/ jueves 12 de abril de 2018

Sin riesgo... se acaba el espectáculo

“El mismo día en que el espectáculo circense suprimiera el riesgo, se acabaría la función”. La frase es actual, no me lo negará, incluso, parece estar de moda.

La gente, que somos todos, acudimos a ver el peligro del equilibrista, tenemos miedo de que se caiga, pero allí estamos viéndolo, aferrados a nuestros asientos, con la boca seca y las manos en el rostro. Igualmente nos presentamos en las carreras de motonáutica y peleas de box.

Por algún motivo los humanos -que a desemejanza de los animales podemos prever la existencia de un futuro-, buscamos todo aquello que es fuente de drama, angustia, miedo y expectación. En muchos casos esto se asemeja al efecto de una potente droga a la que el organismo rápidamente se habitúa, y de la cual ahora requiere dosis cada vez mayores para sentirse a gusto.

El común de los fanáticos del balompié -en términos de fisiología-, al estar presentes en un cotejo reñido experimentan ciertos síntomas. “La respiración se hace más profunda. El corazón late más aprisa; la presión arterial sube; la sangre es desviada del estómago hacia el corazón, sistema nervioso y músculos. El hígado descarga su reserva de azúcar en la sangre, el bazo se contrae y descarga su reserva de glóbulos rojos, la médula suprarrenal se descarga de adrenalina, en una serie de procesos complicados. Las adaptaciones que operan en nuestro cuerpo ante cualquier reacción de miedo, rabia y antagonismo se registran fielmente no solo durante un encuentro de balompié, también se producen al intervenir en lo que es la evolución de un proceso electoral. Por ejemplo, las elecciones presidenciales. Esto ocurre porque en todo existe un componente intelectual, filosófico y cultural totalmente entrelazado.

La actividad política, como acto humano, igualmente abarca el miedo trascendental y el miedo orgánico, además del miedo vital, fatalidad que emana del miedo al “otro” convertido “en un agente responsable y definido; remoto e inmediato, cierto o supuesto; pero siempre localizable en un lugar del espacio social”. Esta clase de miedo conlleva en sí la poesía del dolor, que se refleja en todo aquello que se alimenta de nuestra concepción de lo hórrido.

“El mismo día en que el espectáculo circense suprimiera el riesgo, se acabaría la función”. La frase es actual, no me lo negará, incluso, parece estar de moda.

La gente, que somos todos, acudimos a ver el peligro del equilibrista, tenemos miedo de que se caiga, pero allí estamos viéndolo, aferrados a nuestros asientos, con la boca seca y las manos en el rostro. Igualmente nos presentamos en las carreras de motonáutica y peleas de box.

Por algún motivo los humanos -que a desemejanza de los animales podemos prever la existencia de un futuro-, buscamos todo aquello que es fuente de drama, angustia, miedo y expectación. En muchos casos esto se asemeja al efecto de una potente droga a la que el organismo rápidamente se habitúa, y de la cual ahora requiere dosis cada vez mayores para sentirse a gusto.

El común de los fanáticos del balompié -en términos de fisiología-, al estar presentes en un cotejo reñido experimentan ciertos síntomas. “La respiración se hace más profunda. El corazón late más aprisa; la presión arterial sube; la sangre es desviada del estómago hacia el corazón, sistema nervioso y músculos. El hígado descarga su reserva de azúcar en la sangre, el bazo se contrae y descarga su reserva de glóbulos rojos, la médula suprarrenal se descarga de adrenalina, en una serie de procesos complicados. Las adaptaciones que operan en nuestro cuerpo ante cualquier reacción de miedo, rabia y antagonismo se registran fielmente no solo durante un encuentro de balompié, también se producen al intervenir en lo que es la evolución de un proceso electoral. Por ejemplo, las elecciones presidenciales. Esto ocurre porque en todo existe un componente intelectual, filosófico y cultural totalmente entrelazado.

La actividad política, como acto humano, igualmente abarca el miedo trascendental y el miedo orgánico, además del miedo vital, fatalidad que emana del miedo al “otro” convertido “en un agente responsable y definido; remoto e inmediato, cierto o supuesto; pero siempre localizable en un lugar del espacio social”. Esta clase de miedo conlleva en sí la poesía del dolor, que se refleja en todo aquello que se alimenta de nuestra concepción de lo hórrido.