de Literatura...

Autor de las biografías más importantes de intelectuales como Hermann Hesse, autor de "El Lobo Estepario" y "Demián", entre otras novelas destacadas, pero que ninguna como "El Lobo Estopario" impactó tanto a la juventud europea y latinoamericana; que después de superar con dificultades los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, que implicó la destrucción de media Europa, París incluida, y que en un principio proyectaba en el horizonte la negra imagen de que el triunfador de esta criminal conflagración sería Adolf Hitler.

No fue así. Afortunadamente la historia en sus momentos de mayor crisis recupera la conciencia y pone a funcionar a los mejores hombres con que cuenta la humanidad para que, a pesar del desconsuelo en el que pudieran haber caído por la condición humana llena de envidia, odio, mediocridad, ignorancia y vulgaridad, salgan adelante, tomen las riendas y luchen, triunfen y recuperen para los vencidos la fe que ellos, los salvadores, nunca han extraviado y que los mantiene con vida y que consiste en la convicción inequívoca de que el bien existe por sobre todas las cosas.

Stefan Zweig se adelantó y equivocó el pronóstico sobre lo que Hitler pretendía en el mundo y fue tanto el impacto que le causó a este sensible escritor y a su esposa (otra escritora destacada judía como Stefan) que queriendo escapar del holocausto se instalaron en Brasil, donde al enterarse de los horrores como fueron cremados los judíos decidieron en una amigable composición quitarse la vida simultáneamente en un pacto en el cual seguirían unidos en el más allá.

Escribió la vida de Sigmund Freud, Napoleón, las dinastías de los Luises que gobernaron Francia hasta que la guillotina de la Revolución los puso en su sitio, del cual ya nunca se levantaron; ejemplo que no siguieron los demás países europeos porque siguen conservando en sus nomenclaturas oficiales las monarquías ociosas y buenas para nada, como lo son las de España, Inglaterra, Suecia y otras, que llevan una vida en la que no hay alguna preocupación por los actuales vaivenes de la economía mundial en virtud de que lo primero que se incluye en el presupuesto de egresos de estos países que cargan con monarcas holgazanes, es la voluminosa nómina que gastan en su vida pantagruélica, que a pesar de los excesos, después víctima de la anorexia, como el caso de la Princesa Letizia, lucen una figura esquelética propia de una adolescente que camina sin rumbo por una calle miserable de Calcuta.

La biografía más importante que todos los jóvenes estudiantes de los 70 teníamos como lectura obligada era la que Stefan Zweig, había escrito sobre José Fouché, duque de Otranto, jefe de policía de Napoleón en sus etapas de gobierno como estadista y después como emperador, quien fue tan importante en ese proceso social interno en la vida francesa que su apelativo Fouché, es actualmente utilizado como un icono del mal, de lo tenebroso, lo oculto, la infidencia y el espionaje.

Fouché todas las mañanas al llegar a su oficina exigía que hubiera un reporte detallado de todo lo que había pasado en la corte, que consistía en quién había dormido en la cama de otro o de otra, tratárase de una esposa de algún miembro de la corte o de algún efebo que le proporcionara placer a un funcionario del alto nivel del mando napoleónico: "Sobrevivo gracias a que sé todo lo que me importa y lo que no me importa", esa era la confesión que le hacía a su esposa Fouché cuando llegaba a su casa y calmaba la angustia de su segunda esposa, duquesa de Otranto, de quien heredó la nobleza, cuando le preguntaba cómo era posible que no le hubieran cortado la cabeza.

En la biografía sobre Fouché, Stefan Zweig describe con una nitidez palmaria el 18 Brumario, es decir, la fecha exacta en el calendario gregoriano del día en el calendario revolucionario en que el Directorio Ejecutivo que gobernaba Francia fue derribado con un sorprendente golpe de estado, contando con el apoyo popular y del ejército que estaba deslumbrado por las hazañas y capacidades en las diferentes campañas de las guerras de algunos titanes como Napoleón. Iniciándose el período del Consulado.

Ese día fue convocado con carácter de urgencia el Consejo de Ancianos para tratar una conspiración de los jacobinos y el consejo tomó el acuerdo por motivos de seguridad de trasladarse a otra ciudad de Francia, pero Napoleón Bonaparte les ganó el parpadeo y al frente del ejército que lo aclamaba, secuestró a la asamblea con el apoyo popular de París. Aprovechando las intrigas y las divisiones de competencia entre los aparatos legislativo y ejecutivo del estado consiguió que los diputados franceses nombraran cónsules de Francia provisionales a Sieyes y a él mismo.

De esta forma se preparó la reforma constitucional y se tomaron las medidas para asegurar el orden social en el país. En ese orden, Napoleón Bonaparte aumentó su popularidad y gracias a sus continuas apariciones públicas donde era llamado "El Salvador de la Patria", pese a que existían tres cónsules por orden alfabético. Napoleón consumó el golpe de estado.

Por lo tanto el 18 Brumario es el símbolo permanente de lo que significa un golpe de estado.

Ya he contado en anteriores colaboraciones la influencia intelectual que en nuestra generación tuvo la escritura del historiador alemán Stefan Zweig, Premio Nobel de Literatura...

Autor de las biografías más importantes de intelectuales como Hermann Hesse, autor de "El Lobo Estepario" y "Demián", entre otras novelas destacadas, pero que ninguna como "El Lobo Estopario" impactó tanto a la juventud europea y latinoamericana; que después de superar con dificultades los acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial, que implicó la destrucción de media Europa, París incluida, y que en un principio proyectaba en el horizonte la negra imagen de que el triunfador de esta criminal conflagración sería Adolf Hitler.

No fue así. Afortunadamente la historia en sus momentos de mayor crisis recupera la conciencia y pone a funcionar a los mejores hombres con que cuenta la humanidad para que, a pesar del desconsuelo en el que pudieran haber caído por la condición humana llena de envidia, odio, mediocridad, ignorancia y vulgaridad, salgan adelante, tomen las riendas y luchen, triunfen y recuperen para los vencidos la fe que ellos, los salvadores, nunca han extraviado y que los mantiene con vida y que consiste en la convicción inequívoca de que el bien existe por sobre todas las cosas.

Stefan Zweig se adelantó y equivocó el pronóstico sobre lo que Hitler pretendía en el mundo y fue tanto el impacto que le causó a este sensible escritor y a su esposa (otra escritora destacada judía como Stefan) que queriendo escapar del holocausto se instalaron en Brasil, donde al enterarse de los horrores como fueron cremados los judíos decidieron en una amigable composición quitarse la vida simultáneamente en un pacto en el cual seguirían unidos en el más allá.

Escribió la vida de Sigmund Freud, Napoleón, las dinastías de los Luises que gobernaron Francia hasta que la guillotina de la Revolución los puso en su sitio, del cual ya nunca se levantaron; ejemplo que no siguieron los demás países europeos porque siguen conservando en sus nomenclaturas oficiales las monarquías ociosas y buenas para nada, como lo son las de España, Inglaterra, Suecia y otras, que llevan una vida en la que no hay alguna preocupación por los actuales vaivenes de la economía mundial en virtud de que lo primero que se incluye en el presupuesto de egresos de estos países que cargan con monarcas holgazanes, es la voluminosa nómina que gastan en su vida pantagruélica, que a pesar de los excesos, después víctima de la anorexia, como el caso de la Princesa Letizia, lucen una figura esquelética propia de una adolescente que camina sin rumbo por una calle miserable de Calcuta.

La biografía más importante que todos los jóvenes estudiantes de los 70 teníamos como lectura obligada era la que Stefan Zweig, había escrito sobre José Fouché, duque de Otranto, jefe de policía de Napoleón en sus etapas de gobierno como estadista y después como emperador, quien fue tan importante en ese proceso social interno en la vida francesa que su apelativo Fouché, es actualmente utilizado como un icono del mal, de lo tenebroso, lo oculto, la infidencia y el espionaje.

Fouché todas las mañanas al llegar a su oficina exigía que hubiera un reporte detallado de todo lo que había pasado en la corte, que consistía en quién había dormido en la cama de otro o de otra, tratárase de una esposa de algún miembro de la corte o de algún efebo que le proporcionara placer a un funcionario del alto nivel del mando napoleónico: "Sobrevivo gracias a que sé todo lo que me importa y lo que no me importa", esa era la confesión que le hacía a su esposa Fouché cuando llegaba a su casa y calmaba la angustia de su segunda esposa, duquesa de Otranto, de quien heredó la nobleza, cuando le preguntaba cómo era posible que no le hubieran cortado la cabeza.

En la biografía sobre Fouché, Stefan Zweig describe con una nitidez palmaria el 18 Brumario, es decir, la fecha exacta en el calendario gregoriano del día en el calendario revolucionario en que el Directorio Ejecutivo que gobernaba Francia fue derribado con un sorprendente golpe de estado, contando con el apoyo popular y del ejército que estaba deslumbrado por las hazañas y capacidades en las diferentes campañas de las guerras de algunos titanes como Napoleón. Iniciándose el período del Consulado.

Ese día fue convocado con carácter de urgencia el Consejo de Ancianos para tratar una conspiración de los jacobinos y el consejo tomó el acuerdo por motivos de seguridad de trasladarse a otra ciudad de Francia, pero Napoleón Bonaparte les ganó el parpadeo y al frente del ejército que lo aclamaba, secuestró a la asamblea con el apoyo popular de París. Aprovechando las intrigas y las divisiones de competencia entre los aparatos legislativo y ejecutivo del estado consiguió que los diputados franceses nombraran cónsules de Francia provisionales a Sieyes y a él mismo.

De esta forma se preparó la reforma constitucional y se tomaron las medidas para asegurar el orden social en el país. En ese orden, Napoleón Bonaparte aumentó su popularidad y gracias a sus continuas apariciones públicas donde era llamado "El Salvador de la Patria", pese a que existían tres cónsules por orden alfabético. Napoleón consumó el golpe de estado.

Por lo tanto el 18 Brumario es el símbolo permanente de lo que significa un golpe de estado.