/ viernes 23 de marzo de 2018

Tampico, a la distancia

¿Qué te une a una ciudad como Tampico? Te une el sabor de su salitre, el calor que te tatúa con labios humedecidos por el vaho del río Pánuco.

Diógenes buscaba un hombre, Penélope esperaba a Ulises. Y yo, ¿qué busco, qué espero? El golpe del mar, la duda (in) razonada, los espejos subterráneos del mediodía. El ángel burdo de la conciencia, mis manos de árbol, los besos siniestros del viento, los aromas inmorales, nuestros años estrangulados, el cruce de caminos rotos, el horario de la muerte, los relámpagos del sexo; nada, nadie, niega nada. Tampico a la distancia sabe diferente a que cuando estás aquí. Porque aquí te asfixias, te hundes en las arenas movedizas de una rutina sorda. Brota el alba, la ciudad fermenta su tiempo de sombras. La duda es la verdad más cierta. La noche sacudió sus alas de murciélago enorme. Modorra de siglos, atuendo de las penumbras. La noche.

Esto es El Cascajal. Allá está la plaza 20-30. Allí le dije un día a mi madre que me iba del puerto porque necesitaba a gritos otro mar, otras orillas para iniciar mi galope de agosto. Ardo en llamas y nadie me ve arder. El tiempo líquido apaga mi fuego, me evidencia en la fatuidad de mi dolor supremo. Antes del incendio mi lamento llega potente a todos los rincones de este puerto. El tiempo en llamas es una necesidad de extravío por romper rosas y arrancar ramajes a bosques ajenos. Durante la extinción del fuego brota paralelo una llamarada la cual no atiendes

Si no dejas que arda, que cumpla su existencia inútil. Tampico sabe al sabor que tengas en la memoria. Los días sin nombre son los que transcurren lentos y te golpean y te dejan tirado mirando hacia las estrellas. Cuando los días tienen nombre es que les has puesto olor a ti, pequeñas gotas de tu esperanza. Siempre es ahora. Y la luz de las palabras ilumina cuevas profundas situadas debajo de la piel. La piel es memoria. A cuestas llevo la edad y muchas historias de sombras. Para algunos, Tampico es su Ítaca impronunciable. Para mí es un recorrido por la colonia Campbell, abajito del paseo Bella Vista, en la calle Monterrey. Tampico es la ciudad de Leonor Mejía, mi madre, y de mis tíos Francisco, José, Roberto, Esther, Gloria, Aurora y Julia. Es la ciudad de mis hermanos: Ana Bertha, Úrsula y Raúl. Tampico es la ciudad donde tengo aún latidos de mi corazón…

¿Qué te une a una ciudad como Tampico? Te une el sabor de su salitre, el calor que te tatúa con labios humedecidos por el vaho del río Pánuco.

Diógenes buscaba un hombre, Penélope esperaba a Ulises. Y yo, ¿qué busco, qué espero? El golpe del mar, la duda (in) razonada, los espejos subterráneos del mediodía. El ángel burdo de la conciencia, mis manos de árbol, los besos siniestros del viento, los aromas inmorales, nuestros años estrangulados, el cruce de caminos rotos, el horario de la muerte, los relámpagos del sexo; nada, nadie, niega nada. Tampico a la distancia sabe diferente a que cuando estás aquí. Porque aquí te asfixias, te hundes en las arenas movedizas de una rutina sorda. Brota el alba, la ciudad fermenta su tiempo de sombras. La duda es la verdad más cierta. La noche sacudió sus alas de murciélago enorme. Modorra de siglos, atuendo de las penumbras. La noche.

Esto es El Cascajal. Allá está la plaza 20-30. Allí le dije un día a mi madre que me iba del puerto porque necesitaba a gritos otro mar, otras orillas para iniciar mi galope de agosto. Ardo en llamas y nadie me ve arder. El tiempo líquido apaga mi fuego, me evidencia en la fatuidad de mi dolor supremo. Antes del incendio mi lamento llega potente a todos los rincones de este puerto. El tiempo en llamas es una necesidad de extravío por romper rosas y arrancar ramajes a bosques ajenos. Durante la extinción del fuego brota paralelo una llamarada la cual no atiendes

Si no dejas que arda, que cumpla su existencia inútil. Tampico sabe al sabor que tengas en la memoria. Los días sin nombre son los que transcurren lentos y te golpean y te dejan tirado mirando hacia las estrellas. Cuando los días tienen nombre es que les has puesto olor a ti, pequeñas gotas de tu esperanza. Siempre es ahora. Y la luz de las palabras ilumina cuevas profundas situadas debajo de la piel. La piel es memoria. A cuestas llevo la edad y muchas historias de sombras. Para algunos, Tampico es su Ítaca impronunciable. Para mí es un recorrido por la colonia Campbell, abajito del paseo Bella Vista, en la calle Monterrey. Tampico es la ciudad de Leonor Mejía, mi madre, y de mis tíos Francisco, José, Roberto, Esther, Gloria, Aurora y Julia. Es la ciudad de mis hermanos: Ana Bertha, Úrsula y Raúl. Tampico es la ciudad donde tengo aún latidos de mi corazón…