/ domingo 5 de julio de 2020

Sobrevivencia

Camus dice que cogemos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar, por lo tanto, el juicio del cuerpo vale tanto como el del espíritu y ante la aniquilación, el cuerpo retrocede, solo un quiebre en esta relación puede precipitarnos al suicidio al vencerse las fuerzas de la autopreservación del cuerpo.

De esta forma, Camus insospechadamente nos brinda una posible respuesta a una de las preguntas-reproche más insistentes por estos días ¿Por qué la gente no se queda en casa, y sale y corre el riesgo de contagiarse por corona virus?

Ante la certera perspectiva de sentir y ver apagar tan progresiva como inexorablemente las fuerzas vitales de nuestro cuerpo por falta de alimento, la mayoría de la gente opta por mantenerse en la vida arriesgándose ante un mal que en sí consideran incierto. El hambre, esa muda, pero indeleble presencia, poca o mucha, pasajera o permanente, pero todos en alguna medida la hemos padecido, el Covid-19 no. El hambre es una certeza del cuerpo, el Covid-19, es una deducción del pensamiento.

Los seres humanos solo son libres, cuando de sus acciones sea su verdadero autor, pero si su conducta responde a una situación que lo empuja a actuar en un cierto sentido, porque se trata de un hombre determinado por compulsiones físicas y no de su conciencia, no puede decirse con propiedad que sus actos son la expresión libre de su autodeterminación.

Pese a ello, nos revelamos pletóricos de prescripciones sobre cómo la gente debe aprender a vivir la carencia estoicamente y en silencio de modo que no turbe nuestra conciencia, dando la espalda a nuestra obligación de mostrar por vago que sea cierto compromiso con los demás.

Por esta vía, se erigió la falsa creencia de que los contagios se deben por entero a la irresponsabilidad o indisciplina individual, y no al hecho social de que una abrumadora mayoría carece de la posibilidad siquiera de plantearse la disyuntiva entre salir a trabajar o quedarse en casa a descansar, determinada que está su situación de antemano por efecto de la desigual distribución del ingreso en nuestro país. Esta autoindulgente posición ofrece la ventaja de evitar vernos confrontados por la acuciante pregunta del por qué el confinamiento ha fracasado en nuestro país, porque podría arrastrarnos dentro del torbellino de todas nuestras deudas históricas irresueltas.

Basta ver la geografía de los contagios en nuestro país para darnos cuenta que los núcleos de mayor incidencia se encuentran en las zonas habitacionales de las clases trabajadoras, dónde cotidianamente se desarrolla el drama de elegir entre quedarse en casa o salir en busca del sustento, el cual siempre gana la búsqueda de la supervivencia.

Bajo estas condiciones, la perspectiva de la evolución de la epidemia no es halagüeña, las personas tendrán que seguir saliendo para ganarse el pan y de paso, subsidiar oblicuamente el gasto del gobierno, a la par, los contagios paulatinamente seguirán creciendo y con ello, los paros de la actividad económica con el concomitante efecto de disminuir la recaudación fiscal lo que eventualmente provocará la extenuación del Estado de no hacerse algo para evitarlo.

En principio, la estrategia económica para enfrentar la crisis que la epidemia habría de provocar, partió de un supuesto en ese momento equivocado, la caída de la demanda no se debía a la falta de dinero, sino al cierre obligado de los establecimientos comerciales, después, al caerse las ventas y los ingresos de todas las unidades y actividades económicas y sobrevenir quiebras y desempleo, un problema que en principio no teníamos, adquirió forma, la caída del gasto y la confianza del consumidor, agravados por el desempleo, sin que los estímulos al consumo a través de las transferencias de los programas sociales lo puedan remediar.

La espiral descendente de dos puntas que forman la crisis sanitaria y económica han empezado a alimentarse mutuamente y puede dejarnos cicatrices sociales permanentes. Lo que el Estado ha estado haciendo es cambiar el problema, en vez de tener una recesión corta y después tener un dolor de cabeza con una deuda, se está apostando a tener una recesión más profunda, para no tener ese dolor como todos los demás países, lo que hace insostenible esta posición, es que en momentos de crisis, siempre hay alguien que va a tener que sufrir dolores de cabeza para salir de ella, en este caso, por medio de la austeridad el Estado ha transferido temporalmente ese dolor a sus ciudadanos, pero a la postre las consecuencias del ciclo desempleo, pobreza, enfermedad e inseguridad repercutirán en problemas más complejos para los que el Estado tendrá que erogar mayores recursos para atenderlos que los que hoy se requerirían para evitarlos. Ello, sin contar el factor de sufrimiento individual que una crisis de estas proporciones provoca en la vida de las personas y que muchos solo observan como un dato abstracto para cuantificar.

Nos encaminamos al desfiladero casi resignadamente, sin pensar mucho en las consecuencias que un estado tal de cosas va ocasionar, asidos a la ilusión de que un golpe de suerte cambie el sentido trágico de los acontecimientos que vemos impotentes perfilarse ante nuestros ojos y ante los cuales nos mostramos tan ineficaces. Solo un golpe de suerte piensan algunos, nos podrá salvar de la trayectoria de colisión, otros, tienen cifradas sus esperanzas, creen que todo esto solo es una señal y que la redención vendrá a continuación, en esa medida la única pregunta que cabe por hacer solo por morbosa curiosidad es ¿a qué bando elige pertenecer usted?

Regeneración del 19.

Camus dice que cogemos la costumbre de vivir antes de adquirir la de pensar, por lo tanto, el juicio del cuerpo vale tanto como el del espíritu y ante la aniquilación, el cuerpo retrocede, solo un quiebre en esta relación puede precipitarnos al suicidio al vencerse las fuerzas de la autopreservación del cuerpo.

De esta forma, Camus insospechadamente nos brinda una posible respuesta a una de las preguntas-reproche más insistentes por estos días ¿Por qué la gente no se queda en casa, y sale y corre el riesgo de contagiarse por corona virus?

Ante la certera perspectiva de sentir y ver apagar tan progresiva como inexorablemente las fuerzas vitales de nuestro cuerpo por falta de alimento, la mayoría de la gente opta por mantenerse en la vida arriesgándose ante un mal que en sí consideran incierto. El hambre, esa muda, pero indeleble presencia, poca o mucha, pasajera o permanente, pero todos en alguna medida la hemos padecido, el Covid-19 no. El hambre es una certeza del cuerpo, el Covid-19, es una deducción del pensamiento.

Los seres humanos solo son libres, cuando de sus acciones sea su verdadero autor, pero si su conducta responde a una situación que lo empuja a actuar en un cierto sentido, porque se trata de un hombre determinado por compulsiones físicas y no de su conciencia, no puede decirse con propiedad que sus actos son la expresión libre de su autodeterminación.

Pese a ello, nos revelamos pletóricos de prescripciones sobre cómo la gente debe aprender a vivir la carencia estoicamente y en silencio de modo que no turbe nuestra conciencia, dando la espalda a nuestra obligación de mostrar por vago que sea cierto compromiso con los demás.

Por esta vía, se erigió la falsa creencia de que los contagios se deben por entero a la irresponsabilidad o indisciplina individual, y no al hecho social de que una abrumadora mayoría carece de la posibilidad siquiera de plantearse la disyuntiva entre salir a trabajar o quedarse en casa a descansar, determinada que está su situación de antemano por efecto de la desigual distribución del ingreso en nuestro país. Esta autoindulgente posición ofrece la ventaja de evitar vernos confrontados por la acuciante pregunta del por qué el confinamiento ha fracasado en nuestro país, porque podría arrastrarnos dentro del torbellino de todas nuestras deudas históricas irresueltas.

Basta ver la geografía de los contagios en nuestro país para darnos cuenta que los núcleos de mayor incidencia se encuentran en las zonas habitacionales de las clases trabajadoras, dónde cotidianamente se desarrolla el drama de elegir entre quedarse en casa o salir en busca del sustento, el cual siempre gana la búsqueda de la supervivencia.

Bajo estas condiciones, la perspectiva de la evolución de la epidemia no es halagüeña, las personas tendrán que seguir saliendo para ganarse el pan y de paso, subsidiar oblicuamente el gasto del gobierno, a la par, los contagios paulatinamente seguirán creciendo y con ello, los paros de la actividad económica con el concomitante efecto de disminuir la recaudación fiscal lo que eventualmente provocará la extenuación del Estado de no hacerse algo para evitarlo.

En principio, la estrategia económica para enfrentar la crisis que la epidemia habría de provocar, partió de un supuesto en ese momento equivocado, la caída de la demanda no se debía a la falta de dinero, sino al cierre obligado de los establecimientos comerciales, después, al caerse las ventas y los ingresos de todas las unidades y actividades económicas y sobrevenir quiebras y desempleo, un problema que en principio no teníamos, adquirió forma, la caída del gasto y la confianza del consumidor, agravados por el desempleo, sin que los estímulos al consumo a través de las transferencias de los programas sociales lo puedan remediar.

La espiral descendente de dos puntas que forman la crisis sanitaria y económica han empezado a alimentarse mutuamente y puede dejarnos cicatrices sociales permanentes. Lo que el Estado ha estado haciendo es cambiar el problema, en vez de tener una recesión corta y después tener un dolor de cabeza con una deuda, se está apostando a tener una recesión más profunda, para no tener ese dolor como todos los demás países, lo que hace insostenible esta posición, es que en momentos de crisis, siempre hay alguien que va a tener que sufrir dolores de cabeza para salir de ella, en este caso, por medio de la austeridad el Estado ha transferido temporalmente ese dolor a sus ciudadanos, pero a la postre las consecuencias del ciclo desempleo, pobreza, enfermedad e inseguridad repercutirán en problemas más complejos para los que el Estado tendrá que erogar mayores recursos para atenderlos que los que hoy se requerirían para evitarlos. Ello, sin contar el factor de sufrimiento individual que una crisis de estas proporciones provoca en la vida de las personas y que muchos solo observan como un dato abstracto para cuantificar.

Nos encaminamos al desfiladero casi resignadamente, sin pensar mucho en las consecuencias que un estado tal de cosas va ocasionar, asidos a la ilusión de que un golpe de suerte cambie el sentido trágico de los acontecimientos que vemos impotentes perfilarse ante nuestros ojos y ante los cuales nos mostramos tan ineficaces. Solo un golpe de suerte piensan algunos, nos podrá salvar de la trayectoria de colisión, otros, tienen cifradas sus esperanzas, creen que todo esto solo es una señal y que la redención vendrá a continuación, en esa medida la única pregunta que cabe por hacer solo por morbosa curiosidad es ¿a qué bando elige pertenecer usted?

Regeneración del 19.