/ domingo 16 de febrero de 2020

Tal vez el amor…

A pesar de las sabias disertaciones de científicos, psicólogos y filósofos, acerca de lo que el amor es y significa, el hombre no ha logrado aún entender cabalmente su naturaleza esencial y toda explicación, juicio de valor y análisis lógico que se nos da para enfrentar con ventaja los retos que supone su presencia en nuestra vida, no han impedido hasta ahora que siga siendo un misterio profundo e incomprensible.

No ha habido ser humano que no haya apostado a él, en alguna de sus múltiples facetas, así fuera sólo una vez. Desde la persona más sencilla hasta la más encumbrada, desde el simple mortal hasta el más sofisticado de los intelectuales, y del más santo al más pecador, no ha existido quien se haya resistido en algún momento de su vida a la fascinación que encierra ese objeto de multiesplendente fulgor, del que habla el poeta. Tenemos conciencia de su existir, pero muy poco sabemos de su modo de ser entre nosotros, y eso lo hace más atractivo y seductor aún.

Quizás el amor no sea efectivamente el romántico refugio contra la tormenta o el lugar plácido de reposo con el que sueña el alma enamorada. Para muchos, quizás el amor es tan sólo la química por la que dos entidades sensibles se atraen y visceralmente buscan un intercambio físico para el que ya están programados y que gratifica su parte corporal sin ninguna otra pretensión.

Quizá para ellos visualizar el amor como algo más que un simple arrebato temporal, causante incluso de trastornos psicológicos capaces de llevarnos al punto de quiebre de la obsesión y la depresión, no sólo es sólo una utopía, sino una necedad. Porque el amor así visto, dicen, puede afectar la misma autonomía de la persona, y producirle la indeseable angustia de una ausencia presentida, a pesar del gozo que nos traerá su eventual presencia. Quizá las ensoñaciones que produce, ocasionalmente venturosas, sean tan sólo la fantasía de una arquitectura poética, la ambivalencia insufrible de un dolor, que aún en la alegría del momento, sería preferible no enfrentar. A pesar de que un día, dice el genial poeta W. Words-worth ,“esa brillantez que nos deslumbraba será quitada de nuestra vista, como el esplendor en la hierba y la gloria de la flor”. Aunque enseguida dice: “pero ellas sin embargo, permanecerán en el recuerdo…”

Tal vez el amor para algunas personas exista sólo para proporcionarnos un consuelo o una esperanza que finalmente no podrán ser mantenidas. Y su rechazo nazca de que en su misma naturaleza se incluye tanto la decepción como la dicha, la compañía y la soledad, la agonía y el éxtasis, lo que les vuelve incapaces de ver en él algo más que una sensación a veces agradable, a veces desagradable, conexión neuronal, química pura, sangre que se agolpa, mariposas en el estómago, febril secreción de nuestras hormonas, fisiología en fin. Escépticos por mecanismos de defensa, reacios a descubrir un sentido diferente en ese sentimiento, temerosos de la entrega que el amor supone, ignoran que son ellos y sus asombrados rostros, los que se habrán perdido, cuando a él renuncian, de este maravilloso objeto, multiesplendente y magnífico, como dice el poeta.

Pero si para ellos el amor es tan sólo una sensiblería irracional, adictiva cadena cuya dependencia enfermiza nos ahoga y atenta contra la dignidad de la persona al conducirnos irremediablemente a una patología que nos impide pensar con cordura, para muchos otros, en cambio, tal vez menos sensatos y pragmáticos, quizás el amor sea esa mezcla maravillosa de lo etéreo de nuestra alma inmortal con los reflejos mortales de nuestro cuerpo perecedero. Y entonces su paradoja no estará tan sólo en la seducción que sobre nosotros ejerce, sino también en la necesidad que de él tenemos, aunque sea por instinto de supervivencia. Pero es precisamente por eso que no tendremos ya que verlo como un yugo sino como un vínculo suave que nos permite darnos a la persona amada, sin que eso nos impida ser nosotros mismos.

Quizás el amor así visto, nos haga partícipes de un sueño posible, de un encuentro medido en términos de anhelo que se comparte, y su grandeza radique en que eleva la materia y materializa el espíritu sublimándolo, dando valor divino a la fragilidad humana y transportando al mismo paraíso, lo terrenal. Y por ello, en el ejercicio pleno de su libertad, el hombre opta por el amor aunque parezca absurdo, con la misma firme decisión con la que es capaz de enfrentar el sufrimiento. Y éste es su verdadero misterio y su gratificante desafío.

Y es posible entonces que el amor no sea al final eso; simple fisiología o química sanguínea por la que alguien descubre emocionado a quien por instinto llena sus notorias valencias de insatisfacción, pero tampoco un simple y romántico deseo que le envuelve en sueños fantásticos, sentimentalismo vacío, inútil esperanza. El amor es quizás el lujo espiritual de esa neurona lúcida que discurre reflexiva sobre su destino y en su alucinado rumbo logra ser transformado en ese sentimiento vivo que nos aproxima, en el silencio de nuestro asombro, a ver un resquicio de eternidad.

Quizá por ello el amor finalmente lo sea todo: la perfecta heredad por la que entendemos la genealogía de nuestra alma y la razón de su inmortalidad. Ante su esplendor magnífico se sacude la ciencia y la filosofía, la curiosidad y la duda, el arrojo y el temor y la psicología misma, aunque a veces se resista a hacerlo. Y quizás también por eso, otro poeta afirmó: “cuando el amor nos marca como suyos, ya no encontramos reposo en las praderas fáciles del tiempo ni nuestra sed se atempera con fuentes de aguas frescas. Buscamos a solas manantiales en llamas para beber. Y ya con nada menos, es que podremos colmar la cuenca amarga de nuestro sueño”.

--

TAL VEZ EL AMOR…

“…Sois vosotros

y vuestros asombrados rostros

los que os habéis perdido

de este objeto

de multiesplendente fulgor…”

A. Tennyson

-...

Rubén Núñez de Cáceres V.

--

“…Sois vosotros

y vuestros asombrados rostros

los que os habéis perdido

de este objeto

de multiesplendente fulgor…”

A. Tennyson

A pesar de las sabias disertaciones de científicos, psicólogos y filósofos, acerca de lo que el amor es y significa, el hombre no ha logrado aún entender cabalmente su naturaleza esencial y toda explicación, juicio de valor y análisis lógico que se nos da para enfrentar con ventaja los retos que supone su presencia en nuestra vida, no han impedido hasta ahora que siga siendo un misterio profundo e incomprensible.

No ha habido ser humano que no haya apostado a él, en alguna de sus múltiples facetas, así fuera sólo una vez. Desde la persona más sencilla hasta la más encumbrada, desde el simple mortal hasta el más sofisticado de los intelectuales, y del más santo al más pecador, no ha existido quien se haya resistido en algún momento de su vida a la fascinación que encierra ese objeto de multiesplendente fulgor, del que habla el poeta. Tenemos conciencia de su existir, pero muy poco sabemos de su modo de ser entre nosotros, y eso lo hace más atractivo y seductor aún.

Quizás el amor no sea efectivamente el romántico refugio contra la tormenta o el lugar plácido de reposo con el que sueña el alma enamorada. Para muchos, quizás el amor es tan sólo la química por la que dos entidades sensibles se atraen y visceralmente buscan un intercambio físico para el que ya están programados y que gratifica su parte corporal sin ninguna otra pretensión.

Quizá para ellos visualizar el amor como algo más que un simple arrebato temporal, causante incluso de trastornos psicológicos capaces de llevarnos al punto de quiebre de la obsesión y la depresión, no sólo es sólo una utopía, sino una necedad. Porque el amor así visto, dicen, puede afectar la misma autonomía de la persona, y producirle la indeseable angustia de una ausencia presentida, a pesar del gozo que nos traerá su eventual presencia. Quizá las ensoñaciones que produce, ocasionalmente venturosas, sean tan sólo la fantasía de una arquitectura poética, la ambivalencia insufrible de un dolor, que aún en la alegría del momento, sería preferible no enfrentar. A pesar de que un día, dice el genial poeta W. Words-worth ,“esa brillantez que nos deslumbraba será quitada de nuestra vista, como el esplendor en la hierba y la gloria de la flor”. Aunque enseguida dice: “pero ellas sin embargo, permanecerán en el recuerdo…”

Tal vez el amor para algunas personas exista sólo para proporcionarnos un consuelo o una esperanza que finalmente no podrán ser mantenidas. Y su rechazo nazca de que en su misma naturaleza se incluye tanto la decepción como la dicha, la compañía y la soledad, la agonía y el éxtasis, lo que les vuelve incapaces de ver en él algo más que una sensación a veces agradable, a veces desagradable, conexión neuronal, química pura, sangre que se agolpa, mariposas en el estómago, febril secreción de nuestras hormonas, fisiología en fin. Escépticos por mecanismos de defensa, reacios a descubrir un sentido diferente en ese sentimiento, temerosos de la entrega que el amor supone, ignoran que son ellos y sus asombrados rostros, los que se habrán perdido, cuando a él renuncian, de este maravilloso objeto, multiesplendente y magnífico, como dice el poeta.

Pero si para ellos el amor es tan sólo una sensiblería irracional, adictiva cadena cuya dependencia enfermiza nos ahoga y atenta contra la dignidad de la persona al conducirnos irremediablemente a una patología que nos impide pensar con cordura, para muchos otros, en cambio, tal vez menos sensatos y pragmáticos, quizás el amor sea esa mezcla maravillosa de lo etéreo de nuestra alma inmortal con los reflejos mortales de nuestro cuerpo perecedero. Y entonces su paradoja no estará tan sólo en la seducción que sobre nosotros ejerce, sino también en la necesidad que de él tenemos, aunque sea por instinto de supervivencia. Pero es precisamente por eso que no tendremos ya que verlo como un yugo sino como un vínculo suave que nos permite darnos a la persona amada, sin que eso nos impida ser nosotros mismos.

Quizás el amor así visto, nos haga partícipes de un sueño posible, de un encuentro medido en términos de anhelo que se comparte, y su grandeza radique en que eleva la materia y materializa el espíritu sublimándolo, dando valor divino a la fragilidad humana y transportando al mismo paraíso, lo terrenal. Y por ello, en el ejercicio pleno de su libertad, el hombre opta por el amor aunque parezca absurdo, con la misma firme decisión con la que es capaz de enfrentar el sufrimiento. Y éste es su verdadero misterio y su gratificante desafío.

Y es posible entonces que el amor no sea al final eso; simple fisiología o química sanguínea por la que alguien descubre emocionado a quien por instinto llena sus notorias valencias de insatisfacción, pero tampoco un simple y romántico deseo que le envuelve en sueños fantásticos, sentimentalismo vacío, inútil esperanza. El amor es quizás el lujo espiritual de esa neurona lúcida que discurre reflexiva sobre su destino y en su alucinado rumbo logra ser transformado en ese sentimiento vivo que nos aproxima, en el silencio de nuestro asombro, a ver un resquicio de eternidad.

Quizá por ello el amor finalmente lo sea todo: la perfecta heredad por la que entendemos la genealogía de nuestra alma y la razón de su inmortalidad. Ante su esplendor magnífico se sacude la ciencia y la filosofía, la curiosidad y la duda, el arrojo y el temor y la psicología misma, aunque a veces se resista a hacerlo. Y quizás también por eso, otro poeta afirmó: “cuando el amor nos marca como suyos, ya no encontramos reposo en las praderas fáciles del tiempo ni nuestra sed se atempera con fuentes de aguas frescas. Buscamos a solas manantiales en llamas para beber. Y ya con nada menos, es que podremos colmar la cuenca amarga de nuestro sueño”.

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TAL VEZ EL AMOR…

“…Sois vosotros

y vuestros asombrados rostros

los que os habéis perdido

de este objeto

de multiesplendente fulgor…”

A. Tennyson

-...

Rubén Núñez de Cáceres V.

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“…Sois vosotros

y vuestros asombrados rostros

los que os habéis perdido

de este objeto

de multiesplendente fulgor…”

A. Tennyson