/ viernes 13 de diciembre de 2019

Sobre la escritura y otras miserias


El caso del escritor César Lazo (con varios libros publicados) que se desempeña, para sobrevivir, como empleado en el ayuntamiento de San Pedro Sula, Honduras, y que ha sido relegado a trabajos como peón en el basurero municipal es, por decir lo menos, lastimera.

Lo anterior es un ejemplo del desprecio que padecen algunos intelectuales por las esferas de poder en represalias (sin duda) por su pensamiento crítico o vaya a usted a saber de qué especie si atendemos a cada palurdo que ostenta las riendas de la administración pública.

Qué duro es el trabajo de un escritor en una sociedad donde se le da más importancia a puestos donde el sueldo está más apegado a canonjías políticas que a parámetros que midan la eficacia. Escribir es un acto de sobrevivencia existencial. Escribimos porque, a la manera de Sabines, se nos trepa a la nuca un cabrón diablo para decirnos de nuestra miseria, acaso nuestra delimitación en, usando a Eugenio Montejo, “la terredad de las cosas diarias”.

Cuántos de los que estamos en el destino de la escritura no anhelamos tener tiempo para dedicarlo a la creación literaria. Pero las fauces de la cotidianidad nos obligan a que mezclemos la cebolla, el tomate y el pago de la luz eléctrica con el poema o el cuento.

Cada quien, y es obvio, alcanzará desde su sima la cima de su arte y de su grito artístico. Aunque duele, es ofensivo que los poetas, los escritores, los creadores estemos más atentos a la hora de checar la entrada o salida del trabajo que de la llegada de la musa. Negro camino tiene la ciudad por andar cuando sus artistas gastan sus horas en el sudor de un salario ajeno a su prurito: la creación.

Alzo la vista y veo que los pájaros son libres, no tienen fronteras. Así, los escritores no tenemos más limítrofes que la imaginación y el respeto por el idioma. Pero, oh maldición, hay que comer y hay que bregar por la sopa, el vestido, el recibo de la luz, del agua y muchas cosas.

El artista debería vivir para hacer arte. A Gustave Flaubert alguna vez se le preguntó si debería seguir escribiendo. El autor de Madame Bovary respondió que “hay que escribir siempre si nos los dice el corazón, si sentimos que la vocación nos arrastra”. La escritura viene desde las vísceras, desde las penumbras del hombre. No se escribe o mejor dicho: no se hace literatura desde una oficina, con laptop ultra moderna, ni después de revisar el último estado de cuenta del banco. Se escribe desde el dolor, desde la asfixia. Los escritores no reclamamos mucho: sólo que nos permitan seguir dialogando con los demonios de todos los hombres…


El caso del escritor César Lazo (con varios libros publicados) que se desempeña, para sobrevivir, como empleado en el ayuntamiento de San Pedro Sula, Honduras, y que ha sido relegado a trabajos como peón en el basurero municipal es, por decir lo menos, lastimera.

Lo anterior es un ejemplo del desprecio que padecen algunos intelectuales por las esferas de poder en represalias (sin duda) por su pensamiento crítico o vaya a usted a saber de qué especie si atendemos a cada palurdo que ostenta las riendas de la administración pública.

Qué duro es el trabajo de un escritor en una sociedad donde se le da más importancia a puestos donde el sueldo está más apegado a canonjías políticas que a parámetros que midan la eficacia. Escribir es un acto de sobrevivencia existencial. Escribimos porque, a la manera de Sabines, se nos trepa a la nuca un cabrón diablo para decirnos de nuestra miseria, acaso nuestra delimitación en, usando a Eugenio Montejo, “la terredad de las cosas diarias”.

Cuántos de los que estamos en el destino de la escritura no anhelamos tener tiempo para dedicarlo a la creación literaria. Pero las fauces de la cotidianidad nos obligan a que mezclemos la cebolla, el tomate y el pago de la luz eléctrica con el poema o el cuento.

Cada quien, y es obvio, alcanzará desde su sima la cima de su arte y de su grito artístico. Aunque duele, es ofensivo que los poetas, los escritores, los creadores estemos más atentos a la hora de checar la entrada o salida del trabajo que de la llegada de la musa. Negro camino tiene la ciudad por andar cuando sus artistas gastan sus horas en el sudor de un salario ajeno a su prurito: la creación.

Alzo la vista y veo que los pájaros son libres, no tienen fronteras. Así, los escritores no tenemos más limítrofes que la imaginación y el respeto por el idioma. Pero, oh maldición, hay que comer y hay que bregar por la sopa, el vestido, el recibo de la luz, del agua y muchas cosas.

El artista debería vivir para hacer arte. A Gustave Flaubert alguna vez se le preguntó si debería seguir escribiendo. El autor de Madame Bovary respondió que “hay que escribir siempre si nos los dice el corazón, si sentimos que la vocación nos arrastra”. La escritura viene desde las vísceras, desde las penumbras del hombre. No se escribe o mejor dicho: no se hace literatura desde una oficina, con laptop ultra moderna, ni después de revisar el último estado de cuenta del banco. Se escribe desde el dolor, desde la asfixia. Los escritores no reclamamos mucho: sólo que nos permitan seguir dialogando con los demonios de todos los hombres…