/ domingo 2 de mayo de 2021

Si no hubiera niños…

Si no hubiera niños, tendríamos que inventarlos.

Quizá para muchos, los niños son una molestia comparable tan sólo al ruido que producen o a la inquietud que promueven. Muchas personas, incluso, renuncian a ellos para dedicarse a sí mismos con el egoísmo supino y la necia ignorancia de creer que se es más feliz sin ellos Algunas parejas postergan su advenimiento para disfrutarse mutuamente un tiempo, como si ellos fueran un estorbo para lograr ese disfrute. Y todos los queremos a ratos, mientras más breves mejor, y que alguien más se encargue, por el resto del tiempo.

Pero si lo analizamos en un segundo pensamiento, sin los niños todos seríamos muy infelices, incluidos aquellos que renunciaron a la alegría de tenerlos, cualquiera sea la razón. Imaginemos un mundo solo de adultos solemnes, hablando de negocios y de empresas rentables. O un mundo de mujeres sin otro tema que la importancia de su trabajo, la moda y los aeróbicos

Desterremos por un instante de las pláticas femeninas los comentarios acerca de las gracias de un niño, su desafío intelectual, su sonrisa fresca y sus lágrimas intempestivas, su sarampión o su mirada inquisitiva: el hastío sería nuestro horizonte y ninguna esperanza podría redimir nuestra soledad. Y sin duda nuestro plan no tendría futuro.

Es posible que los niños fácilmente desestabilicen al más templado de los hombres; también es posible que el ordenado hogar de los esposos se convierta en el escenario estruendoso de todas las ocurrencias que un niño pueda tener, cuando finalmente le llega la hora del hallazgo y el asombro. También es posible que más de alguna vez quisiéramos desaparecerlos por siempre de nuestra vida, o al menos por unos instantes; pero al recobrar la calma y reordenar la casa y reflexionar sobre la maravilla de su frescura y de su inocencia, nos daremos cuenta de que sin ellos, la vida no tendría colorido, nuestro regreso a casa sería una rutina insoportable, nuestros viajes serían todo, menos una aventura, nuestro hogar sería un atildado, pero frío centro comercial y nuestras personas, fantasmas errantes en un mundo que sin la ternura de esos niños no tendría sentido.

Si no hubiera niños, nuestras fiestas no tendrían el encanto y la sorpresa que su espontaneidad nos proporciona, las navidades, serían el recuerdo de un evento poco conmovedor, nuestras ceremonias, rituales acartonados y fatuos y nuestros hogares, casas de huéspedes; dormiríamos más pero soñaríamos menos. Quizá tendríamos más ahorros, pero para un retiro indeseado. Tal vez tendríamos más tiempo para nosotros, pero finalmente acabaríamos aburridos. Si no hubiera niños perderíamos más de lo que aparentemente ganamos y acabaríamos deseando lo que nos disgusta. En esa paradoja viviríamos y fatalmente, la infelicidad sería nuestro triste destino.

Cuando nos sorprenden es porque hemos perdido el don del asombro; cuando asaltan nuestro sentido común es porque nos hemos vuelto pragmáticos y cuando nos hacen perder la paciencia es quizás porque nos amamos más de lo que debemos amarlos.

Por eso es evidente que sin niños no seríamos nada y con ellos podemos ser casi todo. Con ellos el mundo tiene esperanza y sin ellos la vida sería solo una serie de episodios tristes y una absurda forma de explicar nuestra maravillosa contingencia. Porque al fin y al cabo, aunque quizá ya nos hemos olvidado que un día fuimos niños, la audacia de quien tomó el reto de tenernos, hizo posible que el riesgo siga existiendo en aquellos benditos alucinados que creen que los niños son la sal de la tierra.

Es verdad, si no hubiera niños tendríamos que inventarlos. Porque en la maravilla de su indefensión doblegan nuestro cansancio más tenaz; en su sonrisa ingenua redimen nuestra pena más honda y con su bracitos inocentes está toda la fortaleza del universo.

Por eso es definitivamente cierto lo que dice el pensador: “Es falso que los adultos hagan adultos a los niños: son los niños lo que hacen adultos a los adultos”

SI NO HUBIERA NIÑOS...

“… Todos fuimos niños al principio,

pero muy pocos lo recuerdan…”

Antoine de Saint-Exupery

Para Michelle, Ivana y Regina

Si no hubiera niños, tendríamos que inventarlos.

Quizá para muchos, los niños son una molestia comparable tan sólo al ruido que producen o a la inquietud que promueven. Muchas personas, incluso, renuncian a ellos para dedicarse a sí mismos con el egoísmo supino y la necia ignorancia de creer que se es más feliz sin ellos Algunas parejas postergan su advenimiento para disfrutarse mutuamente un tiempo, como si ellos fueran un estorbo para lograr ese disfrute. Y todos los queremos a ratos, mientras más breves mejor, y que alguien más se encargue, por el resto del tiempo.

Pero si lo analizamos en un segundo pensamiento, sin los niños todos seríamos muy infelices, incluidos aquellos que renunciaron a la alegría de tenerlos, cualquiera sea la razón. Imaginemos un mundo solo de adultos solemnes, hablando de negocios y de empresas rentables. O un mundo de mujeres sin otro tema que la importancia de su trabajo, la moda y los aeróbicos

Desterremos por un instante de las pláticas femeninas los comentarios acerca de las gracias de un niño, su desafío intelectual, su sonrisa fresca y sus lágrimas intempestivas, su sarampión o su mirada inquisitiva: el hastío sería nuestro horizonte y ninguna esperanza podría redimir nuestra soledad. Y sin duda nuestro plan no tendría futuro.

Es posible que los niños fácilmente desestabilicen al más templado de los hombres; también es posible que el ordenado hogar de los esposos se convierta en el escenario estruendoso de todas las ocurrencias que un niño pueda tener, cuando finalmente le llega la hora del hallazgo y el asombro. También es posible que más de alguna vez quisiéramos desaparecerlos por siempre de nuestra vida, o al menos por unos instantes; pero al recobrar la calma y reordenar la casa y reflexionar sobre la maravilla de su frescura y de su inocencia, nos daremos cuenta de que sin ellos, la vida no tendría colorido, nuestro regreso a casa sería una rutina insoportable, nuestros viajes serían todo, menos una aventura, nuestro hogar sería un atildado, pero frío centro comercial y nuestras personas, fantasmas errantes en un mundo que sin la ternura de esos niños no tendría sentido.

Si no hubiera niños, nuestras fiestas no tendrían el encanto y la sorpresa que su espontaneidad nos proporciona, las navidades, serían el recuerdo de un evento poco conmovedor, nuestras ceremonias, rituales acartonados y fatuos y nuestros hogares, casas de huéspedes; dormiríamos más pero soñaríamos menos. Quizá tendríamos más ahorros, pero para un retiro indeseado. Tal vez tendríamos más tiempo para nosotros, pero finalmente acabaríamos aburridos. Si no hubiera niños perderíamos más de lo que aparentemente ganamos y acabaríamos deseando lo que nos disgusta. En esa paradoja viviríamos y fatalmente, la infelicidad sería nuestro triste destino.

Cuando nos sorprenden es porque hemos perdido el don del asombro; cuando asaltan nuestro sentido común es porque nos hemos vuelto pragmáticos y cuando nos hacen perder la paciencia es quizás porque nos amamos más de lo que debemos amarlos.

Por eso es evidente que sin niños no seríamos nada y con ellos podemos ser casi todo. Con ellos el mundo tiene esperanza y sin ellos la vida sería solo una serie de episodios tristes y una absurda forma de explicar nuestra maravillosa contingencia. Porque al fin y al cabo, aunque quizá ya nos hemos olvidado que un día fuimos niños, la audacia de quien tomó el reto de tenernos, hizo posible que el riesgo siga existiendo en aquellos benditos alucinados que creen que los niños son la sal de la tierra.

Es verdad, si no hubiera niños tendríamos que inventarlos. Porque en la maravilla de su indefensión doblegan nuestro cansancio más tenaz; en su sonrisa ingenua redimen nuestra pena más honda y con su bracitos inocentes está toda la fortaleza del universo.

Por eso es definitivamente cierto lo que dice el pensador: “Es falso que los adultos hagan adultos a los niños: son los niños lo que hacen adultos a los adultos”

SI NO HUBIERA NIÑOS...

“… Todos fuimos niños al principio,

pero muy pocos lo recuerdan…”

Antoine de Saint-Exupery

Para Michelle, Ivana y Regina