/ domingo 8 de julio de 2018

Siete de julio, San Fermín

Pamplona es una ciudad que se ama a partir de su explosivo nombre, nombre sonoro como el cohete que abre los San Fermines cada 7 de julio a las 12 del día, como las risas francas y alborotadas de sus habitantes.

Al grito unánime de “¡Viva San Fermín!” el pueblo navarro olvida sus penas y cuitas para celebrar eufórico la fiesta de su santo patrón. Durante 9 días Pamplona se transforma y vive por y para la fiesta.

A esta bellísima ciudad se le ama por muchas otras razones, la primordial mía es porque llevo sangre navarra, crisol de visigodos, musulmanes, germanos, vikingos y suecos, y por supuesto influencia de Aragón y de Castilla.

También se le ama desde que sabemos que es paso obligado en el Camino a Santiago; se le ama con gozo desde que nos acercamos a ella y vemos su silueta emergiendo tras la muralla. Pasear plácidamente por su parques y jardines o callejear por su casco antiguo entre iglesias y murallas medievales, es experiencia religiosa.

En varias ocasiones he estado en Pamplona. En esta magnífica ciudad viven algunos de mis queridos y cercanos parientes. He estado en los entierros y he temblado de terror al ver pasar por la calle estafeta los toros bravos, que del corral al coso taurino corren enloquecidos en estampida, y después me he ido a almorzar Chuletones a la Navarra en los restaurantes del casco viejo. Me he puesto el pañuelo rojo al cuello para bailar jotas en la Plaza del Castillo y he derramado lágrimas de tristeza al cantar el “Pobre de mí, se han acabado las fiestas de San Fermín”, el último día de fiestas.

Ciudad capital que Ernest Hemingway adoró e inspiró la novela “Fiesta” (en inglés “The Sun Also Rises”) considerada su primera gran obra. Al preguntarle al escritor norteamericano por qué se inspiró en esta ciudad española, solía contestar: “Porque la gente de Pamplona es orgullosamente valiente, consciente de su belleza e infinitamente sensual. Porque a cualquier hora del día sus calles están pletóricas de gente. Mujeres de bellos ojos y andares ligeros, hombres gallardos plenos de vida”.

Yo añadiría: “Porque sus delicados vinos rosados son de gran calidad y los tintos son fuertes y aromáticos. Porque en los restaurantes los meseros sirven con patriótico orgullo su mundialmente famosa gastronomía. Porque es un pueblo que convive con alegría y respeto su algarabía, y porque sigue conservando sus tradiciones milenarias haciéndolos más fuertes y sobre todo más unidos. Olvidarán por nueve días cómo afectará el Brexit a España, ahora que los británicos han tomado su decisión a través de las urnas de abandonar la Unión Europea. Por lo pronto, ayer 7 de julio empieza la fiesta, ¡VIVA SAN FERMÍN!

Pamplona es una ciudad que se ama a partir de su explosivo nombre, nombre sonoro como el cohete que abre los San Fermines cada 7 de julio a las 12 del día, como las risas francas y alborotadas de sus habitantes.

Al grito unánime de “¡Viva San Fermín!” el pueblo navarro olvida sus penas y cuitas para celebrar eufórico la fiesta de su santo patrón. Durante 9 días Pamplona se transforma y vive por y para la fiesta.

A esta bellísima ciudad se le ama por muchas otras razones, la primordial mía es porque llevo sangre navarra, crisol de visigodos, musulmanes, germanos, vikingos y suecos, y por supuesto influencia de Aragón y de Castilla.

También se le ama desde que sabemos que es paso obligado en el Camino a Santiago; se le ama con gozo desde que nos acercamos a ella y vemos su silueta emergiendo tras la muralla. Pasear plácidamente por su parques y jardines o callejear por su casco antiguo entre iglesias y murallas medievales, es experiencia religiosa.

En varias ocasiones he estado en Pamplona. En esta magnífica ciudad viven algunos de mis queridos y cercanos parientes. He estado en los entierros y he temblado de terror al ver pasar por la calle estafeta los toros bravos, que del corral al coso taurino corren enloquecidos en estampida, y después me he ido a almorzar Chuletones a la Navarra en los restaurantes del casco viejo. Me he puesto el pañuelo rojo al cuello para bailar jotas en la Plaza del Castillo y he derramado lágrimas de tristeza al cantar el “Pobre de mí, se han acabado las fiestas de San Fermín”, el último día de fiestas.

Ciudad capital que Ernest Hemingway adoró e inspiró la novela “Fiesta” (en inglés “The Sun Also Rises”) considerada su primera gran obra. Al preguntarle al escritor norteamericano por qué se inspiró en esta ciudad española, solía contestar: “Porque la gente de Pamplona es orgullosamente valiente, consciente de su belleza e infinitamente sensual. Porque a cualquier hora del día sus calles están pletóricas de gente. Mujeres de bellos ojos y andares ligeros, hombres gallardos plenos de vida”.

Yo añadiría: “Porque sus delicados vinos rosados son de gran calidad y los tintos son fuertes y aromáticos. Porque en los restaurantes los meseros sirven con patriótico orgullo su mundialmente famosa gastronomía. Porque es un pueblo que convive con alegría y respeto su algarabía, y porque sigue conservando sus tradiciones milenarias haciéndolos más fuertes y sobre todo más unidos. Olvidarán por nueve días cómo afectará el Brexit a España, ahora que los británicos han tomado su decisión a través de las urnas de abandonar la Unión Europea. Por lo pronto, ayer 7 de julio empieza la fiesta, ¡VIVA SAN FERMÍN!