/ domingo 25 de marzo de 2018

Regalos esplendorosos

Los seres humanos que llegan a nuestra vida son como regalos que Dios nos envía.

Encontrar el aprendizaje diario es una meta valiosa, las personas pueden enseñarnos bastante. Recuerdo que cuando vivía en casa de mis padres había un muchacho que pasaba todos los días a dejarnos el periódico. El chico, de condición muy humilde, nos dejaba el ejemplar fiado.

Comprábamos el periódico diario y mi señor padre lo pagaba cada quince días. Incluso, cuando no se acordaba que ya había que pagar la quincena lo terminaba pagando al final del mes. Hoy que soy padre de familia y vivo al día, me pregunto cómo le hacía ese chico para vivir si contaba con más clientes morosos como nosotros. “Meme” le decían al joven (la verdad en ese tiempo nunca me interesó conocer su nombre).

Durante varios años tuvimos esta relación de clientes y, por qué no, de buenos conocidos que duró hasta que un sábado falleció mi padre de un paro cardiaco. Pasados los funerales le pregunté qué cuántos ejemplares le había quedado a deber mi papá: “Ninguno”, me contestó. Tomó su bicicleta y prosiguió su camino. Yo lo vi marcharse con la seguridad de que le adeudábamos periódicos, pues nunca marchábamos al corriente, pero eso a él no pareció importarle.

Una tarde rojiza, en un aula de universidad, un sabio maestro me contó una historia sobre unos mercaderes que tenían que salir de una isla con sus navíos cargados con joyas y especies valiosas. Antes de emprender el viaje de retorno, fueron avisados que se aproximaba una gran tormenta, por lo que sería importante que los barcos no fueran con demasiada mercancía. Sólo uno hizo caso, todos los demás levantaron las velas para comenzar el viaje.

En mar adentro, con la fuerza del oleaje, todos los barcos sucumbieron menos el del navío que viajaba vacío y cuyo mercader prefirió llevar lo más importante con el que era su propia existencia y amor por el prójimo. Ya concluido el feroz temporal se dedicó a rescatar a cada uno de sus compañeros de viaje que habían perdido todo. Es curioso conocer que las personas que menos tienen son las más felices y las más desprendidas. Son a quienes menos les importa acumular riquezas en la Tierra, cuando con su trabajo honesto ganan tesoros en los cielos.

“Me gusta sentirme fuerte y sano bajo la luna llena y levantarme cantando alegremente a saludar al sol”, escribió en una ocasión Walt Whitman y creo que tenía razón, sabiendo que respirar es ya un gran milagro y que hay que vivirlo con gratitud y amor. Recuerdo una de las últimas ocasiones que me encontré con “Meme”, me entregó el periódico, el cual pagué al momento. Al marcharse con su acostumbrada sonrisa me solicitó no dinero o preciada posesión; sólo me dijo: “Cuándo me invitas a participar contigo en una obra de teatro”. “Cuando tú quieras”, le contesté, y sonriendo marchó con el viento a favor. Sí, algunas personas son regalos esplendorosos que Dios otorga a nuestra vida.

Los seres humanos que llegan a nuestra vida son como regalos que Dios nos envía.

Encontrar el aprendizaje diario es una meta valiosa, las personas pueden enseñarnos bastante. Recuerdo que cuando vivía en casa de mis padres había un muchacho que pasaba todos los días a dejarnos el periódico. El chico, de condición muy humilde, nos dejaba el ejemplar fiado.

Comprábamos el periódico diario y mi señor padre lo pagaba cada quince días. Incluso, cuando no se acordaba que ya había que pagar la quincena lo terminaba pagando al final del mes. Hoy que soy padre de familia y vivo al día, me pregunto cómo le hacía ese chico para vivir si contaba con más clientes morosos como nosotros. “Meme” le decían al joven (la verdad en ese tiempo nunca me interesó conocer su nombre).

Durante varios años tuvimos esta relación de clientes y, por qué no, de buenos conocidos que duró hasta que un sábado falleció mi padre de un paro cardiaco. Pasados los funerales le pregunté qué cuántos ejemplares le había quedado a deber mi papá: “Ninguno”, me contestó. Tomó su bicicleta y prosiguió su camino. Yo lo vi marcharse con la seguridad de que le adeudábamos periódicos, pues nunca marchábamos al corriente, pero eso a él no pareció importarle.

Una tarde rojiza, en un aula de universidad, un sabio maestro me contó una historia sobre unos mercaderes que tenían que salir de una isla con sus navíos cargados con joyas y especies valiosas. Antes de emprender el viaje de retorno, fueron avisados que se aproximaba una gran tormenta, por lo que sería importante que los barcos no fueran con demasiada mercancía. Sólo uno hizo caso, todos los demás levantaron las velas para comenzar el viaje.

En mar adentro, con la fuerza del oleaje, todos los barcos sucumbieron menos el del navío que viajaba vacío y cuyo mercader prefirió llevar lo más importante con el que era su propia existencia y amor por el prójimo. Ya concluido el feroz temporal se dedicó a rescatar a cada uno de sus compañeros de viaje que habían perdido todo. Es curioso conocer que las personas que menos tienen son las más felices y las más desprendidas. Son a quienes menos les importa acumular riquezas en la Tierra, cuando con su trabajo honesto ganan tesoros en los cielos.

“Me gusta sentirme fuerte y sano bajo la luna llena y levantarme cantando alegremente a saludar al sol”, escribió en una ocasión Walt Whitman y creo que tenía razón, sabiendo que respirar es ya un gran milagro y que hay que vivirlo con gratitud y amor. Recuerdo una de las últimas ocasiones que me encontré con “Meme”, me entregó el periódico, el cual pagué al momento. Al marcharse con su acostumbrada sonrisa me solicitó no dinero o preciada posesión; sólo me dijo: “Cuándo me invitas a participar contigo en una obra de teatro”. “Cuando tú quieras”, le contesté, y sonriendo marchó con el viento a favor. Sí, algunas personas son regalos esplendorosos que Dios otorga a nuestra vida.

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