/ viernes 3 de mayo de 2019

Con café y a media luz | Sigue la suciedad

Elogié la instalación de un museo como “El Barco” en nuestra zona sur de Tamaulipas. Reconocí el trabajo en materia de cultura con esta obra del gobernador del Estado Francisco Javier García Cabeza de Vaca. Destaqué la atinada decisión de destinar en el paquete presupuestal una cantidad para que, por fin, existiese una presentación de este tipo en Tampico. Me enorgullecí y presumí este lugar de forma más que merecida.

Y sigo pensando que Tamaulipas y, en particular, Tampico, Ciudad Madero y Altamira, se han llevado una “estrellita en la frente” con la remodelación del antiguo palacio penal del cerro de Andonegui para reconvertirlo en lo que es hoy: un sitio de paz, aprendizaje y cultura en el que se desarrollan todas y cada una de las competencias del ser humano desde sus primeros años de vida.

El día primero de mayo lo visité nuevamente y debo decir, con mucha tristeza y decepción que, quien se lleva la nota mala son los visitantes que estuvieron en esa misma fecha allí quienes, sin lugar a dudas, al igual que este servidor, somos oriundos de esta tierra. No es posible que a tres semanas de inaugurado ya se le estén ocasionando daños por descuido y por suciedad.

¡Pésimo, reprobable, censurable, reprensible, funesto! Y otros adjetivos similares son los que merece nuestro comportamiento, nuestro descuido, la falta de criterio, la carencia de valores que pusieron a todas luces la cultura de suciedad en la que nos hemos acostumbrado a vivir, misma que pareciera no nos interesa ni estamos dispuestos a cambiar, siquiera por darle un buen ejemplo a nuestros hijos.

En primer término, al ingresar desde el estacionamiento, pude observar en los jardines dos o tres botellas de policarbonato de la marca refresquera más conocida del mundo y como si fuera una gracia una mujer arrojó otra cuando se acercaba a la entrada, la levanté y al pasar cerca de la dama, le comenté: “Oiga, se le cayó una botella” y la puse nuevamente en su mano. Recibí la mirada inquisitoria que usted se imagina y se vio obligada a depositar el desperdicio en el recipiente correspondiente.

Estando dentro de las instalaciones, particularmente en el área donde se le prestan bloques de construcción a los niños más pequeños. Las mamás –hago la aclaración del género porque observé solamente a mujeres caer en esta “omisión”– se sentaban sobre las mesitas de trabajo destinadas a los niños, como si fueran sillas para los adultos.

Allí, uno de los guías, invirtió una buena cantidad de tiempo en decirle amablemente a las señoras: “Disculpe, es una mesa para los niños, no es para sentarse” y, por increíble que le parezca, una de las señoras, sin ponerse de pie, empezó a decirle al joven que ella no tenía por qué pararse pues estaba cansada y hasta que terminó de argumentar sus razones fue que se levantó del asiento improvisado y sumamente molesta se retiró del lugar.

En ese sitio otra dama, decidió sentarse a retozar, mientras que ordenó a una pequeñita de aproximadamente cinco años hacerse cargo de una que muy apenas y empezaba a caminar. Y, como era de esperarse, a los pocos minutos ocurrió el accidente. En la escalinata interior de una de las estructuras la infante que no sobrepasaba los dos años de edad, tropezó y rodó, quedando atorada, mientras que, en su desesperación, la prima mayor la trataba de sacar jalándola del pie. Fueron los adultos cercanos los que ayudamos a la adolorida criatura.

Cabe hacer mención que, al momento de ingresar al museo, se hace hincapié en que cada adulto debe hacerse responsable de los menores que lleva consigo y durante todo el recorrido se debe estar al pendiente de ellos. Entendámoslo señoras y señores: ¡Es un museo y no una guardería!

Continué el recorrido y al último lugar al que entré fue la sala de proyección en tercera dimensión que se halla en el espacio superior del recinto. Me sorprendí de la tecnología de alta fidelidad que se usa para reproducir imágenes del fondo marino tan nítidas que hasta pareciera que se pueden tocar. Ensimismado, admiré un cierto texturizado de uno de los muros que simulaba una estructura de coral. Después de observar con atención y gracias a un cambio de luces me di cuenta que alguien había llenado de merengue de pastel una de las paredes y allí lo dejó como si se tratara de una gracia y ya se había esparcido por el muro.

No podemos ser así, no es posible que vivamos con una cultura de suciedad como la que cada vez se hace más evidente. Por favor, ¡Cambiemos!

Antes de despedirme, debo también hacer una acotación en torno al personal del estacionamiento del museo. Una mujer en avanzado estado de gestación llevó a su hija a conocer el otrora penal. Le preguntó a la responsable de la caseta si, por su condición de gravidez, podía ocupar un cajón para personas en situación especial.

La mujer no supo qué responder y le llamó a un compañero, este muchacho se le quedó viendo a la visitante y le dijo: “No se puede estacionar allí porque no trae placas especiales”, la conductora miró fijamente y le contestó a manera de pregunta: “¿Y cuáles son las placas especiales de embarazadas?”. El hombre se encogió de hombros y en un tono más grosero la mandó a otro lugar alejado de la entrada sin importar la situación de la señora.

¡Eso tampoco se vale!

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com

No podemos ser así, no es posible que vivamos con una cultura de suciedad como la que cada vez se hace más evidente. Por favor, ¡Cambiemos!

Elogié la instalación de un museo como “El Barco” en nuestra zona sur de Tamaulipas. Reconocí el trabajo en materia de cultura con esta obra del gobernador del Estado Francisco Javier García Cabeza de Vaca. Destaqué la atinada decisión de destinar en el paquete presupuestal una cantidad para que, por fin, existiese una presentación de este tipo en Tampico. Me enorgullecí y presumí este lugar de forma más que merecida.

Y sigo pensando que Tamaulipas y, en particular, Tampico, Ciudad Madero y Altamira, se han llevado una “estrellita en la frente” con la remodelación del antiguo palacio penal del cerro de Andonegui para reconvertirlo en lo que es hoy: un sitio de paz, aprendizaje y cultura en el que se desarrollan todas y cada una de las competencias del ser humano desde sus primeros años de vida.

El día primero de mayo lo visité nuevamente y debo decir, con mucha tristeza y decepción que, quien se lleva la nota mala son los visitantes que estuvieron en esa misma fecha allí quienes, sin lugar a dudas, al igual que este servidor, somos oriundos de esta tierra. No es posible que a tres semanas de inaugurado ya se le estén ocasionando daños por descuido y por suciedad.

¡Pésimo, reprobable, censurable, reprensible, funesto! Y otros adjetivos similares son los que merece nuestro comportamiento, nuestro descuido, la falta de criterio, la carencia de valores que pusieron a todas luces la cultura de suciedad en la que nos hemos acostumbrado a vivir, misma que pareciera no nos interesa ni estamos dispuestos a cambiar, siquiera por darle un buen ejemplo a nuestros hijos.

En primer término, al ingresar desde el estacionamiento, pude observar en los jardines dos o tres botellas de policarbonato de la marca refresquera más conocida del mundo y como si fuera una gracia una mujer arrojó otra cuando se acercaba a la entrada, la levanté y al pasar cerca de la dama, le comenté: “Oiga, se le cayó una botella” y la puse nuevamente en su mano. Recibí la mirada inquisitoria que usted se imagina y se vio obligada a depositar el desperdicio en el recipiente correspondiente.

Estando dentro de las instalaciones, particularmente en el área donde se le prestan bloques de construcción a los niños más pequeños. Las mamás –hago la aclaración del género porque observé solamente a mujeres caer en esta “omisión”– se sentaban sobre las mesitas de trabajo destinadas a los niños, como si fueran sillas para los adultos.

Allí, uno de los guías, invirtió una buena cantidad de tiempo en decirle amablemente a las señoras: “Disculpe, es una mesa para los niños, no es para sentarse” y, por increíble que le parezca, una de las señoras, sin ponerse de pie, empezó a decirle al joven que ella no tenía por qué pararse pues estaba cansada y hasta que terminó de argumentar sus razones fue que se levantó del asiento improvisado y sumamente molesta se retiró del lugar.

En ese sitio otra dama, decidió sentarse a retozar, mientras que ordenó a una pequeñita de aproximadamente cinco años hacerse cargo de una que muy apenas y empezaba a caminar. Y, como era de esperarse, a los pocos minutos ocurrió el accidente. En la escalinata interior de una de las estructuras la infante que no sobrepasaba los dos años de edad, tropezó y rodó, quedando atorada, mientras que, en su desesperación, la prima mayor la trataba de sacar jalándola del pie. Fueron los adultos cercanos los que ayudamos a la adolorida criatura.

Cabe hacer mención que, al momento de ingresar al museo, se hace hincapié en que cada adulto debe hacerse responsable de los menores que lleva consigo y durante todo el recorrido se debe estar al pendiente de ellos. Entendámoslo señoras y señores: ¡Es un museo y no una guardería!

Continué el recorrido y al último lugar al que entré fue la sala de proyección en tercera dimensión que se halla en el espacio superior del recinto. Me sorprendí de la tecnología de alta fidelidad que se usa para reproducir imágenes del fondo marino tan nítidas que hasta pareciera que se pueden tocar. Ensimismado, admiré un cierto texturizado de uno de los muros que simulaba una estructura de coral. Después de observar con atención y gracias a un cambio de luces me di cuenta que alguien había llenado de merengue de pastel una de las paredes y allí lo dejó como si se tratara de una gracia y ya se había esparcido por el muro.

No podemos ser así, no es posible que vivamos con una cultura de suciedad como la que cada vez se hace más evidente. Por favor, ¡Cambiemos!

Antes de despedirme, debo también hacer una acotación en torno al personal del estacionamiento del museo. Una mujer en avanzado estado de gestación llevó a su hija a conocer el otrora penal. Le preguntó a la responsable de la caseta si, por su condición de gravidez, podía ocupar un cajón para personas en situación especial.

La mujer no supo qué responder y le llamó a un compañero, este muchacho se le quedó viendo a la visitante y le dijo: “No se puede estacionar allí porque no trae placas especiales”, la conductora miró fijamente y le contestó a manera de pregunta: “¿Y cuáles son las placas especiales de embarazadas?”. El hombre se encogió de hombros y en un tono más grosero la mandó a otro lugar alejado de la entrada sin importar la situación de la señora.

¡Eso tampoco se vale!

¡Hasta la próxima!

Escríbame y recuerde, para mañana ¡Despierte, no se duerma que será un gran día!

licajimenezmcc@hotmail.com

No podemos ser así, no es posible que vivamos con una cultura de suciedad como la que cada vez se hace más evidente. Por favor, ¡Cambiemos!