/ martes 8 de mayo de 2018

Simbolismo del color

Los colores de las banderas, los partidos políticos, los trajes regionales, los clubes deportivos, las empresas, las ciudades, el océano, los ríos, la selva, las montañas, etc...

Son indicativos de que la luz es incolora en sí misma y necesita de la materia para adquirir infinitos matices, si no, absolutamente todo se nos presentaría tocado de un mismo color.

En el vestuario y ornamentación de los sacerdotes y oficiantes que utilizan para las celebraciones rituales, existe un lenguaje patente en los colores, una norma fija que coincide en muchas partes del globo.

La mística del color, además, posee gran relevancia en la liturgia política, y la heráldica (salvo ligeras variantes), simbolismo por el que los nobles caballeros hicieron “suyos” determinados colores y también en la gente sencilla del pueblo, que podía identificarlos por ellos. Esa era la manera en que enemigos y amigos se reconocían en las batallas. Remembremos: los caballeros saltaban a la palestra cubiertos con una armadura de la cabeza a los pies.

En la representación simbólica de los colores, el blanco guarda cierta inclinación. Es la imagen de la pureza, la inocencia, la alegría, la gloria y la inmortalidad.

El blanco atrae con fuerza al alma y al mismo tiempo la estremece, misterio que encierra un halo beatífico que opera en todo el universo.

La tradición india habla del Caballo Blanco de altiva y desdeñosa apariencia, que por su noble blancura se le ungió como una divinidad que imponía al mismo tiempo que respeto un inexpresable temor; quien marchaba en ese corcel no tenía obstáculo para llegar a la estrella escogida que, según la leyenda, cada anochecer conduce a las huestes de la luz.

El blanco, símbolo de las cosas espirituales, la pureza, la superioridad y tantas ideas preconcebidas, también es fuente de temores que nacen de nuestra imaginación, sitio en el que habitan fantasmas terribles que por algún motivo se nos revelan de blanca y pálida figura.

La blancura enaltece refinadamente la belleza y va asociada a una especie de gloria extraña y pomposa, como la inocencia de las novias y la benignidad de la edad, señalan. Pero el horror cotidiano se criba de un tono pálido e indefinido que es un enigma cromático. Existen, por ejemplo, signos de alba figura asociados a lo bello, pero que expresan temor; la nívea figura del cachalote de los mares fríos inhóspitos; el oso blanco de los polos; el tiburón blanco de los trópicos, y la célebre “hoja en blanco” de los escritores.

Los colores de las banderas, los partidos políticos, los trajes regionales, los clubes deportivos, las empresas, las ciudades, el océano, los ríos, la selva, las montañas, etc...

Son indicativos de que la luz es incolora en sí misma y necesita de la materia para adquirir infinitos matices, si no, absolutamente todo se nos presentaría tocado de un mismo color.

En el vestuario y ornamentación de los sacerdotes y oficiantes que utilizan para las celebraciones rituales, existe un lenguaje patente en los colores, una norma fija que coincide en muchas partes del globo.

La mística del color, además, posee gran relevancia en la liturgia política, y la heráldica (salvo ligeras variantes), simbolismo por el que los nobles caballeros hicieron “suyos” determinados colores y también en la gente sencilla del pueblo, que podía identificarlos por ellos. Esa era la manera en que enemigos y amigos se reconocían en las batallas. Remembremos: los caballeros saltaban a la palestra cubiertos con una armadura de la cabeza a los pies.

En la representación simbólica de los colores, el blanco guarda cierta inclinación. Es la imagen de la pureza, la inocencia, la alegría, la gloria y la inmortalidad.

El blanco atrae con fuerza al alma y al mismo tiempo la estremece, misterio que encierra un halo beatífico que opera en todo el universo.

La tradición india habla del Caballo Blanco de altiva y desdeñosa apariencia, que por su noble blancura se le ungió como una divinidad que imponía al mismo tiempo que respeto un inexpresable temor; quien marchaba en ese corcel no tenía obstáculo para llegar a la estrella escogida que, según la leyenda, cada anochecer conduce a las huestes de la luz.

El blanco, símbolo de las cosas espirituales, la pureza, la superioridad y tantas ideas preconcebidas, también es fuente de temores que nacen de nuestra imaginación, sitio en el que habitan fantasmas terribles que por algún motivo se nos revelan de blanca y pálida figura.

La blancura enaltece refinadamente la belleza y va asociada a una especie de gloria extraña y pomposa, como la inocencia de las novias y la benignidad de la edad, señalan. Pero el horror cotidiano se criba de un tono pálido e indefinido que es un enigma cromático. Existen, por ejemplo, signos de alba figura asociados a lo bello, pero que expresan temor; la nívea figura del cachalote de los mares fríos inhóspitos; el oso blanco de los polos; el tiburón blanco de los trópicos, y la célebre “hoja en blanco” de los escritores.