/ lunes 17 de junio de 2019

Tampico, ciudad recuerdo

Ciudad recuerdo, geografía/ geometría, enormidad de nostalgias empequeñecida por un fuego de iras, sombras huérfanas -la distancia es memoria métrica-, presagio de luces pútridas. Nunca se llena el alma.

Miro todo, estoy ciego de sonidos. ¿Acaso nadie me oye? Toco puertas de eternidades frágiles, mis amigos son ahora funcionarios y se malgastan en labores sin fondo. Me duele la vida: fuego fugaz, vuelo en vilo, alas de ebrios aires: mi pecho ataúd de vacíos.

Tampico es mi cueva, es mi exclamación diaria poblada de nombres, de fatigados alfabetos. El mundo es una mirada que aborta edades y laberintos siniestros que se burlan de la inocencia perdida; mi pensamiento es una losa, no puedo llegar -de este modo- a Tampico, mi Ítaca infame.

Tampico puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, historia/ histeria de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas invisibles.

Soy estas líneas, estos dolores pulverizados entre clases de matemáticas y cine, soy la nieve que arde en la ausencia, en la brutalidad de vacuos días. Cae la lluvia, la rutina de letras y horarios de cocinas caníbales. Grito y nadie me oye: hilo de brumas, bruñido de soledades, semillas longevas de esperanzas, noches analfabetas, manos ebrias de hechizos.

Mírame, conjúgame, soy un verbo con deudas, con lágrimas añejas, con árboles y arroyos/ piel líquida; conjúgame nunca en pasado: montañas de sombrías, olor a mar salitre clandestino, compañía de detritus, estatuas de sal. Aquí en mi costado, en mi sangre siempre prófuga ciudad recuerdo, puñado de historias que instalan su reino de instantes eternos alternos internos. Ciudad hombre de calles-venas, de herrumbres, de latitudes sin ángeles, hombre de largas preguntas, escombro de cielo roto.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Tampico se abre como flor única. Es una ciudad pétalo. Es un puerto tallo. Tampico cabe en la lengua, en las manos, en un recuerdo. Y yo, ¿dónde quepo? Geografía de luz, de carne, de oasis contaminado de perpetua sed.

Geometría de aire, de sombras. Ciudad recuerdo, algoritmo de memorias. Tampico, escenario de ruinas y de esperanza. Ciudad destino, cuna de piel, de mar, de fábulas niñas…

Ciudad recuerdo, geografía/ geometría, enormidad de nostalgias empequeñecida por un fuego de iras, sombras huérfanas -la distancia es memoria métrica-, presagio de luces pútridas. Nunca se llena el alma.

Miro todo, estoy ciego de sonidos. ¿Acaso nadie me oye? Toco puertas de eternidades frágiles, mis amigos son ahora funcionarios y se malgastan en labores sin fondo. Me duele la vida: fuego fugaz, vuelo en vilo, alas de ebrios aires: mi pecho ataúd de vacíos.

Tampico es mi cueva, es mi exclamación diaria poblada de nombres, de fatigados alfabetos. El mundo es una mirada que aborta edades y laberintos siniestros que se burlan de la inocencia perdida; mi pensamiento es una losa, no puedo llegar -de este modo- a Tampico, mi Ítaca infame.

Tampico puerto, puerta de aire, convocatoria de peces eléctricos, historia/ histeria de lamentos, fruto moral, condado doloroso, hijo de la memoria henchida, protesta de ruidos sordos, cremación de lágrimas invisibles.

Soy estas líneas, estos dolores pulverizados entre clases de matemáticas y cine, soy la nieve que arde en la ausencia, en la brutalidad de vacuos días. Cae la lluvia, la rutina de letras y horarios de cocinas caníbales. Grito y nadie me oye: hilo de brumas, bruñido de soledades, semillas longevas de esperanzas, noches analfabetas, manos ebrias de hechizos.

Mírame, conjúgame, soy un verbo con deudas, con lágrimas añejas, con árboles y arroyos/ piel líquida; conjúgame nunca en pasado: montañas de sombrías, olor a mar salitre clandestino, compañía de detritus, estatuas de sal. Aquí en mi costado, en mi sangre siempre prófuga ciudad recuerdo, puñado de historias que instalan su reino de instantes eternos alternos internos. Ciudad hombre de calles-venas, de herrumbres, de latitudes sin ángeles, hombre de largas preguntas, escombro de cielo roto.

Cae la lluvia y la arena de las cosas idas. Caer es el verbo totalitario. Las lágrimas caen, los recuerdos caen y nadie hace nada. El río es implacable, como el tiempo no se detiene, pero desde su horizontalidad, qué remedio, cae en forma de cascada.

Tampico se abre como flor única. Es una ciudad pétalo. Es un puerto tallo. Tampico cabe en la lengua, en las manos, en un recuerdo. Y yo, ¿dónde quepo? Geografía de luz, de carne, de oasis contaminado de perpetua sed.

Geometría de aire, de sombras. Ciudad recuerdo, algoritmo de memorias. Tampico, escenario de ruinas y de esperanza. Ciudad destino, cuna de piel, de mar, de fábulas niñas…